Sucedió
que la mayor de las reinas de Drupada, rey de los Pan-chalas, no tenía hijos, y
había estado así muchos años. Drupada adoraba a Shiva diariamente, pidiendo que
un hijo, no una hija, pudiera nacer para él; y dedicó su hijo por adelantado a
la tarea de ayudar en la destrucción de Drona.
Finalmente,
luego de muchas plegarias y severa austeridad, Shiva misma lo bendijo,
diciendo: «¡Es suficiente, oh rey! Tú tendrás a tu debido tiempo un niño que
será primero una hija y luego un hijo. Esta extraña cosa es decretada para ti.
¡No fracasará!»
Entonces
Drupada volvió a casa y le contó a su reina la divina promesa que le había sido
otorgada. Y ella, siendo una mujer de fuerte fe, llevó la bendición al corazón
y basó todos sus pensamientos sobre este decreto del destino. A su debido
tiempo la reina dio vida a una hija de gran belleza, pero por su fuerte
creencia de que la promesa de Shiva sería cumplida ella realmente divulgó que
había tenido un niño. Y Drupada, de acuerdo con la proclama, practicó todos los
ritos que eran debidos al nacimiento de un hijo. La madre cuidadosamente guardó
silencio y confió firmemente en Shiva, y el padre en todos los sitios decía:
«Ella es un hijo»; y nadie en toda la ciudad sospechó que esa disimulada hija
no era un hijo. Y ella fue llamada Shikhandin, porque ese nombre tenía una
forma femenina que era Shikhandini, y para la educación de
Shikhandin-Shikhandini Drupada tomo todos los cuidados. Ella aprendió a
escribir y a pintar y todas las artes apropiadas para un hombre. Sus padres
vivían a diario expectantes de un milagro, y era de su incumbencia estar listos
para él cuando ocurriera. Y en tiro y esgrima la niña fue un discípulo del real
guru Drona, y era de cierta forma no
inferior a los otros príncipes en el manejo de las armas.
Entonces,
cuando empezó a crecer, su madre animó a su marido a encontrar una esposa para
su supuesto hijo y casarlo en la presencia de todo el mundo con alguna princesa
de familia real. Entonces Drupada envió embajadores de desposorios en todas
direcciones, y fmalmente seleccionó una doncella a la que se le propondría
matrimonio en nombre de Shikhandin. Y esta doncella era la hija de un rey.
Pero
ahora, por primera vez, el temido secreto comenzó a ser murmurado, y llegó a
los oídos del real padre de la princesa que estaba prometida a Shikhandin en
matrimonio. Y él, pensando que había sido insultado intencionadamente
precisamente en ese punto, el honor de los nombres de las mujeres de su casa,
envió mensajes de amenazas y venganza a Drupada. Él destruiría la ciudad,
declaró, y mataría a Drupada y a su hija, y pondría uno de los suyos en el
trono de los Panchalas.
Y
en esta crisis el sentido de su propia culpa hizo algo débil a Drupada. Sin
embargo, la reina públicamente se hizo responsable del engaño. Ella, dijo a su
esposo en presencia de otros, tenía una promesa hecha por el dios Shiva, y
confiando en esa promesa lo había engañado, de modo que él había públicamente
anunciado al mundo el nacimiento de un hijo. Ella había sido totalmente
responsable, y aún ahora creía en la palabra del Gran Dios: « ¡Nacido como
hija, esta niña se convertirá en hijo! »
Drupada
presentó esta declaración ante sus consejeros, y ellos discutieron juntos
acerca de la protección de la ciudad y de los súbditos contra la posible
invasión. En primer lugar, se negaron a admitir que el monarca hermano hubiese
recibido tal insulto. La proposición de matrimonio había sido hecha con toda
buena fe y eran proposiciones perfectamente adecuadas y correctas. Shikhandin,
ellos repetían, era un hombre; él no era una mujer. Entonces fortificaron aún
más la ciudad y reforzaron las defensas. Y al final de todo se instituyeron
ceremonias extraordinarias de culto, y el rey apeló a la ayuda de los dioses en
esta crisis, en cada templo de su tierra.
A
pesar de todo el rey tuvo sus momentos de depresión, cuando conversaba sobre el
asunto otra vez con su esposa; y ella hizo todos los esfuerzos posibles para
levantar su ánimo. Rendir homenaje a los dioses es bueno, dijo ella, cuando es
secundado por esfuerzos humanos; nadie podía decir cuánto de bueno. Se sabía
que estas dos cosas tomadas de la mano llevaban al éxito. Indudablemente el
éxito les esperaba. ¿Quién podía discutirlo?
La resolución de
Shikhandini
Mientras
marido y esposa conversaban así juntos su hija Shikhandini escuchaba, y su
corazón se abatió al darse cuenta de la tácita desesperación que toda esta
insistente alegría pretendía ocultar. El hecho de que ellos mismos se culparan
socavaba su coraje, dado que en realidad la raíz de todo el problema y
desperfecto era aparentemente ella misma. ¡Qué inservible debía ser! ¡Qué bueno
sería si pudiera desaparecer y nunca oírse de ella otra vez! Aun si moría, ¿qué
importaba? Perdiéndose podría salvar a sus infelices padres de una carga que
podría costarles, incluso, sus vidas y reino.
Pensando
así con gran desaliento, ella salió de la ciudad y deambuló sola hasta que
llegó a los límites de un oscuro y solitario bosque. Este bosque tenía la
reputación de estar encantado. Había en él una granja abandonada, con altos
muros y puerta de acceso, y rica en fragancias de humo y granos. Pero aunque
uno podía deambular a través de esta casa día tras día, nunca se encontraría
con el propietario, y sin embargo nunca pensaría que no tenía dueño. Era, de
hecho, la morada de un poderoso espíritu, un yaksha, conocido como Sthuna. Él estaba lleno de amabilidad, y sin
embargo el nombre de la casa era una palabra de amenaza entre el pueblo
campesino debido al vacío y misterio que la rondaba.
Pero
Shikhandini no tenía idea de todo esto cuando entró al lugar. Ella fue atraída
por la puerta abierta y la paz y el silencio; y habiendo entrado, se sentó
sobre el suelo abatida por la pena, permaneciendo así durante horas y días,
olvidándose de comer.
El
amable yaksha la vio y se preocupó
terriblemente por su angustia. Toda su atención estaba puesta en los profundos
pensamientos que ella tenía, y su olvido de sí misma le parecía sin límites. El
amigable yaksha, incapaz de consolarla,
no podía hacer nada salvo mostrarse a sí mismo, y animarla a contarle lo que
quería. Entonces él hizo eso, y al mismo tiempo le pidió a ella que le contara
su problema, animándola a confiar en él y en todos los medios a su alcance. Él
era un seguidor, dijo, de Kuvera, Dios de la Riqueza. No había nada que él no
pudiera conceder si se le solicitaba. Él podía aún conceder lo imposible. Por
ello la princesa debía contarle su problema. «¡Oh!», estalló Shikhandini,
incapaz de resistir una amabilidad tan arrolladora cuando su necesidad era tan
desesperada. «¡Oh! ¡Hazme un hombre, un perfecto hombre! ¡Mi padre será pronto
destruido y nuestra tierra está a punto de ser invadida; y si yo fuera hombre
esto no sucedería! ¡Con tu poder, gran yaksha,
hazme hombre y déj ame mantener esa hombría hasta que mi padre se salve! »
Y la pobre Shikhandini comenzó a llorar.
Shikhandini alcanza su
deseo
Esto
era más de lo que su anfitrión de amable corazón podía soportar, y, raro como
esto podía sonar, comenzó a estar ansioso de hacer cualquier cosa en el mundo,
incluso la absurda cosa que ella pedía, si esto fuera a consolar a esta infeliz
dama. Entonces en ese momento hizo un pacto con ella. Él le daría su forma
ardiente y su virilidad y toda su fuerza, y él se convertiría en su lugar en
una mujer y permanecería escondido en su casa. Pero cuando su padre estuviera
otra vez a salvo ella debería regresar inmediatamente, y otra vez hacer el
intercambio. Ella sería otra vez la princesa Shikhandini, y él sería otra vez
Sthuna el yaksha.
Las
palabras no pueden describir la alegría del caballero Shikhandin al dejar al yaksha, y se dirigió a salvar a su padre
y a la ciudad de su padre de la amenaza de la espada. ¡Pero, ay de mí, por el
pobre yaksha! Sucedió un día o dos
después que su maestro, el dios de la Riqueza, hizo un viaje real a través de
esas regiones y, notando que Sthuna no se presentaba, le envió la orden de que
lo hiciera. Y cuando el pobre encogido yaksha,
con su atuendo y forma modificada, apareció frente a él avergonzado, Kuvera
su rey, entre risas y disgusto, acaloradamente declaró: «¡Esto no será
deshecho! ¡Tú permanecerás como una mujer y ella permanecerá como un hombre! »
Y luego ablandándose un poco, al ver el miedo en la cara del yaksha agregó: «Por lo menos, esto será
así hasta la muerte de Shikhandin. ¡Después de esto este tonto desgraciado
puede coger otra vez su propia forma! »
Y
a su debido tiempo, estando todo a salvo y en paz, el príncipe Shikhandin
regresó a Sthuna, como le había prometido, para devolverle su valorada
virilidad. Y cuando el yaksha vio que
en el corazón de este mortal no había astucia se conmovió mucho y le contó la
verdad: que había sido destinado a persistir en su recientemente adquirida
femineidad. Y consoló al joven caballero por la injuria que involuntariamente
le había hecho, diciendo: «¡Todo esto era el destino Shikhandin! No podría
haberse evitado.»
Así
fue cumplida la bendición de Shiva, hecha a Drupada: « ¡El niño que vas a
tener, oh rey, será primero una hija y luego un hijo! » Y así sucedió que
existió entre los príncipes y soldados de ese período uno que, aunque había
nacido como mujer, era actualmente hombre y conocido como Shikhandin, doncella
y caballero.
Pero
sólo a Bhishma le fue revelado que ese Shikhandin no era otro que Amba, quien
había nacido por segunda vez para el único propósito de su destrucción.
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