A diferencia
del ciclo del Ulster, las narraciones del ciclo fenniano abundan en sagas de
amor, tanto correspondidos como desdichados; la leyenda del origen del mismo
Oissin, el primogénito de Finn, es un buen ejemplo de ello. Recordemos la forma
en que Finn McCumhaill y la madre de Oissin unieron sus vidas, según la
traducción de Eugene Connery de un manuscrito tomado del Libro amarillo de
Lecan, recopilado en el siglo VII por un ignoto amanuense irlandés de la
orden de San Patricio:
Un día, mientras Finn McCumhaill (acompañado de sus fieles mastines
Bran y Skolawn) y su comitiva cazaban en los bosques de su fortaleza de Alien,
una corza dorada cruzó repentinamente la senda que seguían, haciendo que los
perros se lanzaran en su persecución.
Luego de varias horas de seguirla, llegaron a un hermoso valle, donde
la corzuela, sin duda agotada por la carrera, se detuvo y cayó al suelo;
inmediatamente los perros se lanzaron hacia ella pero, para asombro de Finn, en
lugar de destrozarla, comenzaron a jugar a su alrededor, lamiendo su cara y su
cuello. Extrañado, Finn dio órdenes de que nadie le hiciera daño, y todos
comenzaron el regreso a la fortaleza, con la corza siguiéndolos y los perros
jugando a su alrededor mientras lo hacía. Esa misma noche, Finn despertó,
sobresaltado, y vio parada al lado de su cama a la mujer más bella que jamás
hubieran contemplado sus ojos.
—Yo soy Sadv, oh, Finn —dijo la joven— y soy la corza que perseguiste
hoy. Como no quise brindarle mi amor al druida del Pueblo de las Hadas, me
condenó a llevar esa forma, que soporto hace ya tres años. Pero un esclavo
suyo, apiadándose de mí, me dijo que, si lograba entrar en la fortaleza de
Alien, recuperaría mi forma original.
Y así Sadv se quedó a vivir en el castillo, como la esposa de Finn,
cuyo amor era tan profundo que la guerra y la cacería ya no tenían aliciente
para él, y pasó largos meses sin moverse de la fortaleza. Sin embargo, un día
le llegó noticia de que los barcos de guerra de los Hombres del Norte se encontraban
en la bahía de Dublín, y su deber como rey lo obligó a marchar a la batalla, al
frente de sus hombres.
Sólo siete días permaneció Finn ausente de su castillo. A su regreso,
al no encontrar a Sadv esperándolo en la explanada y notando una expresión
extraña en los rostros de sus servidores, exigió saber qué pasaba.
—El día antes del de ayer—contestó por fin el más antiguo de sus
servidores— nos pareció veros llegar, acompañado por Bran y Skolawn, y todos
nos apresuramos hacia el portal, pero en cuanto la reina Sadv lo cruzó un
misterioso fantasma que apareció de la nada la cubrió con un halo de niebla y
¡oh! ya no había más reina, sino sólo la figura de una corza dorada; y
entonces aquellos perros comenzaron a acosarla, y por más que se debatió, no la
dejaron regresar al portal, sino que la hicieron huir hacia el bosque, donde se
internó y ya no la volvimos a ver. ¡Oh, amo! Hicimos lo que pudimos, pero a
pesar de nuestros esfuerzos, Sadv se ha ido.
Finn apretó las manos contra su pecho y se retiró a su cámara real,
sin pronunciar una palabra. A partir de ese día, dirigió los destinos de los
Fianna como antes, pero no cejó en su búsqueda de Sadv, recorriendo
constantemente los bosques de toda Irlanda, hasta que al fin, luego de siete
años, siguiendo el rastro de un jabalí en los montes de Ben Gulbann, en Sligo,
oyó que el ladrido de los perros se convertía en fieros gruñidos y,
precipitándose hacia ellos, descubrió a un niño desnudo, de largos cabellos
rubios, acosado por la jauría y defendido por Bran y Skolawn.
Los Fianna alejaron a los perros y el niño fue llevado al castillo.
Según contó cuando pudo hablar, no había conocido padre ni madre, sino sólo una
corza dorada, con quien había vivido en un hermoso valle, rodeado por los picos
más altos y los abismos más profundos de la tierra. Sólo se acercaba a ellos un
anciano alto, de ceño fruncido, que hablaba con su madre, ora amablemente, ora
amenazante, y luego se alejaba furioso cuando ella lo rechazaba. Finalmente, un
día, el hombre la sujetó con un lazo de niebla y se volvió para irse, esta vez
con ella siguiéndolo, pero mirando a su hijo con ojos lastimeros, mientras él
permanecía allí, incapaz de mover sus piernas para seguirla.
Inmediatamente comprendió Finn que la corza no era otra que su amada
Sadv, y el hombre el druida del Pueblo de las Hadas, pero por más que recorrió
durante largo tiempo las laderas del Ben Gulbann ningún hombre pudo darle
noticias de su paradero.
Finn adoptó al niño como su hijo y lo llamó Ossian (literalmente:
"pequeño ciervo"), quien más tarde se transformó en un guerrero
famoso, cuyas artes marciales sólo eran superadas largamente por las canciones
y relatos que cantaba.
La derrota
del gigante escocés
Sin embargo, la magia y las hazañas bélicas continuaban siendo el
centro de las leyendas fennianas. En cierta ocasión, por ejemplo, Finn
McCumhaill debió emplear sus conocimiento de las artes mágicas para derrotar a
un gigante escocés, hazaña que dejó como saldo la creación de tres famosos
rasgos de la geografía de las Islas Británicas: la Calzada de los Gigantes1
en la costa noroeste de Erín, la Isla de Man y el Loch Ness,2 en la
región central de la actual Irlanda del Norte.
Finn se había enterado por los bardos ambulantes de que un gigante
escocés ponía en duda y se mofaba de la valentía de aquél y de sus aptitudes
para la lucha. Enfadado, envolvió una enorme roca con un mensaje de desafío,
tomó su honda y lanzó el proyectil a 80 km de distancia, por sobre el mar de
Irlanda, hasta llegar a Escocia.
El ogro recibió el mensaje y fríamente replicó (por medio de un
mensajero) que iría gustoso a Irlanda a aceptar el desafío, pero era demasiado
grande para encontrar una nave a su medida y no podía cruzar el océano a nado.
Furioso por la evasiva, Finn desenvainó su colosal espada y cortó con ella
algunos cientos de las gigantescas rocas basálticas que se encuentran
desperdigadas a lo largo de la costa irlandesa, dándoles forma de pilares
hexagonales que luego clavó en el fondo del mar de Irlanda, hasta formar una
calzada que permitiera al gigante cruzar desde Escocia hasta Erín sin siquiera
mojarse los pies.
Este, sin excusa para negarse, cumplió a regañadientes con lo que se
esperaba de él, pero, al llegar al castillo de los Finn, sólo encontró allí a
Sadv, su esposa, quien invitó al ogro a que pasara al interior de la fortaleza
para esperar a su esposo, que no tardaría en llegar. Así lo hizo el gigante,
sentándose junto a la supuesta cuna del hijo de Finn y contemplando con
aprensión creciente al gigantesco niño, de más de seis metros de estatura.
—Si éste es el hijo de mi adversario —se preguntaba, ya que así se lo
había asegurado Sadv—, ¿cómo será su padre?
Finalmente, la idea llegó a ser demasiado inquietante para el ogro,
que salió disparado del castillo y atravesó de regreso la Calzada de los
Gigantes, perseguido por los enormes terrones de greda que el bebé, que no era
otro que el mismo Finn disfrazado, le arrojaba desde la costa. Y según cuenta
la leyenda, el terrón más grande que arrancó, extraído del centro del Ulster
(hoy territorio de Irlanda del Norte), provocó un profundo agujero que
inmediatamente se llenó de agua, formando lo que luego (y hasta la actualidad)
se conocería como Lough Neagh (o Loch Ness = Lago Negro). El gigantesco terrón
así desarraigado y arrojado por Finn al gigante en fuga, cayó cerca de la costa
escocesa, formando lo que hoy se conoce como la Isla de Man.
La muerte de Finn y el
ocaso de los Fianna
A pesar de sus artes mágicas y su sabiduría adquirida al comer del
Salmón del Conocimiento, la inteligencia y la astucia de Finn fue decreciendo
con la edad y llegó un momento, como sucede con muchos ancianos que durante su
juventud han sido hombres fuertes y poderosos, en que empezó a albergar dudas
sobre su potencia y su vigor, enfrentando a menudo situaciones que estaban por
encima de sus ya considerablemente mermadas capacidades físicas. Hasta que en
una ocasión, participando de una competencia entre un grupo de jóvenes
guerreros, trató de impresionarlos cruzando de un salto el río Boyne, pero
fracasó en el intento, cayendo en el centro de la corriente y ahogándose.
Sin embargo, las hazañas anteriores de Finn McCumhaill había hecho
crecer sobremanera el prestigio de los Fianna, de manera tal que, a la muerte
del rey Cormack McArt, su hijo Cairbry se vio en la necesidad de poner coto a
las pretensiones de la Orden, que por ese entonces agobiaba a los restantes
clanes exigiéndoles pesados tributos en todo el país.
Cairbry convocó a todos los reyes provinciales a dejar de pagar las
prebendas exigidas por los Fianna y a levantarse en armas contra ellos. La
batalla decisiva de aquella guerra tuvo lugar en la llanura de Gowray y, según
cuentan las leyendas, la matanza entre ambos bandos fue tan sangrienta que
después de aquel combate, la población de Erín sólo contaba con ancianos,
mujeres y niños.
Al cabo de varios días de lucha, los Fianna habían sido prácticamente
exterminados, y Cairbry, Alto Rey de Irlanda, y Osgur, hijo de Oissin, se
trabaron en combate individual, hiriéndose mortalmente el uno al otro, hecho
que condujo al fin de la guerra y la pacificación, al menos temporal, del
territorio de Erín.
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