domingo, 27 de octubre de 2013

TAIN BO QUAILNGE: EL GRAN MITO IRLANDES

El Tain bo Quailnge1 constituye, más allá de todo análisis, la piedra fundamental de la mitología y la literatura épica irlandesas. Es la epopeya nacional de Erín, equivalente a La Ilíada para Grecia, Beowulf para Inglaterra, El Cid Campeador para España y la Canción de Rolando para Francia. Por otra parte, la historia del toro de Quailnge recrea, aunque sea con algunas diferencias, un hecho histórico real, aunque de relativa importancia, sucedido entre los años 100 a. C. y 100 d. C., que fue reportado por varios historiadores romanos, entre ellos el propio Julio César.
Como ya hemos dicho, CuChulainn fue, probablemente, un guerrero real, pues en general los mitos se basan en personajes auténticos, que luego se revisten de las virtudes y acciones que les adjudica la imaginería popular. La malvada reina Maedbh (fonéticamente Meev), de Connaught, y Lug McEthlinn, por ejemplo, eran tradicionalmente dioses del panteón celta2 "humanizados" por los copistas cristianos, si bien, en algunas ocasiones, tuvieron la deferencia de dotarlos de grandes poderes mágicos.
El mito del Tain bo Quailnge sobrevivió al paso del tiempo en tres antiguos manuscritos irlandeses: el Libro de Dun Cow, el Libro amarillo de Lecan y el Libro de Leinster, los cuales, en conjunto, compendian veintitrés relatos, la mayoría de ellos referidos a las hazañas de los campeones en combate. El primero de los tres manuscritos es, sin duda, el más antiguo, ya que la versión más completa y difundida es la del monje Maelmuiri, escrita en el año 1106, pero se asume que sólo se trata de una copia ilustrada de una traducción anterior al siglo VIII.3
Otra de las características curiosas de la versión de Maelmuiri es el lenguaje directo y a veces hasta escabroso —respetado en la transcripción—, que hizo dudar a no pocos historiadores que hubiera sido escrito por un monje. Quizás por esta razón, Lady Augusta Gregory, una excelente traductora, autora de la primera traducción conocida del Tain bo Quailnge al inglés, pero también una típica dama victoriana, omitió algunos pasajes, como, por ejemplo, el que relata que la reina Maedbh, para satisfacer sus deseos carnales, necesitaba grupos de no menos de nueve hombres fornidos, costumbre que le valió el apodo de "Maedbh, la Reina de los Muslos Amistosos". Este tipo de escenas hizo que el respetado crítico irlandés D. O'hOgain, en su estudio Myth, Legend and Romance, comentara que "el personaje de la reina Maedbh4 es tan maligno y lascivo, que cuesta creer que no haya sido exagerado durante su transcripción, incluso hasta la deformación, por un célibe y probablemente reprimido monje cristiano, ansioso de demostrar la naturaleza demoníaca de las mujeres".
También el lenguaje del Tain bo Quailnge resulta espeluznante, especialmente en las descripciones de las batallas y las matanzas de sobrevivientes de éstas, mencionando constantemente episodios de cráneos aplastados, ojos y oídos manando sangre, cabezas y troncos partidos al medio, brazos arrancados y guerreros heridos tropezando con sus propios intestinos que salen de sus estómagos perforados por las espadas y las lanzas.
Respecto de su ubicación en el espacio y el tiempo, el Tain bo Quailnge se sitúa en la mitad norte de la antigua Erín, abarcando básicamente los condados de Connaught y Ulster, e involucrando en la acción las regiones intermedias de Roscommon, Meath y Fermanagh; acerca de la época en que transcurren los acontecimientos, en cambio, no resulta fácil aventurar una opinión, ya que, al igual que la mayoría de las leyendas orales, no ofrece demasiadas precisiones al respecto. Lo único que los especialistas en el tema han podido establecer con relativa certeza es que los sucesos referidos han debido desarrollarse después de finalizada la competencia por el premio del banquete de Briccriu y antes de la muerte de CuChulainn, datos que, si bien no permiten ubicar cronológicamente las acciones, sí permiten relativizarlas respecto del cronograma histórico irlandés. 

Nace una leyenda

La trama del Tain bo Quailnge se inicia a partir de una discusión entre la reina Maedbh y su esposo, el rey Aylill de Connaught, en su lecho conyugal, durante la cual ella exigió a su consorte que hicieran una exhaustiva comparación de las posesiones de ambos, con miras a saber quién de los dos había aportado mayores riquezas al matrimonio. Esta simple conversación derivó rápidamente en un verdadero arqueo que duró toda la noche y parte del día siguiente, y en el que debieron intervenir los escribas y contables de cada uno de ellos, convocados con carácter de urgencia, aportando listas en que se enumeraban las joyas, espadas, tierras, cabezas de ganado, ovejas, cerdos y sementales de cada uno de los cónyuges.
Al término del recuento, y para disgusto de la reina, se comprobó que por cada posesión de valor que cada uno de ellos tenía, el otro tenía otra igual o equivalente, lo que parecía arrojar un empate absoluto, hasta que Aylill jugó su carta de triunfo: su toro Finnbennach (cuernos blancos), que era el orgullo del reino, ya que copulaba diariamente con cincuenta vaquillonas seleccionadas, a las que mantenía constantemente preñadas. La reina, que carecía de una posesión equiparable, se sintió aún más enojada por el hecho de que Finnbennach le había pertenecido originariamente a ella, pero se lo había cedido a Aylill por impotente, pero resultó que, al cambiar de dueño, el toro pareció renacer y se convirtió en el mejor semental de la manada. Y lo peor para ella era que entre el pueblo se corría el rumor de que el toro había recobrado su virilidad por haber dejado de pertenecer a una mujer.
Furiosa por los resultados del arqueo, en la mente de la reina sólo había lugar para un pensamiento único y obsesivo: conseguir un toro que pudiera medirse de igual a igual con el de su esposo. Arteramente, comenzó a mover los hilos de la intriga y pronto logró averiguar, por intermedio de su senescal, de nombre McRoth, que solamente existía, en todo el territorio de Erín, un toro que pudiera compararse con Finnbennach: su nombre era Donn Quailnge5 y pertenecía a Dará McFiachna, quien vivía en el Ulster, en la región de Quailnge, de la cual tomaba su nombre, bajo el reinado del rey Connar McNessa.
Al conocer la noticia, Maedbh decidió que aquel animal debía ser suyo a toda costa, y envió a McRoth al dun de Dará McFiachna, con la consigna de pedirle prestado el Donn Quailnge por un período de un año, para poder así mejorar por cruza su rebaño y de esa forma igualar o superar las posesiones de Aylill. A cambio de este préstamo, Maedbh ofrecía a Dará cincuenta terneras producto de la cruza de Donn Quailnge con sus propias vacas selectas, un carro de guerra, veintiuna esclavas y sus propios "muslos amistosos". Sin embargo, en su fuero interno, la reina sabía que los habitantes del Ulster, celosos como eran de sus pertenencias, no permitirían que el toro abandonara el reino, por lo que, secretamente, ordenó a McRoth que, si no lograba obtener el toro en préstamo, debía conseguirlo por cualquier medio aunque fuera robándolo.
Sin embargo, en contra de sus previsiones, McRoth logró convencer a Dará McFiachna de que le entregara el toro en préstamo, pero, desgraciadamente, su conversación con Maedbh no había sido tan secreta como ambos pensaron, y la noche anterior a que el senescal iniciara su viaje de regreso con el toro, uno de sus sirvientes, borracho, se jactó ante uno de los soldados de Dará McFiachna del plan alternativo de robar el semental en caso de que las negociaciones no llegaran a buen puerto. Enterado el dueño de casa de la traición que se había planeado contra él, se enfureció y envió a McRoth de vuelta, sin el toro y con un violento mensaje de repulsa y de desafío, avalado por la firma de todos los señores del Ulster.
Al ver regresar a su sirviente sin el ansiado semental, la furia de la reina alcanzó niveles apocalípticos y, de inmediato, comenzó a convencer a su esposo Aylill para que enviara mensajeros a todos los rincones de Connaught, en busca de aliados para formar un ejército con que invadir el Ulster.
El primero en responder a la convocatoria fue Fergus McRoigh, movido por el deseo de venganza contra Connor McNessa, que aportó 4.000 hombres y 600 carros de combate; lo siguieron, casi al unísono, los siete hijos de Aylill y Maedbh, cada uno con su ejército privado, que en total sumaban más de 15.000 soldados experimentados; Anluan y Keth, los hijos de Maga, con 3.000 hombres armados hasta los dientes; el rubio Ferdia con su compañía de fir-bolg, y otros muchos señores de los vecinos condados de Meath y Fermanagh que, por ser limítrofes con Ulster, pensaban anexarse parte de las tierras expropiadas a cambio de su participación en la guerra.
Además de estas fuerzas aliadas, Maedbh y Aylill contaban con el ejército regular de Connaught, integrado por más de 6.000 efectivos, e incluso 3.000 exiliados del Ulster que, por una u otra razón, respondían a las órdenes de Cormac, hijo de Connor McNessa, que se encontraba ansioso de derrotar a su padre para instalarse él mismo en el trono del Ulster. Finalmente, al inicio de las acciones bélicas, prácticamente no había un solo condado en Erín que no hubiera aportado armas y soldados para la lucha contra Connor McNessa y su principal campeón, el invencible CuChulainn.
El proceso estaba en marcha y la suerte echada, pero antes de que se iniciaran las acciones, la reina Maedbh tuvo la premonición de que su capricho traería consecuencias aciagas para todos los que se plegaran a él. A esto se sumó la innata prudencia de su esposo, que le aconsejó cautela, e incluso la profecía del druida Fendellm, quien le aseguró que había tenido una funesta visión del ejército de Connaught bañado en su propia sangre; pero la omnipotencia de Maedbh no conocía límites y ésta siguió adelante con sus planes, sin importarle las consecuencias de ellos.
Y para afirmarla más aún en sus megalomaníacas pretensiones, sus espías destacados en el territorio del Ulster reportaron que todos los hombres del reino se encontraban afectados por la maldición de Macha,6 que los haría padecer los dolores del parto durante varios días y los mantendría en convalecencia por varias semanas a partir de entonces. En todo el Ulster, tan sólo un guerrero, CuChulainn —en realidad un joven, pues sólo contaba diecisiete años—, se encontraba libre de la maldición, precisamente a causa de su corta edad. Al enterarse de esto, Maedbh se reafirmó aún más en sus propósitos e ignoró las prevenciones de su esposo, del druida Fendellm e incluso del mismo McRoigh, que había experimentado premoniciones parecidas.
Las acciones bélicas se iniciaron con el ejército de Connaught, al mando de Fergus McRoigh, desplazándose hacia el este para reunirse con las tropas de Meath y Fermanagh, pero la reina Maedbh no tardó mucho en demostrar su natural maligno y desequilibrado: una tarde, observando que la tropa de Leinster que se sumara a su ejército se aprestaba para la batalla con mayor rapidez y eficiencia que sus propias huestes, barajó la posibilidad de prescindir de su apoyo y enviarlos de regreso a sus casas, pero luego, en un dictamen absolutamente incomprensible y arbitrario decidió, sencillamente, matarlos.
Su esposo, azorado ante una determinación tan descabellada, trató de contemporizar, señalando el impacto negativo que una medida de ese calibre podía provocar en el resto de las tropas, y sugirió que el ejército de Leinster fuera desmembrado y que sus falanges fueran redistribuidas entre el resto de la fuerza, a lo que Maedbh accedió de mala gana.
Poco después los hombres de Connaugt tuvieron su primer encuentro con CuChulainn, durante el cual, si bien no se produjo una verdadera contienda, se puso claramente de manifiesto el obstáculo que aquel joven guerrero de diecisiete años iba a resultar para los planes de los aliados.
Esto sucedió cuando el grueso de las tropas aliadas se encontraban en camino hacia la frontera, siempre guiados por Fergus McRoigh, quien los había prevenido hasta el cansancio sobre mantenerse atentos, para evitar que CuChulainn, que se encontraba a la sazón patrullando la frontera entre Ulster y Meath con su padre adoptivo Sualtham, cayera sobre ellos por sorpresa.
Pero toda precaución resultó inútil y el joven guerrero, intuyendo la aproximación de una gran fuerza, envió a su padre hacia el norte —más para protegerlo que por una necesidad real de refuerzos—, en dirección a Emain Macha, a prevenir al grueso de los hombres del Ulster. CuChulainn, por su parte, se adentró en la foresta y allí, parado sobre un solo pie y utilizando solamente una mano y un ojo, talló y retorció un joven roble hasta darle la forma de una herradura. A continuación talló en ella una serie de caracteres ogham, reseñando la forma en que la herradura había sido confeccionada y previniendo a las huestes de Maedbh, bajo la advertencia de un geis, de "no seguir avanzando, a menos que hubiera entre ellos un hombre capaz de construir una herradura similar, utilizando, como él lo había hecho, únicamente un pie, un ojo y una mano". Aclaró: "Eximo del peso de este geis a mi amigo Fergus McRoigh".
Así, cuando las huestes de Maedbh llegaron hasta el lugar, encontraron elgeis y lo llevaron a Fergus para que lo descifrara, y como no había entre ellos nadie capaz de emular la hazaña de CuChulainn, se adentraron en el bosque para acampar durante la noche.
Una vez que los soldados se detuvieron, CuChulainn los rodeó para observar sus rastros, y así comprobó que su número alcanzaba los dieciocho trincha cét (trincha = 3 y cét = 1.000: número de soldados que componen una legión), es decir, un total de 54.000 hombres.
Antes de que terminara la noche, volvió a la cabeza del ejército y se enfrentó con una avanzada compuesta por dos carros de guerra con dos hombres cada uno, a los que mató. Luego cortó de un solo tajo de su espada una horqueta de cuatro ramas de una encina, y la clavó en el vado de un río cerca de Athgowla, por donde las tropas debían cruzar, empalando en cada una de las ramas una cabeza ensangrentada.
Cuando las tropas arribaron al lugar, se asombraron y aterraron ante el espectáculo de las cuatro cabezas, y Fergus declaró que se hallaban bajo un nuevo geis y que no debían pasar el vado mientras no hubiera entre ellos uno que pudiera desclavar la horqueta del suelo de la misma forma en que había sido clavada, es decir, con las puntas de los dedos de una sola mano.
En realidad, la estrategia de CuChulainn radicaba en ganar el mayor tiempo posible hasta que los hombres del Ulster se recuperaran del hechizo arrojado por Macha, y para ello adoptó tácticas que hoy llamaríamos "de guerrillas", matando gran cantidad de soldados con su honda y disparando incluso contra la ardilla mascota que la reina Maedbh llevaba en su cuello y el ave que sostenía Ayllil en su puño. La caballerosidad impedía a CuChulainn matar a Maedbh, pero no lo inhibía de arrojarle piedras con su honda, con tanta precisión que durante largo tiempo la reina no pudo aparecer por el campo de batalla, si no era protegida por una verdadera muralla humana, formada por sus servidores más confiables.
Para ese entonces, y a pesar del relativamente escaso tiempo que llevaban en combate, los hombres se encontraban aterrorizados, y muchos de los soldados se preguntaban quién era aquel increíble joven que mantenía en jaque a lo más granado de los ejércitos de Erín.
Pero a pesar de su temor por CuChulainn, mayor aún era su terror por la ira de Maedbh. Mientras tanto, los ejércitos de la malvada reina continuaron su camino hacia Emain Macha, devastando las comarcas de Bregia y Murthemney; no obstante, no pudieron continuar hacia el Ulster, ya que CuChulainn los hostigaba continuamente, matándolos de a dos y de a tres y, a medida que su furia crecía, se volcaba con fuerza sobrenatural contra compañías enteras de las tropas de Connaught, exterminándolas sin compasión, a tal punto que, en una ocasión, cien guerreros de Maedbh murieron de terror al ver a CuChulainn en pleno frenesí de su "fiebre de combate".
Ahora bien, viendo que sus tropas eran diezmadas sin que pudiera continuar su camino hacia Quailnge, Maedbh propuso a CuChulainn, por intermediación de Fergus McRoigh, un acuerdo según el cual el héroe debería luchar cada día con un campeón diferente; el pacto permitía que el ejército avanzara mientras durara el combate, pero .debía acampar tan pronto como éste terminara. La estratagema de la reina dio resultado, y en el transcurso de uno de los duelos de CuChulainn con un famoso campeón de Fermanagh, de nombre Natchrantal, Maedbh, con un tercio de su ejército, llevó a cabo un ataque relámpago contra la fortaleza de Slievegallion, en el condado de Armagh, apoderándose del Donn Quailnge, que había sido llevado allí con su manada, en un infructuoso intento por protegerlo.

Ferdia McDamann


A pesar de que la guerra debería haber cesado en el momento mismo en que los invasores sacaron el toro fuera de los límites del Ulster, la reina Maedbh, demostrando que todo aquel despliegue bélico había sido solamente un capricho y un deseo de venganza hacia CuChulainn, continuó enviando campeones en su contra, hasta que llegó el turno de Ferdia McDamann, antiguo amigo y condiscípulo del héroe ulate que, después de él y de Fergus (quien, hasta el momento, se había negado terminantemente a luchar contra CuChulainn, a pesar de las repetidas instancias de la reina, que le había ofrecido hasta su propio cuerpo por hacerlo), era el guerrero más poderoso de Erín.
De modo que los ególatras caprichos de una mujer perturbada y desquiciada por el abuso del poder, tuvieron la fuerza suficiente como para hacer que Ferdia y CuChulainn, quienes habían sido amigos entrañables hasta pocos días atrás, se vieran ante el trágico destino de tener que enfrentarse en una lucha a muerte, de la cual uno de ellos no saldría con vida. El Libro de Leinster, traducido por George Roth, narra así el enfrentamiento:

Muy temprano en la mañana, Ferdia condujo su carro hacia el vado y descansó allí hasta que oyó el trueno provocado por el carro de guerra de CuChulainn aproximándose, y se levantó para enfrentarse con él a través del río. Una vez que se hubieron saludado afectuosamente, debatieron con qué armas debían comenzar el combate, y Ferdia recordó a CuChulainn una de las artes que habían aprendido de Scathagh: el lanzamiento de jabalinas livianas, y acordaron comenzar con ellas.
Durante todo el día zumbaron las jabalinas a través del río, pero al llegar el mediodía ninguna de ellas había logrado penetrar las defensas de los campeones, por lo que decidieron cambiar por lanzas más pesadas, lo que hizo que brotara la primera sangre. Finalmente, el día llegó a su fin.
—Terminemos por hoy —sugirió Ferdia, a lo que CuChulainn estuvo de acuerdo y ambos se abrazaron y besaron tres veces, antes de retirarse a descansar.
Al día siguiente, fue el turno de CuChulainn de elegir armas y optó por las pesadas lanzas de hoja ancha para combate a corta distancia, y con ellas lucharon desde los carros, hasta que el sol se puso; el cuerpo de ambos héroes estaba surcado por las heridas, pero ambos se saludaron tan afectuosamente como el día anterior y durmieron pacíficamente hasta la mañana.
Y así continuaron el combate, día tras día, sin sacarse ninguna ventaja, hasta que, al comenzar el sexto día, Ferdia comprendió que el duelo debía terminar y se armó cuidadosamente para la ocasión.
—Ferdia —preguntó CuChulainn cuando se encontraron—, ¿cuáles serán nuestras armas para este día?
—Hoy la elección te corresponde —contestó su amigo.
—Entonces que sean todas o cualquiera —dijo CuChulainn, a lo que Ferdia asintió, aunque sabía que eso significaba el fin de uno de los dos.
Hasta el mediodía lucharon sin alternativas importantes, pero finalmente el frenesí del combate embargó a CuChulainn, y su cuerpo comenzó a crecer como el de un gigante, hasta que sobrepasó a Ferdia por diez palmos; sin embargo, su misma locura lo distrajo por un instante, y su amigo logró hacerle sentir el filo de su espada, que se clavó profundamente en su carne. Ferdia continuó acosando fieramente a CuChulainn, que gritó a su cochero que le arrojara su ¿halad bolg.7
Al oír esto, Ferdia bajó instintivamente su escudo para proteger sus piernas, pero CuChulainn, desde su estatura de gigante, logró pasar su lanza por sobre el borde del escudo, clavándola en su pecho. Al recibir la herida, Ferdia volvió a levantar su defensa, pero fue entonces cuando CuChulainn tomó con sus pies la temible ghalad bolg y la arrojó contra Ferdia, cuyo cuerpo atravesó, soltando su mortífera carga.

—Es suficiente —clamó Ferdia al recibir el golpe. —Esta herida me causará la muerte. Es un hecho doloroso que haya caído por tus manos, amigo mío.
CuChulainn, a quien el frenesí guerrero ya había abandonado, lo tomó en sus brazos antes que cayera y lo llevó hacia el norte, a través del vado, de forma que su cuerpo descansara en las tierras del Ulster, y no del lado de los hombres de Erín. Y entonces llegaron de Emania algunos amigos de CuChulainn y lo trasladaron a Murthemney, donde sus compañeros de los tuatha de Danann esparcieron hierbas mágicas sobre sus heridas, aunque él permaneció muchos días en un estado de estupor y tristeza infinitos.

El fin de la guerra


La guerra del Tain bo Quailnge finalizó con la batalla de la Llanura de Garach, en el condado de Meath, entre las tropas irlandesas, al mando de Fergus McRoig y los hombres del Ulster, bajo las órdenes del propio rey Connor McNessa, ya que CuChulainn aún no se había recuperado de su letargo por la absurda muerte de su incondicional amigo Ferdia.
Fergus atacó a Connor, pero el hijo del rey, Cormac, rogó por la vida de su padre, ante lo cual McRoig se volvió a Connall Cernatch, "el de las Mil Victorias", compañero suyo de cien batallas y uno de los mayores héroes del Ulster.
—Te debes sentir muy valiente —lo acusa Connall— traicionando a tus compatriotas por un puñado de tierras.
Ante la dura acusación, Fergus deja de atacar a los hombres del Ulster y, en su desesperación al comprender la magnitud de su error, comienza a azotar con su espada los tres montes Maéla, que desde ese día tienen la cima plana, y así pueden verse todavía.


CuChulainn, oyendo los golpes de Fergus, vuelve en sí de su estupor y, tomando sus armas, se lanza a la batalla; Fergus, quien no desea combatir contra su amigo, abandona la lucha, y con él se van los hombres de Leinster y Munster, dejando a Maedbh y sus siete hijos sin más tropas que las de Connaught. Al caer la noche, el carro de guerra de CuChulainn no es más que un puñado de tablas destrozadas, y él mismo está cubierto de sangre de la cabeza a los pies, pero las tropas enemigas ya están en franca desbandada hacia la frontera.
—No tengo por costumbre asesinar mujeres —replica CuChulainn ante el pedido de gracia de Maedbh—. Te acompañaré hasta cruzar el Shannon, por el vado de Athlone, y de allí volverás a tu tierra para devolver el Donn Quailnge.
Sin embargo, todo sería en vano; el Toro Pardo de Cooley, al que Maedbh ha enviado a Connaught por un camino separado, se encuentra con el Toro Blanco de Aylill en los Llanos de Aei, y las dos bestias se traban en una lucha mortal. El Donn Quailnge mata de una furiosa cornada a su enemigo, pero luego rompe en una estampida desenfrenada hasta caer muerto, rugiendo y vomitando negros coágulos de sangre, en el Risco del Toro, entre el Ulster e Ivaegh.

LA MUERTE DE CUCHULAINN

Una  vez  finalizada  la  guerra  por  el  Donn Quailnge, y demostrando que todo el episodio había sido una mera excusa para vengarse de CuChulainn, Maedbh decide intentar la muerte del héroe por medio de su magia, respaldada por la de otros dos hechiceros, hijos de Caliatin, el mago-guerrero que había sido muerto por CuChulainn durante el Tain bo Quailnge.
Para satisfacer su venganza, los conspiradores esperan a que los hombres del Ulster hayan caído de nuevo bajo la maldición de Macha, y tienden una emboscada mágica a CuChulainn, haciéndole creer que miles de hombres armados marchan contra Murthemney.
Por todas partes cree ver CuChulainn el humo de los incendios, y durante muchos días lucha a brazo partido contra los fantasmas de guerreros que no existen, hasta caer rendido por el cansancio.
Los hombres del Ulster convencen a su héroe de que se retire a un valle solitario, donde será cuidado por cincuenta de las más bellas princesas del Ulster, entre ellas la esposa de su fiel amigo Connall de las Mil Victorias, pero los hechizos de los hijos de Caliatin crecen en virulencia con el agotamiento del héroe, y su descanso se ve interrumpido por los lamentos de los heridos, el sonido de los carros de combate, las trompas y los cuernos de guerra.
Al no poder soportar lo que creía una carnicería, CuChulainn interrumpe su descanso y regresa a la batalla, pero en el camino se ve sometido a dosgeasa1 contradictorios impuestos por los hijos de Caliatin: el primero de ellos le impide negarse a comer carne si le es ofrecida, mientras que el segundo provoca que, si incumple el primero, pierda, al entrar en batalla, los poderes mágicos que le permiten aumentar de tamaño y adquirirla fuerza de cien hombres.
Y es así que, en el camino hacia Murthemney, CuChulainn encuentra a un grupo de aldeanas (que no son otras que los hijos de Caliatin disfrazados de ancianas), que lo invitan a compartir su comida que, por supuesto, se compone principalmente de carne, que lo privaría de sus poderes al entrar en batalla.
Durante semanas enteras —cuenta la leyenda— combatió CuChulainn contra sus enemigos espectrales, en una batalla que quedaría en la memoria de Erín como "La masacre de Murthemney". Legiones enteras de espectrales contendientes cayeron bajo sus armas, hasta que, debilitado por el hechizo, una ghalad bolg2 disparada por él mismo, después de destrozar una cohorte entera de sus enemigos, fue desviada por artes mágicas y se volvió contra él, clavándose en su pecho y derramando sus entrañas por el piso de su carro de guerra.
—Voy a acercarme hasta la orilla de aquel lago a beber —dijo CuChulainn a sus enemigos, sabiendo que el fin estaba cerca. Ante su promesa de regresar, los soldados no se atrevieron a negarse y CuChulainn, recogiendo sus entrañas contra su pecho, se dirigió a la orilla del lago, bebió y lavó la sangre de su cuerpo, después de lo cual regresó para morir. Instantáneamente fue rodeado por las huestes enemigas, pero ninguno se atrevía a acercarse, pues aún latía la vida en sus venas y el halo de los héroes brillaba sobre su frente.
Pero entonces Morrigú, la Diosa de la Muerte,3 tomando la forma de un cuervo, llegó a posarse en el hombro de CuChulainn, señal indudable de su próxima muerte. Aquello animó a Lugaid, hijo de Curoid, a quien el héroe había matado en duelo, quien se acercó al cuerpo malherido de CuChulainn y separó la cabeza del cuerpo, haciendo que la espada del héroe cayera y le seccionara una mano a la altura del codo. En un pueril gesto de venganza, indigno de un guerrero y movido más por el temor que por la ira, Lugaid cortó a su vez la mano de CuChulainn y la llevó, junto a su cabeza, hacia Tara, donde las enterró. Más tarde, sin embargo, comprendiendo su error, mandó erigir sobre ellas un monte, sobre el cual edificó, con sus propias manos, un túmulo que durante muchos años fue venerado como el reconocimiento de un guerrero a un héroe inmortal.


Pero Connall, el de las Mil Victorias, que, al cesar el sortilegio de Macha, había salido en ayuda de CuChulainn, descubrió el cuerpo decapitado del héroe junto al lago, donde lo habían atado Para que no cayera, y cabalgó hacia el sur, en busca de Lugaid, a quien encontró junto al río Liffey. Luego de matarlo, tomó su cabeza y regresó a Emain Macha, pero su entrada en la ciudad no fue festejada con trompetas y festines, corno lo hubiera sido bajo circunstancias usuales, porque CuChulainn, el Mastín del Ulster, ya no se encontraba más entre los vivos.

A modo de conclusión


Ahora bien, más allá de la aparente coherencia que parece presentar la línea estructural de los distintos relatos de la saga de CuChulainn y sus camaradas, Connall Cernatch y Loegaire Buladach, un análisis pormenorizado permite comprender que, a lo largo de toda la epopeya del Tain bo Quailnge, todos sus participantes están combatiendo, más que entre sí, contra fuerzas preternaturales que se han sumado a la lucha, favoreciendo a uno u otro bando.
Así, por ejemplo, a favor de CuChulainn interviene su padre biológico, Lugh, El del Largo Brazo, quien cada noche, mediante un brebaje y la aplicación de hierbas mágicas, repone sus fuerzas y cura sus heridas. El héroe, a pesar de su agotamiento, reconoce en él a un aedh sidhi,4 aunque no a su padre, y lo considera un dios amistoso que conoce sus padecimientos y se ha apiadado de él.
—Eres un bravo, ¡oh, CuChulainn! —expresó Lugh en una de estas ocasiones, según una de las leyendas del Libro amarillo de Lecan.
—Lo único que he hecho es cumplir de la mejor forma posible con mi patria y con mi rey —respondió el héroe—. Pero ¿quién eres tú, que así te arriesgas a socorrerme en este trance? —preguntó a su vez CuChulainn.
—Soy Lugh, hijo de Ethné, tu padre de los sidhi —respondió el dios, tras de lo cual vendó y curó las heridas del guerrero y lo sumió en un sueño mágico que duró tres días con sus respectivas noches, obligando a los espectros invocados por Maedbh a que respetaran su descanso.
Por su parte, Morrigan, la diosa de la guerra, quien lo ayudara en sus comienzos, lo apoyara con sus hechizos e incluso le ofreciera su amor, luego, al verse rechazada, vuelve hacia él su despecho y su odio impotentes y devoradores. Todos estos personajes, cerniéndose sobre los protagonistas, conforman una trama mítica que va mucho más allá de un relato bélico, histórico o mitológico.

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