Como ya hemos dicho, CuChulainn fue, probablemente, un guerrero real,
pues en general los mitos se basan en personajes auténticos, que luego se
revisten de las virtudes y acciones que les adjudica la imaginería popular. La
malvada reina Maedbh (fonéticamente Meev), de Connaught, y Lug McEthlinn, por
ejemplo, eran tradicionalmente dioses del panteón celta2
"humanizados" por los copistas cristianos, si bien, en algunas
ocasiones, tuvieron la deferencia de dotarlos de grandes poderes mágicos.
El mito del Tain bo Quailnge sobrevivió al paso del tiempo en
tres antiguos manuscritos irlandeses: el Libro de Dun Cow, el Libro
amarillo de Lecan y el Libro de Leinster, los cuales, en conjunto,
compendian veintitrés relatos, la mayoría de ellos referidos a las hazañas de
los campeones en combate. El primero de los tres manuscritos es, sin duda, el más
antiguo, ya que la versión más completa y difundida es la del monje Maelmuiri,
escrita en el año 1106, pero se asume que sólo se trata de una copia ilustrada
de una traducción anterior al siglo VIII.3
Otra de las características curiosas de la versión de Maelmuiri es el
lenguaje directo y a veces hasta escabroso —respetado en la transcripción—, que
hizo dudar a no pocos historiadores que hubiera sido escrito por un monje.
Quizás por esta razón, Lady Augusta Gregory, una excelente traductora, autora
de la primera traducción conocida del Tain bo Quailnge al inglés, pero
también una típica dama victoriana, omitió algunos pasajes, como, por ejemplo,
el que relata que la reina Maedbh, para satisfacer sus deseos carnales,
necesitaba grupos de no menos de nueve hombres fornidos, costumbre que le valió
el apodo de "Maedbh, la Reina de los Muslos Amistosos". Este tipo de
escenas hizo que el respetado crítico irlandés D. O'hOgain, en su estudio Myth,
Legend and Romance, comentara que "el personaje de la reina Maedbh4
es tan maligno y lascivo, que cuesta creer que no haya sido exagerado durante
su transcripción, incluso hasta la deformación, por un célibe y probablemente
reprimido monje cristiano, ansioso de demostrar la naturaleza demoníaca de las
mujeres".
También el lenguaje del Tain bo Quailnge resulta espeluznante,
especialmente en las descripciones de las batallas y las matanzas de
sobrevivientes de éstas, mencionando constantemente episodios de cráneos
aplastados, ojos y oídos manando sangre, cabezas y troncos partidos al medio,
brazos arrancados y guerreros heridos tropezando con sus propios intestinos que
salen de sus estómagos perforados por las espadas y las lanzas.
Respecto de su ubicación en el espacio y el tiempo, el Tain bo
Quailnge se sitúa en la mitad norte de la antigua Erín, abarcando
básicamente los condados de Connaught y Ulster, e involucrando en la acción las
regiones intermedias de Roscommon, Meath y Fermanagh; acerca de la época en que
transcurren los acontecimientos, en cambio, no resulta fácil aventurar una
opinión, ya que, al igual que la mayoría de las leyendas orales, no ofrece
demasiadas precisiones al respecto. Lo único que los especialistas en el tema
han podido establecer con relativa certeza es que los sucesos referidos han
debido desarrollarse después de finalizada la competencia por el premio del
banquete de Briccriu y antes de la muerte de CuChulainn, datos que, si bien no
permiten ubicar cronológicamente las acciones, sí permiten relativizarlas
respecto del cronograma histórico irlandés.
Nace una leyenda
La trama del Tain bo Quailnge se inicia a partir de una
discusión entre la reina Maedbh y su esposo, el rey Aylill de Connaught, en su
lecho conyugal, durante la cual ella exigió a su consorte que hicieran una
exhaustiva comparación de las posesiones de ambos, con miras a saber quién de
los dos había aportado mayores riquezas al matrimonio. Esta simple conversación
derivó rápidamente en un verdadero arqueo que duró toda la noche y parte del
día siguiente, y en el que debieron intervenir los escribas y contables de cada
uno de ellos, convocados con carácter de urgencia, aportando listas en que se
enumeraban las joyas, espadas, tierras, cabezas de ganado, ovejas, cerdos y
sementales de cada uno de los cónyuges.
Al término del recuento, y para disgusto de la reina, se comprobó que
por cada posesión de valor que cada uno de ellos tenía, el otro tenía otra
igual o equivalente, lo que parecía arrojar un empate absoluto, hasta que
Aylill jugó su carta de triunfo: su toro Finnbennach (cuernos blancos), que era
el orgullo del reino, ya que copulaba diariamente con cincuenta vaquillonas
seleccionadas, a las que mantenía constantemente preñadas. La reina, que
carecía de una posesión equiparable, se sintió aún más enojada por el hecho de
que Finnbennach le había pertenecido originariamente a ella, pero se lo había
cedido a Aylill por impotente, pero resultó que, al cambiar de dueño, el toro
pareció renacer y se convirtió en el mejor semental de la manada. Y lo peor
para ella era que entre el pueblo se corría el rumor de que el toro había
recobrado su virilidad por haber dejado de pertenecer a una mujer.
Furiosa por los resultados del arqueo, en la mente de la reina sólo
había lugar para un pensamiento único y obsesivo: conseguir un toro que pudiera
medirse de igual a igual con el de su esposo. Arteramente, comenzó a mover los
hilos de la intriga y pronto logró averiguar, por intermedio de su senescal, de
nombre McRoth, que solamente existía, en todo el territorio de Erín, un toro
que pudiera compararse con Finnbennach: su nombre era Donn Quailnge5
y pertenecía a Dará McFiachna, quien vivía en el Ulster, en la región de
Quailnge, de la cual tomaba su nombre, bajo el reinado del rey Connar McNessa.
Al conocer la noticia, Maedbh decidió que aquel animal debía ser suyo
a toda costa, y envió a McRoth al dun de Dará McFiachna, con la consigna
de pedirle prestado el Donn Quailnge por un período de un año, para
poder así mejorar por cruza su rebaño y de esa forma igualar o superar las
posesiones de Aylill. A cambio de este préstamo, Maedbh ofrecía a Dará
cincuenta terneras producto de la cruza de Donn Quailnge con sus propias
vacas selectas, un carro de guerra, veintiuna esclavas y sus propios
"muslos amistosos". Sin embargo, en su fuero interno, la reina sabía que
los habitantes del Ulster, celosos como eran de sus pertenencias, no
permitirían que el toro abandonara el reino, por lo que, secretamente, ordenó a
McRoth que, si no lograba obtener el toro en préstamo, debía conseguirlo por
cualquier medio aunque fuera robándolo.
Sin embargo, en contra de sus previsiones, McRoth logró convencer a
Dará McFiachna de que le entregara el toro en préstamo, pero, desgraciadamente,
su conversación con Maedbh no había sido tan secreta como ambos pensaron, y la
noche anterior a que el senescal iniciara su viaje de regreso con el toro, uno
de sus sirvientes, borracho, se jactó ante uno de los soldados de Dará
McFiachna del plan alternativo de robar el semental en caso de que las
negociaciones no llegaran a buen puerto. Enterado el dueño de casa de la
traición que se había planeado contra él, se enfureció y envió a McRoth de
vuelta, sin el toro y con un violento mensaje de repulsa y de desafío, avalado
por la firma de todos los señores del Ulster.
Al ver regresar a su sirviente sin el ansiado semental, la furia de la
reina alcanzó niveles apocalípticos y, de inmediato, comenzó a convencer a su
esposo Aylill para que enviara mensajeros a todos los rincones de Connaught, en
busca de aliados para formar un ejército con que invadir el Ulster.
El primero en responder a la convocatoria fue Fergus McRoigh, movido
por el deseo de venganza contra Connor McNessa, que aportó 4.000 hombres y 600
carros de combate; lo siguieron, casi al unísono, los siete hijos de Aylill y
Maedbh, cada uno con su ejército privado, que en total sumaban más de 15.000
soldados experimentados; Anluan y Keth, los hijos de Maga, con 3.000 hombres
armados hasta los dientes; el rubio Ferdia con su compañía de fir-bolg, y
otros muchos señores de los vecinos condados de Meath y Fermanagh que, por ser
limítrofes con Ulster, pensaban anexarse parte de las tierras expropiadas a
cambio de su participación en la guerra.
Además de estas fuerzas aliadas, Maedbh y Aylill contaban con el
ejército regular de Connaught, integrado por más de 6.000 efectivos, e incluso
3.000 exiliados del Ulster que, por una u otra razón, respondían a las órdenes
de Cormac, hijo de Connor McNessa, que se encontraba ansioso de derrotar a su
padre para instalarse él mismo en el trono del Ulster. Finalmente, al inicio de
las acciones bélicas, prácticamente no había un solo condado en Erín que no
hubiera aportado armas y soldados para la lucha contra Connor McNessa y su
principal campeón, el invencible CuChulainn.
El proceso estaba en marcha y la suerte echada, pero antes de que se
iniciaran las acciones, la reina Maedbh tuvo la premonición de que su capricho
traería consecuencias aciagas para todos los que se plegaran a él. A esto se
sumó la innata prudencia de su esposo, que le aconsejó cautela, e incluso la
profecía del druida Fendellm, quien le aseguró que había tenido una funesta
visión del ejército de Connaught bañado en su propia sangre; pero la
omnipotencia de Maedbh no conocía límites y ésta siguió adelante con sus
planes, sin importarle las consecuencias de ellos.
Y para afirmarla más aún en sus megalomaníacas pretensiones, sus
espías destacados en el territorio del Ulster reportaron que todos los hombres
del reino se encontraban afectados por la maldición de Macha,6 que
los haría padecer los dolores del parto durante varios días y los mantendría en
convalecencia por varias semanas a partir de entonces. En todo el Ulster, tan
sólo un guerrero, CuChulainn —en realidad un joven, pues sólo contaba
diecisiete años—, se encontraba libre de la maldición, precisamente a causa de
su corta edad. Al enterarse de esto, Maedbh se reafirmó aún más en sus
propósitos e ignoró las prevenciones de su esposo, del druida Fendellm e
incluso del mismo McRoigh, que había experimentado premoniciones parecidas.
Las acciones bélicas se iniciaron con el ejército de Connaught, al
mando de Fergus McRoigh, desplazándose hacia el este para reunirse con las
tropas de Meath y Fermanagh, pero la reina Maedbh no tardó mucho en demostrar
su natural maligno y desequilibrado: una tarde, observando que la tropa de
Leinster que se sumara a su ejército se aprestaba para la batalla con mayor
rapidez y eficiencia que sus propias huestes, barajó la posibilidad de
prescindir de su apoyo y enviarlos de regreso a sus casas, pero luego, en un
dictamen absolutamente incomprensible y arbitrario decidió, sencillamente,
matarlos.
Su esposo, azorado ante una determinación tan descabellada, trató de
contemporizar, señalando el impacto negativo que una medida de ese calibre
podía provocar en el resto de las tropas, y sugirió que el ejército de Leinster
fuera desmembrado y que sus falanges fueran redistribuidas entre el resto de la
fuerza, a lo que Maedbh accedió de mala gana.
Poco después los hombres de Connaugt tuvieron su primer encuentro con
CuChulainn, durante el cual, si bien no se produjo una verdadera contienda, se
puso claramente de manifiesto el obstáculo que aquel joven guerrero de
diecisiete años iba a resultar para los planes de los aliados.
Esto sucedió cuando el grueso de las tropas aliadas se encontraban en
camino hacia la frontera, siempre guiados por Fergus McRoigh, quien los había
prevenido hasta el cansancio sobre mantenerse atentos, para evitar que
CuChulainn, que se encontraba a la sazón patrullando la frontera entre Ulster y
Meath con su padre adoptivo Sualtham, cayera sobre ellos por sorpresa.
Pero toda precaución resultó inútil y el joven guerrero, intuyendo la
aproximación de una gran fuerza, envió a su padre hacia el norte —más para
protegerlo que por una necesidad real de refuerzos—, en dirección a Emain
Macha, a prevenir al grueso de los hombres del Ulster. CuChulainn, por su
parte, se adentró en la foresta y allí, parado sobre un solo pie y utilizando
solamente una mano y un ojo, talló y retorció un joven roble hasta darle la
forma de una herradura. A continuación talló en ella una serie de caracteres ogham,
reseñando la forma en que la herradura había sido confeccionada y
previniendo a las huestes de Maedbh, bajo la advertencia de un geis, de
"no seguir avanzando, a menos que hubiera entre ellos un hombre capaz de
construir una herradura similar, utilizando, como él lo había hecho, únicamente
un pie, un ojo y una mano". Aclaró: "Eximo del peso de este geis a
mi amigo Fergus McRoigh".
Así, cuando las huestes de Maedbh llegaron hasta el lugar, encontraron
elgeis y lo llevaron a Fergus para que lo descifrara, y como no había
entre ellos nadie capaz de emular la hazaña de CuChulainn, se adentraron
en el bosque para acampar durante la noche.
Una vez que los soldados se detuvieron, CuChulainn los rodeó para
observar sus rastros, y así comprobó que su número alcanzaba los dieciocho trincha
cét (trincha = 3 y cét = 1.000: número de soldados que componen una
legión), es decir, un total de 54.000 hombres.
Antes de que terminara la noche, volvió a la cabeza del ejército y se
enfrentó con una avanzada compuesta por dos carros de guerra con dos hombres
cada uno, a los que mató. Luego cortó de un solo tajo de su espada una horqueta
de cuatro ramas de una encina, y la clavó en el vado de un río cerca de Athgowla,
por donde las tropas debían cruzar, empalando en cada una de las ramas una
cabeza ensangrentada.
Cuando las tropas arribaron al lugar, se asombraron y aterraron ante
el espectáculo de las cuatro cabezas, y Fergus declaró que se hallaban bajo un
nuevo geis y que no debían pasar el vado mientras no hubiera entre ellos
uno que pudiera desclavar la horqueta del suelo de la misma forma en que había
sido clavada, es decir, con las puntas de los dedos de una sola mano.
En realidad, la estrategia de CuChulainn radicaba en ganar el mayor
tiempo posible hasta que los hombres del Ulster se recuperaran del hechizo
arrojado por Macha, y para ello adoptó tácticas que hoy llamaríamos "de
guerrillas", matando gran cantidad de soldados con su honda y disparando
incluso contra la ardilla mascota que la reina Maedbh llevaba en su cuello y el
ave que sostenía Ayllil en su puño. La caballerosidad impedía a CuChulainn
matar a Maedbh, pero no lo inhibía de arrojarle piedras con su honda, con tanta
precisión que durante largo tiempo la reina no pudo aparecer por el campo de
batalla, si no era protegida por una verdadera muralla humana, formada por sus
servidores más confiables.
Para ese entonces, y a pesar del relativamente escaso tiempo que
llevaban en combate, los hombres se encontraban aterrorizados, y muchos de los
soldados se preguntaban quién era aquel increíble joven que mantenía en jaque a
lo más granado de los ejércitos de Erín.
Pero a pesar de su temor por CuChulainn, mayor aún era su terror por
la ira de Maedbh. Mientras tanto, los ejércitos de la malvada reina continuaron
su camino hacia Emain Macha, devastando las comarcas de Bregia y Murthemney; no
obstante, no pudieron continuar hacia el Ulster, ya que CuChulainn los
hostigaba continuamente, matándolos de a dos y de a tres y, a medida que su
furia crecía, se volcaba con fuerza sobrenatural contra compañías enteras de
las tropas de Connaught, exterminándolas sin compasión, a tal punto que, en una
ocasión, cien guerreros de Maedbh murieron de terror al ver a CuChulainn en
pleno frenesí de su "fiebre de combate".
Ahora bien, viendo que sus tropas eran diezmadas sin que pudiera
continuar su camino hacia Quailnge, Maedbh propuso a CuChulainn, por
intermediación de Fergus McRoigh, un acuerdo según el cual el héroe debería
luchar cada día con un campeón diferente; el pacto permitía que el ejército
avanzara mientras durara el combate, pero .debía acampar tan pronto como éste
terminara. La estratagema de la reina dio resultado, y en el transcurso de uno
de los duelos de CuChulainn con un famoso campeón de Fermanagh, de nombre
Natchrantal, Maedbh, con un tercio de su ejército, llevó a cabo un ataque
relámpago contra la fortaleza de Slievegallion, en el condado de Armagh,
apoderándose del Donn Quailnge, que había sido llevado allí con su
manada, en un infructuoso intento por protegerlo.
Ferdia
McDamann
A pesar de que la guerra debería haber cesado en el momento mismo en
que los invasores sacaron el toro fuera de los límites del Ulster, la reina
Maedbh, demostrando que todo aquel despliegue bélico había sido solamente un
capricho y un deseo de venganza hacia CuChulainn, continuó enviando campeones
en su contra, hasta que llegó el turno de Ferdia McDamann, antiguo amigo y
condiscípulo del héroe ulate que, después de él y de Fergus (quien, hasta el
momento, se había negado terminantemente a luchar contra CuChulainn, a pesar de
las repetidas instancias de la reina, que le había ofrecido hasta su propio
cuerpo por hacerlo), era el guerrero más poderoso de Erín.
De modo que los ególatras caprichos de una mujer perturbada y
desquiciada por el abuso del poder, tuvieron la fuerza suficiente como para
hacer que Ferdia y CuChulainn, quienes habían sido amigos entrañables hasta
pocos días atrás, se vieran ante el trágico destino de tener que enfrentarse en
una lucha a muerte, de la cual uno de ellos no saldría con vida. El Libro de
Leinster, traducido por George Roth, narra así el enfrentamiento:
Muy temprano en la mañana, Ferdia condujo su carro hacia el vado y
descansó allí hasta que oyó el trueno provocado por el carro de guerra de
CuChulainn aproximándose, y se levantó para enfrentarse con él a través del
río. Una vez que se hubieron saludado afectuosamente, debatieron con qué armas
debían comenzar el combate, y Ferdia recordó a CuChulainn una de las artes que
habían aprendido de Scathagh: el lanzamiento de jabalinas livianas, y acordaron
comenzar con ellas.
Durante todo el día zumbaron las jabalinas a través del río, pero al
llegar el mediodía ninguna de ellas había logrado penetrar las defensas de los
campeones, por lo que decidieron cambiar por lanzas más pesadas, lo que hizo
que brotara la primera sangre. Finalmente, el día llegó a su fin.
—Terminemos por hoy —sugirió Ferdia, a lo que CuChulainn estuvo de
acuerdo y ambos se abrazaron y besaron tres veces, antes de retirarse a
descansar.
Al día siguiente, fue el turno de CuChulainn de elegir armas y optó
por las pesadas lanzas de hoja ancha para combate a corta distancia, y con
ellas lucharon desde los carros, hasta que el sol se puso; el cuerpo de ambos
héroes estaba surcado por las heridas, pero ambos se saludaron tan
afectuosamente como el día anterior y durmieron pacíficamente hasta la mañana.
Y así continuaron el combate, día tras día, sin sacarse ninguna
ventaja, hasta que, al comenzar el sexto día, Ferdia comprendió que el duelo
debía terminar y se armó cuidadosamente para la ocasión.
—Ferdia —preguntó CuChulainn cuando se encontraron—, ¿cuáles serán
nuestras armas para este día?
—Hoy la elección te corresponde —contestó su amigo.
—Entonces que sean todas o cualquiera —dijo CuChulainn, a lo que
Ferdia asintió, aunque sabía que eso significaba el fin de uno de los dos.
Hasta el mediodía lucharon sin alternativas importantes, pero
finalmente el frenesí del combate embargó a CuChulainn, y su cuerpo comenzó a
crecer como el de un gigante, hasta que sobrepasó a Ferdia por diez palmos; sin
embargo, su misma locura lo distrajo por un instante, y su amigo logró hacerle
sentir el filo de su espada, que se clavó profundamente en su carne. Ferdia
continuó acosando fieramente a CuChulainn, que gritó a su cochero que le
arrojara su ¿halad bolg.7
Al oír esto, Ferdia bajó instintivamente su escudo para proteger sus
piernas, pero CuChulainn, desde su estatura de gigante, logró pasar su lanza
por sobre el borde del escudo, clavándola en su pecho. Al recibir la herida,
Ferdia volvió a levantar su defensa, pero fue entonces cuando
CuChulainn tomó con sus pies la temible ghalad bolg y la arrojó contra
Ferdia, cuyo cuerpo atravesó, soltando su mortífera carga.
—Es suficiente —clamó Ferdia al recibir el golpe. —Esta herida me
causará la muerte. Es un hecho doloroso que haya caído por tus manos, amigo
mío.
CuChulainn, a quien el frenesí guerrero ya había abandonado, lo tomó
en sus brazos antes que cayera y lo llevó hacia el norte, a través del vado, de
forma que su cuerpo descansara en las tierras del Ulster, y no del lado de los
hombres de Erín. Y entonces llegaron de Emania algunos amigos de CuChulainn y
lo trasladaron a Murthemney, donde sus compañeros de los tuatha de Danann esparcieron
hierbas mágicas sobre sus heridas, aunque él permaneció muchos días en un
estado de estupor y tristeza infinitos.
El fin de la
guerra
La guerra del Tain bo Quailnge finalizó con la batalla de la
Llanura de Garach, en el condado de Meath, entre las tropas irlandesas, al
mando de Fergus McRoig y los hombres del Ulster, bajo las órdenes del propio
rey Connor McNessa, ya que CuChulainn aún no se había recuperado de su letargo
por la absurda muerte de su incondicional amigo Ferdia.
Fergus atacó a Connor, pero el hijo del rey, Cormac, rogó por la vida
de su padre, ante lo cual McRoig se volvió a Connall Cernatch, "el de las
Mil Victorias", compañero suyo de cien batallas y uno de los mayores
héroes del Ulster.
—Te debes sentir muy valiente —lo acusa Connall— traicionando a tus
compatriotas por un puñado de tierras.
Ante la dura acusación, Fergus deja de atacar a los hombres del Ulster
y, en su desesperación al comprender la magnitud de su error, comienza a azotar
con su espada los tres montes Maéla, que desde ese día tienen la cima
plana, y así pueden verse todavía.
CuChulainn, oyendo los golpes de Fergus, vuelve en sí de su estupor y,
tomando sus armas, se lanza a la batalla; Fergus, quien no desea combatir
contra su amigo, abandona la lucha, y con él se van los hombres de Leinster y
Munster, dejando a Maedbh y sus siete hijos sin más tropas que las de
Connaught. Al caer la noche, el carro de guerra de CuChulainn no es más que un
puñado de tablas destrozadas, y él mismo está cubierto de sangre de la cabeza a
los pies, pero las tropas enemigas ya están en franca desbandada hacia la
frontera.
—No tengo por costumbre asesinar mujeres —replica CuChulainn ante el
pedido de gracia de Maedbh—. Te acompañaré hasta cruzar el Shannon, por el vado
de Athlone, y de allí volverás a tu tierra para devolver el Donn Quailnge.
Sin embargo, todo sería en vano; el Toro Pardo de Cooley, al que
Maedbh ha enviado a Connaught por un camino separado, se encuentra con el Toro
Blanco de Aylill en los Llanos de Aei, y las dos bestias se traban en una lucha
mortal. El Donn Quailnge mata de una furiosa cornada a su enemigo, pero
luego rompe en una estampida desenfrenada hasta caer muerto, rugiendo y
vomitando negros coágulos de sangre, en el Risco del Toro, entre el Ulster e
Ivaegh.
LA MUERTE DE CUCHULAINN
Una vez
finalizada la guerra
por el Donn Quailnge, y demostrando que todo
el episodio había sido una mera excusa para vengarse de CuChulainn, Maedbh
decide intentar la muerte del héroe por medio de su magia, respaldada por la de
otros dos hechiceros, hijos de Caliatin, el mago-guerrero que había sido muerto
por CuChulainn durante el Tain bo Quailnge.
Para satisfacer su venganza, los conspiradores esperan a que los
hombres del Ulster hayan caído de nuevo bajo la maldición de Macha, y tienden
una emboscada mágica a CuChulainn, haciéndole creer que miles de hombres
armados marchan contra Murthemney.
Por todas partes cree ver CuChulainn el humo de los incendios, y
durante muchos días lucha a brazo partido contra los fantasmas de guerreros que
no existen, hasta caer rendido por el cansancio.
Los hombres del Ulster convencen a su héroe de que se retire a un
valle solitario, donde será cuidado por cincuenta de las más bellas princesas
del Ulster, entre ellas la esposa de su fiel amigo Connall de las Mil
Victorias, pero los hechizos de los hijos de Caliatin crecen en virulencia con
el agotamiento del héroe, y su descanso se ve interrumpido por los lamentos de
los heridos, el sonido de los carros de combate, las trompas y los cuernos de
guerra.
Al no poder soportar lo que creía una carnicería, CuChulainn
interrumpe su descanso y regresa a la batalla, pero en el camino se ve sometido
a dosgeasa1 contradictorios impuestos por los hijos de
Caliatin: el primero de ellos le impide negarse a comer carne si le es
ofrecida, mientras que el segundo provoca que, si incumple el primero, pierda,
al entrar en batalla, los poderes mágicos que le permiten aumentar de tamaño y
adquirirla fuerza de cien hombres.
Y es así que, en el camino hacia Murthemney, CuChulainn encuentra a un
grupo de aldeanas (que no son otras que los hijos de Caliatin disfrazados de
ancianas), que lo invitan a compartir su comida que, por supuesto, se compone
principalmente de carne, que lo privaría de sus poderes al entrar en batalla.
Durante semanas enteras —cuenta la leyenda— combatió CuChulainn contra
sus enemigos espectrales, en una batalla que quedaría en la memoria de Erín
como "La masacre de Murthemney". Legiones enteras de espectrales
contendientes cayeron bajo sus armas, hasta que, debilitado por el hechizo, una
ghalad bolg2 disparada por él mismo, después de destrozar una
cohorte entera de sus enemigos, fue desviada por artes mágicas y se volvió
contra él, clavándose en su pecho y derramando sus entrañas por el piso de su
carro de guerra.
—Voy a acercarme hasta la orilla de aquel lago a beber —dijo
CuChulainn a sus enemigos, sabiendo que el fin estaba cerca. Ante su promesa de
regresar, los soldados no se atrevieron a negarse y CuChulainn, recogiendo sus
entrañas contra su pecho, se dirigió a la orilla del lago, bebió y lavó la
sangre de su cuerpo, después de lo cual regresó para morir. Instantáneamente
fue rodeado por las huestes enemigas, pero ninguno se atrevía a acercarse, pues
aún latía la vida en sus venas y el halo de los héroes brillaba sobre su
frente.
Pero entonces Morrigú, la Diosa de la Muerte,3 tomando la
forma de un cuervo, llegó a posarse en el hombro de CuChulainn, señal indudable
de su próxima muerte. Aquello animó a Lugaid, hijo de Curoid, a quien el héroe
había matado en duelo, quien se acercó al cuerpo malherido de CuChulainn y
separó la cabeza del cuerpo, haciendo que la espada del héroe cayera y le
seccionara una mano a la altura del codo. En un pueril gesto de venganza,
indigno de un guerrero y movido más por el temor que por la ira, Lugaid cortó a
su vez la mano de CuChulainn y la llevó, junto a su cabeza, hacia Tara, donde
las enterró. Más tarde, sin embargo, comprendiendo su error, mandó erigir sobre
ellas un monte, sobre el cual edificó, con sus propias manos, un túmulo que
durante muchos años fue venerado como el reconocimiento de un guerrero a un
héroe inmortal.
Pero Connall, el de las Mil Victorias, que, al cesar el sortilegio de
Macha, había salido en ayuda de CuChulainn, descubrió el cuerpo decapitado del
héroe junto al lago, donde lo habían atado Para que no cayera, y cabalgó hacia
el sur, en busca de Lugaid, a quien encontró junto al río Liffey. Luego de
matarlo, tomó su cabeza y regresó a Emain Macha, pero su entrada
en la ciudad no fue festejada con trompetas y festines, corno lo hubiera sido
bajo circunstancias usuales, porque CuChulainn, el Mastín del Ulster, ya no se
encontraba más entre los vivos.
A modo de
conclusión
Ahora bien, más allá de la aparente coherencia que parece presentar la
línea estructural de los distintos relatos de la saga de CuChulainn y sus
camaradas, Connall Cernatch y Loegaire Buladach, un análisis pormenorizado
permite comprender que, a lo largo de toda la epopeya del Tain bo Quailnge, todos
sus participantes están combatiendo, más que entre sí, contra fuerzas
preternaturales que se han sumado a la lucha, favoreciendo a uno u otro bando.
Así, por ejemplo, a favor de CuChulainn interviene su padre biológico,
Lugh, El del Largo Brazo, quien cada noche, mediante un brebaje y la aplicación
de hierbas mágicas, repone sus fuerzas y cura sus heridas. El héroe, a pesar de
su agotamiento, reconoce en él a un aedh sidhi,4 aunque no a
su padre, y lo considera un dios amistoso que conoce sus padecimientos y se ha
apiadado de él.
—Eres un bravo, ¡oh, CuChulainn! —expresó Lugh en una de estas
ocasiones, según una de las leyendas del Libro amarillo de Lecan.
—Lo único que he hecho es cumplir de la mejor forma posible con mi
patria y con mi rey —respondió el héroe—. Pero ¿quién eres tú, que así te
arriesgas a socorrerme en este trance? —preguntó a su vez CuChulainn.
—Soy Lugh, hijo de Ethné, tu padre de los sidhi —respondió el
dios, tras de lo cual vendó y curó las heridas del guerrero y lo sumió en un
sueño mágico que duró tres días con sus respectivas noches, obligando a los
espectros invocados por Maedbh a que respetaran su descanso.
Por su parte, Morrigan, la diosa de la guerra, quien lo ayudara en sus
comienzos, lo apoyara con sus hechizos e incluso le ofreciera su amor, luego,
al verse rechazada, vuelve hacia él su despecho y su odio impotentes y
devoradores. Todos estos personajes, cerniéndose sobre los protagonistas,
conforman una trama mítica que va mucho más allá de un relato bélico, histórico
o mitológico.
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