Cuando
terminó el sacrificio imperial de Yudhishthira, su primo Duryodhana estuvo
muchos días siendo su invitado en el palacio que los hermanos Pandavas habían
construido para tales propósitos en Indraprastha. Junto con Duryodhana estuvo,
como amigo y compañero, un hombre que estaba destinado a ser su genio malvado y
tío suyo, llamado Sakuni. Y juntos ellos examinaron la mansión que los Pandavas
habían construido. Y en una de las habitaciones, pisando sobre un suelo de
cristal, el príncipe Duryodhana lo tomó por agua y se quitó sus prendas como
para bañarse; entonces, descubriendo su error, deambuló con constante
mortificación. Pero al día siguiente, llegando a una charca, la confundió con
cristal y cayó dentro, después de lo cual se convirtió en blanco de burlas; y
todo esto le afectó amargamente. Puertas de cristal le parecían abiertas y
puertas abiertas le parecían cerradas, y un hostigamiento se sumaba a otro en
su cerebro. Además de esto, la belleza de los muros adornados con joyas y las
salas con miles de pilares tallados le llenaron de celos, y en sus pensamientos
comparaba a Hastinapura con Indraprastha y comenzó a pensar en los Pandavas
como enemigos. Fue con este humor como terminó su estancia con su primo y
regresó a Hastinapura.
Era
bien sabido que Yudhishthira era sensible a todos los asuntos que involucraban
el honor de los caballeros. Y ahora había una cuestión que era de incumbencia
del verdadero caballero: tal como si debiera contestar a un desafío a una
batalla, debía cumplir con un desafío a los dados. Pero era sabido que el mayor
de los Pandavas era extremadamente débil en este asunto. Jugaba mal y era
víctima de la adicción por los dados. Cuando se lanzaba la apuesta perdía la
cabeza y tiraba salvajemente, y en ese momento nadie podía conseguir que su
cabeza razonara. Por esta razón era el hábito de Yudhishthira evitar apostar,
salvo que se hiciera imperativo por un desafío de caballerosidad.
Sakuni,
el tío y compañero de Duryodhana, a pesar de su gran posición y asociación, era
un jugador que llevaba su habilidad con los dados a la altura de una aguda
práctica. En esto no existía nadie que le sobrepasara, y como todos esos
hombres siempre estaba hambriento de nuevas víctimas. Sakuni por ello comenzó a
machacar sobre la bien conocida debilidad de Yudhishthira, acosando a
Duryodhana con la petición de que le invitara a Hastinapura a jugar.
El desafío
El
permiso del anciano Dhritarashtra, siempre como arcilla en manos de su hijo
mayor, no fue difícil de obtener, y el mismo Vi-dura fue enviado a Indraprastha
con el desafío a Yudhishthira de venir a tirar los dados. Mientras tanto se
construyó rápidamente una gran casa de juego, y todo fue preparado para recibir
a los huéspedes reales.
Yudhishthira
se puso muy serio cuando recibió en Indraprashtha el recado que había sido
enviado con Vidura. «El juego es siempre productivo en disputas», dijo. «Dime
¿quiénes serán los otros jugadores?»
Vidura
mencionó sus nombres uno por uno, y ante cada uno Yudhishthira y sus hermanos
se volvían más pensativos. Eran todos hombres conocidos por su habilidad o por
su inmoral y codicioso modo de jugar. Finalmente, sin embargo, dándose cuenta
de que la invitación era también una orden del rey, Yudhishthira dio las
órdenes para que todo se preparara para el viaje. «Pienso», dijo, «que es la
llamada del destino. ¿Qué es un hombre para luchar en contra del destino?» Y
con corazón apesadumbrado los héroes y Draupadi partieron para Hastinapura,
donde fueron recibidos con honores de reyes, y no bien hubieron descansado de
su fatiga fueron conducidos a la mesa de juego.
Con
manifiesta reticencia, accediendo sólo en obediencia al deseo real y por honor
a su condición, Yudhishthira se sentó para jugar con Sakuni en presencia de la
corte allí reunida. Y Dhritarashtra mismo estaba presente, junto con Bhishma,
Drona, Vidura y todos los ministros. Y se anunció abiertamente, a pesar de ser
una irregularidad, que Duryodhana pagaría las apuestas que Sakuni pudiera
perder.
Pero
en el momento en que Yudhishthira había comenzado a jugar se puso, como todos
los presentes sabían que sucedería, como un hombre embriagado. Ante cada tirada
era declarado perdedor, y a pesar de ello, cada vez, con cara pálida y
frenéticas manos, gritaba una mayor y más suculenta apuesta. Y las serias
personas presentes permanecían sentadas con las cabezas inclinadas y las caras
escondidas en sus manos. Y los hermanos Pandavas se mantuvieron inmóviles,
conteniendo la respiración, sintiéndose como si estuvieran presenciando el
remate de su hermano, quien era además su soberano, aunque sus corazones
estaban ardiendo de furia y anhelaban coger a su adversario de la garganta y
privarlo de la vida. Sólo el insolente Duryodhana se reía fuertemente, y se
volvía más resplandeciente por el triunfo cuando la locura de Yudhishthira se
hacía más y más aparente a la totalidad de esa augusta asamblea. Pero el débil
Dhritarashtra estaba lleno de temor, dado que podía percibir los pensamientos
de todos los presentes y sabía suficientemente bien, en su timidez, que se
estaba por producir alli una tormenta que no llegaría a su fm hasta que la casa
entera fuera arrancada. Y Vidura, sentado junto a él, le recordó cómo habían
rebuznado los asnos cuando había nacido Duryodhana. Y el monarca se estremeció;
sin embargo, no tuvo fuerzas para parar el juego.
La pérdida de Draupadi
Mientras
tanto la locura de Yudhishthira progresaba. En cada tiro perdía y Sakuni
ganaba. Se fueron joyas, los tesoros del reino, carros, sirvientes,
caballerizas y banderas, todo tipo de posesiones siguieron. Entonces el juego
entró en una fase más peligrosa. El rey apostó su reino y perdió. Yudhishthira
estaba ahora enajenado, lejos de cualquier posibilidad de razonamiento, y uno
por uno, con la pasión del jugador, apostó a sus hermanos, a sí mismo y a
Draupadi. ¡Y perdió!
«¡Ajá!»,
gritó el malvado Duryodhana, dando un salto con deleite inconcebible. «¡Ve,
Vidura, y tráenos a la virtuosa Draupadi, que la reina de los Pandavas va a
barrer nuestro suelo!» Pero Vidura maldijo a Duryodhana por entender que
insultaba a una mujer y que traería un destino funesto a todos ellos, por lo
que fue enviado un cortesano a traer a Draupadi. Cuando la esposa de
Yudhishthira estuvo frente a ellos, y se dijo que ella había sido hecha esclava
de la facción de Duryodhana por su esposo, ella preguntó en qué condición
estaba Yudhishthira cuando ofreció tal apuesta. Y cuando le dijeron que primero
él se había perdido a sí mismo, y luego la había apostado a ella, ella contestó
triunfalmente que repudiaba la transacción. ¿Cómo podía alguien que es él mismo
un esclavo, poseer a otro que es libre, y así disponer de ella? Y todos los
presentes sintieron la firmeza de su razonamiento, pero sin embargo Duryodhana
no admitió que sus propósitos se hubieran desbaratado.
Entonces
cuando la disputa estaba en su apogeo, y la falta de razón de Duryodhana en la
presencia de Draupadi estaba amenazando con provocar que Bhima y Arjuna lo
mataran, en ese mismo instante, un chacal gimió cerca de Dhritarashtra. Y en
respuesta al gemido del chacal vino el rebuzno de un asno desde afuera, y
ciertos pájaros también dieron ronquidos y terribles gritos. Entonces Bhishma,
Drona y Vidura se volvieron silenciosamente y se miraron unos a otros, y
Dhritarashtra se puso pálido y comenzó a temblar, dado que oyó los sonidos y
comprendió. «Pide un deseo, Draupadi», ordenó alzando una temblorosa mano para
acallar la protesta que estaba ocurriendo a su alrededor. « ¡Pide un deseo, mi
hija. Y yo te concederé cualquier cosa que pidas! »
Ante
estas palabras Draupadi alzó la mirada. « ¡Yo, que soy libre», dijo tranquila y
orgullosamente, «pido la libertad del padre de mi hijo, Yudhishthira!»
«Concedido»,
dijo Dhritarashtra. « ¡Pide otra vez! »
«Y
la libertad de todos sus hermanos», continuó Draupadi, «con sus armas, sus
carros y sus pertenencias personales!»
«¡Está
concedido!», dijo Dhritarashtra. «¡Oh princesa, pide una vez más!»
«De
ninguna manera», dijo ella firme y desdeñosamente. «Los Pandavas, armados y
libres, pueden conquistar el mundo entero. ¡No necesitan deber nada a una
concesión! »
Y
Kama, escuchando, se dijo a sí mismo: «¿Ha habido alguna vez otra mujer así?
¡Los Pandavas se estaban hundiendo en un océano de desesperación, y la princesa
de Panchala se ha hecho a sí misma un barco para llevarlos a salvo a la costa!»
Inmediatamente
entre los recién liberados príncipes se alzó una discusión acerca de si su
primer deber no era la matanza de Duryodhana por los insultos hechos a
Draupadi, y fue observado entre los presentes que en el calor de su enojo salía
humo de las orejas de Bhima. Pero Yudhishthira, que había recobrado su calma
habitual, le pacificó. Se volvió a Dhritarashtra para preguntarle cuál sería el
deseo real.
«Oh,
volved a vuestra propia ciudad y coged vuestras riquezas con vosotros y
gobernad vuestro reino», suplicó el anciano ahora totalmente asustado. «Tú
afortunadamente estás abierto a la razón. ¡Déjanos marchar a Indraprastha lo
más rápido posible! ¡Sólo te ruego que no guardes rencor hacia nosotros por lo
que ha pasado!» Y los Pandavas estaban lo suficientemente contentos como para
llevar a cabo sus instrucciones. Con todas las formalidades de cortesía,
entonces, ordenaron sus carros y su séquito y partieron hacia Indraprastha sin
demora. Duryodhana había estado ausente cuando su padre Dhritarashtra, presa
del pánico, había animado a los Pandavas a partir de Hastinapura. Ahora, sin
embargo, sus malvados consejeros se juntaron a su alrededor, diciendo: « ¡No
puede ser! ¡Todo lo que habíamos conseguido el anciano lo ha regalado! Ha
devuelto sus riquezas al enemigo.»
Duryodhana
se apresuró a llegar junto a su padre, intentando no atemorizarlo con
reproches, le explicó el sumo peligro de dejar a los Pandavas acceder nuevamente
a sus amigos, sus ejércitos y sus pertrechos, luego de haberles insultado.
Dhritarashtra escuchó y vaciló, y en ese momento Duryodhana sugirió como un
fantástico apostador que ellos deberían ser traídos de nuevo para tirar una vez
más los dados, y cualquiera fuera el bando que perdiera debería retirarse a los
bosques por doce años a vivir como ascetas y pasar el decimotercer año en una
ciudad sin ser reconocidos por nadie, y, si eran reconocidos, pasar otros doce
años en el bosque como prenda. Durante ese tiempo Dhritarashtra, le animó su
hijo, podía ponerse al mando de amplias alianzas y de un ejército de gran
reputación, que no sería fácil de conquistar por cinco príncipes ambulantes.
Así podrían reparar la locura de haberles permitido marcharse.
El
viejo rey escuchó y, fatalmente sumiso, dijo: «Entonces hacedles regresar.
Traedlos.»
«¡No,
no!», gritaron todos los ministros y aun Kama, quien estaba cerca. «¡No, no!
¡Dejadlos ahora en paz!» Pero Dhritarashtra dijo: «Los deseos de mi hijo deben
ser satisfechos. Dejad que los vuelvan a llamar!»
Entonces,
Gandhari, la anciana reina, entró en la cámara del consejo e imploró al rey su
marido que echara a Duryodhana, su hijo mayor, antes de permitirle salirse con
la suya.
Pero
Dhritarashtra tenía la obstinación que tienen las personalidades débiles. Y
dijo: «Si nuestra raza está a punto ser destruida, mal puedo permitirlo. Dejad
que los deseos de mi hijo se satisfagan. ¡Dejad que los Pandavas regresen!»
El reinicio de la
contienda
Yudhishthira
y sus hermanos habían hecho ya un largo camino cuando el mensajero real los
alcanzó con la orden de regresar. No había necesidad de someterse. Ellos sabían
bien que el juego era falso. Ellos podrían haber dado fácilmente una excusa
cortés y seguir adelante hasta su propia ciudad. Pero la mente de un hombre
sometida al vaivén de la calamidad se vuelve alocada. Yudhishthira, ante las
palabras « ¡ Volved y jugad!», tomó el aspecto de un hombre sometido a un
hechizo. Y a su debido momento, para desesperación de todos sus amigos, los
Pandavas una vez más entraron en Hastinapura y se dirigieron a jugar.
Otra
vez se arrojaron los dados. Otra vez Sakuni gritó: «¡He ganado!» Y los Pandavas
se levantaron dueños de sí mismos, pero destinados a vivir doce años en el
bosque y un decimotercer año irreconocibles en una ciudad; de allí, si eran
reconocidos, debían regresar a los salvajes bosques por otros doce años de
exilio.
Pero
al verlos avanzar, lúgubres y callados a su exilio, los hombres sabios
vislumbraron por el modo en que se marchaban un retomo terrible, un retorno que
sería desastroso para todos sus enemigos.
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