domingo, 27 de octubre de 2013

Buda (Siddhartha)

La última encamación del Elegido-Buda de esta época era como rey Vessantara, respecto a cuya perfección en conceder limosna se relata un largo Jataka. Después de reinar muchos años el Elegido-Buda falleció, yendo al cielo de Tusita, para esperar su nacimiento final entre los hombres. Debe entenderse que un Elegido-Buda acorta su permanencia en el mundo divino lo más posible entre cada encamación, aunque sus méritos, por supuesto, le dan derecho a alargar su residencia allí; realmente, él podría haber alcanzado Nirvana en el momento de su primera promesa de futura condición de buda, si no hubiese elegido el continuo renacimiento en este mundo por el bien de todas las criaturas. Pero por estos sacrificios el Bodhisattva (Elegido-Buda) tiene algunas compensaciones; en sí mismo el alcanzar el condición de buda es un gran incentivo, una proeza ligada al difícil ascenso de un hombre a la cumbre de un árbol para arrancar su fruto. Nunca un Bodhisattva nace en algún infierno o en alguna condición deformada. Pero sobre todas las cosas, el dolor del constante sacrificio es dominado por la alegría que le da la gran recompensa de alcanzar el poder de iluminar a otros.
Cuando nace en cualquier cielo el Elegido-Buda puede ejercer su peculiar poder de encarnación a su voluntad; así él yace sobre un sillón y «muere» y renace sobre la Tierra en la forma y el sitio que él determina. Antes de esta última encarnación, contrariamente a lo que era su costumbre, se demoró durante mucho tiempo en el cielo de Tusita, donde era conocido como Santusita; y cuando al final los devas percibieron que estaba por renacer, se reunieron a su alrededor felicitándolo. Desapareciendo de allí fue concebido en el útero de Mahamaya, esposa de Suddhodana, el rey shakya de Kapilavastu. Su concepción fue milagrosa, teniendo lugar en un sueño. Mahamaya fue trasladada por devas de los cuatro puntos cardinales al Himalaya, y allí bañada y ceremoniosamente purificada por sus cuatro reinas. Entonces Bodhisattva apareció ante ella, como una nube iluminada por una luna, viniendo del Norte, sujetando un loto en su mano, o, como algunos dicen, en la forma de un elefante blanco. Esta aparición circunvaló a la reina tres veces; en ese momento, Santusita, que había seguido el curso del sueño, desapareció de la presencia de los devas y entró en el útero de Mahamaya. En ese momento grandes maravillas tuvieron lugar: las diez mil esferas se excitaron al mismo tiempo, los fuegos del infierno se apagaron, instrumentos de música sonaron sin ser tocados, el fluir de los ríos cesó —como para parar y observar el Bodhisattva— y los árboles y arbustos estallaron en flores, incluso varas de madera seca tuvieron floración de loto. Al día siguiente el sueño de la reina fue interpretado por sesenta y cuatro brahmanes, quienes anunciaron que tendría un hijo que se convertiría en un emperador universal o en un buda supremo. Durante nueve meses Mahamaya fue vigilada por los devas de otros mundos. Mientras tanto su cuerpo era transparente, de modo que el niño podía ser visto claramente, como una imagen encerrada en un estuche de cristal. Al finalizar el décimo mes lunar Mahamaya partió a visitar a sus padres, montando en una litera de oro. En el camino ella paró para descansar en un jardín de árboles sal, llamado Lumbini; y mientras descansaba allí nació Buda, sin dolor ni sufrimiento. El hijo fue recibido por Brahma, y luego por cuatro devas, y de allí por nobles acompañantes de la reina; pero inmediatamente él se puso en el suelo, y allí donde primero tocaron sus pies nació un loto. El mismo día nacieron Yashodhara Devi, quien posteriormente se convirtió en su esposa; el caballo Kantaka, sobre el que huyó de la ciudad cuando se marchó en busca de sabiduría; su cochero, Channa, quien le acompañó en esa ocasión; Manda, su discípulo favorito, y el gomero bajo el cual alcanzó la iluminación.

La vigilancia de Siddhartha

Cinco días después de su nacimiento el joven príncipe fue llamado Siddhartha, y al séptimo día su madre murió. Cuando tenía doce años el rey pidió consejo a sus brahmanes, quienes le informaron que el príncipe se convertiría en un asceta, y que esto sucedería como resultado de ver la ancianidad, la enfermedad, la muerte y a los ermitaños. El rey deseó evitar ese evento diciéndose a sí mismo: «No quiero que mi hijo se convierta en un buda, dado que si lo hace estará expuesto a grandes peligros por los ataques de Mara; dejad mejor que se convierta en un emperador universal.» El rey por ello tomó todas las precauciones para mantenerlo alejado de los «cuatro símbolos», teniendo construidos tres palacios vigilados, donde abundaban todas las delicias y la pena y la muerte no podían ser mencionadas.
El rajá, además, pensó que un modo seguro de atar al príncipe a su rango real sería encontrándole una esposa. Para descubrirle secretamente una esposa que pudiera despertar su amor el rey había hecho un número de espléndidas joyas, y anunció que cierto día el príncipe obsequiaría éstas una a una a nobles damas del territorio. Cuando todos los regalos habían sido conferidos, vino una dama más, cuyo nombre era Yashodhara, hija del ministro Mahaflama. Ella preguntó al príncipe si tenía un obsequio para ella, y él, al encontrarse con los ojos de ella, se quitó su propio costoso anillo de sello y se lo dio. El rey había advertido debidamente las miradas intercambiadas, y envió por Mahanama para pedir a su hija en matrimonio para el príncipe. Era, sin embargo, una norma entre los nobles shakya que las más hermosas damas podían ser dadas sólo a aquellos que se demostraran victoriosos en ejercicios marciales. «Y yo temo», dijo, «que este príncipe criado con delicadeza puede no ser experto en arquería o lucha.» Sin embargo, un día fue fijado para la prueba, y los nobles jóvenes vinieron con el príncipe para competir por la mano de Yashodhara. Primero hubo una competencia en conocimientos tradicionales de literatura y matemática, y luego en arquería. Cada uno de los nobles jóvenes lo hicieron bien; pero el príncipe, usando un arco sagrado, una reliquia heredada de los tiempos de su abuelo, que nadie más podía tensar, mucho menos disparar, fácilmente les sobrepasó y sobresalió en cabalgar, en destreza con la espada y en lucha. Así, ganó a Yashodhara, y vivió con ella en un hermoso palacio hecho por su padre, aislado de cualquier conocimiento de sufrimiento o muerte. Alrededor del palacio había un gran jardín con una muralla triple, cada muralla con una puerta simple, bien vigilada por muchos soldados.
Mientras tanto los devas reflexionaban que el tiempo estaba pasando, y el Grande no debería demorarse más entre los placeres del palacio, sino que debía avanzar en su misión. Entonces ellos llenaron todo el espacio con un pensamiento: «Ya es tiempo de avanzar», de modo que éste alcanzó la mente del príncipe, y en el mismo momento la música de los cantantes y los gestos de los bailarines asumieron un nuevo significado, pareciendo no transmitir más deleites sensuales, sino de lo efímero e inútil de todo objeto del deseo. Las canciones de los músicos parecían llamar al príncipe a dejar el palacio y ver el mundo; así fue en busca de su cochero y anunció que deseaba visitar la ciudad. Cuando el rajá oyó esto ordenó que la ciudad fuera barrida, embellecida y preparada para la visita del príncipe, y ninguna persona vieja o débil ni tampoco objeto alguno de mal agüero debía dejarse a la vista. Pero todas estas precauciones fueron en vano, dado que un deva apareció ante él cuando avanzaba por las calles, en la forma de un tambaleante y viejo hombre acosado por la enfermedad y la edad, falto de aliento y arrugado. El príncipe preguntó el significado de esta extraña visión, y su cochero le respondió: «Éste es un hombre viejo.» El príncipe preguntó otra vez: «i,Cuál es el significado de esa palabra “viejo”?» El cochero explicó que los poderes del cuerpo del hombre estaban ahora disminuidos a causa de los años, y podía morir en cualquier momento. Entonces el príncipe preguntó otra vez: «i,Es este hombre sólo uno, o este destino ocurre a todos por igual y debo yo también volverme viejo?» Y cuando fue informado que esto era así, ya no vería nada más ese día, sino que regresaría al palacio para reflexionar sobre tan extraña cosa y pararse a pensar si no había forma de escapar.
Otro día el príncipe volvió a salir, y de la misma forma vio un hombre muy enfermo, y otro día vio un cadáver. «i,Debo yo también morir?», preguntó, y supo que esto era así. Otro día el príncipe salió y vio un monje mendigando y conversó con él; el yogui explicó que había dejadd el mundo para buscar la ecuanimidad, relacionada con el odio y el amor, para acercarse así a la libertad propia. El príncipe estaba afectado profundamente y adoró al mendigo vagabundo y, volviendo a casa, pidió a su padre que lo dejara seguir solo de la misma forma, dado que, dijo: «Todas las cosas mundanas, oh rey, son cambiantes y no permanentes.» El viejo rey fue golpeado como por una tormenta y no pudo sino llorar amargamente; y cuando el príncipe se retiró dobló la vigilancia alrededor del palacio y los deleites en su interior, y realmente toda la ciudad se esforzó para evitar que el príncipe se marchara de su casa.

La partida de Siddhartha

Por esa época Yashodhara tuvo un hijo del príncipe Siddhartha, y fue llamado Rahula. Pero ni siquiera este nuevo lazo pudo disuadir al príncipe de su propósito, y llegó una noche en que los devas lo visitaron para partir. Él miró por última vez a Yashodhara durmiendo, con un mano descansando sobre la cabeza del niño, de modo que no pudo ni siquiera alzarlo por última vez en sus brazos por miedo a despertarla; dejándoles a ambos, alzó la red adornada con joyas que separaba la habitación del salón exterior y, pasando despacio a través de las habitaciones exteriores, se detuvo ante la puerta oriental e invocó a todos los budas y se paró con la cabeza en alto contemplando el cielo con sus incontables estrellas. Entonces Sakra y los vigilantes devas de los cuatro puntos cardinales, e innumerables devas de los cielos, lo rodearon y cantaron:
«Sagrado príncipe, el momento ha llegado para buscar la más alta ley de la vida.» Entonces él reflexionó: «Todos los devas bajan a la tierra para confirmar mi resolución. Me iré: el momento ha llegado.» Envió por Channa, su cochero, y por su caballo, nacidos el mismo día que él. Channa trajo el caballo, espléndidamente equipado y relinchando con alegría; entonces el príncipe montó, haciendo la promesa de que lo hacía por última vez. Los devas levantaron los pies de Kantaka del suelo para que no hiciera ruido y cuando llegaron a las puertas cada una se abrió silenciosamente por sí misma. Así el príncipe Siddhartha dejó el palacio y la ciudad, seguido por multitudes de ángeles alumbrando el camino y esparciendo flores ante él.
Chana se esforzaba continuamente por disuadir al príncipe de sus propósitos, rogándole que mejor se convirtiera en un emperador universal. Pero el príncipe sabía que alcanzaría la Perfecta Iluminación, y hubiera preferido cualquier muerte a volver a casa. Desmontó de Kantaka por última vez y ordenó a Chaima que lo condujera a casa. A través de él también envió el mensaje a su padre de que no debería apenarse, sino alegrarse de que este hijo había iniciado el camino para descubrir un medio de salvar al mundo de su recurrencia de nacimiento y muerte, de pena y dolor. «Y ahora estoy liberado», dijo, «del amor debido sólo a parientes; coge el caballo Kantaka y parte.» Después de muchas discusiones Chaima fue forzado a ceder, y besó los pies del príncipe, Kantaka los lamió con su lengua, y ambos partieron.
Al poco tiempo el príncipe, prosiguiendo en su camino, se encontró con un cazador, y a él le dio sus ropas reales a cambio de trapos hechos jirones, más adecuados para un ermitaño. Este cazador era otro deva que había asumido esa forma para ese mismo propósito. Otro se convirtió en un barbero, y afeitó la cabeza del príncipe. El príncipe siguió hasta la ermita de una comunidad de brahmanes, quienes le dieron la bienvenida con veneración, y se convirtió en el alumno de uno de los más instruidos. Pero percibió que, aunque sus sistemas podían conducirles al cielo, sin embargo, ellos no proveían un medio de liberación final del renacimiento sobre la tierra o aun en el infierno.
«Mundo infeliz», dijo, «¡odiando al demonio Muerte y todavía buscando después de eso nacer en el cielo! ¡Qué ignorancia! ¡Qué falsa ilusión!»

Los vagabundeos de Siddhartha

Así que dejó la ermita, para gran pesar y desconcierto de los yoguis que vivían allí, y partió a la casa del famoso sabio llamado Alara. Sus sistemas también demostraron ser incompletos, y el príncipe partió, diciendo: «Busco un sistema en que no haya cuestionamiento de existencia o no-existencia, eternidad o no-eternidad, y la idea ilimitado o infinito debe ser percibida, pero no debe hablarse de ella.» Desde la ermita de Alara siguió a Rajagriha, y fue bienvenido allí por el rey Bimbisara. Este rey intentó persuadir al príncipe de que abandonara la vida errante; pero él no le escucharía y seguiría más lejos aún, a un pueblo cerca de Gaya, estableciendo su morada en un bosque vecino, comiendo diariamente una pequeña cantidad de semillas de mijo, justo lo suficiente para mantener la vida. Entonces su piel se volvió amigada, sus carnes se desintegraron y sus ojos se hundieron, y aquellos que lo veían sentían un extraño sentimiento de miedo y reverencia debido a sus austeridades.
Durante todos esos años su padre, Suddhodana, envió mensajeros de tanto en tanto pidiendo a su hijo que volviera, y exponiendo ante él un argumento para inducirle; ellos también llegaron a Gaya cuando el príncipe estaba a punto de morir; pero él no atendería a lo que le decían, y les dio esta orden: si moría antes de alcanzar la Perfecta Iluminación, llevar sus huesos de regreso a Kapilavastu y decir: «Éstos son los restos de un hombre que murió en el firme proceso de su búsqueda.»
Pero el príncipe encontró que estas austeridades no le beneficiaban nada; en cambio, experimentaba menos iluminación de Sabiduría que anteriormente. Resolvió, entonces, nutrir su cuerpo y aceptó comida y atención. En particular se cuenta la historia de una tal Sujata, la hija del señor de un pueblo, quien fue advertida por un ángel y preparó comida de la siguiente forma: reunió mil vacas, con su leche alimentó otras quinientas, y con ellas otras doscientas cincuenta, y así hasta quince vacas; entonces, mezclando su leche con arroz, lo esparció en una fuente de la mayor pureza y delicadeza. Cuando el Bodhisattva entró en el pueblo para pedir comida ella le ofreció el arroz con leche en una fuente de oro, pareciéndole de buen augurio. Cogió la comida, salió del pueblo y se bañó en un río, y hubiera cruzado a la otra orilla, pero la corriente lo arrastró y, si no hubiera sido porque un deva que habitaba en un gran árbol en la orilla más lejana estiró sus brazos adornados con joyas para traerlo a tierra, se hubiera ahogado. Luego, sin embargo, alcanzó la orilla y se sentó para comer; después de lo cual echó la fuente de oro al río, donde fue cogida por un naga que la llevó a su palacio. Sakra, sin embargo, en la forma de Garuda la arrebató de la mano del naga y la llevó a los cielos de Tusita.
Mientras tanto Bodhisattva prosiguió hasta el Árbol de la Sabiduría, bajo el cual budas anteriores habían alcanzado la iluminación. Al caminar por las sendas del bosque cientos de martín-pescadores se aproximaron a él, y después de hacer tres veces un círculo a su alrededor, le siguieron; detrás de ellos vinieron quinientos pavos reales y otros pájaros y bestias, de modo que él iba rodeado de devas, nagas, asuras y criaturas de todo tipo hacia el Árbol de la Sabiduría.
Un rey naga que habitaba cerca de la senda y era muy anciano, habiendo visto a más de uno de los anteriores budas viniendo por ese camino, cantó su alabanza y su esposa, con innumerables niñas-serpiente, le dieron la bienvenida con banderas, flores y adornos con joyas, y mantuvieron una canción perpetua de alabanzas. Los devas de los mundos de las formas colgaron banderas y estandartes sobre el Árbol de la Sabiduría y también sobre los árboles que llevaban hasta él, de modo que Bodhisattva pudiera encontrar fácilmente el camino. Al andar reflexionaba que no sólo la multitud de seres amigos, sino también Mara, el malvado, atestiguarían su victoria; y esta idea, como un rayo de gloria sobre la mancha de su frente, penetró en la morada de Mara y le trajo sueños y presagios. Un mensajero llegó a la carrera hasta Mara advirtiéndole de la aproximación de Bodhisattva al Árbol de la Sabiduría. Entonces Mara reunió a su ejército. Éste daba una horrible visión. Había algunos con cien mil bocas, otros con cabezas o manos u ojos o pies deformes, algunos con feroces lenguas, algunas serpientes devoradoras, algunos bebiendo sangre, otros con vientre de vasija y estevados, y todos con lanzas, arcos, porras, armas y armaduras de todo tipo. Todos éstos marchaban hacia el Árbol de la Sabiduría.

El Árbol de la Sabiduría


El Bodhisattva, sin embargo, llegó hasta el árbol, brillando como una montaña de oro puro, y se sentó del lado este, prometiendo no levantarse hasta que no hubiese alcanzado la iluminación. Entonces la tierra tembló seis veces. Mara cogió la forma de un mensajero llegando a toda prisa con correo de Kapilavastu con la noticia de que Devadatta, el primo de Buda, había usurpado el gobierno y estaba practicando todo tipo de crueldades y tiranías, y pidiendo al Bodhisattva que volviera y restituyera un buen gobierno y orden. Pero él razonó que Devadatta había actuado así por lujuria y malicia, y los príncipes shakya lo permitieron sólo por cobardía, y así, reflexionando sobre la debilidad humana, el Bodhisattva estaba aún más decidido a unirse a algo más elevado y mejor.
Mientras tanto la deva del Árbol de la Sabiduría gozaba y echó sus joyas delante de sus pies, rogándole que perseverara. Los devas de los otros árboles vinieron a preguntarle a ella quién era el ser glorioso que se encontraba sentado allí; y cuando les informó que era Bodhisattva ellos lanzaron flores y perfumes a su alrededor, y le exhortaron a seguir adelante con palabras y flores. Entonces Mara ordenó a sus tres hermosas hijas que tentaran a Bodhisattva de todas formas, y ellas fueron a cantar y bailar delante de él. Le cortejaron con canciones y danzas y todo artificio de amor; pero él permaneció imperturbable tanto en su cara como en su mente, como una lila descansando sobre aguas quietas, y firme como el monte Meru, como la paredes de hierro que ciñen el universo. Entonces ellas discutieron con él, describiéndole los placeres y las obligaciones de la vida mundana, y la dificultad y peligro de la búsqueda de la sabiduría; pero él respondió:

El placer es breve como el destello de un rayo.
¿Por qué, entonces, debería yo codiciar los placeres que describís?

Y las hijas de Mara, reconociendo su derrota, lo dejaron con una oración por su triunfo:

¡Alcanza aquello que tu corazón desea!
Y encontrando para ti mismo salvación, salva a todos.

La derrota de Mara

Entonces Mara mismo se comprometió en la discusión y, cuando tampoco tuvo éxito, condujo su ejército al ataque. Todos los devas estaban aterrorizados y huyeron, dejando a Bodhisattva solo. De todas formas, clases y colores, superando todo sonido terrenal, llenando el cielo con oscuridad y sacudiendo el suelo, el horrible ejército avanzó con amenazantes gestos hacia Bodhisattva; pero las lanzas se pegaron a sus manos, sus brazos y piernas se paralizaron y, aunque ellos lo hubiesen hecho polvo o quemado con feroces lenguas, no podían herirle ni un pelo; él estaba sentado inmóvil, mientras que las armas que llovían sobre él caían a sus pies como flores. Mara apeló a todos los recursos, y montando sobre el elefante Nube-montaña, se acercó personalmente al príncipe. Su arma, si hubiese sido tirada contra el monte Meru, lo hubiese cortado en dos como a un bambú, y si hubiese sido tirada al cielo, hubiese evitado la caída de lluvia durante veinte años; sin embargo, se negó a tocar a Bodhisattva, y en cambio flotó en el aire como una hoja seca y se mantuvo sobre su cabeza como una guimalda de flores en el aire. Entonces Mara se enfureció como un fuego dentro del cual se vierte aceite una y otra vez, y se acercó al príncipe y le ordenó: « ¡ Vete inmediatamente! » Pero él le contestó:
«Este trono es mio, en virtud del mérito lo he adquirido en muchas largas épocas. ¿Cómo puedes tú tomarlo cuando no tienes mérito?» Entonces Mara se jactó: «Mi mérito es mayor que el tuyo», y llamó a su ejército para atestiguarlo, y todos sus guerreros gritaron: «Lo atestiguamos», de tal forma que un rugido del mar se elevó al mismo cielo. Pero Bodhisattva respondió: «Tus testigos son muchos y parciales; yo tengo un testigo único e imparcial», y estiró sus brazos sacándolos de adentro de su túnica como rayos de una nube anaranjada y tocó la tierra y la invitó a atestiguar sus méritos. Entonces la diosa Tierra se levantó a sus pies y gritó con cien mil voces como el sonido de un tambor cósmico: «Lo testifico», y el ejército de Mara huyó y volvió al infierno como hojas dispersadas por el viento. Montaña-nube enrolló su tronco, puso su cola entre las piernas y huyó. Mara mismo cayó postrado y pidió disculpas al poder del Boshisattva, y se levantó para correr lejos de allí y esconder su vergüenza; dado que su mente estaba llena de pena al ver que todo sus esfuerzos habían fallado y el príncipe obtendría pronto la iluminación y predicaría la verdad, con la cual miles de criaturas podrían alcanzar Nirvana.

Perfectamente iluminado

El Sol no se había puesto todavía cuando Mara fue vencido. Buda permanecía sentado bajo el Árbol de la Sabiduría. Gradualmente a través de la noche la iluminación que había estado persiguiendo amaneció en su corazón: en la décima hora percibió la condición exacta de todos los seres que habían estado alguna vez en los mundos infmitos y sin fm; en la vigésima hora consiguió la divina comprensión mediante la cual todas las cosas lejanas o cercanas aparecían como al alcance de su mano. Entonces obtuvo el conocimiento que envuelve las causas de repetición de la existencia; los privilegios de las cuatro sendas y su goce, y al amanecer él se convirtió en el Supremo Buda, el Perfectamente Iluminado. Rayos de seis colores se esparcieron lejos y a lo ancho de su radiante cuerpo, penetrando los más lejanos límites del espacio y anunciando que había alcanzado la Condición de Buda. Ni siquiera cien mil lenguas podrían proclamar las maravillas que allí se manifestaban.
Entonces el mismo Buda proclamó su victoria en una canción de triunfo:

A través de muchos diversos nacimientos he pasado
Buscando en vano el constructor de la casa.

¡Ah, constructa de casas, ahora te he visto!
Nunca otra vez me construirás una casa.
He quebrado tus vigas,
He destruido el poste principal.
Mi mente es indiferente,
El deseo se ha apagado.

Entonces Buda permaneció siete días en meditación; durante siete días más fijó su mirada en el Árbol de la Sabiduría, y otra vez anduvo sobre un dorado camino preparado por los devas durante siete días ensimismado en pensamientos; después se sentó durante siete días en un palacio dorado, donde todo acontecimiento futuro de su vida fue revelado a él y la totalidad del dharma se hizo clara a su mente, desde la primera a la última palabra de su enseñanza; en la quinta semana se sentó bajo el árbol Ajapala y experimentó la Liberación (Nirvana); durante la sexta semana se sentó junto al lago Muchalinda, donde un naga del mismo nombre le protegió de las tomientas de lluvia; en la séptima semana se sentó en un bosque de árboles Nyagrodha.

Los mercaderes

Habían pasado cuarenta y nueve días desde que había recibido el arroz con leche de Sujata. También sucedió que dos mercaderes pasaban a través del bosque en su caravana. Durante muchas épocas y en muchas vidas habían deseado la oportunidad de hacer alguna ofrenda a Buda. En el mismo bosque había una devi —de hecho, una ninfa del bosque— que alguna vez había sido su pariente: ahora, para realizar su deseo, ella provocó que las ruedas de sus carros se pegaran fuertemente en un profundo barrizal. Los mercaderes hicieron una ofrenda de luces y perfumes, y oraron al dios que ellos suponían era responsable del infortunio. La devi apareció ante ellos, les ordenó que hicieran una ofrenda de comida a Buda y liberó sus carretes. Los mercaderes, contentos, fueron hacia él con un regalo de miel. Buda no tenía vasija para la limosna, dado que la vasija de Brahma, dada cuando Sujata trajo el arroz con leche, había desaparecido, y la bandeja dorada que ella misma le había dado había sido transportada a la tierra de las Serpientes. Ahora, por ello, los dioses guardianes de los cuatro puntos cardinales aparecieron con vasijas de esmeralda, y cuando Buda no la aceptó ellos le ofrecieron a cambio vasijas de piedra. Entonces como todos deseaban que su propia vasija fuera aceptada, Buda recibió las cuatro y las hizo aparecer como una. En esa vasija recibió la miel y a cambio enseñó la triple fórmula a los mercaderes, y ellos se convirtieron en discípulos laicos. Ellos también recibieron un mechón de pelo de él como reliquia.
En la octava semana Buda se sentó bajo el árbol Ajapala, y allí reflexionó que la doctrina es profunda, mientras que los hombres no son ni buenos ni sabios. Le pareció inútil proclamar la ley a aquellos que no pudieran comprenderla. Pero Brahma, percibiendo esta duda, gritó: «¡El mundo va a destruirse!», y el grito fue repetido como un eco por los devas del viento y la lluvia y por todos los otros innumerables brahmanes y devas. Y Brahma apareció frente a Buda y dijo: «Mi señor, la Condición de Buda es difícil de obtener, pero tú la has obtenido y puedes aliviar a los seres del mundo de la existencia; por ello proclama la ley que dice que esto puede suceder. ¡Oh sabio, enseña el dharma! Entonces Buda estuvo de acuerdo en que esto debía ser así, y miró a su alrededor buscando a alguien a quien pudiera predicar primero. Al principio pensó en dos de sus antiguos discípulos, pero se dio cuenta de que ya estaban muertos. Entonces partió a Benarés, con la intención de instruir a cinco ermitaños con quienes había practicado anteriormente austeridades.

Los ermitaños de Benarés

Cuando los cinco ermitaños lo vieron desde lejos dijeron: «Siddhartha ha recobrado su fuerza y belleza, y viene a nosotros habiendo fallado en cumplir la penitencia. Como es de nacimiento real, ofrezcámosle un asiento, pero no nos levantemos o vayamos a recibirle.» Buda percibió sus pensamientos y dirigió su cariñosa amabilidad hacia ellos. Inmediatamente, tal como una hoja indefensa que no sabe dónde posarse es llevada en un torrente, igualmente indefensos ellos, vencidos por la fuerza de su amor, se levantaron y fueron a rendirle honores. Lavaron sus pies y le preguntaron cómo estaba, y él les informó que se había convertido en un Buda Supremo. Entonces todo el universo se alegró, sabiendo que la ley sería predicada por primera vez. El atardecer, como una dama hermosa, vino a adorarlo; Meru bailó de alegría; las siete sierras se inclinaron ante él, y los seres de todos los mundos se reunieron para recibir el néctar de la buena doctrina. Se pusieron en círculos, cada vez más y más poblados por nuevos concurrentes, hasta que al final ellos estaban tan cerca que cien mil devas ocupaban un espacio menor que el que ocupa una punta de aguja; todos los cielos de los devas y los brahmanes se vaciaron. El sonido era como el de una montaña, pero cuando los señores de varios cielos soplaron sus conchas hubo un silencio absoluto. Entonces Buda abrió su boca.
«Hay dos cosas», dijo, «que deben ser evitadas por quien se convierte en un ermitaño: deseos equivocados y mortificación del cuerpo.» Éste fue el tema de discusión de su primer discurso, y pareció a todo oyente que se hablaba en su propia lengua, y todo tipo de animales lo oyeron con la misma impresión. Incontables devas entraron por la primera, la segunda, la tercera y la cuarta senda.

La predicación de Buda

A partir de ese momento Buda puso en marcha la rueda de la ley; es decir, que predicó la doctrina de Dios a todos los que lo escuchaban. Convertía a los adoradores del fuego con muchos milagros; Bhimasaha, rey de Rajagriha, se convirtió en su discípulo. Buda también visitó su ciudad natal. Ésta fue la forma de la visita:
El rey Suddhodhana oyendo de la condición de Buda de su hijo, envió una embajada de nobles pidiéndole que visitara Kapilavastu; pero todos los nobles, oyendo la doctrina de Buda, se convirtieron en sus discípulos y se quedaron con él. Lo mismo sucedió con muchos otros. Al final el rey envió un mensajero más confiable, el noble Kaluda, quien había sido compañero de juegos de Buda en la infancia. Él también se convirtió en su discípulo, pero cuando llegó la primavera y las calles se volvieron verdes y los árboles florecieron, él fue hasta Buda y comenzó a hablar de Kapilavastu. «Tu padre espera tu regreso», dijo, «como el nenúfar espera la salida del Sol; y las reinas te esperan como las lilas nocturnas esperan la Luna.» Buda comprendió que había llegado el momento adecuado para visitar su ciudad natal. El rey preparó un hermoso jardín para su bienestar. Finalmente, llegó ródeado de no menos de veinte mil sacerdotes, sus discípulos. Al principio los príncipes shakya no le harían homenaje; pero él se levantó en el aire y exhibió primero la emanación de arroyos de agua de su cuerpo, extendiéndose sobre la totalidad de los diez mil mundos y salpicando a todos los que le querían; luego la emanación de fuego, que se extendió a través de todo el universo, pero quemó menos que a una telaraña. Ensefló otras maravillas; entonces Suddhodhana adoró a su hijo diciendo:
«Mi señor, mí Buda, mi príncipe Siddhartha, aunque soy realmente tu padre nunca te volveré a llamar mi niño; no valgo lo suficiente para ser tu esclavo. Una y otra vez te adoro. Y site ofreciera mi reino, tú lo considerarías cenizas.» Cuando el rey se inclinó en reverencia los príncipes también hicieron su gesto de homenaje, como la inclinación de un bosque de bambú ante el viento.
El día siguiente Buda fue a pie a la ciudad a pedir limosna. A cada paso brotaba una flor de loto bajo sus pies y desaparecía cuando ya había pasado; rayos de luz partían de su cabeza y boca; y debido a estas maravillas todos los ciudadanos se acercaron a verlo. Todos estaban asombrados, dado que hasta ahora esa forma de pedir limosna era desconocida. Cuando Yashodara oyó esto fue hasta la puerta del palacio y le adoró, y dijo: «Oh Siddhartha, esa noche que Ránula nació tú te marchaste en silencio rechazando tu reino; ahora tienes en cambio un reino más glorioso.» El rey protestó a Buda por buscar comida de esa forma; pero éste le respondió: «Es la costumbre de mi raza», queriendo decir de todos los budas anteriores. Entonces se dirigió al rey y le enseñó la ley, de modo que éste ingresó por la primera y la segunda senda, convirtiéndose en discípulo de Buda.

La princesa es consolada

 Entonces el rey hizo informar a Yashodara que ella también podía venir a adorar a Siddhartha. Buda, sin embargo, se acercó a su palacio; mientras iba informó a sus discípulos Seriyut y Mugalana que la princesa obtendría Liberación. «Ella sufre por mí», dijo, «y su corazón se romperá si su pena es suprimida. Ella seguramente abrazará mis pies, pero no la apartéis, dado que el final será que ella y sus acompañantes abrazarán la ley.» Cuando Yashodara oyó que Buda venía ella cortó sus cabellos y fue con prendas humildes a su encuentro, seguida de quinientas de sus damas. Debido a su abundante amor, ella estaba como un recipiente rebosante y no se pudo contener y, olvidando que ella era solo una mujer, cayó a los pies de Buda y se abrazó a él llorando. Pero recordando que su suegro estaba presente, se levantó y se mantuvo algo apartada. Realmente, ni siquiera Brahma puede tocar el cuerpo de un buda, pero él le permitió a Yashodara que lo hiciera. El rey habló de su fidelidad: «Ésta no es una repentina expresión de su amor», dijo, «durante todos estos siete años ella ha hecho lo que tú has hecho. Cuando ella oía que tú te afeitabas la cabeza, o te ponías pobres vestidos, o comías sólo en momentos señalados y de una vasija de barro, ella hacía lo mismo, y ha negado cada nuevo ofrecimiento de matrimonio; por ello perdónala.» Entonces Buda relató cómo, en una vida previa, Yashodara había hecho la petición de convertirse en la esposa de un buda, y por ello en muchas largas épocas había sido su compañera y ayudante. Por este medio la princesa se calmó. No mucho después Ránula fue admitido en la orden de los monjes. Buda, sin embargo, se negó a admitir a Yashodara en la orden de sacerdotes. Muchos años más tarde él instituyó la orden de monjas budistas, en la cual Yashodara fue admitida; y ella, que había nacido el mismo día que Buda, alcanzó Nirvana dos años antes de la muerte de él.

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