Hanuman
Pero
hay en el Ramayana uno que, aun
siendo un mono, lo es de una clase diferente. En esas partes de la India en
que, como en el Himalaya o el interior de Maharashtra, los símbolos del
hinduismo primitivo todavía abundan, pequeñas capillas de Hanuman son tan
comunes como las de Ganesha, y el mono, como el elefante, ha alcanzado en la
forma un singular y obvio convencionalismo de avanzada edad. Él es siempre
visto de perfil, vigorosamente representado en bajo relieve sobre una losa. La
imagen expresa la impresión de un complicado emblema más que realismo plástico.
Pero no hay duda de la energía y belleza de las cualidades que representa.
Puede cuestionarse si hay en toda la literatura otra apoteosis de lealtad y
autorrenuncia como la de Hanuman. Él es el ideal hindú del sirviente perfecto,
el sirviente que encuentra la completa realización de virilidad, de fidelidad,
en su obediencia; el subordinado cuya gloria está en su propia inferioridad.
Hanuman
debía ser ya viejo cuando el Ramayana fue
concebido por primera vez. Es inútil intentar adivinar cuál puede haber sido el
primer impulso que le creó. Pero él está ligado a una clase más distinguida que
Sugriva y Bali, los príncipes a los cuales él sirve, puesto que de él, como de
Jatayu, se dice que es hijo de Vayu, conocido en el Veda como el dios de los
vientos. En cualquier caso la profundidad y la seriedad del papel asignado a él
en el gran poema le aseguran una imborrable inmortalidad. Cualquiera que haya
sido su edad u origen, Hanuman es ubicado por el Ramayana entre concepciones religiosas de la mayor importancia.
Cuando él se inclina ante los pies de Rama, aquel príncipe que es también una
divina encarnación, nosotros somos testigos del punto de encuentro de la
primitiva adoración a la naturaleza con los grandes sistemas que van a dominar
el futuro de la religión. Pero no debemos olvidar que en esta figura estos
sistemas antiguos han alcanzado la calidad espiritual y hecho una contribución
duradera al idealismo del hombre. En las épocas venideras la religión de
Vishnu, el Protector, nunca podrá prescindir del más grande de los devotos, el
dios-mono, y Hanuman nunca es realmente desplazado, incluso en estas fases
tardías, cuando Garuda —el pájaro divino, que cazaba la imaginación de todas
las primeras personas— ha cogido su sitio final como el vehículo, o asistente,
de NaRavana. La maravillosa creación de Valmiki va a guardar hasta el final del
tiempo su dominio sobre los corazones y la conciencia de los hombres.
La historia de Rama según
Valmiki
Un
día el ermitaño Valmiki preguntó al gran rishi Narada si él podía nombrar un solo
hombre que viviera en la bondad, la virtud, el coraje y la benevolencia.
Entonces Narada le relató toda la historia que ahora se llama el Ramayana, dado que un hombre tal como
del que Valmiki quería saber era el gran Rama.
Valmiki
retomó a su choza del bosque. Al atravesar los bosques él vio un hombre-pájaro
y una mujer-pájaro cantando y bailando. Pero en ese mismo momento un malvado
cazador disparó al hombre-pájaro con una flecha de modo que éste murió, y su
compañera lo lamentó larga y amargamente. Entonces el ermitaño, movido por
piedad y enojo, maldijo al cazador y siguió. Pero en su camino sus palabras se
le repetían, y encontró que ellas formaban una copla de un nuevo metro:
«Llamemos a esto un shloka», dijo.
Al
poco tiempo de llegar a su choza apareció ante él el brillante Brahma de cuatro
caras, el Creador del Mundo. Valmiki lo adoraba; pero el infeliz hombre-pájaro
y la recién compuesta shloka invadieron
sus pensamientos. Entonces Brahma se dirigió a él con una sonrisa: «Fue mi
deseo el que envió esas palabras que salieron de vuestra boca; el metro será
muy famoso en adelante. Debéis componer en él la total historia de Rama;
relata, oh sabio, todo lo que es sabido y todo lo que aún no es conocido por
vos de Rama y Lakshrnana y la hija de Janaka, y de toda la tribu de los
rakshasas. Lo que no es conocido por vos os será revelado, y el poema será
verdad de la primera palabra a la última. Además, el Ramayana se divulgará entre los hombres tanto como en los mares y
las montañas permanezcan.» Diciendo esto, Brahma desapareció.
Entonces
Valmiki, viviendo en una ermita entre sus discípulos, se impuso a sí mismo la
tarea de hacer el gran Ramayana, que
ofrece a todo quien lo oye justicia y salud y satisfacción de deseos, tanto
como rigurosas ataduras. Él buscó una visión en la historia que había oído de
Narada, y además se sentó de acuerdo con el ritual yoga, y se impuso a sí mismo reflexionar
sobre ese asunto y no otro. Entonces con sus poderes-yoga contempló a Rama y a
Sita, a Lakshmana y a Dasharatha con sus esposas en sus reinos, riendo y
conversando, soportando y no soportando, haciendo y deshaciendo como en la vida
real, tan claro como uno podría ver una fruta sostenida sobre la palma de una
mano. Él percibió no sólo lo que le había pasado, sino lo que pasaría. Luego,
después de intensa meditación, cuando toda la historia se encontraba como un
dibujo en su cerebro, él comenzó a darle forma en shiokas, de los cuales, cuando estuvo terminado, no hubo menos de
veinticuatro mil. Entonces él pensó cómo podría ser publicado en tierras
lejanas. Para esto él eligió a Kusi y Lava, los expertos hijos de Rama y Sita,
que vivían en la ermita del bosque, y eran eruditos en los Vedas, en música y
en recitación y en todas las artes, y además muy agradables de ver. Valmiki les
contó todo el Ramayana hasta que
ellos pudieron recitarlo perfectamente desde el principio al fm, de modo que
aquellos que los oyeran parecieran estar viendo todo lo que se les contaba
pasando frente a sus ojos. Posteriormente los hermanos fueron a la ciudad de
Rama, Ayodhya, donde Rama los encontró y los recibió, pensando que ellos eran
ermitaños; y allí frente a la corte entera, el Ramayana fue por primera vez recitado en público.
Dasharatha y el sacrificio
del caballo
Había
una vez una hermosa y gran ciudad llamada Ayodhya —esto es, «Inconquistable»—
en el país de Koshala. Allí todos los hombres eran honrados y felices, cultos y
satisfechos, veraces, bien provistos de bienes, autocontrolados y caritativos y
llenos de fe. Su rey era Dasharatha, un auténtico Manu entre los hombres, una
luna entre las estrellas. Él tenía muchos sabios consejeros. entre los cuales
estaba Kashyapa y Markandeya, y también tenía dos píos sacerdotes unidos a su
familia, a saber, Vashishtha y Vamadeva. Él entregó a su hija Santa a otro gran
sabio, Rishyasringa. Estos sacerdotes eran unos hombres tales que podrían
aconsejarle y juzgar sabiamente sobre las cosas; ellos estaban bien versados en
las artes de la política y sus palabras siempre expresaban justicia. Sólo uno
de los deseos de Dasharatha no era satisfecho: no tenía hijo para continuar su
linaje. Por ello, luego de muchas austeridades vanas, se decidió por fin por la
mayor de todas las ofrendas —el sacrificio de caballo—, y llamando al sacerdote
de la familia y a otros brahmanes dio todas las órdenes necesarias para esta
tarea. Entonces, volviendo a habitaciones más interiores del palacio, les dijo
a sus tres esposas lo que se estaba tramando, ante lo cual sus caras brillaron
de júbilo, como flores de loto en la primavera.
Un
año más tarde el caballo, que había sido puesto en libertad, volvió y
Rishyasringa y Vashishtha llevaron a cabo la ceremonia, y hubo gran festejo y
alegría. Entonces Rishyasringa dijo al rey que le nacerían cuatro hijos, que
perpetuarían su raza; dulces palabras por las cuales el rey se alegró
enormemente.
Nace Vishnu como (con la
forma de) Rama y sus hermanos
En
este momento todas las deidades estaban reunidas para recibir su parte de las
ofrendas hechas, y estando juntas se acercaron haciendo una petición a Brahma:
«Un cierto rakshasa malvado llamado Ravana nos oprime sobremanera», dijeron, «a
quien sufrimos pacientemente porque vos habéis otorgado a él un deseo: no ser
muerto por gandharvas, o yakshas, o rakshasas, o dioses. Pero ya su tiranía es
inaguantable, y, oh señor, vos deberíais inventar algún método para
destruirlo.» A ellos Brahma les respondió:
«Ese
perverso rakshasa desdefló pedirme inmunidad del ataque de los hombres: sólo
por el hombre puede y será muerto.» Ante esto las deidades se alegraron. En ese
momento llegó el gran dios Vishnu, vestido con traje amarillo, sosteniendo una
maza y un disco y una caracola, y cabalgando sobre Garuda. Las deidades lo
reverenciaron y le pidieron que naciera en la forma de los cuatro hijos de
Dasharatha para la destrucción del astuto e incontenible Ravana. Entonces el de
los ojos de loto, haciéndose a sí mismo cuatro seres, eligió a Dasharatha de
padre y desapareció. En una extraña forma, como un tigre en llamas, reapareció
en el fuego de sacrificios de Dasharatha y, saludándolo, se nombró a sí mismo
como el mensajero de Dios. «Vos aceptaréis, oh tigre entre hombres», dijo,
«este arroz y leche divinos, y lo compartiréis con vuestras esposas.» Entonces
Dasharatha, lleno de alegría, cogió la comida divina y llevó una porción a
Kaushalya, y otra porción a Sumitra, y otra a Kaikeyi, y la cuarta a Sumitra
otra vez. A su debido tiempo, de ellas nacieron cuatro hijos, a partir del
propio Vishnu —de Kaushalya, Rama; de Kaikeyi, Bharata, y de Sumitra, Lakshmana
y Satrughna, y esos nombres les fueron dados por Vashishtha.
Mientras
tanto los dioses crearon poderosas multitudes de monos, bravos y sabios y
veloces, que podían cambiar su forma, difíciles de ser muertos, para ser los
ayudantes del heroico Vishnu en la batalla contra los rakshasas.
Los
cuatro hijos de Dasharatha crecieron hasta alcanzar la virilidad, sobresaliendo
todos en valentía y virtud. Rama especialmente se convirtió en el ídolo de la
gente y el favorito de su padre. Versado en el Veda, no era menos experto en
las ciencias de los elefantes y los caballos y conduciendo coches, y un
verdadero ejemplo de cortesía. Lakshmana se dedicó personalmente a servir a
Rama, de manera que los dos estaban siempre juntos. Como una fiel sombra
Lakshmana seguía a Rama, compartiendo con él todo lo que era suyo, y
protegiéndolo cuando éste salía a hacer ejercicios o a cazar. De la misma
manera Satrughna se dedicó personalmente a Bharata. Así sucedió hasta que Rama
alcanzó la edad de dieciséis años.
En
ese momento hubo un cierto gran rishi llamado Vishvamitra, originariamente un
kshatriya, quien, mediante la práctica de inaudita austeridad, había ganado de
los dioses el estado de brahma-rishi. Él
vivía en la ermita de Shaiva llamada Siddhashrama, y había llegado para obtener
un deseo de Dasharatha. Dos rakshasas, Mancha y Suvahu, apoyados por el malvado
Ravana, perturbaban continuamente sus sacrificios y contaminaban su fuego
sagrado: nadie sino Rama podría vencer a estos diablos. Dasharatha le recibió a
Vishvamitra con mucho gusto, y le prometió cualquier obsequio que desease; pero
cuando supo que era requerido su querido hijo Rama para una empresa tan
terrible y peligrosa, se deprimió, y parecía como si la luz de su vida se
hubiese apagado. Sin embargo, no pudo romper su palabra, y sucedió que Rama y
Lakshmana se fueron con Vishvamitra durante los diez días de sus ritos
sacrificatorios. Pero aunque fue por tan poco tiempo, esto fue el comienzo de
su virilidad y del amor y de la lucha.
Vashishtha
vitoreó el corazón de Dasharatha, y le aseguró la victoria de Rama. Así, con la
bendición de su padre, Rama partió con Vishvamitra y su hermano Lakshmana. Una
brisa fresca, encantada al ver a Rama, abanicó sus canas, y sobre ellos
llovieron flores desde el cielo. Vishvamitra los guió en el camino; y los dos
hermanos, llevando arcos y espadas, y vistiendo joyas espléndidas y guantes de
piel de lagarto en sus dedos, siguieron a Vishvamitra como llamas gloriosas,
haciéndolo brillar con la reflexión de su propia radiación.
Llegados
a la ermita, Vishvamitra y los otros sacerdotes comenzaron su sacrificio; y
cuando los rakshasas, como nubes que oscurecían el cielo, corrieron hacia
adelante formando horribles formas, Rama hirió e hizo que se fugaran Mancha y
Suvahu, y mató a los demás malvados habitantes de la noche. Pasados los días de
sacrificio y rito en Siddhashrama, Rama preguntó a Vishvamitra qué otro trabajo quería de él.
Rama desposa a la hija de
Janaka
Vishvamitra
respondió que Janaka, rajá de Mithila, estaba por celebrar un gran sacrificio.
«Hasta allí», dijo, «nosotros debemos ir. Y vos, oh tigre entre los hombres,
debéis venir con nosotros, y allí contemplar un estupendo y maravilloso arco.
Los dioses dieron hace mucho tiempo este gran arco al rajá Devarata; y ni
dioses ni gandharvas ni asuras ni
rakshasas ni hombres han conseguido encordarlo, aunque muchos reyes y príncipes
lo han intentado. Este arco es adorado como una deidad. Debéis contemplar el
arco y el gran sacrificio de Janaka.»
Así,
todos los brahmanes de esa ermita, encabezados por Vishvamitra, y acompañados
por Rama y Lakshmana, partieron para Mithila; y los pájaros y las bestias que
vivían en Siddhashrama siguieron a Vishvaniitra, cuya riqueza era su ascetismo.
Mientras recorrían las sendas del bosque Vishvamitra contaba antiguas historias
de dos hermanos, y especialmente la historia del nacimiento de Ganga, el gran
río Ganges.
Janaka
dio la bienvenida a los ascetas con gran honor, y asignándoles sitios de
acuerdo con su rango, preguntó quiénes podrían ser esos hermanos que caminaban
entre hombres como leones o elefantes, hermosos y semejantes a dioses.
Vishvamitra contó al rey Janaka toda la historia de los hijos de Dasharatha, su
viaje a Siddhashrama y su lucha contra los rakshasas, y cómo ahora Rama había
llegado a Mithila para ver el famoso arco.
Al
día siguiente Janaka convocó a los hermanos para ver el arco. Primero les contó
cómo ese arco había sido entregado por Shiva a los dioses, y por los dioses a
su propio ancestro, Devarata. Y agregó: «Tengo una hija, Sita, no nacida de los
hombres, sino surgida del surco cuando araba el campo y lo santificaba. A quien
doble el arco yo ofreceré mi hija. Muchos reyes y príncipes han intentado
encordarlo y han fallado. Ahora les enseñaré el arco, y si Rama consigue
encordánlo le entregaré a mi hija Sita.»
Entonces
el gran arco fue traído sobre un carro de ocho ruedas llevado por cinco mil
hombres altos. Rama sacó el arco de su funda e intentó curvarlo; éste cedió
fácilmente, y él lo encordó y lo tensó hasta que finalmente se partió en dos
con el sonido de un terremoto o un trueno. Los miles de espectadores estaban
pasmados y asustados, y todos, salvo Vishvamitra, Janaka, Rama y Lakshmana,
cayeron al suelo. Entonces Janaka elogió a Rama y dio órdenes para la
preparación de la boda, y envió mensajeros a Ayodhya para invitar al rajá
Dasharatha a la boda de su hijo, para dar su bendición y aprobación.
Después
de eso los dos reyes se encontraron y Janaka entregó su hija a Rama, y su
segunda hija Urmila a Lakshmana. A Bharata y Satrughna, Janaka dio a Mandavya y
Strutakirti, hijas de Kushadhwaja. Entonces esos cuatro príncipes, cada uno
cogiendo la mano de su novia, circunvalaron el fuego de los sacrificios, al
estrado de matrimonio, al rey y a todos los ermitaños, mientras llovían flores
desde el cielo y sonaba música celestial. Entonces Dasharatha y sus hijos y sus
cuatro novias volvieron a su hogar, llevando con ellos muchos regalos, y fueron
bienvenidos por Kaushalya y Sumitra y Kaikeyi, la de la delgada cintura. Y así,
habiendo conseguido honor, riqueza y esposas nobles, esos cuatro hombres
ejemplares vivieron en Ayodhya, sirviendo a su padre.
De
esos cuatro hijos, Rama era el más querido por su padre y por todos los hombres
de Ayodhya. En cada virtud sobresalía; dado que era de temperamento sereno en
todas las circunstancias de fortuna o desgracia, nunca se enojaba en vano;
recordaba una sola amabilidad, pero olvidaba cien injurias; era entendido en
los Vedas y en todas las artes y las ciencias de la guerra y la paz, como
hospitalidad, y política, y lógica, y poesía, y entrenamiento de caballos y
elefantes, y tiro al blanco; honraba a los de edad madura; tenía poco en cuenta
su propio deseo; no despreciaba a nadie sino que era solícito para el bienestar
de todos; atento con su padre y sus madres, y leal a sus hermanos,
especialmente a Lakshmana. Pero Bharata y Satrughna residían con su tío
Ashwapati en otra ciudad.
Rama es nombrado sucesor
Entonces
Dasharatha reflexionó que ya había gobernado muchos, muchos años, y que estaba
fatigado, y pensó que ninguna alegría podía ser mayor que ver a Rama
establecido en el trono. Convocó un consejo de sus vasallos y consejeros y
reyes y príncipes vecinos que acostumbraban residir en Ayodhya, y con solemnes
palabras, que tronaron como un tambor, dirigió un discurso a este parlamento de
hombres:
«Vosotros
sabéis bien que por muchos largos años he gobernado este reino, siendo como un
padre para todos los que vivían en él. Sin pensar en buscar mi propia
felicidad, he pasado mis días gobernando según dharma. Ahora yo desearía descansar, e
instituir a mi hijo mayor Rama como sucesor y confiarle el gobierno. Pero,
aquí, mis señores, solicito vuestra aprobación; porque el pensamiento imparcial
es diferente del pensamiento apasionado, y la verdad surge del conflicto de
varias opiniones.» Los príncipes se alegraron con las palabras del rey, como
los pavos reales bailan al ver nubes cargadas de lluvia. Se levantó el murmullo
de muchas voces, dado que por un momento los brahmanes y los líderes del
ejército, los ciudadanos y los hombres del campo consideraron juntos sus
palabras. Entonces respondieron:
«Oh
anciano rey, aseguramos nuestra voluntad de ver al príncipe Rama nombrado
sucesor, cabalgando sobre el elefante del Estado, sentado debajo del paraguas
del dominio.»
Otra
vez el rey les requirió mayor certeza: «¿Por qué querríais vosotros a Rama por
vuestro gobernante?», y ellos respondieron:
«Por
la razón de sus muchas virtudes, dado que él destaca sobre los hombres como
Sakra entre los dioses. En compasión él es como la Tierra, en debate como
Brihaspati. Dice verdades y es arquero poderoso. Siempre se ocupa del bienestar
de la gente, y no quita méritos cuando encuentra un defecto entre muchas
virtudes. Es hábil en la música y sus ojos miran con justicia. Ni sus placeres
ni sus enojos son vanos; él es fácil de abordar y autocontrolarlo, y no lleva
adelante una guerra o la protección de una ciudad o provincia sin un retorno
victorioso. Es amado por todos. Realmente, la Tierra lo quiere como su señor.»
Entonces
el rey convocó a Vashishtha, Vamadeva y otros de los brahmanes, y les encargó
la preparación de la coronación de Rama. Fueron dadas órdenes para proveer oro
y plata y joyas y vasijas rituales, granos y miel y mantequilla clarificada,
tela no utilizada todavía, armas, carros, elefantes, un toro con cuernos
dorados, una piel de tigre, un cetro y un paraguas, montones de arroz y cuajada
y leche para alimentar cientos y miles. Se izaron banderas, se regaron las
calles, en cada puerta se colgaron guirnaldas; se notificó a los caballeros que
se presentaran vestidos con sus armaduras de malla, y a bailarines y cantantes
que estuvieran preparados. Entonces Dasharatha mandó buscar a Rama, el héroe,
que parecía una luna en toda su belleza, y Rama pasó a través de la asamblea
agradando a los ojos de todas la personas, destacando como una luna en el cielo
otoñal de claras estrellas, e inclinándose adoró los pies de su padre.
Dasharatha lo alzó y lo colocó en un trono preparado para él, dorado y cubierto
de piedras preciosas, donde parecía una imagen reflejada de su padre sobre el
trono. Entonces el anciano rey habló a Rama de lo que había sido decidido, y
anunció que sería nombrado su sucesor. Y agregó un sabio consejo en estas
palabras: «Aunque tu arte es virtuoso por naturaleza, yo te aconsejaré por amor
y por tu bien: practica aún más la amabilidad y domina tus sentidos; evita toda
codicia y enojo; mantén tu arsenal y tesoro; personalmente y por medio de otros
hazte informar de los asuntos de Estado; administra justicia libremente a
todos, que la gente se alegrará. Prepárate, mi hijo, emprende tu tarea.»
Entonces
los amigos de Kaushalya, madre de Rama, le contaron a ella todo lo que había
sucedido, y recibieron oro y animales y joyas en recompensa por las buenas
noticias, y todos los hombres agradecidos se dirigieron a sus hogares y
veneraron a los dioses.
Entonces
otra vez el rey mandó buscar a Rama y tubo una conversación con él. «Mi hijo»,
dijo, «te instituiré mañana como sucesor, porque estoy viejo y he soñado malos
sueños, y los astrólogos me informaron que mi estrella de la vida está
amenazada por los planetas Sol y Marte y Rahu. Por ello vosotros, con Sita,
desde el momento de la puesta del sol, vais a guardar ayuno bien vigilado por
vuestros amigos. Yo quisiera coronarte pronto, dado que incluso los corazones
de los virtuosos cambian con la influencia de acontecimientos naturales, y
nadie sabe lo que sucederá.» Entonces Rama dejó a su padre y buscó a su madre
en las habitaciones interiores. La encontró en el templo, vestida de seda,
adorando a los dioses y rezando por su bienestar. Allí también estaban
Lakshmana y Sita. Rama se inclinó ante su madre, y le solicitó que preparara lo
que ella creía necesario para la noche de ayuno, para él y Sita. Volviéndose
luego a Lakshmana: «Gobierna tú la Tierra conmigo», dijo, «ya que esta buena
fortuna es tanto tuya como mía. Mi vida y reino sólo los deseo por ti.»
Entonces Rama fue con Sita hasta sus propios cuartos, y hasta allí también fue
Vashishtha para bendecir el ayuno.
Toda
la noche las calles y caminos de Ayodhya estuvieron llenos de hombres ansiosos;
el tumulto y el murmullo de las voces sonaba como el rugido del mar cuando hay
Luna llena. Las calles estaban limpias y lavadas, y con guirnaldas y cordeles
con banderas; lámparas encendidas fueron puestas sobre candelabros. El nombre
de Rama estaba en los labios de cada hombre, y todos estaban expectantes del
día siguiente, mientras Rama guardaba ayuno en el interior.
La conspiración de Kaikeyi
Todo
este tiempo la madre de Bharata, Kaikeyi, no había oído una palabra de la
intención del rajá Dasharatha. Kaikeyi era joven y apasionada y muy hermosa;
ella era generosa por naturaleza, pero no tan sabia y amable como para no ser
dominada por los torcidos mandatos de su propio deseo u otra instigación. Ella
tenía una fiel vieja y jorobada criada de una malvada disposición; su nombre
era Manthara. Ahora Manthara, oyendo los festejos y enterándose de que Rama iba
a ser nombrado sucesor, se apresuró a informar a su señora de la desgracia que
caía sobre Bharata, ya que de esa forma veía ella el honor que se otorgaba a
Rama. «Oh insensata», dijo, «¿por qué actúas con pereza y con alegría cuando
esta desgracia te está ocurriendo?» Kaikeyi le preguntó qué mal había ocurrido.
Manthara respondió con enojo: «Oh mi señora, una terrible destrucción espera a
tu felicidad, tanto que estoy sumergida en un miedo terrible y afligida con
pesar y tristeza; ardiendo como un fuego, te he buscado apresuradamente. Actúas
como una verdadera reina de la Tierra, pero sabe que mientras tu señor habla
afablemente, él es astuto y deshonesto por dentro, y te desea daño. Es el
bienestar de Kaushalya lo que él persigue, no el tuyo, a pesan de que sean
amables las palabras que tiene para ti. ¡ Se desentiende de Bharata y Rama será
puesto en el trono! Realmente, mi niña, has criado para marido una víbora
venenosa. Ahora actúa rápido y encuentra una forma de salvarte a ti misma y a
Bharata y a mí.» Pero las palabras de Manthara dieron risa a Kaikeyi: ella se
alegró sabiendo que Rama sería sucesor y, obsequiando con una joya a la
jorobada criada, dijo: «¿Qué beneficio puedo darte por esta noticia?» Estoy
realmente contenta de oír este relato. Rama y Bharata son muy queridos para mí,
y no encuentro diferencia entre ellos. Está bien que Rama sea puesto en el
trono. Te doy las gracias por la noticia.»
Entonces
la jorobada criada se puso más enojada y tiró la joya. «Realmente», dijo,
«actúas con locura al alegrarte ante tu calamidad. ¿Qué mujer de buen sentido
se alegraría por las noticias mortíferas de la preferencia por el hijo de una
coesposa? Deberías estar como si fueras la esclava de Kaushalya, y Bharata como
el sirviente de Rama.»
Pero
todavía Kaikeyi no tuvo envidia. «¿Por qué afligirme por la fortuna de Rama?»,
dijo. «Él está bien dotado para ser rey; y si el reino es suyo, también lo será
de Bharata, dado que Rama siempre mira por sus hermanos como por sí mismo.»
Entonces Manthara, suspirando muy amargamente, contestó a Kaikeyi: «Poco
entiendes tú, pensando que es bueno lo que es una mala fortuna. ¿Deberías
concederme una recompensa por la preferencia a tu coesposa? Seguramente Rama,
cuando esté bien establecido, desterrará a Bharata a una tierra lejana o a otro
mundo. Bharata es su enemigo natural, porque ¿qué otro rival tiene él, dado que
Lakshmana desea sólo el bienestar de Rama, y Satrughna está ligado a Bharata?
Tú deberías salvar a Bharata de Rama, quien lo dominará como un león a un
elefante: vuestra coesposa, la madre de Rama, también te buscará venganza por
la acción que en una ocasión tú has hecho a ella. Lo sentirás mucho cuando Rama
gobierne la tierra. Deberías, mientras haya tiempo, hacer planes pasa
establecer a tu hijo en el trono y expulsar a Rama.»
Así
fueron despertados el orgullo y los celos de Kaikeyi, quien poniéndose roja de
enojo y respirando hondo y fuerte contestó a Manthara:
«Este
mismo día Rama debe ser expulsado y Bharata nombrado sucesor. ¿Tienes algún
plan para conseguir esta voluntad mía?»
Entonces
Manthara le recordó una antigua promesa: largo tiempo atrás en una gran batalla
con los rakshasas Dasharatha había sido herido y casi muerto; Kaikeyi lo había
encontrado inconsciente sobre el campo de batalla, y lo había conducido hasta
un sitio seguro y allí lo había curado; Dasharatha, agradecido, le había
concedido dos deseos, y ella había reservado estos deseos para pedírselos
cuando y como a ella le conviniera. «Ahora», dijo Manthara, «pide a tu marido
estos deseos: establecer a Bharata como sucesor en el trono y desterrar a los
bosques por catorce años a Rama. Durante esos años Bharata se habrá establecido
tan bien y se habrá hecho tan querido por la gente que no tendrá que temer a
Rama. Por tanto, entra en la cámara-del-enojo: deshazte de tus joyas y ponte una sucia
prenda, no pronuncies palabra o mires a Dasharatha. Tú eres su más querida
esposa a quien él no puede negar nada, ni tampoco soportar verte afligida. Te
ofrecerá oro y joyas, pero tú rechaza todo ofrecimiento que no sea el destierro
de Rama y la coronación de Bharata.»
Así
fue llevada Kaikeyi a elegir como bueno aquello que era en realidad lo más
malvado; excitada por las palabras de la sirviente jorobada, la justa Kaikeyi
actuó como una yegua dedicada a su potro y corrió a lo largo de un mal camino.
Ella agradeció y elogió a la jorobada Manthara, y le prometió ricos regalos
cuando Bharata fuera establecido en el trono. Luego se arrancó sus joyas y
hermosas ropas y se lanzó al suelo de la cámara-del-enojo; ella apretó su pecho
y gritó: «Sabed que o Rama es desterrado y mi hijo coronado o yo moriré: si
Rama no se va al bosque, no desearé cama o guirnalda, pasta de sándalo o
ungüento, carne o bebida, o la misma vida.» Así como un cielo estrellado
escondido por las nubes, la real señora se enfurecía y entristecía; en su dolor
se encontraba como una mujer-pájaro atacada por astiles envenenados, como la
hija de una serpiente en su cólera.
Entonces,
cuando aún faltaba mucho para el amanecer, Dasharatha se dirigió a informar a
Kaikeyi de la ceremonia a realizarse. No encontrándola en sus decoradas
estancias ni tampoco en sus propias habitaciones, él supo que habría ido a la
cámara-del-enojo. Hasta allí fue y encontró a la más joven de sus esposas
yaciendo en el suelo como una parra arrancada o como un ciervo cogido en una
trampa. Entonces ese héroe, como un elefante del bosque, tocó tiernamente a la
reina de los ojos de loto y le preguntó qué le sucedía: «Si estás enferma hay
médicos; o si quieres que alguien que debe recibir castigo sea recompensado, o
aquellos que deberían ser recompensados sean castigados, menciona tu deseo: no
puedo negaste nada. Tú sabes que no puedo negar ningún pedido de los tuyos;
pide por tanto cualquier cosa que desees y cálmate.»
Así
consolada, ella respondió: «Nadie me ha agraviado; pero tengo un deseo que, si
me lo otorgas, te lo contaré.» Entonces Dasharatha juró por el mismo Rama que
cumpliría cualquier cosa que ella pidiese.
Entonces
Kaikeyi reveló su pavoroso deseo, llamando al cielo y a la Tierra y al día y a
la noche y a los dioses domésticos y a toda cosa viviente para que atestiguaran
que él había prometido cumplir sus deseos. Ella le recordó aquella antigua
guerra con los asuras cuando ella había salvado su vida y él le había prometido
dos deseos. Así el rey fue atrapado por Kaikeyi, como un ciervo entrando a una
trampa. «Ahora esos deseos», dijo, «que tú has prometido concederme aquí y
ahora, son éstos: deja que Rama vista piel de ciervo y lleve una vida de
ermitaño en el bosque de Dandaka durante catorce años, y que Bharata se
establezca como tu sucesor. ¿Demostrarás ahora la palabra real, de acuerdo con
la raza y carácter y nacimiento? La verdad es —eso nos dicen los ermitaños— de
supremo beneficio al hombre cuando alcanza el otro mundo.»
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