domingo, 27 de octubre de 2013

Nala y Damayanti

Hubo una vez un joven rey de Nishadha, en la India central, cuyo nombre era Nala. En un país vecino llamado Vidarbha reinaba otro rey, cuya hija Damayanti se decía que era la más hermosa niña del mundo. Nala era un joven muy completo, bien entrenado en todas la sesenta y cuatro artes y ciencias con las cuales los reyes debían estar familiarizados, y particularmente habilidoso en montar caballos; pero, por otra parte, era muy aficionado al juego. Un día mientras paseaba en el jardín del palacio, mirando a los cisnes entre los lotos, se decidió a atrapar a uno. El inteligente cisne, sin embargo, sabía cómo comprar su libertad. «Libérame, buen príncipe», dijo, «y yo volaré a Vidarbha y cantaré tu fama ante la hermosa Damayanti.» Entonces todos los cisnes juntos volaron a Vidarbha y se pusieron a los pies de Daniayanti. «Hay un príncipe sin par en Nishadha», dijo, «más hermoso que ningún hombre de Dios. Tú eres la más hermosa de las mujeres, ¿querrías tú ser desposada?» Damayanti se enrojeció y cubrió su cara con un velo como si un hombre se hubiese dirigido a ella; pero no podía dejar de pensar en cómo sería Nala. Después de un momento dijo al cisne: «Tal vez tú deberías hacer la misma sugerencia al mismo Nala.» Ella se sentía bien protegida en el jardín de su padre, y esperaba que Nala se enamorara de ella, ya que sabía que su padre estaba planeando un swayamvara, o propia elección, para ella muy pronto, en el que ella debería aceptar un pretendiente.
Desde ese día Damayanti comenzó a adelgazar; ella se sentaba sola y soñaba, de modo que todas las doncellas se afligían por ella. Cuando Bhima lo oyó apresuró los preparativos para su propia elección, sintiéndose seguro de que la única cura era casarla y establecerla. Él invitó a todos los príncipes y rajás vecinos, e hizo los preparativos para recibirlos en una gran fiesta. Mientras tanto Narada, que había estado pasando una corta temporada en la Tierra, subió al cielo y entró en el palacio de Indra. Indra le saludó y le preguntó qué sucedía, dado que los reyes de la Tierra no le hacían las visitas acostumbradas. Entonces Narada relató la historia de Damayanti y describió los preparativos para la propia elección en la corte de Bhima. Los dioses anunciaron su intención de participar en la festividad y, montando en sus carros, partieron para Vidarbha. Poco tiempo después encontraron a Nala y, conmovidos por su belleza y porte real, se dirigieron a él con una orden de llevar un mensaje de su parte. «Soy vuestro para lo que mandéis», les contestó, y se paró con las manos unidas esperando su voluntad. Indra cogió la palabra. «Sabed, oh Nala», dijo, «que yo, con Agni, Varuna y Yama, hemos venido del cielo buscando el amor de Damayanti; anúnciale esto a ella, para que elija a uno de nosotros cuatro.» Nala quedó espantado con esta orden y rogó a los dioses que buscaran otro mensajero. Pero los dioses le hicieron cumplir su promesa, y realmente se vio a sí mismo inmediatamente transportado hasta el palacio de Damayanti. Allí vio a la dama a quien ya adoraba radiante como una luna de plata. Damayanti y sus doncellas estaban pasmadas con su aparición allí entre ellas, y aún más pasmadas por su belleza; cada doncella secretamente lo adoró. Pero Nala, frenando su propio deseo, entregó el mensaje de los dioses. «Decide tú cuál será tu deseo», concluyó. Damayanti respondió: «Yo misma y todo lo que tengo son tuyos; ¿no me amarás a cambio? Es sólo por ti que los príncipes son convocados. Si no me aceptaras, prefiero la muerte a cualquier otro.» Pero Nala respondió: «i,Cómo elegirás a un mortal cuando incluso los dioses pretenden tu mano, quienes, además, me matarán si su deseo es frustrado? ¡Mira qué grandes son los dioses, y lo que poseerá aquella que se case con ellos!» Damayanti respondió: «Es mi promesa no desposar a nadie que no seas tú.» Nala respondió: «Como mensajero no puedo invocar mi propia causa; sin embargo, recuérdame cuando esté frente a ti pretendiendo por mi propio nombre.» Damayanti sonrió y respondió: «Tú estarás seguramente sin pecado presente en el swayamvara, aunque los dioses estarán también allí; entonces yo te escogeré a ti como mi señor, no podrá nadie culparme por ligarme a ti.» Entonces Nala se inclinó y, marchándose, inmediatamente se presentó a los dioses, y les contó cómo había sucedido todo realmente. «Lo que queda», dijo, «depende de vosotros, oh dioses principales.»
El día del swayamvara amaneció. La corte dorada de Bhima estaba llena de señores de la Tierra, sentados en tronos, radiantes como las estrellas en el cielo, fuertes como leones de montaña, hermosos como los nagas, multitudinarios como las serpientes en Bhogavati. Entonces Damayani fue traída a su trono; junto a ella caminaban sus doncellas con la guirnalda fatídica, y frente a ella fue Sarasvati misma. Pasó frente a las filas de pretendientes, rechazando a cada uno por turno al ser anunciado su nombre y rango. Entonces ella vio a cinco nobles príncipes sentados juntos, cada uno con la forma de Nala. Damayanti los miró desesperada:
ella no podía saber quién era Nala ni quiénes podían ser los otros. No podía distinguir a los dioses por sus propios atributos, ya que habían dejado a un lado sus formas propias. Largo fue el silencio, hasta que ella reflexionó que debía aproximarse a ellos con un humilde ruego, dado que ni siquiera los dioses pueden rechazar los ruegos del bueno y el virtuoso. «Oh vosotros, grandes dioses», dijo, «dado que yo me he prometido a mí misma a Nala, mostrad a mi señor.» Cando ella rogó, los dioses adquirieron su propia forma y atributos: radiantes, con mirada aguda, con guirnaldas eternamente frescas, sin tocar el suelo, se pararon delante de ella. Pero Nala se mostró sombrío, guimalda marchita y frente transpirada. Entonces Damayanti paró y se inclinó para tocar el bajo su vestimenta, y alzó y arrojó la guirnalda de flores alrededor de sus hombros entre gritos afligidos de los pretendientes rechazados y aplausos de los dioses y rishis. Así eligió Damayanti a su señor. Los dioses obsequiaron a Nala grandes regalos y se marcharon otra vez al cielo. Los rajás reunidos partieron. Bhima entregó su hija a Nala; grande y rico fue el banquete de boda, y Nala y Damayanti fueron a su hogar a Nishadha.
Había, sin embargo, un demonio llamado Kali, el espíritu de la Cuarta Época, que con su amigo Dvapara no pudieron llegar a tiempo al swayamvara. Encontrándose con los dioses volviendo de Vidarbha, Kali supo por ellos que Damayanti había elegido a Nala. Su cólera no tuvo límites al saber que un mortal había sido preferido a un dios. A pesar de que los dioses le disuadieron, él decidió vengar el insulto. Pidió a su amigo Dvapara que entrara en el juego y él mismo buscó la oportunidad de poseer al rey. Pasaron doce años hasta que un descuido en la observación de la pureza ceremonial puso a Nala a merced del demonio. Kali entró en él, e inmediatamente invitó al hermano de Nala, Pushkara, a jugar con el rey. Nala perdió, y perdió otra vez. Día tras día el juego contínuó hasta que pasaron meses. Los ciudadanos pedían audiencia en vano, también en vano la reina pedía a su señor que recibiera a los ministros. Pronto el tesoro real fue casi agotado, pero Nala continuaba jugando. Entonces Damayanti llamó a su fiel cochero y, advirtiendo que días desafortunados se aproximaban, envió a sus dos hijos con él, para que queridos amigos cuidaran de ellos en Vidarbha. Cuando todo estaba perdido Pushkara pidió a su hermano que arrojara los dados por Dmayanti; pero fue suficiente. Él se levantó, arrojó sus joyas y su corona, y salió de la ciudad donde había sido rey, seguido de Damayanti, vestida con ropas sencillas como su señor. Seis días después ellos vagaban así, mientras Pushkara usurpaba el tomo. Entonces Nala vio unos pájaros y los quiso atrapar para comer. Arrojó su túnica sobre ellos, pero ellos se alzaron y escaparon, dejándolo desnudo. Al levantarse en el aire gritaron: «Tonto Nala, nosotros somos los dados, insatisfechos, ya que tú conservabas todavía una simple túnica.» Entonces el miserable rey se volvió a su esposa y le aconsejó dejarlo y encontrar el camino a Vidarbha sola; pero ella respondió: «¿Cómo podría dejarte sólo en este bosque salvaje? Mejor te serviré y te cuidaré, dado que no hay un ayudante como una esposa. O vayamos juntos a Vidarbha y mi padre nos dará la bienvenida.» Pero Nala se negó; no volvería en indigencia a Vidarbha, donde había sido conocido como un gran rey. Así ellos vagaron, hablando de su mala fortuna, y llegando a una choza abandonada, descansaron sobre el suelo; Damayanti se durmió. Entonces Kali llevó a la mente de Nala la idea de abandonar a su esposa; le pareció mejor para ella y para él. Empuñó una espada y cortó en dos la túnica que llevaba Damayanti, y se puso la mitad. Dos veces dejó la choza y dos veces volvió, incapaz de dejar a su esposa, y otra vez se marchó, dirigido por Kali, hasta que al fmal se alejó.
Cuando Damayanti despertó y extrañó a su esposo gritó y sollozó de pena y soledad. Pero pronto pensó más en él que en ella misma y lamentó sus sufrimientos; y ella pidió que ya que fue ella la que había traído el sufrimiento a Nala debía sufrir diez veces más que él. En vano buscó a su señor, merodeando por el bosque, hasta que una gran serpiente la cogió. Entonces vino un cazador, mató la serpiente y la liberó, y le preguntó su historia. Ella le contó todo lo que había sucedido; pero él vio su belleza y la deseó para él. Grande era su enojo cuando vio sus propósitos, y ella le insultó por un acto de fidelidad. «Tanto como soy fiel a Nala», dijo, «así puede este malvado cazador morir en este mismo momento», y él cayó al suelo sin sentido.
Todavía Damayanti merodeó por el bosque, y las bestias salvajes no la dañaron; muy lejos fue, llorando por su señor, hasta que fmalmente llegó a una ermita solitaria y se inclinó ante los santos hombres. Ellos le dieron la bienvenida como el espíritu del bosque o la montaña; pero ella contó su historia. Ellos respondieron con palabras de consuelo y le aseguraron que encontraría a su señor. Pero no bien dijeron esto, tanto la ermita como los ermitaños desaparecieron. Después de muchos días ella se encontró con una caravana de mercaderes cruzando un vado. También dieron la bienvenida a la dama del bosque o del río hasta que ella les contó su historia. Los mercaderes respondieron que iban en dirección a la ciudad de Subahu, rey de Shedi, y cogieron a la agotada reina en su compañía y continuaron su camino. Esa misma noche, mientras los mercaderes dormían, una manada de elefantes salvajes irrumpió en el campamento, espantó a todas las bestias y mató a más de la mitad de los viajantes. Aquellos que sobrevivieron atribuyeron toda su mala fortuna a la mujer extraña que ellos habían ayudado, y la hubiesen matado si no hubiese huido al bosque otra vez. Pero después de muchos días de vagar llegó a la capital de Shedi, y se paró junto a las puertas del palacio como una loca sin hogar, sucia, desarreglada y a medio vestir. Entonces la reina de Subahu la vio y la recibió amablemente. Cuando ella le contó su historia, la reina le asignó un sitio donde ella podría vivir en reclusión, sin ver a nadie salvo a sabios brahmanes, que pudieran traerle noticias de su marido.
Poco después de abandonar a su esposa Nala vio en el bosque un fuego ardiendo, del que salía una voz diciendo: «Date prisa, oh Nala; apresúrate a ayudarme; apresúrate.» Él corrió al lugar y vio una naga real enrollada sobre el suelo, rodeada por el fuego. Dijo la serpiente: «Por la maldición de Narada, estoy rodeada por el fuego hasta que Nala me rescate; soy el rey de las serpientes, grande de poder y sabiduría en muchos aspectos del oculto saber tradicional. Sálvame, y haré mucho por ti y daré mucho por ti.» Entonces Nala levantó a quien no podía moverse por sí misma por la maldición de Narada, del feroz círculo en el frío bosque, soportándola diez pasos desde el círculo. De repente la serpiente le mordió y su aspecto cambió; pero la naga adquirió su forma real. Entonces la naga aconsejó a Nala: «He cambiado tu apariencia con mi veneno y los hombres no te conocerán. Esto es para el desconcierto del demonio por el cual estas poseído. Viaja a Ayodhya, donde Ritupama es rey; busca servirle como cochero y llegará el momento en que intercambiará contigo su habilidad en los dados por la tuya en conducir. No te aflijas, dado que todo lo que ha sido tuyo te será restituido. Cuando vuelvas a adquirir tu propia forma piensa en mí y ponte esta túnica.» Cuando Nala recibió la vestimenta mágica el rey naga desapareció.
Como fue predicho, así ocurrió; Nala se convirtió en cochero de Rituparna. Mientras tanto los mensajeros de Bhima, buscando en todo el mundo a Nala y Damayanti, encontraron a la reina en la capital de Shedi y la trajeron a casa. Otra vez enviaron mensajeros brahmanes para buscar a Nala. Ellos debían buscar en todo el mundo, preguntando en todos los sitios: «i,Adónde has ido, oh jugador, que dejaste tu esposa con la mitad de su vestido; por qué me has dejado sola?» De cualquier respuesta hecha, ellos debían traer noticias. Cuando llegaron a Ayodhya, Nala, ahora convertido en el cochero Vahuka con las piernas encorvadas y poco parecido a lo que él mismo había sido, contestó a los brahmanes, pidiéndoles fe y perdón de la mujer, dado que el esposo que la había abandonado no tenía malicia, sino que lo buscaba a él en todo el mundo. Los brahmanes llevaron esta noticia a Vidarbha. Inmediatamente Damayanti buscó a su madre. «Deja que el brahmán que viene de Ayodhya», dijo, «vuelva de allí inmediatamente trayendo a mi señor. Que anuncie delante de Rituparna que Damayanti, sin saber si Nala vive o no, celebra un segundo swayamvara, y será otra vez desposada al amanecer del día siguiente en que él reciba el mensaje. Nadie sino Nala puede conducir un carro desde Ayodhya a Vidarbha en un solo día.»
Cuando Rituparna oyó este mensaje llamó a su cochero Vahuka y le ordenó que pusiera el yugo a sus caballos, dado que debía llegar a Vidarbha antes de la salida del Sol. Vahuka obedeció, pero se dijo a sí mismo: «¿Puede ser esto verdad o es un ardid hecho por mi bien? Averiguaré la verdad cumpliendo con la voluntad de Rituparna.» Condujo como el viento; cuando en un momento el rey dejó caer un pañuelo y quiso parar a recogerlo, Nala respondió: «Nada, el tiempo apremia, y el pañuelo ahora está cinco millas detrás de nosotros.» El rey se preguntaba quién sería Vahuka, dado que él no conocía ningún conductor de caballos, salvo Nala, que pudiera conducir tan de prisa y tan seguro. Pero Ritupama tenía otro don, el don de los números; cuando pasaron un árbol de mango dijo: «Mira, cien frutos caídos y cinco millones de hojas.» Inmediatamente Nala detuvo los caballos, cortó las ramas y contó las frutas; el número era exacto. Nala, asombrado, preguntó al rey el secreto de su sabiduría; él respondió: «Nace de mi habilidad en el juego.» Entonces Nala ofreció cambiar su habilidad en conducir por la sabiduría de Rituparna acerca de los números; así fue acordado. Pero cuando Nala recibió el saber de los números y habilidad con los dados, inmediatamente Kali salió de él y adquirió su propia forma. El demonio excusado por la clemencia de Nala, dado que él había sufrido tanto por el veneno de la serpiente, le prometió que dondequiera que fuera oído el nombre de Nala la amenaza de Kali sería desconocida. Entonces el demonio, perdonado por la gracia de Nala, entró en un árbol derribado y desapareció. Nala quedó contento, estando libre de su enemigo, y montando en su carro condujo aún más rápido que antes; al caer la noche llegaron a Vidarbha, y el tronar de las ruedas del carro llegó a los oídos de Damayanti, de modo que ella supo que había llegado Nala. «Si éste no es Nala», dijo ella, «moriré mañana.» Bhima dio la bienvenida a su huésped y preguntó el motivo de su llegada, dado que no sabía nada de la estratagema de Damayanti o que Rituparna había venido por el bien de su hija. Rituparna, viendo que no había ningún signo del swayamvara, ningún preparativo para los invitados reales, contestó a su anfitrión: «He venido, gran Bhima, para darte mis saludos.» Bhima sonrió, dado que pensó: «No así, de tan lejos y con tanta prisa, conduce el rey de Ayodhya por un asunto tan pequeño.» Pero dejó pasar la cuestión y cortésmente asignó habitaciones y refrigerios para el agotado rey. Vahuka llevó los caballos a los establos, los limpió, les acarició y se sentó en el asiento del carro.
Damayanti no sabía qué pensar, dado que, aunque ella había podido echar un vistazo al carro cuando éste llegó, ella no había visto a Nala. Ella pensó: Nala puede estar ahí o Ritupama debe haber aprendido su habilidad. Ella envió un mensajero al cochero, haciendo muchas preguntas acerca de si sabía algo de Nala.
Vahuka respondió: «Sólo Nala mismo sabe de Nala, y Nala no delatará ningún signo de sí mismo.» Entonces el mensajero otra vez repitió la pregunta del brahmán: «¿Cuándo te has ido, oh jugador?» Y en respuesta Vahuka adoró la constancia de la mujer y dejó caer alguna señal de su verdadera identidad; y el mensajero, reconociendo su conmoción, volvió a Damayanti. Ella envió al mensajero otra vez a vigilar de cerca al cochero; ordenó que no debía prestársele ningún servicio, ni llevarle agua, ni prepararle fuego. El mensajero informó que el cochero tenía poderes divinos, pudiendo ordenar a los elementos, el agua y el fuego, a su voluntad. Ahora más y más Damayanti sospechaba que éste era Nala disfrazado. Enviándolo una vez más, ordenó al mensajero que trajera un bocado preparado por él; cuando ella lo probó supo con certeza que nadie sino Nala había preparado el plato. Entonces ella envió a sus niños, Indrasena e Indrasen; cuando e! cochero los vio se puso a llorar, dado que él vio que eran sus propios hijo e hija perdidos hacía tiempo. Sin embargo, todavía él no se descubriría.
Entonces Damayanti fue hasta su madre y dijo que el cochero debía ser llamado ante ella, y esto fue hecho. Él estaba muy ansioso por ver a quien había abandonado en el bosque tiempo atrás. Cuando ella le preguntó si no sabía nada de Nala, él se proclamó a sí mismo y dijo que la fiebre del juego y el abandono de su esposa eran obra de Kali, no suya. «¿Pero cómo pudiste tú, noble dama, dejando a tu señor, buscar otro marido? Dado que tu segundo swayamvara está proclamado, y es por ese motivo que Rituparna y yo hemos venido.» Entonces Damayanti explicó su truco y llamó a los dioses para atestiguar que ella había sido fiel hasta el final, y la voz del cielo proclamó: «Es cierto», y cayeron flores del cielo y se oyó música celestial. Entonces Nala se puso la túnica mágica y adquirió su propia forma, y Damayanti fue hasta sus brazos; la dama de grandes ojos encontró otra vez a su señor.
La alegría era inmensa y sorprendió a la ciudad y al palacio cuando la noticia de esta reunión fue esparcida fuera. Rituparna partió con otro cochero, mientras Nala cogió su camino a Nishadha y llegó frente a su hermano Pushkara, desafiándole a los dados, pidiéndole que jugara otra vez, esta vez con sus vidas en juego. Pushkara respondió: «Que así sea; ahora, fmalmente, Damayanti será mía.» Poco faltó para que Nala, encolerizado, no lo matara; pero él cogió los dados, tiró y ganó, y Pushkara perdió.
Entonces Nala perdonó a su malvado hermano y, concediéndole una ciudad, le despachó en paz. Nala mismo, con Damayanti, gobernó en Nishadha y todos los hombres fueron felices.


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