Fue
cerca de un año después de la invasión de la cuidad de Drupada cuando
Dhritarashtra, movido por un sentido del deber y teniendo en cuenta también el
bienestar de sus súbditos, decidió coronar a Yudhishthira en público como
sucesor del imperio. Dado que Pandu, padre de Yudhishthira y sus hermanos,
había sido el monarca del reino, y no Dhritarashtra, quien por su ceguera había
sido considerado incompetente. Ahora el rey ciego se sentía obligado, por
tanto, a designar a Yudhishthira y a sus hermanos como sucesores, en lugar de a
sus propios hijos. Y después de la exhibición de caballerosas capacidades con
que se habían presentado al mundo él no podía negarse a ello por más tiempo.
Pero
los príncipes Pandava cogieron su nueva posición con más seriedad de lo que
nadie hubiese previsto. No satisfechos con el mero entretenimiento, partían en
todas direcciones para extender su soberanía y constantemente enviaban al
tesoro real inmensos botines. Duryodhana había estado celoso de sus primos
desde la misma niñez, pero ahora, viendo su gran superioridad y su creciente
popularidad, incluso su padre, Dhritarashtra, comenzó a ponerse ansioso, y al
final tampoco él podía dormir de celos. Sintiéndose así, era suficientemente
fácil para un rey reunir a su lado consejeros que pudieran darle el consejo que
anhelaba, y así, a su debido tiempo, le aseguraron que el exterminio de sus
enemigos es el primer deber de un soberano.
Pero
los Pandavas también tenían a un amigo vigilante y consejero en un cierto tío
llamado Vidura, quien, aunque de cuna inferior, era una auténtica encamación
del dios de la justicia. Vidura tenía la virtud de leer el pensamiento de los
hombres a partir de su cara, y fácilmente en este momento comprendió los
pensamientos de Dhritarashtra y su familia. Sin embargo, advirtió a los
Pandavas que, si bien tenían la obligación de estar en guardia, no debían
precipitar el odio de aquellos que estaban en el poder permitiendo que se
notara que conocían sus sentimientos. En cambio debían aceptar todo lo que se
hacía con un aire de alegría y sin suspicacia aparente.
Por
esos tiempos Duryodhana abiertamente abordó a su padre, rogándole que
desterrara a sus primos al pueblo de Benarés, y que durante la ausencia de
éstos le confiriera a él la soberanía del reino. El tímido Dhritarashtra se
alegró de que esta sugestión concordara con sus propios secretos deseos, y
viendo que su hijo era más decidido rápidamente se tranquilizó ante las
dificultades que preveía. De momento, señaló, tenían el tesoro bajo su dominio.
Teniendo esto, podrían comprar la lealtad popular, y así ninguna crítica a su
conducta podría ser lo suficientemente fuerte como para oponerse a ellos. Fue
entonces por esa época cuando Duryodhana comenzó a ganarse a la gente con
abundante distribución de riquezas y honores.
Los príncipes son
expulsados
Sucedió
entonces que, bajo instrucciones secretas del rey Dhritarashtra, ciertos
miembros de la corte comenzaron a alabar las bellezas de la cuidad de Benarés,
donde, ellos decían, la fiesta anual de Shiva ya estaba comenzando. Al poco
tiempo, como se pretendía, los príncipes Pandava, con otros, mostraron cierto
interés y curiosidad por las bellezas de Benarés y dijeron cuánto les gustaría
verla. Ante la primer palabra, el ciego Dhritarashtra se volvió hacia ellos con
aparente amabilidad. «Entonces id, mis chicos», dijo, «vosotros los cinco
hermanos juntos, satisfaced vuestro deseo viviendo algún tiempo en la ciudad de
Benarés, y llevad con vosotros obsequios del tesoro real para distribuir.»
No
había duda de que las palabras que sonaban tan amigablemente eran en realidad
una sentencia de destierro. Pero Yudhishthira, con su política fijada, tenía la
suficiente inteligencia para sentirse alegremente y expresar placer ante la
oportunidad dada a él. Un día o dos más tarde, Kunti, con sus grises cabellos,
partió con sus cinco hijos desde Hastinapura. Sin embargo, Purochanna, el amigo
y ministro de Duryodhana, había partido antes hacia Benarés con la supuesta
intención de acelerar los preparativos para recibir a los príncipes. Realmente
él había sido instruido para construir para ellos una casa de materiales
altamente inflamables, equipada con el más costoso mobiliario y equipos, y
ubicada lo más cerca posible del arsenal público, donde viviría él como
guardián de la ciudad, y buscaría una oportunidad adecuada para incendiarla,
como por accidente. El palacio, de hecho, debía estar hecho de resma.
Mientras
tanto el vigilante ‘Vidura, sin dejar que nada de todo esto se le escapara,
había prepardo en el Ganges un estupendo barco con el que Kunti y sus hijos
pudieran huir en un momento de peligro. Además, cuando los Pandavas abandonaron
Hastinapura, Vidura fue el último en dejarlos entre todos los que los
acompañaban al principio del viaje; y en el momento en que se marchaba dijo a
Yudhishthira en tono bajo, y en una lengua que sólo ellos dos comprendían:
«¡Permanece siempre alerta! Hay armas que no están hechas de acero. ¡Se puede
escapar aún del fuego teniendo muchas salidas en la casa de uno, y un profundo
agujero es un maravilloso refugio! Familiarizaos con los caminos a través del
bosque y aprended a guiaros por las estrellas. ¡Por sobre todas las cosas,
estad siempre alerta!»
«Te
comprendo bien», respondió Yudhishthira rápidamente, y sin decir más ellos
partieron.
Los príncipes llegan a
Benarés
Los
Pandavas fueron recibidos con gran magnificencia por el pueblo de Benarés,
encabezados por Purochanna, y fueron alojados por un tiempo en una casa en las
afueras de la ciudad. En el décimo día, sin embargo, Purochanna les describió
una hermosa mansión que había construido para ellos en la ciudad. Su nombre era
«el hogar bendito», pero por supuesto era en realidad «la casa maldita», y
Yudhishthira, juzgando que esto era lo más sabio, fue con su madre y sus
hermanos a ocupar sus cuartos en ella. Al llegar a la casa, la inspeccionó
cuidadosamente y, realmente, el olor a resma, brea y aceite era fácilmente
perceptible en la nueva construcción. Entonces, volviéndose a Bhima, le dijo
que sospechaba que era altamente inflamable. «¿Entonces, no deberíamos volver
inmediatamente a nuestras primeras habitaciones?», dijo el sencillo Bhima
sorprendido. «En mi opinión lo más sabio», contestó su hermano, «es permanecer
aquí simulando estar contentos, y así ganar tiempo evitando sus sospechas. Si
demostramos que les hemos descubierto, Purochanna atentaría inmediatamente
contra nosotros. En cambio, debemos quedarnos aquí, pero debemos mantener
siempre nuestros ojos vigilantes; ni por un momento debemos permitimos no tener
cuidado.»
Tan
pronto como se establecieron los príncipes en su nueva morada llegó a ellos un
hombre que decía ser un emisario de Vidura, su tío, y además hábil en minería.
Era su opinión que la casa en la que ahora ellos estaban sería quemada en
alguna noche sin luna. Por ello les propuso cavar sin tardanza un ancho pasaje
subterráneo. Y les repitió, como contraseña, la última frase que había sido
hablada, en una extraña lengua, entre Yudhishthira y su tío en el momento de
partir. Oyendo todo esto, los Pandavas lo aceptaron con gran alegría, e
inmediatamente él comenzó una cuidadosa excavación en la habitación de
Yudhishthira, cubriendo la entrada con tablas de modo que estuviera a nivel con
el resto del suelo. Los príncipes pasaron sus días cazando y recorriendo los
bosques de los alrededores, y por la noche siempre dormían con las puertas
cerradas, y con sus armas junto a sus almohadas.
La huida de los Pandavas
Cuando
había pasado un año entero pareció a Yudhishthira que Purochanna había
descuidado completamente su vigilancia. Por ello consideró que ése era el
momento adecuado para su huida. Cierta tarde, la reina Kunti dio un gran
banquete, y cientos de hombres y mujeres vinieron. Y en plena noche, en cuanto
hubo oportunidad, cuando todos se habían marchado, un fuerte viento comenzó a
soplar; y en ese momento Bhima, saliendo silenciosamente, encendió fuego en la
parte de la casa que unía los mismos cuartos de Purochanna con el arsenal.
Luego encendió fuego en otras varias partes y, dejando que todo ardiera, él con
su madre y sus hermanos entraron en el pasaje subterráneo para escapar. Y nadie
se dio cuenta de que una pobre mujer de baja casta y sus cinco hijos que habían
venido al banquete todavía estaban allí, y que los seis, dormidos por la
intoxicación, quedaron dentro de la casa en llamas. Y dado que la somnolencia y
el miedo frenaban el movimiento de los Pandavas en su huida, el Kirat-Arjuna
gigante Bhima puso a su madre sobre su espalda y, cogiendo a dos de sus
hermanos cada uno bajo un brazo, corrió hacia adelante a lo largo del pasaje
secreto y salieron luego de un momento en la oscuridad del bosque. Y Bhima, así
cargado, siguió adelante, rompiendo los árboles con su pecho y hundiendo el
suelo con su fuertes pisadas.
Y
detrás de ellos los ciudadanos de Benarés estuvieron toda la noche mirando el
incendio de la casa de resma, llorando amargamente por el destino de los
príncipes, que ellos suponían estaban allí dentro, y condenando a voces al
malvado Purochanna, cuyos motivos ellos comprendieron bien. Y cuando llegó la
mañana encontraron el cuerpo de Purochanna y también los cuerpos de la mujer
con sus cinco hijos pertenecientes a los inocentes de baja casta, y enviando un
mensaje a Dhritarashtra a la capital distante procedieron a rendirles honores
reales a las infortunadas víctimas. Entonces el minero que había sido enviado
por Vidura se acercó a colaboran en el movimiento de las cenizas, y así, con
este ardid, pudo cubrir, sin ser descubierto, la entrada del pasaje secreto, y
lo hizo de tal forma que nadie sospechó su existencia.
Mientras
tanto, cuando los Pandavas emergieron del bosque encontraron en una hermosa
embarcación en el Ganges a un hombre que parecía estar midiendo su lecho para
encontrar un vado. Y éste era, en realidad, el capitán que había sido enviado
por Vidura para esperar el momento de la huida de los Pandavas. Viendo a los
cinco hombres, con su madre, llegan a la orilla del río, se acercó con su
embarcación y dijo en voz baja a Kunti la del cabello gris: «¡Escapa con tus
hijos de la red que la muerte ha esparcido alrededor de todos vosotros!» Kunti
miró sobresaltada y él se volvió a los príncipes y dijo: «Es la palabra de
Vidura. ¡Estad siempre alerta! ¡He sido enviado para transportaros al otro lado
del Ganges!»
Reconociéndolo
por estas palabras como un agente de Vidura, los principes contentos entraron a
su barco y el los llevo a salvo hasta la orilla opuesta Entonces pronunciando
la palabra Jaya (¡Victoria!) los
dejó, y volvió al trabajo que parecía estar haciendo.
Y
los Pandavas, con su madre, huyeron de bosque en bosque y de pueblo en pueblo.
En una ocasión se disfrazaban de una forma y luego otra vez de otra, hasta que
al final llegaron al pueblo de Ekachakra, siendo recibidos en las habitaciones
exteriores de un brahmán y su familia; se establecieron allí para vivir como
hombres instruidos mendigando. Repitiendo largos pasajes de los libros
sagrados, era fácil para ellos obtener cada día comida suficiente. Con sus
altas figuras, sus prendas de piel de ciervo, sus cordones sagrados y sus
enmarañadas mechas, todos los hombres les tomaron por brahmanes. Pero cada
atardecer al volver a Kunti con el arroz que habían recogido durante el día,
éste siempre era dividido por ella en dos porciones iguales. Una era comida por
Bhima, y la otra era dividida por ella entre los cuatro hermanos restantes y
ella misma. Y haciendo eso ellos vivieron muchos meses con simplicidad y mucha
felicidad en el pueblo de Ekachakra.
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