Introducción al Mahabharata
Sin
duda, la saga nacional india es el Mahabharata.
Éste es para el pueblo y el hogar indio lo que la Ilíada era para los griegos, y también, en un cierto grado, lo que
las Sagradas Escrituras y Evangelios son para nosotros mismos. Es el más
popular de todos los libros sagrados. Contiene, como un interludio, el Bhagavad
Gita, el evangelio nacional. Pero, con ello, es también un poema épico. La
historia de la divina encarnación, Krishna, como es llamada, ha sido
sintetizada en una inmensa balada y poema épico militar de desconocida
antigüedad. De este poema épico el tema principal es un conflicto entre dos
familias de primos, los hijos de Pandu y los hijos de Dhritarashtra —o los
Pandavas y los Kauravas, o Kurus—. Y aunque siguiendo los modos de la
literatura antigua, unos mil cuentos, algunos más antiguos y otros menos, se
han embebido en sus intersticios, además este gran drama avanza del principio
al fin, lleno de rapidez y color. Está marcado por una extraordinaria
intensidad y riqueza de imaginación. Pero tal vez la mayor parte de nosotros,
recordando que este trabajo es antiguo, estaremos más impresionados aún por la
sutileza y modernidad de las relaciones sociales que relata. Aquí y allí
podemos encontrar una costumbre anómala o una creencia curiosa, pero en la
delicadeza de la descripción de caracteres, en la representación de personalidades
y en la reflexión de toda la luz y sombra de la vida en sociedad nos
encontramos a nosotros mismos, en el Mahabharata,
completamente al nivel de las novelas y dramas de la Europa moderna. La
fortaleza de Karna cuando su madre lo abraza; la voz baja en que Yudhishthira
dice «elefante» como una concesión a su conciencia: la risa de Bhishma en la
batalla, satisfaciéndose a sí mismo con el levemente enfatizado
«¿Shikhandini?», éstas, entre otras muchas cosas, serán encontradas por el
lector como instancias típicas.
El
hecho sobresaliente que debe observarse acerca del poema épico, sin embargo, es
que del principio al fin su interés principal está sujeto y centrado en el
carácter. Nosotros estarnos siendo testigos de la ley que, de la misma forma
que la ostra hace su propia concha, la mente del hombre crea y necesita su
propia vida y destino. Toda la filosofía de la India está implícita en este
romance, exactamente como está en la vida cotidiana. El Mahahharata constituye, y se propone constituir, una suprema
apelación a la conciencia de cada generación. Mucho más que la tradición
nacional, encarna la moralidad nacional. En este hecho radica la gran
diferencia entre ella y los poemas épicos griegos, en los que la pasión
dominante es la búsqueda consciente de la belleza ideal.
I.
CÓMO LOS PRÍNCIPES APRENDIERON A DISPARAR
En
esos tiempos Bhishma, el gran señor real, estaba ansioso por conseguir para los
príncipes de las dos casas imperiales un maestro que pudiera entrenarles a
fondo en el uso de las armas. Y sucedió un día de esos que los niños, todos
juntos, estaban jugando a la pelota en el bosque fuera de Hastinapura, que su
pelota rodó lejos de ellos y cayó dentro de un antiguo pozo. Por más que lo
trataban, no había entre ellos quien pudiera recuperarla. Todos los esfuerzos
posibles fueron hechos por cada uno a su turno, pero no lo consiguieron.
Parecía que la pelota nunca sería recobrada. Justo cuando su ansiedad juvenil y
enfado eran máximos. sus miradas cayeron, como de común acuerdo, sobre un brahmán
que estaba sentado cerca, a quien ellos no habían percibido al principio. Era
delgado y de color oscuro, y parecía estar descansando después de practicar sus
rezos diarios. «¡Oh brahmán!», gritaron los chicos, rodeándole en grupo,
«¿puedes mostramos cómo recuperar nuestra pelota?» El brahmán sonrió levemente
y dijo: «¿Qué? ¿Qué? ¡Jóvenes de la casa real, no disparáis lo suficientemente
bien para conseguirlo! Si sólo me prometierais mi cena, yo sacaría por medio de
unas cuantas hojas de hierba, no sólo vuestra pelota sino también este anillo
que ahora tiro. » Y cumpliendo su palabra, cogió un anillo de su propio dedo y
lo tiró dentro también. «Brahman-ji, te haremos rico», dijo uno de los chicos,
«si tú puedes hacer realmente lo que dices.»
«¿Es
así?», dijo el brahmán. «Entonces mirad a esta hierba», y arrancó un manojo de
largas hierbas que crecían cerca. «Mediante un hechizo yo puedo dar a estas
hierbas la virtud que las armas no tienen. Mirad, aquí tiro», y mientras
hablaba tomó puntería y tiró una sola hoja de hierba con tal destreza y
precisión que atravesó la pelota que estaba en el pozo como si hubiese sido una
aguja. Entonces tirando otra hoja, atravesó a la primera, y siguió así, hasta
que tuvo una cadena de hierba, mediante la cual fue fácil extraer la pelota.
Para
entonces el interés de los chicos estaba más centrado en la habilidad del
brahmán que en la recuperación de su juguete, y ellos exclamaron de común
acuerdo: «¡El anillo, también, oh brahmán! ¡Muéstranos cómo puedes recuperar el
anillo! »
La recuperación del anillo
Entonces
Drona —que ese era el nombre del brahmán— cogió su arco, que tenía a su lado,
y, eligiendo una flecha del carcaj que llevaba, disparó dentro del pozo y la
flecha, volviendo a su mano, trajo el anillo. Cogiendo la joya, la entregó a
los príncipes, cuya sorpresa y deleite no tenían límites. «¿Qué podemos hacer
por ti? ¿Qué podemos hacer?», gritaron. La cara del brahmán se puso grave otra
vez: «Decid a Bhishma, vuestro tutor, que Drona está aquí», contestó brevemente,
y volvió otra vez a las profundidades del pensamiento.
Los
chicos se marcharon en tropel, cargados de fresco entusiasmo, para describir a
Bhishma, el protector, la extraordinaria experiencia de la mañana; y éste,
pensando que Drona era el verdadero maestro que estaba buscando, se apresuró a
ir a verlo en persona y traerlo al palacio. Bhishma había oído de Drona como el
hijo del gran sabio Bharadwaja, cuyo ashrama
en las montañas, junto a la naciente del Ganges, había sido una fuente de
gran aprendizaje. A esta ermita habían llegado muchos ilustres alumnos, que
habían sido compañeros de juego y camaradas de Drona, durante su niñez y
juventud. También se decía en la sociedad real y militar de ese momento que
Drona, luego de la muerte de su padre, había hecho grandes austeridades e ido a
través de una línea de estudio muy determinada, como consecuencia de lo cual él
había sido misteriosamente dotado de armas divinas y de la sabiduría de cómo
utilizarlas.
Ahora
era el objetivo del gran señor real, saber cómo y por qué el brahmán estaría
llamando la atención en la capital, y unas pocas diestras preguntas rápidamente
le dijeron lo que quería saber. Drona se había casado y tenía un hijo, de
nombre Ashvatthaman. Movido por las necesidades del niño, se había dado cuenta
por primera vez de su propia pobreza, y había partido para recobrar las
notables amistades de su niñez. La más importante de éstas había sido su
intimidad con Drupada, ahora rey de los Pan-chalas, uno de los mayores de los
reinos menores. Cuando Drupada, siendo príncipe, era un estudiante como él
mismo, ellos habían sido inseparables, jurándose uno al Otro amistad eterna.
Drupada era ahora un soberano por su propio derecho, y era natural, por tanto,
que fuera él en quien Drona primero pensara al intentar reparar su amarga
necesidad. Pero cuando se presentó frente a él, el rey de los Panchalas se rió
con desprecio y repudió toda antigua amistad entre ellos. A él le pareció una
absoluta impertinencia que el pobre brahmán, en situación de mendigo, aunque era
el hijo de un famoso estudioso, pretendiera igualdad e intimidad hacia otro
sentado en un trono. Entonces una gran cólera y un orgullo herido crecieron en
el corazón de Drona. La amargura de su pobreza no era tan grande como su
resentimiento. Él sabía qué hacer. Pero para hacerlo debía encontrar alumnos de
los mejores. Estaba deseoso, por ello, de ponerse a sí mismo a la disposición
de Bhishma.
El
viejo protector sonrió al oír el punto culminante de su historia. Era demasiado
discreto para preguntar acerca de los propósitos de Drona. En cambio, abrevió
el asunto levantándose y diciendo: «Sólo encordad vuestro arco, oh brahmán, y
haced talentosos en el uso de armas a los príncipes de mi casa. Todo lo que
tenemos está a vuestra disposición. ¡Somos realmente afortunados de haber
obtenido vuestros servicios!»
La promesa a Drona
Un
día, poco después de que Drona hubiese cogido a los príncipes por sus alumnos,
les llamó a todos juntos y les hizo postrar ante él, y habiendo hecho esto les
pidió que prometieran que cuando hubiesen adquirido destreza en las armas
llevarían adelante para él una tarea que estaba en su corazón. Ante esta
demanda todos los príncipes permanecieron callados; pero uno de ellos, Arjuna,
el tercero de los Pandavas, juró ansiosamente que prometía cumplir cualquier
cosa que él pidiera. Entonces Drona abrazó a Arjuna repetidamente y desde ese
momento hubo un especial cariño entre los dos, y Arjuna estaba siempre con su
maestro, con toda su mente empeñada en la ciencia de las armas.
Y
vinieron príncipes de los reinos vecinos a aprender con Drona. Y todos los
Kurus y todos los Pandavas y los hijos de los grandes nobles fueron sus
alumnos. Y entre ellos vino un extraño y melancólico joven de nombre Karna, que
tenía fama de ser el hijo adoptivo de un auriga real, siendo su verdadero
nacimiento desconocido, aunque algunos mantenían, por sus propicias
características, que él podía ser de un alto rango. El joven Kama y Asjuna
pronto se hicieron rivales, cada uno tratando de superar al otro en el uso del
arco. Y Karna tendió a mezclarse más con Duryodhana y sus hermanos que con los
Pandavas.
Mientras
tanto Arjuna aprovechaba toda oportunidad para aprender, y en brillantez y
habilidad superaba a todos sus compañeros. Una tarde, cuando estaba comiendo,
su lámpara se apagó y, observando que aun en la oscuridad sus manos llevaban la
comida a la boca, su mente se empeñó en pensar en el poder del hábito y comenzó
a practicar tiro también por la noche. Drona, oyendo el punteo de la cuerda del
arco, vino y lo abrazó, declarando que en el mundo entero no debía haber otro
igual a él.
Ekalavya
Y
entre aquellos que vinieron a Drona había un príncipe de baja casta, de
nacimiento no ario, conocido como Ekalavya. Pero Drona no lo aceptó como
alumno, sobre todo por ser uno de los líderes de las razas inferiores; él con
el tiempo podría superar a todos los príncipes arios y aprender los secretos de
su ciencia militar.
Entonces
Ekalavya, retirándose al bosque, hizo una imagen de arcilla de Drona y se
inclinaba ante ella, adorándola como a su maestro. Y debido a esta gran
reverencia y entrega a su propósito, pronto sucedió que había pocos arqueros en
la Tierra iguales a Ekalavya. Y un día, cuando todos los príncipes estaban
cazando en el bosque, un perro se fugó solo y se encontró de repente cara a
cara en la oscuridad con un hombre de color oscuro, con mechas enmarañadas y
sucias, con barro y con su túnica de color negro. El perro, asombrado ante esta
extraña visión, comenzó a ladrar fuertemente. Pero antes de que pudiera cerrar
su boca el príncipe Ekalavya había disparado dentro de ella no menos de siete
flechas, apuntando sólo por el sonido. El perro. así atravesado por siete
flechas e incapaz de cerrar su boca, volvió corriendo a donde estaban los
príncipes, y ellos, encendidos de celos y admiración, comenzaron a buscar en
todos los lugares al desconocido arquero. No pasó mucho tiempo hasta que lo
encontraron, descargando sin cesar flechas del arco, y cuando ellos le
preguntaron quién y qué era él, respondió: «¡Soy el hijo del rey de los
nishadas! ¡Conocedme también como un alumno de Drona, luchando por adquirir
habilidad con las armas!»
Pero
cuando Drona oyó hablaracerca de esto, llevando a Arjuna con él, fue en busca
del arquero Ekalavya. Y cuando el príncipe de baja casta vio a Drona
aproximándose, se postró y se mantuvo con las manos unidas esperando sus
órdenes. Y Drona dijo: «¡Si, oh héroe, vos sois realmente mi alumno, dadme,
pues, la paga de maestro!»
«Maestro»,
dijo Ekalavya deleitado, «vos sólo tenéis que decir lo que queréis tener. No
tengo nada que no os daría con alegría.»
«Si
lo dices realmente, Ekalavya», contestó Drona fríamente, «me gustaría tener el
pulgar de tu mano derecha.» Y el príncipe de baja casta, sin permitir que una
mirada de pena cruzara su cara, se volvió sin pensarlo dos veces y cortó el
pulgar de su propia mano derecha para dejarlo a los pies de Drona. Pero cuando
el brahmán se había ido y él había vuelto a su práctica de tiro, se dio cuenta
de que la maravillosa habilidad de su mano había desaparecido para siempre.
Así
fueron los príncipes reales dejados sin rival en el uso de armas. Y dos de
ellos, Bhima, el segundo de los Pandavas, y Duryodhana, su primo, se
convirtieron en expertos en el uso de la maza. Ashvatthaman, el mismo hijo de
Drona, conocía la mayor parte de la teoría de la guerra. Los mellizos Pandavas,
Nakula y Sahadeva, superaban a cualquiera en equitación y en el manejo de la
espada. Yudhishthira, el mayor de los Pandavas, era mejor como soldado sobre el
carro y oficial. Pero Arjuna superaba a todos en cualquier aspecto. Podía usar
todas las armas, y su inteligencia, recursos, fuerza y perseverancia eran
reconocidos en todos los sitios. Más aún, sólo él entre los príncipes llegó a
ser apto para un mando general, siendo capaz de luchar desde su carro con
sesenta mil enemigos al mismo tiempo.
El triunfo de Arjuna
Drona
estaba decidido a comprobar por competición abierta la relativa excelencia de
los jóvenes hombres que había entrenado. Entonces hizo hacer un pájaro
artificial y lo hizo colocar, como blanco, en la copa de un árbol. Entonces,
reuniendo a sus alumnos, dijo: «Coged vuestros arcos y practicad puntería.
Cuando yo dé la orden cortaréis la cabeza del pájaro. Os cogeré de uno en uno
por turno.»
Entonces
llamó a Yudhishthira para que se acercara solo. «Ahora estate preparado», dijo,
«a disparar con tu arco cuando yo dé la orden.» Y Yudhishthira alzó su arco y
flecha cuando se lo dijeron, y estuvo listo esperando la orden para soltar.
«¿Ves
tú el pájaro sobre la copa de aquel árbol?», preguntó Drona.
«Lo
veo», contestó Yudhishthira.
«¿Qué
ves?», dijo Drona rápidamente. «¿A mí, a tus hermanos o al árbol?»
«Yo
te veo a ti, señor», contestó Yudhishthira detenidamente, «a mis hermanos, al
árbol y al pájaro.»
Tres
veces repitió Drona la pregunta, y tres veces Yudhishthira dio la misma
respuesta. Entonces, con gran pena Drona, le ordenó ponerse a un lado. No sería
por él la flecha disparada.
Uno
por uno, príncipes y nobles, los hermanos Pandavas y sus primos los Kurus,
fueron llamados, y en cada caso fue dada la misma respuesta que Yudhishthira:
«Nosotros vemos al árbol, a ti, a nuestros compañeros alumnos y al pájaro.»
Sólo
un hombre faltaba probar y Drona no hizo ningún esfuerzo para evitar su
desconcierto. Ahora, sin embargo, se volvió con una sonrisa hacia el último y
lo llamó a él, Arjuna, su alumno favorito. «Por ti, silo es por alguien, deberá
ser disparada la flecha. ¡Está todo dicho, oh Arjuna!», dijo. «Ahora, dime: con
el arco curvado, ¿qué ves: el pájaro, el árbol, a mí y a tus amigos?»
«No»,
dijo Arjuna rápidamente. «Veo sólo al pájaro, ni a ti, señor, ni al árbol.»
«Descríbeme
el pájaro», dijo Drona brevemente.
«Veo
sólo la cabeza del pájaro», respondió Arjuna.
«
¡Entonces dispara!», dijo su maestro con franco deleite, y en un instante el
pájaro estuvo sin cabeza sobre el árbol, y Drona, abrazando a Arjuna, pensó en
el gran torneo en que vería derrotado a Drupada ante él.
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