Las ordalías de Sita
Entonces
Sita, haciendo un círculo alrededor de Rama, con la vista baja, se aproximó al
fuego; con las manos unidas se detuvo y oró: «En vista de que mi corazón nunca
se ha apartado de Rama, protegedme vos, oh fuego, testigo de todos los hombres;
dado que Rama me rechaza como impura, cuando en realidad estoy inmaculada, sed
vos mi refugio.» Entonces Sita se acercó al fuego y penetró en las llamas, de
modo que todos los reunidos, tanto jóvenes como viejos, fueron sobrecogidos por
la pena y el ruido de los supremos gemidos y lamentaciones se alzó en todos los
lugares.
Rama
se mantuvo inmóvil y ensimismado, pero los dioses bajaron a Lanka en sus carros
radiantes y, uniendo sus manos, rogaron a Rama retractarse: «Vos que protegéis
los mundos, ¿por qué renunciáis a la hija de Janaka, dejándola elegir la muerte
por el fuego? ¿Cómo puede ser que vos no supierais lo que hacíais? Vos erais al
principio, y seréis al final, antes que nada los dioses, vos mismo el gran
señor y creador. ¿Por qué tratáis a Sita de la misma forma que a una persona
común?», dijeron. A ellos Rama respondió: «Me conozco a mí mismo sólo como
hombre, Rama, el hijo de Dasharatha; ahora decidme gran señor quién soy y de
dónde vengo.»
Entonces
Brahma contestó: «¡Escuchad, vos cuya virtud descansa en la verdad! Oh señor,
vos sois NaRavana, con el disco y la maza; vos sois el verraco de un solo
colmillo; vos estáis más allá del presente, el pasado y el futuro; vuestro es
el arco del tiempo; vos sois la creación y la destrucción; vos sois el verdugo
de los enemigos, vos el perdón y control de las pasiones, vos sois el refugio
de todos los dioses y ermitaños; vos estáis presente en todos las criaturas, en
vacas y brahmanes, en cada punto cardinal, en el cielo y el río y los picos de
las montañas; y mil miembros, mil ojos, mil cabezas son vuestras; yo soy
vuestro corazón, vuestra lengua Sarasvati; el cierre de vuestros ojos es la
noche, su apertura el día: Sita es Lakshmi, y vos Vishnu y Krishna. Y, oh Rama,
ahora Ravana está muerto, ascended al cielo, vuestro trabajo está cumplido.
Nada faltará a aquellos cuyos corazones están en vos, no fallarán quienes
canten vuestra disposición.»
Entonces
el fuego, oyendo esas felices palabras, se alzó con Sita sobre su regazo,
radiante como el sol de una mañana, con joyas doradas y cabello negro y rizado,
y la devolvió a Rama, diciendo: «Oh Rama, aquí está vuestra Sita, a quien
ninguna mancha a tocado. Ni con palabras ni con pensamientos ni miradas se ha
apartado Sita de vos. Aunque tentada de todas formas, ella no pensó en Ravana
aun en su más íntimo corazón. Dado que ella está inmaculada, cogedla otra vez.»
Rama se mantuvo en silencio por un instante, con los ojos brillantes sopesó el discurso
de Agni; entonces contestó: «Dado que esta belleza vivió mucho tiempo en la
casa de Ravana, ella requería reivindicación ante el pueblo reunido. Si la
hubiese acogido sin reprobación, la gente hubiese dicho que Rama, hijo del rey
Dasharatha, fue movido por el deseo, y no por una ley social. Sé bien que el
corazón de Sita sólo está conmigo, y que su propia virtud fue su único refugio
de los asaltos de Ravana; ella es mía como los rayos solares son del Sol. Yo no
puedo renunciar más a ella, pero me place obedecer vuestras felices palabras.»
Así el glorioso hijo de Dasharatha recuperó a su joven esposa y su corazón
estaba feliz.
Las visiones de los dioses
Pero
ahora Shiva cogió la palabra, y señaló a Rama a su padre Dasharatha apostado
sobre un brillante carro entre los dioses, y Rama y Lakshmana se inclinaron
ante él; y él, viendo a su más querido hijo, cogió a Rama sobre su regazo, y
dijo: «Aun en el cielo entre los dioses no soy feliz, faltando tú. Aún hoy
recuerdo las palabras de Kaikeyi, y tú debes redimir mi promesa y liberarme de
toda deuda. Ahora he oído que eres la misma encarnación del macho por el
alcance de la muerte de Ravana. ¡Kaushalya estará contenta de verte volver
victorioso! ¡Benditos sean los que te verán instituido como señor de Ayodhya!
El período del exilio ha concluido. ¡Ahora gobernad con vuestros hermanos en
Ayodhya y tened una larga vida!» Entonces Rama pidió a su padre: «Perdonad vos
ahora a Kaikeyi, y retirad la maldición temeraria con que habéis renuciado a
ella y a su hijo.» Entonces Dasharatha dijo: «Que así sea», y a Lakshmana:
«Puedan el bien, la verdad y el honor ocurrirte a ti, y alcanzarás un lugar
privilegiado en el cielo. Sirve a Rama, a quien los dioses adoran con manos
unidas.» Y a Sita le dijo: «No debes sentirte resentida por haber Rama
renunciado a ti; lo hizo por tu bien. ¡Ahora has alcanzado una gloria difícil
de ser conseguida por una mujer! Tú conocías bien el deber de una esposa. No es
necesario para mí contarte que tu marido es tu mismo dios.» Entonces Dasharatha
en su carro volvió al cielo de Indra.
Indra,
de pie ante Rama, con sus manos unidas se dirigió a él, diciendo: «Oh Rama,
primero de los hombres, no puede ser en vano que hemos venido hasta vos. Pedid
el deseo que es más querido a vos.» Entonces Rama habló, encantado: «Oh señor
del cielo y el más destacado de los elocuentes, aseguradme esto: Que todos los
monos muertos en la batalla retornarán a la vida y verán otra vez a sus esposas
y niños. Devolved esos osos y monos que lucharon por mí y trabajaron duramente
y no temieron a la muerte. Y dejad que haya flores y frutas y raíces para
ellos, y ríos de aguas claras, aun fuera de estación, adondequiera que ellos
vayan.» E Indra le aseguró el gran deseo, de modo que una multitud de monos se
levantó preguntando como quien recién se despierta: «¿Qué ha sucedido?»
Entonces los dioses una vez más se dirigieron a Rama, diciéndole: «Retomad a
Ayodhya, conduciendo a los monos en su camino, Consolad a Sita, buscad a
vuestro hermano Bharata y, estando instituido como rey, conferid buena fortuna
a cada ciudadano.» Con esto los dioses se marcharon y el feliz ejército hizo su
acampada.
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