El dilema de Dasharatha
Entonces
Dasharatha fue abrumado por la tristeza y perdió el sentido, y al volver otra
vez en sí rogó a Kaikeyi que declinara su derecho. Largo rato le suplicó,
llorando con grandes lágrimas y pensando que todo era un sueño malvado; pero
Kaikeyi sólo le respondió con exhortaciones a mantener la palabra prometida por
él mismo, recordándole muchos antiguos ejemplos de verdad, como Saivya, que dio
su propia carne al halcón que había persuadido a la paloma que él había
protegido, o Alaska, que dio sus ojos a un brahmán. «Si tú no cumples lo que ha
sido prometido, te traerás desgracia pasa siempre, y aquí y ahora yo terminaré
con mi propia vida», dijo. Entonces Dasharatha, apremiado por Kaikeyi como un
caballo espoleado, gritó: « ¡Yo estoy atado a la verdad:
ésta
es la raíz de toda mi aparente insensatez. Mi único deseo es ver a Rama!»
Había
amanecido, y Vashishtha envió al auriga de Rama para informar al rey que todo
estaba listo para la ceremonia. Casi incapaz de decir algo por la tristeza que
tenía, el rey envió al auriga a traer a Rama a su lado. Así, saludando a Sita
con palabras alegres, Rama se dirigió a través de animadas calles hacia el
palacio de su padre; aquellos que no tenían la fortuna de ver a Rama, o ser
vistos por él, se desdeñaron a sí mismos y fueron desdeñados por todos.
Rama
saludó al rey y a Kaikeyi como es debido, pero Dasharatha, ya descompuesto y
caído en el suelo, sólo pudo murmurar débilmente: «Rama, Rama». Con tristeza en
su corazón Rama se preguntaba si habría hecho algo malo, o si alguna desgracia
había acaecido sobre su padre. «Oh madre», le dijo a Kaikeyi, «¿qué pena ha
alcanzado el corazón de mi padre?» Entonces ella contestó descaradamente: «Oh
Rama, nada sucede a tu padre, pero hay algo que él debe decirte, y dado que tú
eres su más querido hijo, él no puede pronunciar el discurso que te agravia.
Sin embargo, tú deberías hacer lo que él me ha prometido. Hace mucho tiempo el
Señor de la Tierra me prometió dos deseos: ahora sería en vano que él
estableciera un dique, luego de que toda el agua ya ha pasado, porque tú sabes
que la verdad es la raíz de toda religión. Si tú vas a llevar a cabo tanto lo
bueno como lo malo que él ordena, yo debo contarte todo.» Rama contestó:
«Querida señora, no me hables de esa forma; dado que si él lo ordena, yo puedo
saltar dentro del fuego o beber un poderoso veneno. Sabe que yo voy a llevar a
cabo su voluntad: la promesa de Rama nunca deja de cumplirse.» Entonces Kaikeyi
le contó la historia de los deseos, y dijo: «Éstos son los deseos que se me
prometieron: que vos vivirías como un ermitaño en el bosque de Dandaka durante
catorce años, con vestido de corteza y cabello desgreñado, y que Bharata sería
nombrado sucesor al trono hoy. Tu padre está demasiado entristecido para
siquiera mirarte; pero salva su honor cumpliendo esas grandes promesas que él
ha hecho.»
Rama
no se entristeció o enojó con estas palabras crueles, en cambio contestó
tranquilamente: «Que sea como tú has dicho. Estoy sólo apenado por la tristeza
de mi padre. Enviemos mensajeros inmediatamente a Bharata, y mientras tanto yo,
sin preguntar su voluntad, me iré al bosque. Aunque él no me lo haya ordenado
personalmente tu orden es suficiente. Permíteme ahora ver a mi madre y consolar
a Sita, y tú atiende y sirve tanto a Bharata como a mi padre, que eso es lo
justo.» Entonces Rama, seguido por Lakshmana que ardía de enojo, pero estando
él mismo impasible, buscó a su madre y la encontró haciendo ofrendas a Vishnu y
otras deidades. Ella le saludó amablemente y él reverentemente a ella. Entonces
él le contó todo lo que había acaecido: que ahora Bharata sería nombrado
sucesor y él mismo debería vivir catorce años en el exilo en el bosque. Como un
gran árbol salta cayendo por el hacha del leñador, ella cayó al suelo y lloró
inconsolablemente. «Oh mi hijo», dijo ella. «Si no hubieses nacido, yo sólo
estaría triste por no tener hijo, pero ahora tengo una pena mayor». Soy la
mayor de las reinas, y he soportado muchas cosas de las esposas más jóvenes.
Ahora seré como una de las sirvientes de Kaikeyi, o aún menos. Siempre ha
tenido un agrio humor hacia mí. ¿Cómo podré ahora, abandonada por mi marido,
mirarle a los ojos? Tengo veintisiete años de vida y nunca hubiera esperado un
final triste, y ahora no sé por qué la muerte no me lleva. Toda la entrega y
austeridad han sido en vano. Sin embargo, oh mi querido, te seguiré al bosque,
como una vaca sigue detrás de su pequeño, dado que no soportaré los días hasta
tu retorno, ni vivir entre las coesposas. ¿Me llevarás contigo, como un ciervo
salvaje?» Entonces Lakshmana instó a su hermano a resistir, con palabras
enojadas e impacientes, jurando pelear por Rama y culpando implacablemente a
Dasharatha. Kaushalya sumó su súplica a la de Lakshmana, y dijo que prefería la
muerte a que Rama la dejara. Pero Rama, inconmovible ante la codicia imperial,
contestó a Lakshmana que el destino había puesto un instrumento en las manos de
Kaikeyi; que otros de su casta habían cumplido arduas tareas encomendadas por
sus padres; que él seguiría la misma senda, dado que alguien que obedece a su
padre no puede sufrir degradación. «Y, oh amable hermano», dijo, «estoy
decidido a obedecer la orden de mi padre.» A Kaushalya él le respondió: «El rey
ha sido cogido en una trampa por Kaikeyi, pero si tú lo dejas cuando yo me vaya
él seguramente morirá. Por ello permanece con él y sírvelo como es tu deber. Y
pasa el tiempo adorando a los dioses y a los brahmanes.» Entonces Kaushalya se
calmó y bendijo a su hijo, encomendando su cuidado a los dioses y rishis, e
ídolos y árboles y montañas y ciervos del bosque y criaturas del cielo. Entonces
con fuego sagrado y rito brahmán ella bendijo su partida y caminó tres veces
alrededor de él con la dirección del sol, y luego él se dirigió hacia Sita.
Sita,
que no sabía nada de lo que había ocurrido, se levantó y le saludó con sus
piernas temblorosas (conmovida por su aspecto), dado que él no podía ocultar
más su tristeza. Entonces Rama le contó todo lo que había sucedido, y dijo:
«Ahora Bharata es rey, tú no deberías alabarme, ni siquiera delante de tus
amigos; así tú podrás vivir en paz como uno favorable a su grupo. Entonces vive
aquí en paz; levántate temprano, adora a los dioses, inclínate a los pies de mi
padre Dasharatha y honra a mi madre Kaushalya, y después de ella a mis otras
madres con igual amor y afecto. Considera a Bharata y Satrughna como tus hijos
o hermanos, ya que ellos son más queridos para mí que la vida. Entonces vive tú
aquí, mientras yo marcho al bosque.»
Sita seguirá a Rama al
exilio
Entonces
Sita respondió: «Yo sólo puedo mofarme de esas desacertadas palabras, no adecuadas
para ser oídas, mucho menos para ser dichas por un gran príncipe como tú.
Porque, oh mi señor, un padre, madre, hijo, hermano, o incluso una nuera, se
mantienen fieles a sus deberes; pero una esposa, oh el mejor de los hombres,
comparte el destino de su marido. Por ello yo he sido ordenada, no menos que
tú, a exiliarme en el bosque. Si tú vas allí iré yo delante de ti, pasando
sobre pinchos y espinosas hierbas. Seré tan feliz allí como en la casa de mi
padre, sólo pensando en tu servicio. No te causaré problemas, sino que viviré
de raíces y frutos. Te precederé en el camino y te seguiré en la comida. Y
habrá chascas, con gansos salvajes y otras aves y brillantes y floridos lotos,
donde podremos bañarnos. Allí seré feliz contigo, ¡aun por cien o mil años!»
Pero
Rama procuró disuadirla contándole una historia de privaciones y peligros
padecidos por los moradores del bosque, de fieras y animales salvajes,
serpientes venenosas, una cama de hojas, comida escasa, arduo ritual, hambre,
sed y miedo. Pero Sita, con lágrimas en los ojos, contestó pacientemente: «Esos
males me parecen bendiciones si tú estás conmigo, no te abandonaré. Más aún,
hubo una profecía de los brahmanes de la casa de mi padre de que yo viviría en
el bosque, y un yogui vino a mi madre cuando yo era una niña contándole la
misma historia. Sabe que estoy completamente entregada a ti, como Savitri a
Satyavan; tu compañía es el cielo para mí y tu ausencia el infierno.
Siguiéndote, estaré limpia de culpa, dado que un marido es como Dios para una
esposa. ¡Llévame para compartir tanto tu alegría como tu tristeza, de lo
contrario tomaré veneno, o me quemaré en el fuego, o me ahogaré en el agua! »
Así suplicó ella, mientras grandes lágrimas recorrían su cara como gotas de
agua los pétalos de un loto.
Entonces
Rama cedió a su deseo: «Oh razonable mujer, como no tienes miedo al bosque me
seguirás y compartirás las rigurosidades. Ofrece tus riquezas a los brahmanes y
apresúrate para estar lista para el viaje.» Entonces el corazón de Sita se
alegró, y ella ofreció sus riquezas a los brahmanes y alimentó a los pobres y
preparó todo pasa el camino.
Lakshmana también les
sigue
Ahora
Lakshmana, también con lágrimas en los ojos, abrazó los pies de Rama y le
habló: «Si tú vas al bosque lleno de elefantes y ciervos, yo también te
seguiré, y juntos moraremos donde las canciones de los pájaros y el zumbido de
las abejas deleitan los oídos. Iré delante de ti en el camino, encontrando la
senda, llevando arcos y azada y cesta; diariamente buscaré las raíces y frutas
que tú necesitarás, y tú jugarás con Sita en las laderas de las colinas,
mientras yo hago todo el trabajo que haga falta para ti.» No podía Rama
disuadirlo con ningún argumento. «Despídele, pues, de todos tus parientes»,
dijo Rama, «y trae de la casa de mi guru las dos armaduras de malla y bruñe las
armas que me dio Janaka como regalo nupcial. Distribuye mis riquezas entre los
brahmanes.» Entonces Rama, Sita y Lakshmana fueron a despedirse de su padre y
de las madres de Rama. Entonces un brahmán noble llamado Sumantra, viendo a
Dasharatha deshecho de pena, y movido por la partida de Rama, juntando sus
manos suplicó a Kaikeyi que se compadeciera con un discurso suave pero
cortante; pero el corazón noble de esa señora estaba endurecido, y ella no
sería bajo ningún concepto conmovida. Mas cuando Dasharatha deseó enviar las
riquezas y hombres de Ayodhya al bosque ella palideció y se sofocó por su
enojo, dado que ella pedía que Rama se fuera destituido y la riqueza debía
pertenecer a Bharata.
Pero
Rama dijo: «¿Qué haré yo con mis seguidores en el bosque? ¿De qué vale guardar
los aperos de un provechoso elefante cuando el elefante mismo es destituido.
Deja que me traigan vestidos de corteza, un azadón y una cesta.» Entonces
Kaikeyi trajo vestidos de corteza, uno pasa Rama y otros pasa Lakshmana y Sita.
Pero Sita, vestida en traje de seda, viendo el traje de monje, tembló como un
ciervo ante la trampa y lloró. Entonces trataron de persuadir a Rama para que
dejara a Sita viviendo en casa, esperando su retomo; y Vashishtha reprochó a
Kaikeyi. «Esto no estaba en el acuerdo», dijo, «que Sita debería ir al bosque.
Más bien deberías dejarla sentar en el asiento de Rama; para todos aquellos que
se casan, la esposa es una segunda identidad. Deberías dejar a Sita gobernar la
tierra en lugar de Rama, siendo Rama misma, dado que estad seguros de que
Bharata rehusará ocupar el trono que debería ser para Rama. Observad, Kaikeyi,
que no hay una sola persona en el mundo que no sea un amigo para Rama: aún hoy
podrás ver las bestias y pájaros y serpientes siguiéndolo, y los árboles
inclinan sus copas hacia él. Por tanto deja a Sita ser bien embellecida y
llevar con ella carros y bienes y sirvientes cuando siga a Rama.»
Entonces,
Dasharatha le dio trajes y joyas, y dejando a un lado el traje de corteza, Sita
brilló resplandeciente, mientras que la gente murmuraba contra Kaikeyi y
Sumantra acoplaba los caballos al carro de Rama. La madre de Rama se despidió
de Sita, aconsejándola en los deberes de esposa: tener a su marido por dios,
aunque exiliado y privado de riqueza; a lo que Sita respondió: «La Luna puede
perder su brillo antes de que yo me desvíe de esto. El laúd sin cuerdas es
silencioso, el carro sin ruedas es inmóvil, entonces una mujer apartada de su
señor no puede tener felicidad. ¿Cómo podría yo desatender a mi señor; cuáles
han sido sino las más grandes y las más pequeñas obligaciones que me enseñaron
mis mayores?»
Entonces
Rama, despidiéndose de Dasharatha y de sus madres, dijo con manos suplicantes:
«Si he hablado alguna vez descortésmente, por falta de atención, o
inadvertidamente hecho algo mal, perdonadme. Os saludo a todos vosotros, a mi
padre y madres, y parto.» Entonces Sita, Rama y Lakshmana caminaron tres veces
alrededor del rey en el sentido del Sol y se marcharon.
Entonces
Rama y Lakshmana, y Sita en tercer lugar, ascendieron al flameante carro de
oro, llevando sus armas y trajes de malla, el hacha y la cesta, y los bienes de
Sita concedidos por Dasharatha, y Sumantra animó a los caballos, veloces como
el mismo viento. Hombres y bestias en la ciudad estaban enmudecidos de pena, y
se sintieron desgraciados, y corrieron precipitadamente tras Rama, como
caminantes sedientos al ver agua; aun la madre de Rama corrió detrás del carro.
Entonces Rama dijo al auriga: «Conduce velozmente», dado que, como un elefante
herido y hostigado, él no podía soportas miras hacia atrás. Pronto Rama estuvo
muy lejos, más allá de la vista de los hombres que miraban el rumbo del carro.
Entonces Dashasatha se volvió a Kaikeyi y juró que estaría condenada al
divorcio de cama y hogar, y a ver la ciudad con calles vacías y puestos
cerrados, dijo: «Llevadme rápidamente adonde se encuentra la madre de Rama, a
la habitación de Kaushaluya; sólo allí encontraré mi descanso.»
Rama, Sita y Lakshmana van
al exilio
Conduciendo
rápido durante dos días, Rama alcanzó el límite de Koshala, y volviéndose hacia
Ayodhya se despidió de la tierra y la gente. «Oh mejor de las ciudades», dijo,
«te lo digo a ti y a las deidades que te protegen y viven contigo: volviendo
del bosque, que será mi hogar, con mi deuda saldada, te veré otra vez a ti, a
mi padre y a mi madre.» Entonces ellos dejaron Koshala, llena de riquezas y
ganado y brahmanes, y pasaron a través de otras tierras alegres hasta que
llegaron al bendito Ganga, claro como el cristal, frecuentado por todo tipo de
criaturas, sitio predilecto de dioses y ángeles, sin pecado e inalterado. Allí
Guha, rey de Nishadha, les saludó y aumentó a sus caballos y los vigiló toda la
noche, y cuando el canto del negro cuco sonó y el grito del pavo real se
escuchó en la madrugada él mandó buscar una gran barca. Entonces Rama pidió
fécula, y él y Lakshmana peinaron sus cabellos en enmarañadas mechas, como lo
llevan los ermitaños que viven en el bosque. Rama dijo adiós a Guha, y ordenó a
Sumantra el auriga volver a Ayodhya, aunque éste pidió continuar más lejos.
Entonces cuando ellos cruzaban, Sita pidió a Ganga un retomo seguro luego de
catorce años, prometiendo adorar a esa reina-río con muchas ofrendas.
Esa
noche ellos durmieron bajo un gran árbol en la orilla opuesta y comieron carne
de verraco muerto por Rama y Lakshmana, y aquellos dos hermanos prometieron
proteger a Sita y a ellos mismos, ya sea en soledad como entre los hombres.
Lakshmana debería caminar delante, luego Sita y Rama al final. También hablaron
de Ayodhya, y Rama, temiendo al corazón malvado de Kaikeyi, quiso que Lakshmana
volviese para cuidar de Kaushalya, y habló en contra de Kaikeyi y culpó en
parte a su padre, dominado por el deseo de una mujer. Pero Lakshmana consoló a
su hermano de modo que éste dejó de llorar. «Tú no deberías sufrir», dijo,
«sufriendo por ti Sita y yo, oh Rama, no puedo vivir sin ti como el pez no
puede vivir fuera del agua; sin ti yo no deseo ver a mi padre, ni a Satrughna,
ni a Sumitra, ni al cielo mismo.» Entonces Rama se sintió aliviado, y durmió
con Sita bajo un gomero mientras Lakshmana vigilaba.
Al
día siguiente llegaron al sitio sagrado en que el Ganga se junta con el Jamna
en Prayag; allí llegaron a la ermita de Bharadwaja, guiados por la espiral de
humo de su fuego de sacrificios, y allí ellos fueron huéspedes bienvenidos.
Bharadwaja les aconsejó buscar la montaña de Chitrakuta, a diez leguas desde
Prayag. «Allí hay una apropiada morada para vosotros», dijo, «embellecida con
muchos árboles, donde resuenan los gritos de los pavos reales y merodean
grandes elefantes. Allí hay manadas de elefantes y ciervos. Vosotros
recorreréis los bosques con Sita, y os deleitaréis en ríos, praderas, cuevas y
cascadas, con el canto de los cucos y el balido de los ciervos, y con las
agradables frutas y raíces.» Entonces les explicó cómo llegar allí, cruzando el
Jamna y pasando el gran gomero Shyama, el Dusky, y de allí en adelante por
hermosos caminos de arena a través de los bosques de Jamna.
Así
Rama, Sita y Lakshmana se marcharon de Bharadwaja y cruzaron el Jamna en una
balsa, y llegaron al Shyama. Inmediatamente al llegar allí, Sita rezó a Jamna,
prometiendo muchas ofrendas de ganado y vino por el retorno seguro de Rama.
Sita también rezó a Shyama, saludándolo con las manos unidas: «Oh gran árbol,
me inclino ante ti. Podrán las promesas de mi señor ser todas cumplidas, y
nosotros ver otra vez a Kaushalya y Sumitra.» Entonces mientras ellos siguieron
a lo largo del sendero del bosque, Sita, viendo árboles y flores desconocidas,
hizo a Rama muchas preguntas, acerca de sus nombres y virtudes, y Lakshmana le
trajo flores y frutas para alegrarla; y el murmullo de los arroyos, y los
aullidos de las grullas y pavos reales, y la visión de los elefantes y monos la
deleitaron.
Al
segundo día llegaron a la montaña Chitrakuta, donde estaba la ermita de
Valmiki. Saludados por ese rishi, Rama le contó todo lo que había sucedido.
Luego Lakshmana buscó diversas clases de madera, y aquellos hermanos
construyeron una agradable casa con puertas y techada con hojas. Entonces
Lakshmana mató un ciervo y lo cocinó, y Rama hizo ofrendas rituales a las
divinidades de ese mismo sitio, y luego de la comunión con las deidades entró
en la bien forjada casa con Sita y Lakshmana, y se regocijaron con corazones
felices y dejaron de lamentarse por Ayodhya.
La pena y la muerte de
Dasharatha
Mientras
tanto Ayodhya era un sitio de tristeza y lamento, sin consuelo pasa reyes y
gentes. En el quinto día de exilio de Rama, justo cuando Kaushalya por un
momento cedió a su pena y reprochó a su señor, vino a la mente de Dasharatha un
recuerdo de un pecado cometido en una vida pasada por medio de una
flecha-que-encontró-su-blanco-por-sonido, pecado que ahora le había traído el
fruto del exilio y muerte. Recordando este pecado, le contó a Kaushalya esa
misma noche cómo había sido cometido: «Yo era entonces un arquero tan
habilidoso como para ganarme un nombre, ya que, apuntando sólo por el sonido,
podía acertar el blanco. Tú, oh señora, eras soltera, y yo un joven príncipe.
Fue cuando la primera lluvia cayó luego de días de calor ardiente; las ranas y
los pavos reales cantaban, los árboles eran sacudidos por el viento y la
lluvia, y las colinas estaban escondidas por fuertes lluvias. En tan placentero
día fui a cazar al río Sarayu, y allí oí un sonido como el del llenado de una
tinaja o el rugir de un elefante. Entonces disparé una flecha en la dirección
del sonido, dado que estaba oscuro, de modo que nada podía ser visto. Escuché
gemidos y gritos, y encontré un ermitaño junto a la orilla perforado por mi
flecha; él me habló de su tierra de origen y me mandó a que buscara a sus
envejecidos padres en la ermita cerca de allí, luego murió y yo lo lamenté.
Entonces busqué a su padre y madre, quienes estaban preocupados por su tardanza
y les confesé mi acto; y el rishi, quien por su maldición podría haberme dejado
carbonizado, me perdonó la vida porque yo libremente le conté lo que había
sucedido. Pero cuando la pira funeraria estuvo liste, y aquellos mayores,
llamados por una visión de su hijo, quemaron sus cuerpos con el suyo sobre la
pira, me castigaron ambos con una pena menor: que al final yo encontraría mi
muerte sufriendo por un hijo. ¿Sabíais, amable señora, que el fruto de buenas o
malas acciones lo recoge quien las hace? ¡Infantil es todo aquel que ejecuta
acciones sin pensar en sus consecuencias! ¡ El que tela una arboleda de mangos
y riega otros árboles puede esperar de éstos la fruta cuando contempla su flor;
pero cuando la estación de fructificación venga él se lamentará! Así ocurre
ahora conmigo: muero de pena por el exilio de Rama. Yo os veo malamente, mis
sentidos no son más agudos; yo soy como una lámpara que tiene poca llama por
quedarle poco aceite. ¡Oh Rama, oh Kaushalya, oh infeliz Sumitra, oh cruel
Kaikeyi! » Así lamentándose, el rajá Dashasatha murió.
Al
día siguiente cuando esta noticia se esparció fuera, Ayodhya se sumergió en un
gran pesar, dado que en un país sin rey todo va mal, las lluvias no caen, no
hay alegría ni prosperidad ni seguridad, un reino sin un rey es como un río sin
agua, un bosque sin hierba, una manada de ganado sin pastor; un rey es el padre
y madre, y guía el bienestar de todos los hombres y criaturas. Considerando
esto, los oficiales del palacio y sacerdotes de la familia tomaron la decisión,
encabezados por Vashishtha, de enviar embajadores a Bharata, con el mensaje de
que debía venir en seguida por un asunto que no podía ser demorado; pero esos
mensajeros no debían decirle nada del exilio de Rama o de la muerte del rey.
Conducidos en carros con buenos caballos, esos mensajeros, yendo muy
rápidamente, llegaron en una tarde a la rica ciudad de Girivraja, en Kekaya,
donde Bharata estaba alojado con su tío materno.
Esa
misma noche Bharata soñó muchos malos sueños y no podía consolarse. «O yo o
Rama o Lakshmana o el rey están a punto de morir», dijo. Entonces los
mensajeros entraron y fueron bien recibidos. Bharata preguntó si su padre y
madres y hermanos se encontraban bien, y le aseguraron que así era. Entonces los
embajadores entregaron su mensaje, y Bharata lo contó a su tío y a su abuelo, y
se marchó a Ayodhya. Ellos le entregaron muchos regalos, como paños de lana y
pieles de ciervo, y elefantes y perros y veloces caballos; pero él, lleno de
ansiedad debido a sus sueños y al viaje precipitado de los mensajeros, disfrutó
poco los regalos, y llevando consigo a Satrughna partió rápidamente a Ayodhya.
El
hijo de Kaikeyi divisó la mejor de las ciudades al amanecer del séptimo día.
Viendo que todo estaba oscuro y silencioso en ese lugar de tristeza, y
contemplando muchas desfavorables y malas visiones, Bharata entró en el palacio
real con el corazón apesadumbrado. No viendo a su padre en su cuarto, buscó a
su madre Kaikeyi y tocó sus pies. Ella, encantada, se levantó de su asiento
dorado y le preguntó acerca de su bienestar y de su viaje. Dicho esto, él
preguntó por el rey. «¿Dónde está ese señor de hombres», dijo, «porque yo
quisiera tocar sus pies? Él está muy a menudo aquí contigo, pero su habitación
y sillón están vacíos. ¿Está, entonces, con Kaushalya?» Entonces Kaikeyi, ciega
de codicia de gloria y juzgando como deseable para Bharate lo que él realmente
consideraba malvado, le contestó: «Tu padre se ha ido por el camino de todo lo
que vive.» Entonces Bharata se lamentó larga y amargamente, y fmalmente dijo:
«Felices son Rama y aquellos que estaban presentes cuando mi señor aún vivía y
pudieron llevar a cabo sus ritos funerarios. Ahora, ¿dónde está Rama, que es mi
padre, hermano y amigo? Yo soy su sirviente; tomaré refugio a sus pies.
Infórmale que yo estoy aquí. Y cuéntame cómo murió mi padre y cuáles fueron sus
últimas palabras.» Entonces Kaikeyi le contó cómo había muerto su padre, y
éstas fueron sus últimas palabras, dijo: «Benditos sean los que verán a Rama y
al fuerte Lakshmana volviendo aquí con Sita.» Entonces Bharata percibió otra
desgracia, y preguntó a su madre si el hijo de Kaushalya y Sita y Lakshmana se
habían marchado. «Rama se ha ido con Sita y Lakshmana, vistiendo ropas de
ermitaños, a los bosques de Dandaka», respondió ella, y le contó la historia
entera de sus deseos, esperando que él se alegrara. Pero él se enojó
amargamente, y culpó a Kaikeyi como asesina de Dasharatha: «Como un carbón
ardiente, nacido para la destrucción de la raza, ha sido quien a mi padre
involucró contra su voluntad. ¡Tú sabrías poco de mi amor por Rama! Sólo por
amor a Rama, quien te llama madre, no renunciaré a ti. Sabe que este reino es
un peso demasiado grande para mí, y aun cuando no lo fuera yo no lo recibiría.
Ahora debo traer a Rama del bosque y servirle a él. Pero tú sufrirás miseria en
este mundo y en el próximo. ¡Todo lo que tú mereces es morir quemada, o en el
exilio, o con una cuerda alrededor del cuello! » Entonces llegó Kaushalya y
Vashishtha y saludaron a Bharata, y guiado por ese hábil sabio, Bharata llevó a
cabo todos los ritos funerarios de su padre, y con sus madres caminó alrededor
de la pila ardiente en el sentido del sol, y luego de diez días de duelo
recogieron las cenizas. Entonces, como él aún estaba apenado inmensamente,
Vashishtha le consoló, con discursos del nacimiento y la muerte de los seres y
los pares que ocurren a todas las criaturas. Así
consolados, aquellos jefes entre los hombres pudieron andar otra vez con sus
cabezas altas, como la bandera de Indra brillando manchada de sol y lluvia.
La regencia de Bharata
Catorce
días después los ministros pidieron a Bharata que tomara su asiento en el
trono, pero él se negó y dio órdenes de preparar una expedición para ir en
busca de Rama. Cuando todo estuvo listo montó en un carro y partió; con él
fueron otros seis mil carros, y mil elefantes, y cien mil miembros de la
caballería, y hombres de rango, y ciudadanos, como mercaderes y comerciantes,
alfareros y tejedores y forjadores de armaduras, orfebres y lavanderos y
actores, y además los muy instruidos y bien respetados brahmanes.
Pasando
a través del reino de Guha, la multitud fue recibida por él, y otra vez por
Bharadwaja en Prayag. Unas palabras habló Bharadwaja a Bharata: «No deberíais
culpar a Kaikeyi», dijo. «Este exilio de rey es por el bien de los hombres y
los dioses y asuras y ermitaños.»
Desde
Prayag la poderosa multitud siguió hasta Chitrakute, y llegó a la ermita de
Rama. Entonces Bharata avanzó solo, y cayó a los pies de su hermano. Éste era
el modo en que se encontraba Rama: sentado en su casa techada con hojas, lleno
de mechas enmarañadas y vestido con una piel negra de ciervo; estaba como una
llama y protegido por un león, poderosamente armado, y con ojos de loto; señor
de ese mundo pareciendo un brahmán de vida eterna; y a su lado estaban
Lakshmana y Sita. Entonces Bharata lloró al ver así a su hermano, quien estaba
acostumbrado a la condición real. Pero Rama lo levantó del suelo y besó su
cabeza y le preguntó por Dasharatha y por su propio bienestar. Entonces Bharata
relató todo lo que había ocurrido, y rogó a Rama que retornara a Ayodhya y
gobernara; pero Rama no iría. «¿Cómo podría yo, encomendado por mi padre y mi
madre a vivir en el bosque, hacer otra cosa? Tú deberás gobernar, de acuerdo
con su voluntad; tú no deberías contradecir a Kaikeyi, porque la obediencia es
el deber tanto de hijos y esposas y discípulos, y no es el deseo de una madre
menos obligatorio que el de un padre.» Entonces Bharata contestó: «Si el reino
es mío, tengo el derecho de conferírtelo a ti. ¿Lo aceptarás?» Pero Rama no lo
consintió, ni fue convencido por ningún argumento, ni de Bharata, ni de su
madre, ni de Vashishtha, ni de cualquier otro de esa multitud. Entonces Bharata
pidió a Rama sus doradas sandalias, e, inclinándose hacia ellas, juró así:
«Durante estos catorce años yo viviré como un ermitaño fuera de las murallas de
Ayodhya, traspasando a tus sandalias la tarea de gobernar. Si entonces no
vuelves, yo moriré por el fuego.» A este plan Rama consintió, y, abrazando a
Bharata y Satrughna, dijo:
«Así
será.» Y añadió una cosa: «No abrigues resentimiento hacia Kaikeyi, en cambio
sé amable con ella; tanto yo como Sita te lo rogamos.» Entonces Bharata caminó
alrededor de Rama en dirección del Sol, y colocando las sandalias sobre un
elefante las llevó de vuelta a Ayodhya, seguido por toda la multitud de
hombres. Allí instaló las sandalias sobre el trono, y, viviendo en retiro,
llevó adelante el gobierno como su ministro.
Ahora,
por dos razones, Rama no viviría más en Chitrakuta: primero, en vista de que
multitudes de rakshasas, aborreciéndolo, molestaban a los ermitaños de ese
sitio, y, segundo, porque las multitudes de Ayodhya habían pisoteado y
ensuciado el sitio, y, además, le recordaba demasiado claramente la tristeza de
su hermano y de los ciudadanos y las madres reinas. Él fue, por ello, con Sita
y Lakshmana hacia Dandaka, y penetraron en aquel espeso bosque como el Sol que
se esconde en una masa de nubes.
La vida en el bosque
Rama
y Sita y Lakshmana deambulaban por el bosque, siendo huéspedes bienvenidos en
cada ermita. Los grandes sabios que vivían en las ermitas también protestaban
contra los endiablados exploradores de la noche y suplicaban la protección de
Rama contra ellos, la cual él prometió generosamente; y cuando la amable Sita
un día sugirió que ellos deberían deponer sus armas, abandonando las reglas de
los caballeros por las de los santos, y cesar la hostilidad aun contra los
rakshasas —«La misma posesión de armas cambia la mente de quienes las llevan»,
ella dijo.—, Rama contestó que eso no podría ser, ya que él estaba comprometido
por las obligaciones de los caballeros y por promesa personal.
Entonces
Rama vivió en el bosque diez años, permaneciendo un mes, una estación o un año
en una u otra ermita. Una vez un feroz rakshasa llamado Viradha cogió a Sita y
se la hubiese llevado, pero Rama y Lakshmana con gran trabajo lo mataron. Otra
vez encontraron un poderoso buitre; pero éste era un amigo, y se presentó a sí
mismo como un Jatayu y un amigo del padre de Rama. Jatayu prometió a Rama su
ayuda, y cuidar de Sita cuando Rama y Lakshmana se marcharan juntos afuera.
Al
final de todo, Rama y Sita y Lakshmana llegaron a Panchavati, donde se extendía
un buen césped junto al río Godaveri, cuyas riberas estaban cubiertas de
árboles florecientes. Las aguas estaban colmadas de aves, multitud de ciervos
vivían en los bosques, los graznidos de los pavos reales sonaban y las colinas
estaban cubiertas de buenos árboles, flores y hierbas. Allí Lakshmana construyó
una espaciosa casa de bambú, bien techada con hojas y con un suelo bien
alisado. Hasta allí también llegó Jatayu; y Rama, Sita y Lakshmana se sentían
satisfechos como dioses en el cielo.
Una
vez cuando Rama estaba sentado con Sita, hablando a Lakshmana, llegó a
Panchavati una temeraria y repugnante rakshasi, hermana de Ravana, y cuando vio
a Rama inmediatamente lo deseó. Se llamaba Surpanakha. Rechazada por Rama, ella
intentó convertirse en la esposa de Lakshmana, y rechazada por él, ella regresó
a Rama y quiso matar a Sita. Entonces Lakshmana cogió su espada y le cortó la
nariz y orejas, y ella se fue volando y sangrando hasta que encontró a su
hermano Khara, hermano menor de Ravana. Su enojo ante la desgracia de ella no
tuvo límites, y envió catorce rakshasas a matar a esos hermanos y Sita, y traer
su sangre para ser bebida por Surpanakha. Pero Rama mató a todas esas malas
criaturas con sus flechas.
Entonces
Khara se puso realmente furioso de enojo, y partió él mismo con catorce mil
rakshasas, cada uno capaz de cambian su forma, horribles, orgullosos como
leones, de bocas grandes, valientes, que se deleitaban con la crueldad.
Mientras esta multitud avanzaba hubo muchos malos augurios; pero Khara, como en
realidad estaba destinado a morir, no sería apartado de lo que consideraba un
pequeño asunto: matar a tres seres humanos.
Rama,
viendo la multitud que se acercaba, envió a Lakshmana con Sita a una cueva
secreta, y se puso su armadura de malla, dado que él lucharía solo, y todos los
dioses y espfritus del aire y criaturas del cielo vinieron a contemplar la
batalla. Los rakshasas vinieron sobre él como un mar, o pesadas nubes, y sus
armas llovieron sobre Rama, de tal forma que los dioses del bosque huyeron
temerosos del lugar. Pero Rama no tenía miedo, y asedió a los rakshasas con sus
delgados y penetrantes astiles, por lo que ellos huyeron hacia la protección de
Khara. Éste fortaleció sus ánimos, y entonces volvieron, descargando una lluvia
de árboles arrancados y cantos rodados. Fue en vano; dado que Rama, solo y
peleando a pie, mató a todos los terribles catorce mil rakshasas y se enfrentó
cara a cara con el mismo Khara. La suya fue una pavorosa batalla, como la que
puede ocurrir entre un león y un elefante; el aire estaba oscuro por las
flechas que volaban. Finalmente una flecha ardiente descargada por Rama
consumió al demonio. Entonces los dioses, bien agradecidos, hicieron caer
flores sobre Rama y volvieron al lugar de donde habían venido. Y Sita y
Lakshmana vinieron desde la cueva.
La cólera de Ravana
Pero
la noticia de la destrucción de los rakshasas fue llevada a Ravana, y quien
trajo la noticia aconsejó a Ravana vencer a Rama secuestrando a Sita. Ravana
aprobó el plan y buscó al astuto Maricha para llevar adelante sus fines. Pero
Maricha aconsejó a Ravana parar su impulso de intentar lo que era imposible, y
Ravana, siendo persuadido esa vez, volvió a su casa en Lanka.
Veinte
brazos y diez cabezas tenía Ravana; se sentaba sobre su dorado trono cual fuego
en llamas alimentado con ofrendas en un sacrificio. Estaba marcado con
cicatrices de las mucha heridas recibidas en batallas con los dioses; este
poderoso y cruel rakshasa tenía apariencia magnífica.
Su
voluntad era destruir los sacrificios de los brahmanes y poseer las esposas de
los otros —no dejar que fueran muertas por dioses, espíritus o pájaros o
serpientes—. Entonces Surpanakha fue hasta su hermano y le mostró sus heridas,
y le habló de Rama y Sita, y le echó en cara que no actuara como un rey al no
vengar la masacre de sus súbditos y su hermano; entonces le presionó para que
se llevara a Sita y la hiciera su esposa. Entonces él cogió su carro y se
marchó junto al mar a un gran bosque para consultar a Mancha, quien vivía allí
en una ermita practicando autocontrol.
Mancha
aconsejó a Ravana no entremeterse con Rama. «Tú serás rechazado fácilmente»,
dijo. «Si Rama alguna vez se enoja, no dejará un solo rakshasa vivo, o
levantará su mano para destruir la ciudad de Lanka.» Pero Ravana, que estaba
destinado a morir, se jactó de que Rama sería una presa fácil. Culpó a Mancha
de malas intenciones hacia él y le amenazó con la muerte. Entonces Mancha de
puro miedo accedió, aun cuando no esperaba otra cosa que la muerte cuando se
enfrentara a Rama otra vez. Entonces Ravana se sintió satisfecho y, llevando a
Mancha en su carro, partió a la ermita de Rama, explicando cómo mediante una
trampa sería raptada Sita.
El ciervo dorado
Mancha,
obedeciendo a Ravana, adquirió la forma de un ciervo dorado y vagó por el
bosque cercano a la cueva de Rama: sus cuernos eran como joyas gemelas, su cara
era manchada y las orejas como dos flores de loto azules, sus costados blancos
como los pétalos de una flor, sus pezuñas tan negras como las que más, sus
ancas esbeltas, su cola levantada de todos los colores del arco iris. ¡Esta
forma de ciervo fue la adoptada por él! Su lomo estaba estrellado de oro y
plata, y merodeaba por las praderas del bosque buscando ser visto por Sita. Y
cuando ella lo vio se quedó asombrada y encantada, y llamó a Rama y a
Lakshmana, y suplicó a Rama que cogiera o matara al ciervo para ella,
impulsándole a la caza. Rama también fue fascinado por el espléndido ciervo, y
no tomó en cuenta las advertencias de Lakshmana de que podría ser un rakshasa
disfrazado. «Con más razón, entonces, debo matarlo», dijo Rama, «pero cuida tú
a Sita, quédate aquí con el buen Jatayu. Volveré en un momento, trayendo la
piel del ciervo conmigo.»
Ya
esfumándose, ya viniendo cerca, el mágico ciervo condujo a Rama muy lejos,
hasta que éste se fatigó y se dejó caer al suelo junto a un umbrío árbol;
entonces apareció otra vez, rodeado de otros ciervos, y desapareció brincando.
Pero Rama tensó su arco y soltó una flecha que atravesó su pecho, de forma que
saltó alto en el aire y cayó gimiendo sobre la tierra. Entonces Mancha, al
borde de la muerte, tomó su propia forma y, recordando la orden de Ravana,
pensó cómo llevar a Sita lejos de Lakshmana, y la llamó con la voz de Rama:
«¡Ah, Sita! ¡Ah, Lakshmana!» Ante ese grito Rama se sobresaltó con un miedo
pavoroso, y regresó apresuradamente a Panchavati, dejando muerto a Mancha.
En
ese momento Sita oyó el grito y animó a Lakshmana a ir en ayuda de Rama; y tuvo
que regañarle con amargas palabras, dado que éste se negaba a ir, sabiendo que
Rama era imbatible y recordando además que había prometido cuidar a Sita de
cualquier peligro. Pero ella le llamó monstruo malvado, y dijo que a él no le
importaba nada de Rama, por el contrario que la deseaba a ella misma; él no
pudo soportar esas palabras y, aunque presagiara un mal, se sintió forzado a ir
a buscan a Rama. Así él se inclinó ante ella y se marchó, pero volviéndose
frecuentemente para echan un vistazo a Sita, temiendo por su seguridad.
Sita es robada
Ahora
Ravana adquirió la forma de un yogui deambulante; llevando una vara y un tazón
de mendigo, llegó hasta Sita, que se encontraba sola esperando el regreso de
Rama. El bosque lo conocía: los mismos árboles se mantuvieron quietos, el
viento se calmó y el Godaveri fluyó más lentamente por temor. Pero él llegó
junto a Sita, miró fijamente hacia ella, y se llenó de malos anhelos; se
dirigió a ella, ponderando su belleza, y le dijo que dejara el peligroso bosque
y fuera con él a vivir en palacios y jardines. Pero ella, pensando que él era
un brahmán y su huésped, le dio comida y agua, y le respondió que ella era la
esposa de Rama; le contó la historia de su vida, preguntándole a él por su
nombre y familia. Entonces él dijo ser Ravana y le pidió a ella que fuera su
esposa, y le ofreció palacios, sirvientes y jardines. Pero ante esto ella se
enojó desmesuradamente, y le contestó: «Soy la sirviente de Rama, león entre
los hombres, inmóvil como una montaña, enorme como el inmenso océano, radiante
como Indra. ¿Sacaríais vos los dientes de la boca un león o nadaríais a través
del mar con una pesada piedra sobre tu cuello? ¿Me admirarías como al Sol o a
la Luna? Rama se parece poco a vos, sois en realidad tan diferente como lo es
un león de un chacal, un elefante de un gato, el océano del pequeño arroyo o el
oro del hierro. Podríais llevaros a la esposa de Inra; pero si me llevarais a
mí, la esposa de Rama, vuestra muerte es segura, y yo también seguramente
moriré.» Y ella tembló con miedo, como un banano es sacudido por el viento.
Pero
los ojos amarillos de Ravana se pusieron rojos de ira y su casa sosegada
cambió, y tomó su propia horrible forma, de diez cabezas y de veinte brazos;
cogió aquella tierna cosa por el cabello, los brazos y las piernas, saltó
dentro de su carro tirado por asnos y se levantó hacia el cielo. Pero ella
gritó fuertemente a Lakshmana y a Rama. «¡Oh tú bosque y floridos árboles»,
gritó, «y tú Godaveri, y deidades del bosque, y ciervos, y pájaros, yo os
suplico le digáis a mi señor que Ravana me ha robado! »
Entonces
ella vio al gran buitre Jatayu sobre un árbol, y le rogó ayuda; él se despertó
del sueño y, viendo a Ravana y a Sita, habló tiernas palabras al rakshasa,
aconsejándole que abandonara esa actitud. Jatayu le advirtió que Rama
seguramente vengaría el mal con la muerte, «y mientras yo viva vos no llevaréis
a la virtuosa Sita, porque yo lucharé contra vos y os arrojaré de vuestro
carro». Entonces Ravana, con ojos enojados, saltó sobre Jatayu, y hubo una
mortífera batalla en el cielo; muchas armas llovieron sobre Jatayu, mientras el
rey de los pájaros hirió a Ravana con pico y garras. Tantas flechas atravesaron
a Jatayu que parecía un pájaro mitad escondido en un nido; pero quebró con sus
pies dos ascos de los de Ravana, y destruyó el carro que viajaba por el cielo,
de modo que Ravana cayó al suelo, con Sita sobre su regazo. Pero Jatayu para
entonces estaba fatigado y Ravana saltó sobre él, y con una daga cortó sus
alas, de forma que éste cayó y estuvo casi a punto de morir. Sita saltó hacia
su amigo y lo cogió entre sus brazos, pero él yacía sin conocimiento y
silencioso como un fuego extinguido. Entonces Ravana la cogió otra vez y siguió
su camino a través del cielo. En contraste con el cuerpo del rakshasa, ella
brillaba como rayos dorados entre cargadas nubes o una tela de oro sobre un
elefante cebelino. Toda la Naturaleza se lamentaba por ella: las flores de loto
se marchitaron, el Sol se puso oscuro, las montañas lloraron con cascadas y
levantaron sus cimas como brazos, las deidades de los bosques estaban
aterradas, el joven ciervo derramaba lágrimas y todas las criaturas se lamentaban.
Pero Brahma, viendo que se llevaban a Sita, se alegró, y dijo: «Nuestro trabajo
está cumplido ahora», previendo la muerte de Ravana. Los ermitaños estaban
contentos y tristes al mismo tiempo: tristes por Sita, pero alegres de que
Ravana moriría.
Mientras
atravesaban el cielo de esa forma, Sita vio cinco grandes monos en la cima de
una montaña, y, sin ser vista por Ravana, les lanzó sus joyas y su velo dorado
como una señal pasa Rama. Pero Ravana dejó atrás los bosques y las montañas y
cruzó el mar y llegó a su gran ciudad de Lanka —y la colocó en una habitación interior,
sola y bien atendida y vigilada—. Fueron enviados espías para vigilar a Rama.
Entonces Ravana volvió y mostró a Sita todo su palacio y tesoro y jardines, y
le pidió que fuera su esposa, cortejándola cada día; pero ella escondió su cara
y sollozó sin pronuncias palabra. Y cuando él insistió otra vez ella cogió una
brizna de hierba y la colocó entre Ravana y ella, y vaticinó su muerte a manos
de Rama y la ruina de todos los rakshasas, rechazándole totalmente. Entonces él
cambió de súplicas a amenazas y, llamando a horribles rakshasas, la dejó a su
cargo y con la orden de quebrar su espíritu ya fuera con violencia o con
tentación, Había allí una tierna Sita como un barco hundiéndose, o un ciervo
entre una jauría de perros.
La cólera de Rama
Ahora
Rama, volviendo de la caza de Maricha, estaba apesadumbrado; encontrando a
Lakshmana, le culpó por dejar a Sita. Los chacales aullaban y los pájaros
gritaban a su rápido regreso. Cuando llegaron a la ermita los pies de Rama le
fallaban, y un temblor sacudió su cuerpo, dado que Sita no estaba allí. Ellos
merodearon las arboledas floridas y las orillas del río con flores de loto
abiertas, y buscaron en las cuevas de las montañas, y preguntaron al río y a
los árboles y a todos los animales dónde estaba Sita. Entonces Rama juzgó que
los rakshasas se la habían comido, en venganza de Khara. Pero a continuación
ellos llegaron a donde Jatayu y Ravana habían luchado, y vieron las armas rotas
y el carro y el suelo pisoteado, y Rama se enfureció contra todos los vivientes
y dijo que destruiría los mismos cielo y tierra, a no ser que los dioses le
devolvieran a Sita. Entonces encontraron al moribundo Jatayu, y Rama estuvo a
punto de matarlo pensando que era un rakshasa que había comido a Sita. Pero
Jatayu habló débilmente y relató a Rama todo lo que había sucedido, de modo que
Rama, tirando su arco, abrazó al amistoso pájaro y se lamentó por su muerte, y
Jatayu habló de Ravana y consoló a Rama asegurándole que lo vencería y
recobraría a Sita. Pero con esto este espíritu desapareció, su cabeza y cuerpo
se hundieron en el suelo y Rama lloró sobre su amigo: «¡Ah Lakshmana!», dijo.
«Este majestuoso pájaro vivió aquí feliz durante muchos años y ahora ha muerto por
mí: ha dado su vida intentando salvar a Sita. Mira, entre los animales de todo
tipo hay héroes, aun entre los pájaros. Estoy más triste por este buitre que ha
dado su vida por mí que aun por la pérdida de Sita.»
Entonces
Lakshmana trajo madera y fuego, y quemaron a Jatayu allí con todos los derechos
y ofrendas debidos a un hombre de doble nacimiento, y hablaron a los mantras para su pronta llegada a la
morada de los radiantes dioses, y aquel rey de los buitres, muerto en batalla
por una buena causa y bendecido por Rama, alcanzó una gloriosa condición.
Entonces
Rama y Lakshmana partieron pasa buscar a Sita a lo largo y a lo ancho; no pasó
mucho tiempo hasta que encontraron un horrible rakshasa, y no fue asunto
liviano para ellos vencerlo en la batalla. Pero él, herido de muerte, se
alegró, dado que había sido castigado con esa forma por un ermitaño hasta el
día en que Rama lo matara y lo liberara. Rama y Lakshmana lo quemaron en una
gran pira, y él se alzó desde ella y, montando en un carro celestial, habló a
Rama, aconsejándole buscar la ayuda del gran mono Sugriva y los cuatro otros
monos que vivían en la montaña Rishyamukha. «No despreciéis a ese mono real»,
dijo, «porque es poderoso, humilde, bravo, experto y grácil, bueno en cambiar
de forma y bien informado acerca de las guaridas de cada rakshasa. Haced
alianzas con él, haciendo un juramento de amistad frente al fuego como testigo,
y con esta ayuda vosotros vais seguramente a recuperar a Sita.» Entonces él
partió, despidiéndose e indicándole el camino a Rishyamukha, y ellos, pasando
junto a la ermita de Matanga, llegaron a esa boscosa montaña, guarida de muchos
pájaros, junto al lago Pampa.
La alianza de Rama con
Sugriva
No
pasó mucho tiempo hasta que Rama y Lakshmana, alcanzaron la montaña de
Rishyamukha, donde moraba Sugriva. Ahora Sugriva vivía en el exilio, después de
haber sido forzado a dejar su casa y robada su esposa por su cruel hermano
Vali; y cuando él vio a los dos héroes de grandes ojos llevando armas, juzgó
que habían sido enviados por Vali para matarlo. Entonces huyó, y envió a
Hanuman disfrazado de ermitaño para hablar con los caballeros y enterarse de
sus propósitos. Entonces Lakshmana le contó todo lo que había sucedido, y que
Rama ahora buscaba la ayuda de Sugnva. Entonces Hanuman, considerando que
Sugriva también necesitaba un experto pasa recuperar a su esposa y reino, llevó
a los caballeros hasta Sugriva, y allí Rama y el jefe mono mantuvieron una
conversación. Hanuman hizo fuego con dos palos de madera y, girando alrededor de
él en dirección al Sol, Rama y Sugriva se juraron amistad, y cada uno se
comprometió a ayudas al otro. Se miraron el uno al otro absortos, y ninguno
tuvo la sensación de ver al otro. Entonces Sugriva contó su historia y rogó a
Rama su ayuda, y éste se comprometió a vencer al hermano del jefe mono, y
Sugriva a cambio se comprometió a recuperas a Sita. Le contó a Rama cómo él la
había visto cuando era llevada por Ravana, y cómo ella había dejado caer sus
joyas y velo, y enseñó estas señales a Rama y Lakshmana. Rama los conocía, pero
Lakshmana dijo: «Yo no reconozco estos brazaletes o pendientes, pero conozco
bien los brazaletes de los tobillos, dado que yo no acostumbraba levantar la
viste de sus pies.»
Ahora,
dice la historia, Rama viajó con Sugriva a la ciudad de Vali, sometieron Vali y
establecieron a Sugriva en el trono. Entonces los cuatro meses de la estación
de lluvia pasaron y, cuando los cielos se volvieron azules y las inundaciones
disminuyeron, Sugriva ordenó a sus mariscales congregas una multitud de monos.
Ellos vinieron del Himalaya y Vindhya y Kailas, del Este y del Oeste, de lejos
y cerca, de cuevas y bosques, a miles y millones, y cada multitud era
capitaneada por un líder veterano. Todos los monos del mundo se reunieron allí,
y se presentaron ante Sugriva con manos unidas. Entonces Sugriva los ofreció a
Rama para su servicio, y los hubiese puesto bajo su mando. Pero Rama pensó que
era mejor que Sugriva diera todas las órdenes, dado que él entendía mejor cómo
mandar a esa multitud, y estaba bien informado del asunto a realizas.
La búsqueda de Sita
Hasta
ese momento ni Rama ni Lakshmana ni Sugriva sabían más de Ravana que su nombre;
tampoco sabían dónde vivía ni dónde tenía a Sita escondida. Sugriva por tanto
envió toda la multitud guiada por jefes pasa buscar en las cuatro direcciones
durante un mes, tan lejos como el más lejano límite de todas las tierras donde
vivían los hombres o los demonios. Pero él confiaba en Hanuman tanto como en
todo el resto de la multitud junta, dado que hijo del dios-viento tenía la
energía de su padre y la velocidad, vehemencia y capacidad de acceder a
cualquier lugar de la tierra o el cielo, y era valiente y político, y de juicio
agudo y bien dotado para conducirse adecuadamente en el espacio y en el tiempo.
Y cuanto más Sugriva confiaba en Hanuman, éste tenía aún más confianza en su
propio poder. Rama también confió en Hanuman y le dio su anillo de sello para
mostrárselo a Sita cuando la descubriera.
Entonces
Hanuman se inclinó ante los pies de Rama, y partió con la multitud reservada
para buscar en el cuarto Sur, mientras que Rama se mantuvo un mes con Sugriva
esperando su retorno. Luego de un mes la multitud volvió de buscar en el Norte,
Este y Oeste, apenados y desanimados por no haber encontrado a Sita. Pero la
multitud del Sur buscó en todos los bosques y cuevas y lugares escondidos,
hasta que al final llegaron a un vasto océano, el hogar de Varuna, sin límites,
sonoro, cubierto de temerarias olas. Un mes había pasado y Sita no había sido
encontrada; por tanto los monos se sentaron decepcionados, mirando sobre el mas
y esperando su fin, dado que no se atrevían a volver a Sugriva.
Pero
allí, en una cueva vecina, vivía un caballeroso y muy anciano buitre llamado
Sampati, y él, oyendo a los monos hablas de su hermano Jatayu, se acercó
solicitando noticias de él. Los monos le contaron todo el asunto, y Sampati
contestó que él había visto a Sita cuando era llevada por Ravana y que éste
moraba en Lanka, unas cien leguas a través del mar. «Id vosotros allí», dijo,
«y vengad el rapto de Sita y la muerte de mi hermano. Tengo el don del presagio
y ahora yo percibo que Ravana y Sita están allí en Lanka.»
Sita es encontrada en
Lanka
Entonces
los monos recobraron esperanzas, pero cuando marchando llegaron hasta la orilla
y se sentaron junto al agitado mar volvieron a abatirse, y se reunieron en
consejo bastante apesadumbrados. Entonces un mono dijo que él podría atravesar
más de veinte leguas, y otro cincuenta, y otro ochenta, y otro noventa; y
Angada, hijo de Vali, podría cruzar más de cien, pero su capacidad sería inútil
para el retorno. Entonces Jambavan, un mono noble, se dirigió a Hanuman, y
recordó el nacimiento y origen de éste: cómo el dios-viento lo había procreado
y su madre Anjana lo había traído al mundo en las montañas, y cómo, cuando era
aún un niño creyendo que el Sol era una fruta que crecía en el cielo, saltó
fácilmente tres mil leguas hacia él; cómo Indra le había echado un trueno a él,
rompiendo su mandíbula; cómo el dios-viento, enojado, comenzó a romper los
cielos y tierras, hasta que Brahma lo pacificó y le otorgó el deseo de que su
hijo sería invulnerable, e Indra le otorgó el deseo de elegir su propia muerte.
«Probad, heroico mono, vuestras capacidades ahora y atravesad el océano», dijo,
«dado que nosotros os consideramos un experto y vos superáis todas las cosas en
movimiento y vehemencia.»
Entonces
Hanuman se puso de pie, y la multitud de monos se alegró. Hinchándose de
orgullo y poder, se jactaba de la acción que iba a llevar a cabo. Entonces
subió apresuradamente la montaña Mahendra, sacudiéndola en su cólera y
atemorizando a cada bestia que vivía en sus bosques y cuevas. Con la intención
de acometer una difícil tarea, donde ningún amigo podía ayudarle y ningún
enemigo le estorbaba, Hanuman se puso de pie con la cabeza alta como un toro, y
rogó al Sol, al viento de la montaña, al mismo Creador y a todos los seres
vivos; puso su corazón en el trabajo a realizan. Se agrandó y se mantuvo
erguido como un fuego, y con el cabello erizado rugió como un trueno,
blandiendo su cola; así reunió energía en su mente y cuerpo. «Yo descubriré a
Sita o traeré a Ravana encadenado», pensó, y con ello saltó hacia arriba de
modo que a su paso los mismos árboles fueron arrastrados hacia adelante con
ímpetu y cayeron luego hacia atrás. Se lanzó al aire como una montaña, sus
centellantes ojos como fuegos en el bosque, su cola levantada como la bandera
de Sakra. Así Hanuman hizo su camino a través del océano. Ni siquiera pasó a
descansar cuando del amigable océano se alzó la montaña Mainaka, bien arbolada
y llena de frutos y raíces, sino que, alzándose, atravesó el aire como el mismo
Garuda. Luego una severa rakshasi llamada Sinhikha se alzó desde el agua, lo
cogió por su sombra y casi lo devora; pero él se sacudió dentro de su boca y,
volviéndose inmensamente grande, estalló y escapó dejándola muerta y
destrozada. Entonces él divisó la coste lejana, y pensando que su forma
engrandecida no era adecuada pasa su misión secreta, recuperó su forma y tamaño
natural, y así se posó sobre la costa de Lanka, no estando siquiera un poco
fatigado.
Desde
la cima de la montaña Hanuman contempló la ciudad de Lanka, obra de
Vishvakarman, rodeada con un muro dorado y llena de construcciones altas como
montañas que se alzaban hasta las nubes. Imnpacientemente esperó la puesta del
sol; entonces, encogiéndose hasta el tamaño de un gato, penetró en la ciudad
por la noche, sin ser visto por los guardias. Ahora Lanka le parecía a él una
mujer, teniendo por traje al mar, por joyas corrales de vacas y establos, por
pechos las torres sobre sus murallas; y al entrar a ella, ésta se le enfrentó
de una forma terrible y obstruyó su camino. Entonces Hanuman la apartó, aunque
con cuidado, ya que era una mujer, y ella cedió y le permitió llevar a cabo su
tarea. Hanuman inició su camino hacia el palacio de Ravana, que estaba ubicado
como una torre en la cima de la montaña, rodeado por una muralla y un foso.
Para entonces la Luna estaba llena y alta, navegando como un cisne a través del
mas, y Hanuman divisó los moradores del palacio, algunos bebiendo, otros
comprometidos en amorosos entretenimientos, algunos tristes y otros contentos,
algunos bebiendo, otros comiendo, algunos haciendo música y otros durmiendo.
Muchas bellas y jóvenes esposas yacían en los brazos de sus manidos, pero no
podía encontrar a Sita, la de la incomparable virtud; por ello este elocuente
mono se deprimió y se descorazonó. Entonces saltó de patio en patio, visitando
todas los cuartos de todos los más destacados rakshasas, hasta que al fmal llegó
al apartamento del mismo Ravana, una verdadera mina de oro y joyas,
resplandeciendo en luz plateada. Él buscó a Sita en todas partes, sin dejar ni
un rincón inexplorado: doradas escaleras, carruajes pintados, ventanas de
cristal y cámaras secretes cerradas con piedras preciosas; veía todo esto pero
no a Sita. Olía el olor de la carne y la bebida, y a sus narices también
llegaba el Aire, que todo lo penetra, y éste le dijo: «Entrad donde Ravana
yace.» Siguiendo al Aire, llegó al dormitorio de Ravana. Allí descansaba el
señor de los rakshasas sobre una gloriosa cama, dormido y respirando
profundamente; su estructura era grande, cubierta con espléndidas joyas, como
una nube en una puesta de sol carmesí atravesada por rayos de luz; sus grandes
manos caían sobre la blanca tela como terribles serpientes de cinco cabezas;
cuatro grandes lámparas sobre pilares alumbraban su cama. A su alrededor
reposaban sus esposas, bellas como la Luna, cubiertas de gloriosas joyas y
guirnaldas que nunca se marchitan. Algunas, fatigadas por el placer, dormían
donde se habían sentado; una apretaba su laúd como una amorosa joven abraza a
su amante; otra muy hermosa, hábil para la danza, hacía gestos gráciles incluso
mientras dormía; otras se abrazaban unas a las otras. Allí también estaba
Mandodari, la reina de Ravana, sobrepasando a todas las otras en su esplendor y
su ternura, y Hanuman pensó que ella debía ser Sita, y la idea le animó tanto
que movió sus brazos y sacudió su cola y cantó y bailó y subió a los pilares
dorados y saltó hacia abajo otra vez, dado que su naturaleza de mono le
impulsaba a moverse.
Pero
la reflexión le enseñó su error, y se dijo: «Sin Rama, Sita no comería ni
bebería, ni dormiría o adornaría su persona, ni estaría en compañía de otro que
no fuera él; éste es alguna otra.» Entonces Hanuman siguió deambulando por el
palacio, buscando en vano en distintas estancias. Vio a muchas hermosas damas
pero no a Sita y suponía que habría sido muerta o comida por los rakshasas.
Entonces salió del palacio y se sentó un momento con gran desaliento en la
muralla de la ciudad. «Si vuelvo sin encontrar a Sita», reflexionó, «mi labor
habrá sido en vano. ¿Y qué dirá Sugriva, y los hijos de Dasharatha y la
multitud de monos? ¡Seguramente Rama y Lakshmana morirán de tristeza, y tras
ellos Bharata, y entonces Satrughna, las reinas madres y Sugriva, amigo de
Rama, también morirán, y las reinas monas, y Angada, y toda la raza de los
monos! Los nobles monos no volverán a reunirse en los bosques y montañas o en
lugares secretos, ni a complacerse con juegos, sino que un fuerte gemido se
hará sentir cuando yo vuelva, y ellos tragarán veneno, o se colgarán a sí
mismos y saltarán desde altas montañas. Por ello no debo volver sin éxito;
mejor sería que dejara de comer y me muriera. No sería justo que todos esos
nobles monos murieran por mi culpa. Permaneceré aquí y buscaré en Lanka una y
otra vez; debo examinan aún ese bosque de Asoka más allá de las montañas.»
Entonces
Hanuman se postró ante Rama y Sita, ante Shiva, ante Indra y ante la Muerte,
ante el Viento, la Luna y el Fuego y ante Sugriva, y suplicándoles ensimismado
recorrió los bosques de Asoka con su imaginación y encontró a Sita. Entonces
saltó de la muralla como una flecha de arco y entró en el bosque con forma
corporal. El bosque era un lugar de placer y deleite, lleno de árboles en flor
y animales felices; pero Hanuman lo destrozó y rompió los árboles. Un hermoso
árbol Asoka estaba aislado, entre pabellones y jardines, rodeado por dorados
adoquinados y muros plateados. Hanuman saltó sobre este árbol y miró alrededor,
pensando que Sita, si estaba en el bosque, vendría a ese precioso sitio. Vio un
palacio de mármol, con escaleras de coral y suelos de brillante oro, y allí
había alguien apresado, débil y delgado como si estuviera ayunando, suspirando
por grandes pesases, vestido con ropas sucias y vigilado por horribles
rakshasis, como un ciervo entre perros o una llama brillando oscurecida por el
humo.
Entonces
Hanuman consideró que debería ser Sita, porque ella era justa e inmaculada, como
una luna cubierta por nubes, y llevaba las joyas que Rama le describiera.
Hanuman lloró de alegría y pensó en Rama y Lakshmana. Pero ahora, mientras él
aún estaba escondido en el árbol, Ravana se había despertado, y ese gran señor
rakshasa venía seguido de una gran fila de mujeres al bosque de Asoka. Ellas
seguían a su heroico marido como rayos siguiendo a una nube, y Hanuman oyó el
sonido de los tintineantes brazaletes de sus tobillos a su paso por la dorada
acera.
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