Ahora
Bhishma, el gran caballero, era el guardián de la casa imperial de los kurus. Y
este Bhishma había hecho una promesa en su juventud de que nunca se casaría, y
que, aunque era el sucesor, nunca se sentaría en el trono de su padre. Y esta
promesa fue hecha para permitir a su padre casarse con una cierta criada
pescadora, de nombre Satyavati, a quien había entregado su corazón. Y sucedió
que cuando el padre de Bhishma, Shamtanu, murió, Bhishma estableció en el trono
a su medio hermano, Vichitravirya. Y para que la sucesión real fuera
debidamente asegurada era necesario que encontrara un matrimonio apropiado para
ese hermano. Fue en ese momento cuando se enteró que se estaba por producir la
elección nupcial de las tres hijas del rey de Benarés —Amba, Ambika y
Ambalika—, y que para ello fueron convocados todos los príncipes y reyes de la
tierra, habiendo su padre anunciado que sus hijas deberían tener para su dote
el coraje del más valiente caballero. Así ellas serían llevadas por el príncipe
cuyo poder sin igual superara al de todos los demás. No se imaginaba el rey de
Benarés, cuando hizo este anuncio, que su hija mayor se encontraba secretamente
comprometida a un cierto rey, de nombre Shalwa; ni pensaba la princesa que
fuera necesario hablar a su padre del asunto, dado que ella estaba segura de
que su verdadero amor, fortalecido por su fe y con segura esperanza de
inmediata felicidad, podría vencer todos los obstáculos y, exponiendo sus
habilidades frente a todo el mundo allí reunido, la llevaría a ella como un
premio de victoria. ¡Pero ay de mí! Cuando Bhishma oyó de este torneo nupcial
decidió que la oportunidad era excelente para asegurar reinas adecuadas para
Vichitravirya, y decidió llevarse a las tres doncellas y combatir por ellas
contra todos los pretendientes.
De
acuerdo con este propósito, entonces, Bhishma partió para la ciudad de Benarés
sin comitiva, como un simple caballero. Llegando a la palestra real, admiró a
las tres doncellas, todas de incomparable belleza y ricamente vestidas y
adornadas, y a todos los más grandiosos de la Tierra que se encontraban ante
ellas, acomodados en tronos y en carruajes, bajo paraguas reales y doseles
bordados de perlas, cada uno con su propia identidad blasonada sobre su
bandera.
Por
un momento el príncipe se detuvo para inspeccionar la escena; entonces, con una
voz como el rugir de un león, hizo sonar tres veces el gran grito de batalla
que iba a convocar a sus rivales a combate mortal.
El desafio
«Bhishma,
hijo de Shamtanu, coge estas doncellas. ¡Veamos quién las rescata! ¡Las cojo
por la fuerza, delante de los propios ojos de todos estos hombres!»
Nadie
pudo moverse mientras sonaba el desafío, y cuando por tercera vez el grito se
extinguió, el auriga de Bhishma, en un abrir y cerrar de ojos, hizo girar su
carro de batalla y condujo hasta la zona de la palestra en que las tres
princesas esperaban rodeadas de sus damas. En tan sólo un momento las damas
habían sido colocadas en el carro de Bhishma, y aun cuando el gran desafío
estaba resonando en todos sitios, y reyes furiosos se habían levantado, sus
espadas desenvainadas, subiendo a carros o elefantes o a lomos de caballos,
según el caso, él estaba alerta y sonriente, con el arco listo y su espalda
hacia las reales damas, listo para obtener su premio dando batalla contra un
mundo en annas. Nunca había habido un arquero como Bhishma. Con una lluvia de
flechas paró la turba que se acercaba de todas partes a un mismo tiempo. Su
accionar era como el de Indra luchando contra las multitudes de asuras.
Jocosamente con sus dardos encendidos derribó los magníficos estandartes, todos
cubiertos de oro, de los reyes que avanzaban.
Luego
derribó a sus caballos, a sus elefantes, a sus cocheros, a cada uno con una
sola flecha, hasta que viendo qué ligera era la mano de Bhishma y cómo acertaba
el blanco, todos los reyes de la tierra rompieron filas y aceptaron su derrota.
Y él, habiendo derrotado a tantos soberanos, se quedó con el premio real de
tres princesas, y las escoltó hasta Hastinapura, la ciudad real, donde las
recibió la reina madre Satyavati, ya que ellas debían convertirse en las
jóvenes esposas de su hijo Vichitravirya, el rey. Bien podía decirse entonces
entre los hombres que Amba, Ambika y Ambalika habían tenido una prueba de
habilidad caballeresca como dote.
Pero
al acercarse el día de la boda, Amba, la mayor de las tres princesas, pidió una
audiencia a Bhishma, guardián de la casa imperial, y con mucha timidez y
delicadeza descubrió a él el hecho de su anterior compromiso con el rey de los
shalwas. Parecía a ella, dijo, una poco noble actitud contraer matrimonio con
un hombre mientras secretamente anhelaba a otro. Por eso, pidió a Bhishma que
decidiera por ella si debía permitírsele marchar de la corte kuru.
El
asunto fue rápidamente presentado por Bhishma ante su madre, el consejo de
Estado y los sacerdotes tanto del reino como de la casa real. Y todas estas
personas lo juzgaron con amable juicio, como si Amba hubiese sido una hija tan
tiernamente cuidada como unas de las propias. Secretamente, entonces, antes del
momento acordado para la boda kuru, se le permitió partir de Hastinapura y
dirigirse a la capital del rey de los shalwas. Su escolta fue elegida
cuidadosamente, siendo hecha de cierto número de viejos brahmanes. Y aparte de
esto, su propia doncella, que había sido su niñera en la infancia, viajó con
ella.
Cuando
llegó a la ciudad de los shalwas, se presentó ante el rey y simplemente le
dijo: «He vuelto, oh rey. Aquí estoy.»
Amba es rechazada
Pero
cierta ceguera y perversidad habían caído sobre el rey de los shalwas. Su
actitud, que parecía al principio un poco en broma, se volvió gradualmente más
amarga y seria. Tal vez esto fue así porque estaba muy enojado y mortificado
por su denota a manos de Bhishma. O quizá —y esto parece más probable— él no
era realmente un caballero y la joven había hecho mal en confiar en él. En
cualquier caso, él era totalmente indigno para el gran y fiel amor de la
doncella Amba.
Primero
con frivolidad y risas, declaró que no quería una esposa que hubiese sido
llevada una vez por Bhishma y propuesta para ser esposa de otro. Luego echó en
cara a la princesa el haberse ido a Hastinapura con alegría. Pero ella, pobre
niña, podía francamente afirmar que había llorado todo el camino.
Al
final, él se mostró simplemente indiferente, y aunque ella expresó claramente
sus sentimientos una y otra vez con una sinceridad que durante toda su vida posterior le acaloraría recordar, él no
mostró ni el menor afecto hacia ella; en cambio se mantenía distante
rechazándola, decían las crónicas, como una serpiente descarta su vieja piel,
sin el menor sentimiento de honor o afecto. Y cuando la doncella, hija mayor
del rey de Benarés, finalmente entendió cuál era la intención del rey de los
shalwas, su corazón se llenó de furia, y en medio de sus lágrimas de pena y
orgullo se alzó y dijo: «¡Aunque me repudies, oh rey, la justicia misma será mi
protección, dado que la verdad no puede ser vencida! » Y con estas palabras se
dio la vuelta, llorando silenciosamente, y altaneramente se marchó de la
ciudad.
La
doncella real sintió una profunda humillación y, sin saber a dónde ir, se
refugió por esa noche en una de las más grandes ermitas de los bosques de esos
tiempos, conocida como ashrama, de la
cual su propio abuelo había sido el líder. Su corazón estaba lleno de dolor y
toda su mente confundida. Ella había sido despreciada y repudiada. Pero ¿de
quién era la culpa? ¿Era más culpable Shalwa o Bhishma? A veces ella se
reprochaba a sí misma no haber rechazado públicamente, en el mismo torneo, ir
con sus hermanas, bajo la protección de Bhishma, a Hastinapura; luego hacía
responsable a su padre por la imprudencia de haber anunciado que la habilidad debía
ser la dote para sus hijas. Otra vez su mente volvería a Bhishma. Si no la
hubiese capturado, si no la hubiese llevado a Hastinapura, y, otra vez, si ella
no hubiese organizado la expedición hasta el rey de los shalwas, no se hubiese
encontrado con este problema. Así ella culpó por turno a sí misma, a su padre y
a Bhishma, pero nunca en su corazón esta princesa de Benarés culpó al rey de
los shalwas, a quien ella hubiese pretendido tener por su señor. Incluso para
los insultos que él le había infligido ella tenía innumerables excusas. Ella no
pudo ver su frivolidad y su vanidad. Ella sólo vio la prueba a la que él había
sido sometido. Así, su mente no pensaba en otra cosa que en abandonar el mundo.
Rechazada en todos los sitios, dado que ella no podía volver a Hastinapura, y
era demasiado orgullosa para pedir refugio en la casa de su niñez, no había
nada ante la doncella salvo una vida de austeridad y penitencia. Y
gradualmente, al calmarse y pedir ayuda y consejo a los viejos sabios de la ashrama, su mente comenzó a establecer
más y más a Bhishma corno fuente y raíz de su desgracia, y la destrucción de
Bhishma se convirtió gradualmente en el motivo al cual era dirigido todo su
encono.
Amba y Bhishma
Los
mismos religiosos tomaron partido por Amba, dado que los ermitaños, encabezados
por su abuelo, amaban y compadecíana la mortificada joven. Y en un período
posterior circuló la historia de un grande y mítico combate contra Bhishma en
nombre de ella por Parashu-Rama, quien había sido su primitivo maestro, y era
casi como Dios. Y este combate duró, se dijo, muchos días, desarrollándose con
todo el esplendor y poder de las deidades en guerra, hasta que fmalizó por la
intervención de los dioses, rodeados por toda la multitud celestial. Dado que
ellos temían presenciar el exterminio de estos caballeros que se debían entre
ellos veneración y afecto y no podían bajo ningún punto de vista matarse entre
ellos. Y cuando Amba fue llamada ante Parashu-Rama para oír la noticia del cese
del conflicto, ella simplemente se inclinó y agradeció al viejo guerrero con
gran dulzura el empeño puesto en su nombre. Pero ella, dijo, no buscaría otra
vez la protección de Bhishma en la ciudad de Hastinapura, y agregó que a partir
de ahora debería por sí misma encontrar el medio de matar a Bhishma.
Parashu-Rama,
quien era prácticamente la deidad de los hombres que luchaban, debe haberse
reído al oír a una niña, con su suave voz, prometerse a sí misma la gloria de
matar al caballero que ni siquiera él había sido capaz de vencer. Pero Amba se
levantó y se marchó de su presencia con la cabeza alta y desesperación en su
cara. Ahora no podía esperar ayuda ni siquiera entre los dioses. Ella debía
arreglarse por sí misma.
Desde
ese momento el rumbo de su comportamiento se volvió extraordinario. Mes tras
mes hacía ayuno y se sometía a penitencia. La belleza y el encanto
desaparecieron de sus ojos. Sus cabellos se volvieron desgreñados y se puso más
y más delgada. Durante horas y días se quedaría inmóvil y en silencio como si
estuviera hecha de piedra. De esta forma hizo más de lo que era humano e «hizo
al cielo mismo acalorarse» con sus austeridades.
Todos
le suplicaron que desistiera. Los viejos santos junto a quienes vivía, y
embajadores constantemente enviados por su padre, todos le pidieron que
abandonara su resolución y viviera una vida más aliviada. Pero a nadie escuchó,
y sólo continuó redoblando energías en la práctica de su ascetismo. Entonces
comenzó a hacer peregrinaciones, y fue de un río sagrado a otro, practicando
así al mismo tiempo el más difícil de los votos. En otra ocasión, mientras se
bañaba, la Madre Ganges misma, quien como se sabía era la madre de Bhishma, se
dirigió a ella y le preguntó la causa de todas sus penitencias. Y cuando la
pobre dama contestó que todos sus esfuerzos se aplicaban a la destrucción de
Bhishma el espíritu del Ganges la reprendió severamente, y le habló de las
terribles consecuencias que podían tener los votos de odio. Aun así la princesa
Amba no desistió. Hasta que no fuera muerto para quien ante ella se había
convertido en «ni hombre ni mujer», no conocería la paz y no pararía.
Al
fmal Shiva, el gran dios, apareció ante ella, conducido por el poder de sus
rezos y sus penitencias, y de pie con el tridente en la mano, le preguntó cuál
era el deseo que buscaba.
«
¡La derrota de Bhishma! », contestó Amba, inclinándose con alegría a sus pies,
dado que sabía que éste era el fin de la primera etapa en la ejecución de sus
propósitos.
«Tú
lo matarás», dijo el gran dios. Entonces Amba, llena de alegría, y todavía
dominada por el asombro, dijo: «¿Pero cómo, siendo yo una mujer, puedo
conseguir la victoria en la batalla? Es cierto que mi corazón de mujer está
completamente aquietado.
¡Sin
embargo, oh tú que tienes el toro del conocimiento, te ruego me concedas la
promesa de que yo misma sea capaz de matar a Bhishma en batalla!»
Entonces
contestó Shiva: «Mis palabras nunca pueden ser falsas. Tú nacerás otra vez y
algún tiempo después obtendrás la virilidad. Entonces te convertirás en un
feroz guerrero, bien hábil para la batalla, y recordando la totalidad de esta
vida, tú misma, con tus propias manos, serás quien mate a Bhishma.»
Y
habiendo dicho esto, la imagen de Shiva desapareció de delante de la vista de
los ascetas reunidos y de la doncella Amba en el medio del bosque ashrama. Pero Amba comenzó a recoger
maderas con sus propias manos, y una gran pira funeraria se realizó en las
orillas del Janina, y entonces, encendiéndola, ella misma entró en ella, y al
tomar su sitio en el trono de llamas dijo una y otra vez: «¡Hago esto por la
destrucción de Bhishma! ¡Para obtener un nuevo cuerpo para la destrucción de
Bhishma penetro en este fuego!»
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