Luna-Triste, la bella princesa, rompió en
sollozos, Y enseguida, en el alcázar, lloraron con intensa tristeza los
dignatarios, las damas, los pajes y criados. Porque se sabía que Ta-O, el
emperador, haría responsables de la pena de su hija a las personas que la
rodeaban. Todos temían la cólera del monarca, que siempre estaba de un modo
violentísimo.
Ta-O interrogo a la muchacha.
-¿Qué te falta, fresca fuente de mi jardín, única alegría de mi corazón?
-Quiero –dijo la princesa, sin dejar de llorar-, quiero un collar hecho de burbujas de agua.
Un padre razonable se habría reído de tal petición. Ta-O en cambio, llamo al joyero de la corte.
-Oye, joyero: Luna-Triste desea un collar de burbujas de agua. ¿Por qué no darle una cosa que le gusta tanto?
El joyero trato de defenderse.
-Es imposible hacer un collar semejante.
-Tu respuesta es osada. Podría hacerte ahorcar ahora mismo. Pero prefiero que pongas manos a la obra sin dilación. Si dentro de dos días no entregas a mi hija el collar de burbujas de agua, te hare cortar la cabeza.
El desgraciado se echó de hinojos.
-No puedo hacer milagros. Soy servicial e ingenioso; tú lo sabes; pero no puedo hacer esto, que esta fuera de mi alcance.
-En mi reino –grito el emperador- se hacen milagros. Ahora te hare encarcelar y cuando un joyero, inteligente haya confeccionado la alhaja que Luna-Triste pide, serás ejecutado y mi desprecio hará aun más trágicas tus ultimas horas.
-Si otro joyero logra satisfacer el deseo de tu hija sufriré resignado el suplicio.
-Ta-O llamo a otros orfebres, pero todos declararon, consternados, que no podían contentar a la princesa. Y uno tras otro fueron encarcelados.
Luna-Triste, a causa de la decepción tornábase mas y mas taciturna, rehusaba la comida, se pasaba las noches en blanco.
Llego el día en que en todo el imperio ya no se hallo otro joyero, pues los orfebres que habían podido eludir la cárcel, cambiaron inmediatamente de oficio.
Ta-O, no sabiendo que hacer para satisfacer aquella locura de su hija, anuncio a los súbditos que, no presentarse, dentro de una semana, un hombre dispuesto a confeccionar el collar de burbujas de agua, haría matar a los desgraciados que estaban en la cárcel y la orden del emperador se extendería también a sus familias. La terrible decisión afectaba a muchísima gente, y cayó sobre el imperio una profunda congoja. Precisamente en aquellos días, un viejo ermitaño se presento al monarca.
-Luna-Triste tendrá la alhaja que sueña.
Ta-O miro con asombro al anciano, y tuvo la sospecha de que estaba loco.
-¿Sois joyero?
-¿Qué te importa? Yo hare el collar. Pido, empero, que sean libertados los hombres que has arrebatado a sus familias y a su trabajo. Tu ciega e injusta cólera no debe seguir castigando a esos desgraciados.
Nadie había hablado jamás tan severamente a Ta-O. El cual, sin embargo, escucho con calma las temerarias palabras, puesto que amaba demasiado a su hija y habría hecho cualquier sacrificio por verla sonreír.
-Bien –dijo-, ordenare la libertad de los prisioneros y tu harás el collar.
El mismo día fueron abiertas las cárceles donde languidecían los joyeros.
-¿Ves? Te he contentado, ¡oh viejo presuntuoso! Ahora prepara en seguida el collar.
Acudió la princesa. Y también ella incitaba con
su impaciencia al ermitaño a ponerse al trabajo.Ta-O interrogo a la muchacha.
-¿Qué te falta, fresca fuente de mi jardín, única alegría de mi corazón?
-Quiero –dijo la princesa, sin dejar de llorar-, quiero un collar hecho de burbujas de agua.
Un padre razonable se habría reído de tal petición. Ta-O en cambio, llamo al joyero de la corte.
-Oye, joyero: Luna-Triste desea un collar de burbujas de agua. ¿Por qué no darle una cosa que le gusta tanto?
El joyero trato de defenderse.
-Es imposible hacer un collar semejante.
-Tu respuesta es osada. Podría hacerte ahorcar ahora mismo. Pero prefiero que pongas manos a la obra sin dilación. Si dentro de dos días no entregas a mi hija el collar de burbujas de agua, te hare cortar la cabeza.
El desgraciado se echó de hinojos.
-No puedo hacer milagros. Soy servicial e ingenioso; tú lo sabes; pero no puedo hacer esto, que esta fuera de mi alcance.
-En mi reino –grito el emperador- se hacen milagros. Ahora te hare encarcelar y cuando un joyero, inteligente haya confeccionado la alhaja que Luna-Triste pide, serás ejecutado y mi desprecio hará aun más trágicas tus ultimas horas.
-Si otro joyero logra satisfacer el deseo de tu hija sufriré resignado el suplicio.
-Ta-O llamo a otros orfebres, pero todos declararon, consternados, que no podían contentar a la princesa. Y uno tras otro fueron encarcelados.
Luna-Triste, a causa de la decepción tornábase mas y mas taciturna, rehusaba la comida, se pasaba las noches en blanco.
Llego el día en que en todo el imperio ya no se hallo otro joyero, pues los orfebres que habían podido eludir la cárcel, cambiaron inmediatamente de oficio.
Ta-O, no sabiendo que hacer para satisfacer aquella locura de su hija, anuncio a los súbditos que, no presentarse, dentro de una semana, un hombre dispuesto a confeccionar el collar de burbujas de agua, haría matar a los desgraciados que estaban en la cárcel y la orden del emperador se extendería también a sus familias. La terrible decisión afectaba a muchísima gente, y cayó sobre el imperio una profunda congoja. Precisamente en aquellos días, un viejo ermitaño se presento al monarca.
-Luna-Triste tendrá la alhaja que sueña.
Ta-O miro con asombro al anciano, y tuvo la sospecha de que estaba loco.
-¿Sois joyero?
-¿Qué te importa? Yo hare el collar. Pido, empero, que sean libertados los hombres que has arrebatado a sus familias y a su trabajo. Tu ciega e injusta cólera no debe seguir castigando a esos desgraciados.
Nadie había hablado jamás tan severamente a Ta-O. El cual, sin embargo, escucho con calma las temerarias palabras, puesto que amaba demasiado a su hija y habría hecho cualquier sacrificio por verla sonreír.
-Bien –dijo-, ordenare la libertad de los prisioneros y tu harás el collar.
El mismo día fueron abiertas las cárceles donde languidecían los joyeros.
-¿Ves? Te he contentado, ¡oh viejo presuntuoso! Ahora prepara en seguida el collar.
-Calma, calma –dijo el anciano. Antes de empezar mi delicadísima tarea, pido otra cosa.
-Puedes pedir todo cuanto desees –proclamo el monarca. Soy capaz de darte la mitad de mis riquezas. Pero quiero que Luna-Triste, el dulce fuego de mi corazón, el alma de mi alma, le vuelva a tomar gusto a la vida.
-¿Prometes, pues, oh gran Ta-O, satisfacer mi segunda petición?
-Lo prometo.
-¿Palabra de rey?
-Palabra de rey.
-Muy bien. Tráeme pues las burbujas de agua. Y yo hare un magnifico collar.
El emperador abrió la boca pero la volvió a cerrar sin lograr decir una sola palabra.
Comprendía que había sido objeto de una burla. De repente, se volvió hacia su hija, a quien debía aquella humillación, y le propino dos solemnes y saludables bofetadas. Y así, con júbilo del pueblo, tuvo fin la historia del collar imposible.
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