Hanuman va en busca de
hierbas curativas
Entonces
Vibhishana y Hanuman exploraron el campo, viendo miles de muertos y heridos,
una horrible y triste vista; llegaron junto al rey de los osos, Jambavan, y le
preguntaron si todavía vivía. Él les contestó débilmente, reconociendo la voz
de Vibhishana, y preguntó si Hanuman estaba vivo; entonces Hanuman se inclinó
ante Jambavan y cogió sus pies. Jambavan se alegró y, a pesar de sus heridas,
habló al hijo del Viento:
«Haz
esta labor por esta multitud de monos y osos,
porque sólo vos podéis salvarlos. Vos saltaréis sobre el mar y alcanzaréis el
Himalaya, rey de montañas, y traeréis de allí las cuatro hierbas que crecen
sobre él y dan la vida, y volveréis con ellas para curar a las multitudes de
monos.»
Entonces
Hanuman rugió y saltó; y pasó a través del mar sobre las colinas y bosques y
ríos y ciudades hasta que llegó al Himalaya y divisó sus ermitas. Recorrió la
montaña, pero las hierbas estaban escondidas; y enojado e impaciente, Hanuman
arrancó la montaña y saltó con ella dentro del aire y volvió a Lanka, aclamado
por toda la multitud. Y los monos muertos y heridos se levantaron, como
descansados después de un sueño, curados por el sabor de cuatro hierbas
medicinales. Pero los rakshasas muertos habían sido lanzados al mar. Entonces
Hanuman llevó otra vez el pico de montaña hasta el Himalaya y volvió a Lanka.
Ahora
Sugriva, viendo que pocos rakshasas vivían para defender la ciudad, asaltó las
puertas y una multitud de monos soportando ardientes hierros entró y quemó e
hizo estragos en ella. La segunda noche había llegado, y la ciudad ardiendo
brillaba en la oscuridad, como una montaña en llamas con fuego en sus bosques.
Pero Ravana envió una multitud contra los monos una y otra vez. Primero Kumbha
y Nikumbha encabezaron a los rakshasas, y fueron muertos en mortífera batalla;
entonces Maharaksha, hijo de Khara, a su vez fue muerto, e Indrajit salió otra
vez. El luchó invisible, como siempre, e hirió seriamente a Rama y Lakshmana.
Entonces Indrajit se retiró y volvió otra vez, conduciendo un carro con una
ilusoria y mágica figura de Sita, y condujo hacia arriba y hacia abajo por el
campo, cogiéndola a ella por el pelo y golpeándola, y la derribó a la vista de
todas las multitudes de monos. Hanuman, creyendo en el falso espectáculo, paró
la batalla y llevó la noticia a Rama, y Rama se derrumbó, como un árbol cortado
por las raíces. Pero mientras ellos se lamentaban, Indrajit fue al altar en
Nikhumbila a hacer sacrificios al dios del Fuego.
El hijo de Ravana es
muerto
Mientras
tanto Vibhishana llegó a Rama y lo encontró abrumado por la pena, y Lakshmana
le dijo que Sita había sido matada por Indrajit. Pero Vibhishana adivinó que
esto había sido una representación ilusoria, con menores posibilidades de ser
real que de que se vacíe el océano. «Es un ardid», dijo, «para retrasar al
ejército de monos hasta que Indrajit haya completado su sacrificio al Fuego y
conseguido el deseo de ser invencible en la batalla. Entonces no os apenéis,
pero daros prisa para prevenir los resultados de sus ofrendas, ya que los
mismos dioses estarán en peligro cuando las termine.» Entonces Rama se levantó,
y con Lakshmana y Vibhishana persiguieron al hijo de Ravana; y ellos se
adelantaron a él y le alcanzaron antes de llegar a Nikhumbila, montado sobre un
ardiente carro. Entonces ocurrió la peor y la más encarnizada de las batallas
aún ocurridas: Lakshmana aguantó lo más recio del combate y se dijo que los
ancestros de los dioses, los pájaros y serpientes protegieron a Lakshmana de
los mortíferos dardos. Y éste fue al final el modo en que Indrajit murió:
Lakshmana cogió un dardo de Indra, y haciendo un acto de verdad, el rogó a la
deidad que allí vivía: «Si Rama es correcto y veraz, el primero de todos los
hombres en heroísmo, entonces matad al hijo de Ravana», y llevando la rápida y
certera flecha a su oreja, la soltó y partió el cuello del rakshasa, de modo
que la cabeza y el cuerpo cayeron al suelo, y todos los rakshasas, viendo a su
líder muerto, huyeron. Ante esto todos los monos se alegraron, dado que ningún
héroe rakshasa permanecía vivo, salvo el mismo Ravana. Entonces Rama dio la
bienvenida al herido Lakshmana con gran cariño, y ordenó a Sushena que
administrara medicinas a él y a los monos heridos; y el jefe mono acercó una
droga potente a la nariz de Lakshmana, oliéndola, la aparente ida de su vida se
detuvo, y se curó.
Ravana
se apenó amargamente por su hijo. «Los mundos triples, y esta tierra con sus
bosques, parecen estar vacíos», gritó, «dado que tú, mi héroe, que eras quien
debía hacer realizar mis ntos funerarios y no yo los tuyos, te has ido a la
morada de Yama», y ardió de rabia y pena. Entonces tomó la decisión de matar a
Sita en venganza, pero su buen consejero Suparshwa lo detuvo, diciendo: «Vos no
debéis matar a una mujer; cuando Rama esté muerto vos la poseeréis.»
Todo
Lanka resonaba con las lamentaciones de las rakshasis por los rakshasas muertos
en batalla, y Ravana se sentó furioso, tramando medios para conquistar a Rama:
rechinó sus dientes y mordió sus labios y rió, y fue con Gran Vientre y Ojos
Bizcos y Gran Ijada al campo de batalla, seguido por el último ejército de demonios,
y jactándose: «Haré que llegue el fin de Rama y Lakshmana hoy.»
La furia de Ravana
No
bien los monos se ponían delante de él, eran destruidos como moscas en el
fuego; pero Sugriva se enredó en una lucha cuerpo a cuerpo con Ojos Bizcos y
terminó con él; y con ello los dos ejércitos se enfrentaron otra vez, y hubo
una mortífera matanza en ambos bandos, y cada ejército retrocedió como una
charca en el verano. Luego Gran Vientre fue muerto por Sugriva, y Angada
provocó la muerte de Gran Ijada, de modo que los monos rugían por el triunfo.
Pero ahora Ravana avanzó al ataque, trayendo un arma de Brahma, y dispersó a
los monos a derecha e izquierda.
Él
no pasó hasta que llegó ante los hijos de Dasharatha. Rama estaba a un lado,
con sus grandes ojos como pétalos de loto, con su poder de largo alcance,
inconquistable, sosteniendo un arco tan inmenso que parecía estar pintado en el
cielo. Rama puso flechas al arco y tensó la cuerda, de modo que mil rakshasas
murieron de terror cuando le escucharon tañir; y entonces comenzó una mortífera
batalla entre los héroes. Aquellas flechas penetraron al rey de Lanka corno
serpientes de cinco cabezas, y cayeron siseando al suelo; pero Ravana alzó una
temeraria arma asura e hizo caer sobre Rama una lluvia de flechas con caras de
león y tigre, y algunas con bocas abiertas como lobos. Rama contestó a esto con
dardos con cara de sol y estrellas, corno meteoros o rayos, destruyendo los
dardos de Ravana. Entonces Ravana peleó con otras armas celestiales, y levantó
una fecha de Rudra, irresistible y ardiente, con ocho ruidosas campanas
colgando, y la arrojó a Vibhishana; pero Lakshmana se puso delante salvando a
Vibhishana de la muerte. Rama, viendo el arma caer sobre Lakshmana, rezó: «¡La
paz sea con Lakshmana! Frustraos y dejad partir la energía.» Pero el dardo
encendido pegó a Lakshmana en el pecho y le hizo caer, no pudiendo ningún mono
quitar el dardo de su cuerpo. Rama se inclinó y lo sacó y lo rompió en dos, y
entonces, aunque inmensamente apenado por Lakshmana y enojado por su dolor,
Rama llamó a Hanuman y Sugriva, diciendo: «Ahora es el momento indicado. Hoy
debo cumplir un acto del cual todos, hombres y dioses y todo el mundo, contarán
tanto tiempo como la tierra soporte una criatura viviente. Hoy mi tristeza
tendrá un fin y todo por lo que he trabajado ocurrirá.»
Entonces
Rama se concentró en la batalla, pero Hanuman fue otra vez al Himalaya y trajo
el monte de hierbas de la salud para Lakshmana, y Sushena cogió la planta que
da la vida e hizo a Lakshmana sentir su sabor, de manera que él se levantó
entero y saludable; Lakshmnana abrazó a su hermano y le impulsó a cumplir su
promesa ese mismo día. Sakra envió del cielo su carro y auriga, llamado Matali,
para ayudar al hijo de Dasharatha en su lucha, y Rama fue hasta él y le saludó;
montando sobre él, pareció alumbrar al mundo entero con su esplendor. Pero
Ravana disparó un arma rakshasa y sus dorados dardos, con feroces caras
vomitando llamas, se descargaban sobre Rama desde todos los sitios y se
convertían en serpientes venenosas. Pero Rama cogió un arma de Garuda y lanzó
una escuadrilla de doradas flechas, que cambiaban a pájaros según su voluntad,
que devoraron todos los dardos-serpiente del rakshasa. Entonces los dioses de
todas las armas se acercaron a Rama, y con este auspicioso presagio y otros
felices signos Rama comenzó a acosar a Ravana seriamente, y lo hirió, de modo
que su auriga, viendo que parecía a punto de morir, se largó del campo de
batalla. Entonces el sagrado Agastya llegó hasta allí con los dioses para ser
testigos de la derrota de Ravana, se acercó a Rama y le dio instrucciones:
«Rama, Rama, poderoso héroe, mi niño, escucha el secreto eterno, el Corazón del
Sol, con lo cual podrás vencer a cualquier enemigo. ¡Adora al Sol, señor del
mundo, en quien vive el espíritu de todos los dioses! ¡Salva! ¡Salva! ¡Oh señor
de los mil rayos! ¡Salvas a Aditya! ¡Tú que despiertas a los lotos! ¡Tú que
eres fuente de vida y muerte, destructor de toda oscuridad, luz del alma, que
despiertas con todos dormidos y vives en cada corazón! Tú eres los dioses y
cada sacrificio y las frutas de éstos. Adora con este himno al señor del
universo y conquistarás a Ravana hoy.»
Ravana es muerto
Entonces
Rama entonó un himno al Sol y se purificó a sí mismo con sorbos de agua, y
estaba alegre, y se volvió para enfrentarse a Ravana, dado que los rakshasas
habían regresado a él y estaban ansiosos por luchar. Cada uno como un león
ardiente peleó con el otro; Rama cortó con sus flechas mortíferas cabeza tras
cabeza al de los Diez Cuellos, pero nuevas cabezas siempre salían en el sitio
de las cortadas, y la muerte de Ravana no parecía de ninguna manera más cercana
que antes —las flechas que habían muerto a Mancha y Khara y Vali no podían
llevarse la vida del rey de Lanka—. Entonces Rama cogió el arma de Brahma dada
a él por Agastya: el Viento estaba en sus alas, el Sol y Fuego en su cabeza, en
su cuerpo el peso de Meru y Mandara. Bendiciendo ese dardo con mantras védicas, Rama lo puso en su arco
y lo soltó, y voló a su punto indicado penetrando en el pecho de Ravana y,
bañado de sangre, volvió y entró en el carcaj de Rama humildemente.
Así
fue muerto el señor de los rakshasas, y los dioses hicieron llover flores sobre
el carro de Rama y cantaron himnos de agradecimiento, porque su deseado fin
estaba ahora cumplido —aquel fin para el cual Vishnu había cogido la forma
humana—. El cielo estaba en paz, el aire se puso más claro y brillante, y el
sol brilló sin nubes sobre el campo de batalla.
Ravana es llorado
Pero
Vibhishana se lamentó por su hermano amargamente, y Rama le consoló diciéndole:
«Un héroe muerto en batalla no debe ser llorado. El éxito en la batalla no es
para siempre: ¿porqué te apenas si aun el que hizo huir al mismo Indra caerá al
final? Sería mejor que hicieras los ritos funerarios. Consuélate, también, con
esto: con muerte se termina nuestra enemistad, y Ravana me es tan querido como
tú.» Entonces salieron de Lanka una multitud de rakshasas llorando, buscando a
su señor y gimiendo amargamente, y Mandodari, reina de Ravana, hizo este
lamento:
«Oh
tú, poderoso, hermano más joven de Vaisravana, quien podía enfrentarse a ti.
Habías amedrentado a dioses y rishis. ¡No había nacido el hombre que, luchando
a pie, podía vencerte! Pero tu muerte ha sucedido por Sita, y yo soy una viuda.
Tú no hiciste caso a mis palabras, ni pensaste cuántas bellas damas tú tenías
además de ella. ¡Ay de mí! ¡Qué hermoso eras y qué amable sonrisa: ahora estás
bañado en sangre y atravesado con flechas! Ya no dormirás en una cama de oro;
ahora yaces en el polvo. ¿Por qué te vas y me dejas sola? ¿Por qué no me das la
bienvenida?» Pero las otras esposas de Ravana la consolaron y la levantaron
diciéndole: «La vida es incierta para todos y las cosas cambian.» Mientras
tanto Vibhishana preparó la pira funeraria, y Ravana fue llevado al suelo de
quema y quemado con todos los ritos y honores debidos a los héroes. Las esposas
de Ravana volvieron a Lanka, y los dioses regresaron a su propio sitio.
Entonces Lakshmana, cogiendo agua traída del océano por Sugriva en una jan-a
dorada, untó a Vibhishana como señor de la ciudad de Lanka y rey de los
rakshasas, y con ello los monos y los rakshasas se alegraron.
Sita es traída a Rama
Pero
ahora Rama llamó a Hanuman y envió a buscar a Sita y a informarle de todo lo
que había sucedido; la encontró todavía junto al árbol Asoka, vigilada por
rakshasis. Hanuman se pasó ante ella humildemente y le contó la historia, y
ella le dio un mensaje:
«Yo
deseo ver a mi señor.» Entonces el mono radiante fue hasta Rama y le dio el
mensaje de Sita. Rama lloró ante esto y se sumergió en pensamientos, y con un
fuerte suspiro dijo a Vibhishana:
«Trae
a Sita aquí pronto, bañada y apropiadamente adornada con pasta de sándalo y
joyas.» Él se dirigió a ella y le dio la orden; ella hubiera ido hasta él sin
bañar. «Pero vos debéis actuar según las palabras de vuestro señor», dijo.
«Entonces así será», ella respondió, y cuando estuvo lista, portadores
apropiados la llevaron sobre un palanquín hasta Rama. Rama, viéndola luego de
haber estado tanto tiempo prisionera de Ravana, dominado por la angustia,
sintió al mismo tiempo furia, felicidad y pena. «Oh señor de los rakshasas, oh
amable rey», dijo a Vibhishana, «trae a Sita junto a mí.» Entonces Vibhishana
apartó a la multitud de monos, osos y rakshasas, y los acompañantes con cañas y
tambores animaron a la multitud reunida. Pero Rama les ordenó que desistieran,
y ordenó que Sita debía dejar el palanquín y llegar a él a pie, diciendo a
Vibhishana: «Tú deberías calmar en lugar de ostigar a este nuestro propio pueblo.
No existe pecado cuando una mujer es llevada en tiempos de guerra o peligro, o
se marcha por una autoelección[1][3], o
al casarse. Sita está ahora en peligro y no puede ser un error verla, y más aún
yo estoy aquí para protegerla.» Vibhishana, deprimido ante esta reprimenda,
trajo a Sita humildemente hasta Rama; y ella permaneció avergonzada,
escondiendo su interior en su forma exterior, viendo la cara de Rama
maravillada, con alegría y amor. Cuando él la miró su pena se desvaneció, y
brilló radiante como la luna.
Pero
Rama, viéndola parada humildemente junto a él, no podía contener su habla y
gritó: «¡Oh tú la amable! Yo he sometido a tu enemigo y limpiado una mancha
sobre mi honor. Los esfuerzos de Hanuman, al cruzar las profundidades y
llegando hasta Lanka; de Sugriva, con su ejército y su consejo, y de Vibhishana
han dado su fruto y yo he cumplido mi promesa, por mi propio poder llevando a
cabo el deber de un hombre.» Entonces Sita miró a Rama apenada, como un ciervo,
con los ojos llenos de lágrimas; y Rama, feliz de verla tan cerca, pero también
pensando en la opinión de otros hombres allí presentes acerca de su honor, se
dividió a sí mismo en dos y exclamó: «Yo he limpiado el insulto a nuestra
familia y a mí mismo», dijo, «pero vos estáis manchada por vivir con otro
distinto de mí. ¿Qué hombre de alto grado recibe devuelta a una esposa que ha
vivido largo tiempo en la casa de otro? Ravana te ha tenido en su regazo y te
ha mirado con ojos lujuriosos. Yo he vengado su malvada acción, pero no estoy sujeto
a ti. Oh tú la amable, estoy forzado por un sentido del honor a renunciar a ti,
dado que ¿cómo te iba a pasar por alto Ravana, tan hermosa y tan delicada como
tú eres, cuando te tenía sometida a su voluntad? Elige el hogar que quieras, ya
sea con Lakshmana, o Bharata, o Sugriva, o con Vibhishana.»
Entonces
Sita, oyendo de Rama ese discurso cruel, aunque mal expresaba lo que él deseaba
en realidad, tembló como una parra que se balancea, y lloró con grandes
lágrimas, y ella se sintió avergonzada delante de la gran multitud. Pero se
limpió las lágrimas de su cara y le contestó: «Ah, ¿por qué dices palabras tan
rudas y crueles? ¡Viendo las maneras de otras mujeres, tú no confiarías en
ninguna! Pero, oh tú poderoso héroe, yo soy el propio y suficiente testigo de
mi pureza. No fue con mi consentimiento que otro haya tocado mi persona. Mi
cuerpo no estaba en mi poder pero mi corazón, que se encuentra bajo mi propio
dominio, ha estado sólo contigo. Oh tú mi señor y fuente de honor, nuestro
cariño ha crecido por vivir juntos durante largo tiempo; y ahora, si tú no
reconoces mi fidelidad, estaré destruida para siempre. Oh rey, ¿por qué no
renunciaste a mí cuando vino Hanuman a yerme? Entonces hubiera renunciado a la
vida, y tú no hubieses necesitado pasar por toda esta labor, ni poner esa carga
sobre tus amigos. Tú estás enojado; como un hombre común tú no ves en mí otra
cosa que femineidad. Yo soy conocida como hija de Janaka, pero, en realidad, yo
nací de la Tierra; tú no conoces mi verdadera identidad.» Entonces Sita se
volvió hacia Lakshmana, y dijo con culposas palabras: «Oh hijo de Sumitra,
constrúyeme una pira funeraria; allí dentro estará mi único refugio. Yo no
viviré marcada con un estigma no merecido.» Lakshmana, lleno de pena y enojo,
se volvió’ hacia Rama, y en obediencia a su gesto preparó la pira funeraria.
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