EL JOVEN CUCHULAINN
Si
bien —como es constante en las leyendas celtas— no se han conservado registros
exactos de las fechas en que se desarrollaron las acciones del llamado
"ciclo del Ulster", sí se sabe que todas ellas tuvieron lugar
dentro del reinado
de Connor (fonéticamente, Conahar) McNessa, por lo que
deben ubicarse antes de la cuarta década de la Era Cristiana, fecha asumida de
la muerte del joven rey.
Por otra parte, los rasgos costumbristas, ropas, vehículos y armas de
guerra, etc. mencionados tanto en el Leabhar Gabhalla como en el Dunn
Cow, tipifican el período La Tene, cuya etapa final encaja perfectamente
dentro de la época especificada; esto indicaría también que las hazañas de
CuChulainn (fonéticamente Cu-ju-linn) serían contemporáneas de la llegada del
cristianismo a las tierras de Erín.
El héroe máximo de la raza celta, posteriormente rebautizado
CuChulainn, nació durante el reinado del primer Soberano de Todos los Reinos de
Erín, Connor McNessa, en la región próxima al río Boyne, en el reino del
Ulster.
En realidad, el rey Connor había accedido al trono de una forma no del
todo ortodoxa, ya que, ante la muerte del gigante Fachtna, anterior rey del
Ulster, lo sucedió en el trono su medio hermano Fergus, quien estaba
secretamente enamorado de la esposa de Fachtna, Nessa, hija de Echid Gwrruagh
("Talón amarillo") y madre de Connor.
Al morir su medio hermano, Fergus propone matrimonio a Nessa, pero
ésta le impone, como condición para aceptarlo, que permita que su hijo Connor
reine por un año, para que sus futuros nietos puedan ser recordados como hijos
de un rey.' Fergus acepta y Connor sube al trono, pero su mandato resultó tan
próspero y beneficioso para el Ulster que el pueblo lo obligó a permanecer en
el cargo, con gran beneplácito de su medio tío, que era más afecto a la vida
cortesana y las expediciones de caza que a las tareas de gobierno.
Sería imposible aquí pretender narrar todas las hazañas del héroe de
los ulates (habitantes del Ulster), ya que sólo sus hechos de guerra se
distribuyen en más de setenta relatos diferentes, algunos de los cuales constan
de varias versiones que difieren considerablemente entre sí. Por lo tanto,
mencionaremos aquí las leyendas más difundidas sobre sus hazañas, tratando de
mantener la secuencia coherente de una vida épica, plena de episodios bélicos y
de servicio a su rey, a su gente y a la tierra que lo vio nacer.
Cuenta la leyenda que la doncella Dectera, hija de Cathbad, uno de los
más destacados nobles de la corte de Connor McNessa, desapareció un día, junto
con otras cincuenta jóvenes vírgenes, y durante más de dos años ninguna
búsqueda fue suficiente para descubrir su paradero ni quién las había
secuestrado.
Ya hacía tiempo que había cesado la búsqueda de las vírgenes
desaparecidas, cuando un día en que los grandes señores del Ulster se
encontraban en una partida de caza —entretenimiento principal de la nobleza en
los tiempos de paz—, vieron posarse sobre una llanura vecina a Emain Macha,
capital de la provincia, una bandada de pájaros de extraña conducta, ya que
devoraban las plantas y la hierba de los prados sin dejar siquiera las raíces.
Preocupados por el daño que aquellas aves podrían hacer si caían sobre
los sembrados, los nobles decidieron cazarlas, por lo que comenzaron a
perseguirlas con sus carros, lanzándoles venablos y piedras con sus hondas, ya
que los arcos no existían por aquellas épocas.
Nueve fueron los carros que partieron en persecución de las aves,
marchando al frente de ellos el del propio rey y, en los restantes, los
principales guerreros del Ulster: Connall Cernatch, por aquel entonces mano
derecha del monarca, Fergus McRoig, Celtchar McUithetchar, Bricrui Nemthenga
("El de la lengua bífida") y otros destacados cortesanos de Emain
Macha.
A campo traviesa, atravesando arroyos y pequeños bosques, los nobles
persiguieron a los pájaros durante todo el día, observándolos mientras lo
hacían. Pronto notaron que se trataba de aves muy extrañas, ya que volaban
divididas en nueve grupos, cantando mientras lo hacían, y cada grupo, integrado
por veinte pájaros, era guiado por una pareja sujeta entre sí por un delgado
yugo de plata, mientras que los demás también estaban unidos por parejas, pero
con delgadas cadenas del mismo metal.
Sin embargo, llegó la noche sin que los cazadores hubieran podido dar
alcance a los pájaros y mucho menos capturar alguno, por lo que el rey Connor
ordenó desenjaezar los caballos, agotados por la carrera, y envió a Conall
Cernatch y Bricriu Nemthenga a buscar un refugio donde pernoctar a salvo de la
nevada que había comenzado a caer. Para ello, los dos nobles marcharon siguiendo
la ribera del Boyne, hasta llegar a las cercanías del Brug na Boyne,2 donde
descubrieron una humilde choza que parecía muy pobre y parcialmente destruida.
Sin embargo, viendo que pronto sería ya noche cerrada, los exploradores se
acercaron a la cabaña, siendo recibidos por un hombre joven, de encantadora
apariencia, junto al cual se encontraba una hermosa dama —su esposa, como se
supo más tarde—, quienes salieron a la puerta a recibir a los enviados,
aceptando de buena gana compartir por aquella noche con el rey su humilde
morada. Sin otro comentario, los nobles volvieron junto al grupo e informaron
al rey lo que habían descubierto, comentándole que la casa quizás no fuera
digna de él, pero que siempre sería mejor que pasar la noche al raso.
Pero la primera sorpresa se produjo cuando la comitiva cruzó la puerta
de la cabaña y la pequeña habitación que se adivinaba desde afuera se convirtió
en un verdadero castillo, con su correspondiente salón de banquetes, aposentos,
cocinas y hasta establos para sus carros y sus caballos.3 Pero la
sorpresa fue mayor aún cuando el rey reconoció en la joven a la hermosa
Dectera, en su esposo a Lugh, el del Largo Brazo,4 hijo de Ethlin. y
en las doncellas que los acompañaban, a las cincuenta vírgenes que habían
desaparecido con la joven.
La velada pasó sin más incidentes, entre amenas conversaciones, risas
y una opípara cena, hasta que llegó el momento de retirarse a descansar.
Sin embargo, un motivo más de asombro llegaría para los nobles a la
mañana siguiente cuando, al despertarse, se encontraron yaciendo sobre la
hierba, ya que tanto el lujoso salón, como la pareja, las doncellas y hasta el
mismo castillo habían desaparecido y, en su lugar, sólo podía verse un reducido
pabellón, dentro del cual había una pequeña cuna y en ella un niño. Era el
regalo que Dectera hacía al pueblo del Ulster, a través de su rey, Connor
McNessa, para lo cual lo había atraído, con el señuelo de los pájaros, hasta el
mágico sidh5 de Brug na Boyne.
El niño fue llevado por los nobles hasta el palacio real y entregado a
Finchaum, la hermana de Dectera, quien lo aceptó de buena gana y lo bautizó
Setanta, aunque para esa época se hallaba criando a su propio hijo, Conall. Y
aunque él no podía agradecerlo ni comprenderlo, el monarca concedió a la madre adoptiva
una extensa zona que recibía el nombre de Llanura de Murthemney, en el condado
de Meath, al norte del Ulster, que abarcaba desde Usna hasta Dundalk, ciudad en
la que posteriormente establecería su vivienda y su fortaleza.
También se cuenta que el archidruida Morann, cuando se enteró de su
llegada, profetizó:
"Sus hazañas le ganarán el aprecio de los hombres y estarán en
las bocas de todos. Reyes, sabios, guerreros y aurigas cantarán sus alabanzas,
pues este niño vengará las injusticias que los afligen, luchará en sus combates
y paliará sus necesidades".
Y cuando Setanta tuvo edad suficiente para comenzar su aprendizaje de
guerrero, junto a los hijos de príncipes y señores, se dirigió voluntariamente
a la corte de Connor McNessa, donde tuvo lugar el incidente que le dio el
nombre de CuChulainn, por el cual se lo conoció de allí en adelante.
Todo se inició una noche en que el rey Connor y sus caballeros más
notables debían concurrir a una fiesta a realizarse en el aun (castillo)
de un adinerado herrero llamado Cullainn, en la región de Quelny donde, además,
tenían planeado pasar la noche. Junto a los nobles concurrirían asimismo los
aprendices recién incorporados, pero Setanta, quien también estaba invitado, se
encontraba participando en un partido de hurling, por lo que solicitó
permiso al rey para seguirlos más tarde, cuando finalizara el juego.
El séquito real arribó a su destino cuando ya estaba anocheciendo, y
de inmediato fueron recibidos por el herrero, cuya hospitalidad quedó
plenamente demostrada en el gran salón, donde comieron y bebieron, mientras los
criados cerraban los aposentos interiores, dejando afuera a un enorme y salvaje
dogo alsaciano, bajo cuya protección quedaba todas las noches el dun, cuyos
habitantes se sentían tan tranquilos como si estuvieran rodeados por un
ejército.
Pero, en medio de la algarabía de la fiesta, nadie recordó a Setanta
hasta que, en medio de las risas y la música, se oyó el estremecedor gruñido
del mastín de Cullainn (que había advertido la presencia de un extraño) que
pronto se transformó en el estruendo de un combate a brazo partido, cuyo
estremecedor crescendo culminó repentinamente en un silencio ominoso. Y cuando
los asombrados espectadores lograron finalmente abrir las puertas, a la luz de
las antorchas se recortó la figura de un joven de corta edad, agachado sobre el
cadáver del fiero dogo tendido a sus pies.
Aunque todo estaba perfectamente claro, un atribulado Setanta quiso
explicar lo sucedido:
—No lo vi hasta que se me echó encima, y entonces sólo tuve tiempo
para aferrarlo del cuello y estrellarlo contra el muro, hasta que murió. Lo
lamento sinceramente, pero no pude hacer otra cosa.
Viendo que el incidente no había pasado a mayores, los nobles se
mostraron distendidos y contentos, pero pronto cambiaron de actitud al ver a su
anfitrión guardando un silencio triste y compungido, mientras se inclinaba
sobre el cuerpo de su antiguo amigo, muerto en defensa suya y de su casa.
—Realmente siento haber tenido que matar a tu perro, Cullainn.
Entrégame un cachorro suyo y me comprometo a entrenarlo para que llegue a ser
tan valiente como su padre. Y mientras tanto, ¡yo mismo cuidaré de tu casa,
como ningún perro podría hacerlo jamás!
Cullainn agradeció un
ofrecimiento que sabía sincero, y todo el séquito de nobles aplaudió la salida
de Setanta quien, desde ese instante, quedó rebautizado con el nombre de
CuChulainn, que significa, literalmente, "el Mastín de Cullainn".
Algunos años más tarde, cuando se acercaba el tiempo en que debía tomar
las armas de la edad adulta, CuChulainn acertó a pasar un día por un paraje del
bosque donde Cathbad, uno de los druidas más considerados de la región,
enseñaba a algunos de sus filidh6 el arte de la adivinación
mediante las hojas del roble.
—Druida —preguntó en ese preciso momento uno de los aspirantes—, ¿para
qué tipo de empresa resultará favorable el día de hoy?
Y el maestro, arrojando al aire algunas hojas de roble, observó su
vuelo, consultó las posiciones en que habían caído y respondió:
—El joven guerrero que tome hoy sus armas de la edad adulta será
famoso entre todos los hombres del Ulster y de Erín por sus proezas, y si bien
su vida será breve, resplandecerá con el fulgor de una estrella fugaz.
CuChulainn no pareció darse por enterado de haber oído las palabras,
pero marchó directamente a ver al rey Connor McNessa.
—¿Qué deseas? —preguntó el soberano.
—Tomar las armas de la edad adulta —respondió CuChulainn sin dudar un
instante.
—Que así sea, entonces —accedió el rey, entregándole dos robustas lanzas.
Pero el joven aspirante a guerrero, tomando las armas en sus manos las
quebró con un solo movimiento de sus muñecas, como si fueran simples ramillas
de sauce. Y lo mismo hizo con todas las que le presentaron y con los carros de
combate que le ofrecieron para que los condujera, y que él rompió a puntapiés,
demostrando tanto la fragilidad de los elementos como la fortaleza de sus
músculos. Hasta que finalmente, le presentaron el carro de guerra y las dos
lanzas del propio rey, con los cuales quedó satisfecho al ver que no podía
romperlos.
A medida que se entrenaba con sus
nuevas armas y tomaba parte (y ganaba) en cuanto concurso de destreza con las
armas se organizaba, su cuerpo joven fue tomando la contextura del de un
atleta, hasta que, al llegar a la mayoría de edad, resultaba tan atractivo a
todas las doncellas y matronas del Ulster, que el Consejo de Ancianos le
sugirió que tomara una esposa. Pero pasaron los meses sin que encontrara
ninguna doncella que le agradara, hasta que en un banquete de la casa real
conoció a la hermosa y codiciada Ehmet, hija de Forgall, señor de Lugach, y su
joven y ardiente corazón se inflamó de pasión por ella, a tal punto que de
inmediato decidió pedirla en matrimonio. Y con ese propósito, al día siguiente
hizo enganchar su carro y, acompañado por Laeg, su amigo y auriga, se dirigió
sin demoras al dun de Forgall.
Pero mientras él se acercaba, la hermosa Ehmet se encontraba en la
balaustrada de una de las torres, departiendo graciosamente con su comitiva de
doncellas de la corte, hijas de los nobles súbditos de su padre, y enseñándoles
los secretos del bordado, ya que ninguna dama de la corte osaba competir con
ella en ese arte. Algo más lejos, sentada sobre un canapé y con los enseres de
costura sobre el regazo, su madre Fredia la contemplaba con orgullo, sabedora
de que su hija, a pesar de su temprana edad, poseía ya los seis dones de la
mujer madura: el don de la belleza, el de la conversación ponderada, el de la
voz dulce, el de la aguja, el de la sabiduría reservada y el más importante de
todos, el don de la castidad y la pureza de pensamientos.
Pero los pensamientos halagüeños de Fredia pronto se vieron
interrumpidos por el estruendo de un carro de guerra que se acercaba por el
camino de Math y, reuniéndose madre e hija junto a una de las almenas, enviaron
a una de las damas de compañía a la muralla, a ver quién era el que se
aproximaba sin haberse hecho anunciar previamente.
—Se acerca un carro de guerra —anunció la criada— tirado por dos
briosos potros, negros como la noche; ambos echan fuego por los ollares y sus
poderosos cascos levantan trozos de tierra tan grandes como cabezas humanas. En
el carro viajan dos hombres; uno de ellos parece ser el hombre más atractivo de
todo Erín, pero su expresión es melancólica y su boca parece esbozar un rictus
de tristeza. Va vestido con una túnica blanca como la nieve y envuelto en un
manto carmesí sujeto con el broche de oro más hermoso que he visto en mi vida.
A su espalda cuelga un escudo del mismo color que el manto, con un dragón de
plata labrado en su centro y un reborde del mismo metal. Conduciendo el carro,
como su auriga, viene un hombre alto, esbelto y pecoso, con el pelo rojo y
rizado cubierto por un casco de reluciente bronce, tachonado por rodeles de oro
sobre ambos lados del rostro.
Cuando, finalmente, el carro se detuvo en el patio interior del
castillo, Ehmet se acercó a saludar a CuChulainn, pero cuando éste le reveló
que la razón de su presencia allí era el amor que sentía por ella, la doncella
le explicó el rígido control que su padre ejercía sobre su vida, y le mencionó
la fuerza y la destreza de los campeones que el señor de Forgall había
dispuesto que la guardaran día y noche, para evitar que se casara contra la
voluntad paterna. Y cuando él, presionado por sus anhelos, insistió en sus
requerimientos, ella le respondió:
—No puedo desposarme antes que mi hermana Fiall, ya que ella es mayor
que yo, y ésas son las reglas de la familia.
—No me interesaría por ella ni aun siendo la única mujer en el mundo
—respondió de inmediato CuChulainn. No es a ella a quien amo, sino a vos. —Pero
mientras ellos hablaban, los ojos del joven descendieron hasta la nívea piel
que dejaba entrever, pudorosa pero sugestivamente, el escote de la túnica, y
sus inflamadas palabras brotaron incontenibles—: ¡Mía será esa llanura, la
dulce y mágica llanura que conduce al valle de la doble esclavitud!
—Nadie llega a esta llanura sin antes haber cumplido con sus deberes,
y los vuestros aún están por comenzar a ser cumplidos —fue la cauta pero no desalentadora
réplica de la dulce Ehmet.
Ante estas palabras, CuChulainn ordenó a su auriga dar media vuelta
los caballos, y ambos regresaron a Emain Macha.
El despertar del guerrero
Las palabras de la doncella calaron muy hondo en el espíritu del joven
guerrero, quien al día siguiente ya se encontraba listo para iniciar su
preparación para la guerra y las hazañas heroicas que Ehmet le había pedido que
realizara. Recordando las conversaciones con sus compañeros de armas y con sus
mentores en las artes bélicas, volvieron a su mente las menciones a una
poderosa mujer guerrera, de nombre Scatagh,7 que vivía en la Isla de
las Sombras y preparaba a los jóvenes que acudían a verla para que pudieran
acometer grandes empresas bélicas y hechos de armas de todo tipo.
Sin pérdida de tiempo CuChulainn salió en busca de la diosa guerrera,
para lo cual debió enfrentar, desde el comienzo mismo de su viaje, graves
peligros, cruzando bosques encantados, llanos gélidos y tórridos desiertos,
hasta que, al llegar a la llanura de Iall-Fedhuc (Mala Suerte), se vio detenido
por interminables ciénagas de pestilente lodo que inmovilizaba sus pies y
elevados riscos resbaladizos donde sus manos no podían afirmarse.
Agotado por los sucesivos e inútiles esfuerzos y ya a punto de darse
por vencido, alcanzó a distinguir, a corta distancia de donde se encontraba, la
imagen de un hombre joven y apuesto,8 cuya visión, luminosa como el
sol naciente, puso nuevas energías en su corazón. Sin que el joven se lo
pidiera, el recién llegado le entregó una rueda de madera, indicándole que,
cuando tuviera dudas respecto del camino a seguir, la hiciera rodar delante de
él y la siguiera, sin apartarse del camino que ella le marcara.
Animado por una nueva esperanza, CuChulainn puso en práctica los
consejos del luminoso desconocido, viendo que el artefacto comenzaba a girar y,
desde su eje, brotaban rayos centelleantes que consolidaban el camino a su
paso, al tiempo que lo guiaban en los tramos más oscuros del camino. Así,
siguiendo la rueda, logró salir del peligroso llano de Iall-Fedhuc y, luego de
vencer a las indescriptibles bestias del Desfiladero Peligroso, se encontró
frente mismo a la entrada del Puente Infranqueable, más allá del cual se
levantaba el castillo de la diosa guerrera.
Allí, agrupados en el extremo más cercano del puente, pudo ver a
muchos hijos de los príncipes de Erín, que habían acudido a aprender de Scatagh
las artes de la guerra, y entre ellos se encontraba su amigo Ferdia, hijo del fir-bolg
Damoinn. Al reconocerlo, varios de ellos se acercaron a pedirle noticias de
Irlanda, y cuando CuChulainn se las hubo contado, pidió a Ferdia que le
explicara la forma de cruzar el puente, ya que éste se veía muy estrecho,
inseguro y elevado, a lo que éste le respondió:
—Ninguno de nosotros ha cruzado este puente aún, pues las dos proezas
que Scatagh enseña en último término son, precisamente, la forma de cruzar el
puente y el lanzamiento de la temible ghalad bolg.9 Para
cruzar el Puente Infranqueable deberás esperar a que ella te llame, pues si
pisas más acá de la mitad del puente, éste inmediatamente se levanta y te
devuelve a la orilla, y si intentas saltar sobre él y no llegas a la otra
margen, se agita de tal forma que te hace caer directamente en las fauces de
los monstruos que esperan debajo, en el río de lava.
Pero la impaciencia de CuChulainn no le permitió esperar demasiado
tiempo, y apenas hubo descansado de su largo viaje, intentó la proeza que
ninguno de sus amigos había osado enfrentar. Ante la mirada sorprendida de los
príncipes, en el cuarto intento, después de haber sido rechazado en los tres
primeros, se encontró en el centro del puente y en uno más lo había cruzado,
irguiéndose orgulloso frente a la puerta de la fortaleza de Scatagh. En ella,
asombrada por la hazaña, pero sonriendo con satisfacción por lo que había
presenciado, se encontraba la diosa, quien inmediatamente lo tomó bajo su
tutela, como su alumno predilecto.
Un año y un día permaneció CuChulainn en el feudo de la diosa
guerrera, aprendiendo con facilidad todos los hechos de guerra que ella le
enseñó, hasta que, finalmente, le demostró el manejo de la letal ghalad
bolg, obsequiándole una de aquellas mortales lanzas, que ella misma, y sólo
ella, podía construir en su fragua mágica.
—Tómala, es tuya —le dijo al entregársela—; fue el arma predilecta de
tu verdadero padre Lugh Lamfada, y es la misma que yo fragüé para que la
utilizara en la batalla contra los formaré, y con la que ultimó al
cíclope Balor y definió la batalla de Mag Tured.
Una de las primeras hazañas guerreras en que CuChulainn tomó parte
activa ocurrió, precisamente, mientras se encontraba aún en la Tierra de las
Sombras. Sucedió que la diosa Scatagh se encontraba en guerra con su vecina, la
princesa Aiffa, considerada como una de las mujeres-guerreras más fuertes del
mundo, razón por la que Scatagh había postergado hasta ese momento el
enfrentamiento armado, pues no quería arriesgar las vidas de sus hombres ni la
suya propia en combates inútiles y carentes de fundamento.
Pero ante las repetidas agresiones y desafíos de Aiffa, Scatagh no
pudo dilatar más el enfrentamiento, y en la primera de las batallas CuChulainn
y los dos hijos de la diosa-guerrera mataron a seis de los soldados más fuertes
de su enemiga, razón por la cual ésta, enfurecida, la retó a un combate personal.
Sin embargo, CuChulainn, que había sido uno de los responsables de
aquel desafío, lo tomó como cosa propia y declaró que él iría en representación
de su maestra, para lo cual quiso saber cuáles eran los puntos débiles de su
enemiga, a lo cual Scatagh respondió:
—Las cosas que Aiffa más ama en su vida son sus dos caballos de
guerra, su carro y su auriga.
A la mañana siguiente, CuChulainn y Aiffa se enfrentaron en combate a
muerte y lucharon toda la mañana y la tarde con diferentes alternativas, aunque
sin sacarse una ventaja visible uno al otro. Hasta que, ya próximo el
atardecer, un golpe afortunado de la amazona quebró la espada del joven a la
altura del puño, dejándolo inerme frente al despiadado ataque de Aiffa.
CuChulainn retrocedió ante la furia de la mujer defendiéndose como podía, hasta
que, mirando más allá de su enemiga, gritó:
—¡Mirad! ¡El carro y los caballos de Aiffa se despeñan por el risco,
arrastrando el cuerpo de su auriga!
Instantáneamente, ella detuvo su ataque para mirar a su alrededor,
momento en que el joven guerrero aprovechó para atraparla por la cintura y
apoyar una daga en su cuello, amenazándola con degollarla si no aceptaba sus
condiciones. Imposibilitada de defenderse e impresionada por la sagacidad y la
destreza del joven, la reina guerrera suplicó por su vida, a lo que CuChulainn
replicó:
—Respetaré tu vida si haces las paces con Scatagh y devuelves los
rehenes que tienes prisioneros en tu castillo —a lo que Aiffa accedió de buena
gana, ya que se había enamorado perdidamente del joven, y desde ese instante
CuChulainn y ella fueron no sólo amigos y compañeros de armas, sino también
amantes.
Pero el espíritu inquieto y aventurero de CuChulainn no le permitía
permanecer estático durante mucho tiempo, por lo que, al año y un día
exactamente, decidió dejar la Tierra de las Sombras, aunque no sin antes
entregar a Aiffa, quien se encontraba embarazada de un hijo suyo, un anillo de
oro, diciéndole:
—Si el hijo mío que llevas en tus entrañas resultase un varón, le
impondrás como geis10 que nunca trate de destacarse
injustamente por la fuerza de las armas, que jamás se deje intimidar por hombre
alguno y que nunca rechace un combate. Cuando nazca, bautízalo con el
nombre de Connla y envíalo a que se reúna conmigo en Erín, tan pronto como su
dedo llene el anillo que te dejo.
Y con estas palabras de despedida, CuChulainn se marchó de las tierras
de Aiffa, a quien nunca volvería a ver y que, a su debido tiempo, se convirtió
en la madre de su único hijo, a quien el héroe mataría con sus propias manos
algunos años más tarde.
El regreso del guerrero
Una vez concluido su período de aprendizaje con Scatagh, CuChulainn
emprendió su regreso a Erín, ansioso por demostrar su valor y ganar de esa
forma su camino hacia el corazón de su amada Ehmet. De modo que ordenó a su
auriga que enjaezara los caballos y los encaminara hacia la frontera entre
Connaught y Ulster, ya que era de todos sabido que en esa zona limítrofe los
combates por cuestiones territoriales estaban siempre a la orden del día.
Siguiendo sus indicaciones, el auriga dirigió los caballos primero
hacia White Cairn, el pico más alto de los Montes Bourne, y ambos pudieron
contemplar a lo lejos sus añoradas tierras del Ulster, sonriéndoles desde los
lejanos valles inferiores. Luego se encaminaron hacia el sur, deteniéndose a
ver los Llanos de Bregia, mientras el auriga le señalaba las colinas de Tara y
Teltin, el sepulcro de Brug na Boyne y la fortaleza de los hijos de Nechtan,
ante cuya vista CuChulainn preguntó al auriga:
—¿Son ésos los mismos hijos de Nechtan de los que se dice que han
matado a innumerables guerreros del Uster, pero que, aún así, todavía están
vivos?
—Los mismos —contestó su acompañante, ante lo cual CuChulainn ordenó:
—Entonces vayamos hacia allá; quiero encontrarme con ellos
personalmente.
Sin ocultar su disgusto, el auriga condujo los caballos hacia la
fortaleza de los hijos de Nechtan, pero en el prado, antes de llegar a ella,
encontraron un enorme mojón de piedra rodeado por un collar de bronce que
mostraba una escritura en caracteres ogham que rezaba textualmente:
"A todo aquel hombre en edad de portar armas que ingrese a estas
tierras, se le impone el geis de salir de ellas sin haber retado a un
combate personal a ninguno de los habitantes del dun".
Al leer esto, CuChulainn montó en cólera, abrazó fuertemente el pilar
y haciéndolo oscilar con violencia, lo arrancó de su sitio, arrojándolo luego a
las aguas de un torrente cercano. Al verlo hacer eso, el auriga comentó
irónicamente:
—No cabe duda, por tu actitud, de que estáis buscando una muerte
violenta, y puedes estar seguro de que no demorarás en hallarla.
Como si las palabras del hombre lo hubieran convocado, Foil, hijo de
Nechtan, llegó directamente desde la fortaleza y contemplando a CuChulainn, a
quien tomó por un joven imberbe, se sintió tentado a ignorar su actitud, pero
éste, firme en su posición, le dijo:
—Os ruego que vayáis a buscar vuestras armas, porque yo no mato
sirvientes, mensajeros ni hombres desarmados.
Foil regresó a la fortaleza, momento en que el auriga aprovechó para
explicarle a CuChulainn:
—No podréis matarlo, ya que es invulnerable, por estar protegido por
un hechizo, contra toda arma de hoja o de punta.
Al oír aquello, el joven guerrero colocó en su honda una pesada bola
de acero templado, y cuando Foil apareció de regreso del castillo, la disparó
contra él con tal violencia que el proyectil le atravesó limpiamente el cráneo,
matándolo instantáneamente. A continuación, CuChulainn recogió su cabeza y la
colgó al frente de su carro de guerra, dirigiéndose de inmediato hacia la
fortaleza, con la intención de enfrentar a los restantes hijos de Nechtan. Pero
éstos, al ver lo sucedido con su hermano mayor, huyeron cobardemente, dejando
el dun en manos de su vencedor.
Ante aquella cobarde huida, los defensores de la fortaleza también
depusieron sus armas, y el joven atacante pudo llenar su carro con el botín de
los triunfadores, dejando el castillo en manos de sus habitantes, y regresar
directamente hacia el dun del señor Forgall, donde solicitó la mano de
la princesa Ehmet, no sin antes abonar, como lo indicaba la costumbre, la dote
correspondiente a la hermana mayor, Fiall.
Y así, Ehmet fue conquistada como ella lo deseaba, y CuChulainn la
llevó inmediatamente a Emain Macha y la hizo su esposa, y ya sólo la muerte
logró separarlos.
Una segunda versión de la leyenda11 afirma que:
Una vez que CuChulainn hubo matado al primero de los hermanos, los
restantes salieron uno a uno a desafiarlo, y uno a uno fueron muertos por el
joven, por lanza o espada, hasta que la fortaleza quedó íntegramente en sus
manos, así que recogió su botín de vencedor, incendió el dun y marchó
exultante hacia el Ulster.
Sin embargo, aquel combate desigual había desatado nuevamente en él su
qwarragh mawn,12 y ya no podía detenerse. En su camino
encontró una bandada de gansos salvajes, y a dieciocho de ellos los cazó vivos
con su honda, atándolos por las patas a su carro; más adelante divisó una
manada de ciervos y, ante la imposibilidad de sus caballos de darles alcance,
bajó del carro y los persiguió a pie, cazando dos grandes machos que fueron a
engrosar su botín de guerra.
Pero para entonces ya había llegado a la vista de los centinelas de
Emain Macha, y un vigía del rey Connor McNessa fue corriendo a notificar al rey
de que algo extraño estaba sucediendo fuera de las murallas:
—Majestad, un carro de guerra solitario se está aproximando al
castillo; a su alrededor vuela una veintena de pájaros salvajes blancos y lleva
atados a sus costados los cadáveres de dos ciervos y las cabezas ensangrentadas
de al menos cinco enemigos.
Subiendo a las almenas, Connor reconoció el carro de guerra de
CuChulainn y se dio cuenta de que el joven aún estaba en las garras de la qwarragh
mawn, por lo que ordenó que un grupo de mujeres fueran a su encuentro, llevando
una tina y varios odres con agua helada. También envió un contingente de
hombres, amigos del joven, a los que sabía que éste no atacaría sin una
verdadera razón. Una vez que llegaron junto a él, los hombres lo sujetaron y lo
despojaron de sus vestiduras, mientras las mujeres emanias llenaban la tina con
el agua helada, donde fue sumergido.
La operación debió ser repetida varias veces, pero poco a poco la
furia bélica fue retrocediendo, hasta que CuChulainn, profundamente
avergonzado, se recuperó lo suficiente como para acudir a un banquete en su
honor, servido en el salón de banquetes del castillo real.
Al día siguiente, CuChulainn marchó hacia el dun de Forgall el
Astuto, padre de Ehmet, saltó la elevada muralla como había aprendido en el
feudo de Scatagh, y enfrentó, él solo, a los más valientes adalides de los que
custodiaban a la dama de sus sueños. Cuando ellos lo atacaron, el joven sopló
tres veces, matando con cada soplido a ocho de sus enemigos, hasta que el
camino quedó libre, y el mismo Forgall resultó muerto al intentar saltar desde
la muralla para escapar a la furia de CuChulainn.
Ejerciendo su derecho de victoria, CuChulainn se llevó a Ehmet y a su
hermanastra, junto con dos cargamentos de oro y plata, pero al salir del
castillo y aproximarse a las márgenes del Boyne, Fiall, la hermana mayor de
Ehmet lanzó sobre la pareja una hueste de sus soldados mejor entrenados, y esto
hizo que nuevamente se apoderara de CuChulainn su furia de batalla. Y tal fue
su posesión en esta ocasión, y tanta la furia de sus golpes, que el vado de
Glondath se tino de rojo y el césped se transformó en barro sanguinoliento
desde Olbigny hasta el río Math.
Y así fue conquistada Ehmet, tal como ella lo había pedido, tras lo
cual CuChulainn la llevó a Emain Macha y la hizo su esposa, para no separarse
más hasta el momento de su muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario