En la historia primitiva de la humanidad, Asia formaba un amplio centro de origen de civilización en el cual eran las extremidades países tales como Egipto, Arabia, Grecia, India y China. Más tarde, por su localización geográfica, Egipto y Arabia estuvieron destinadas a ser invadidas y sufrir la destrucción de su cultura. Grecia y preeminentemente India formaron lo que se llamó culs-de-sac. Aquí, como a lo largo de las costas de alguna cala escondida, sería forzada la marea de una época tras otra, cada una dejando en la costa un rastro que tal vez ninguna de sus sucesoras sería capaz de borrar totalmente. Por tanto, en la India, se puede esperar descubrir métodos de estudio de la sucesión de las épocas en la cultura como en ningún sitio en el mundo.
La
civilización se desarrolla por la nueva mezcla de tribus y razas, cada una con
una actitud propia, que es el resultado de un conjunto de costumbres
distintivas impuestas por la región geográfica que ha sido su cuna y escuela.
Asia occidental es una de las áreas centrales del mundo. Aquí, por la mera
necesidad de configuración, las grandes rutas del Norte al Sur y del Este al
Oeste se cruzan, y ciudades mercantiles —puntos de trueque e intercambio—
crecerán en las confluencias. Igualmente obvio es que la India y los sitios más
lejanos del valle del Nilo formarán asentamientos de ocupación y producción.
Aquí raza tras raza se establecerá y mezclará. Aquí crecerán naciones
agrícolas. Aquí se acumulará civilización. Y aquí podemos observar la gradual
elaboración de esquemas de pensamiento que no sólo llevarán marcada su propia
historia sino que se convertirán a su vez en causa y fuente de influencia
dinámica sobre el mundo exterior.
No
es imposible recuperar la sucesión de ideas con las que las gentes del Nilo han
contribuido al mundo tal como lo conocemos actualmente. Sin embargo, según nos
informan, estas gentes han dejado irrecuperablemente escapar su propio pasado.
Entre ellos y él hay sólo una continuidad de interrupciones, un lapso que no
representa un proceso de causa y efecto, sino más bien una interrupción
perpetua de tal serie, dado que una sola generación enamorada de los caminos
extranjeros es casi suficiente para arriesgar la total continuidad de la
civilización y el aprendizaje. Las edades de acumulación son confiadas a la
fragilidad de cada época que pasa, con la voluntad de ceder sus tesoros para su
uso en el futuro. Hace falta una cierta terquedad, una tenaz lealtad, incluso
tal vez una dosis de irracional conservadurismo, para no perder algo a través
del largo curso de las edades, y más aún al enfrentarse con grandes imperios,
con una repentina extensión de la idea de cultura, o con la suprema tentación
de una nueva religión, mantener firmemente lo que tenemos y agregar a ello sólo
cuanto podemos saludable y humanamente acarrear.
El genio de la India
Sin
embargo, esta actitud es producto de un fuerte genio nacional, y en la India,
desde el principio de su historia, ha sido mantenida firmemente. La India nunca
ha sido contraria a probar una nueva idea, no importa cuál fuera su origen.
Ávida de nuevos conceptos, pero celosamente reacia a aceptar nuevas costumbres
o a ensayar nuevas expresiones, la India ha sido lentamente constructiva,
decididamente sintética, desde los tiempos más primitivos al presente.
Realmente, el conservadurismo indio ha determinado la tendencia a perpetuar
diferencias sin asimilación. Siempre ha habido lugar para que una raza más
fuerte, con sus propias costumbres e ideales, se estableciera en los
intersticios de la civilización brahmánica, sin influencia y sin posibilidad de
ser influenciada. Hasta las actuales Calcuta y Bombay tienen sus distintos
barrios —chino, birmano y otros—, pero ninguno contribuye a, o recibe de, la
vida cívica en medio de la cual se encuentra. Hasta el presente la Baniya de la
India es el Fénix o Fenicia, quizá de un mundo más antiguo. Sin embargo, esta falta de mezcla no ha sido uniforme. La
personalidad de Buda fue la fuente de un impulso de religión hacia China y otra
media docena de naciones menores. El imperio gupta representa un época en la
cual las culturas y huéspedes extranjeros eran gratos y valorados en la India
como hoy en día en Europa y América. Finalmente sólo el auge del Islam logró
terminar estas largas épocas de intercambio que han dejado sus huellas en la fe
y pensamiento del pueblo indio.
Los motivos de la religión
El
hinduismo es de hecho una enorme síntesis, con elementos que proceden de
cientos de direcciones distintas, y que comprende todo motivo de religión
imaginable. Los motivos de la religión son múltiples. Adoración a la Tierra,
adoración al Sol, adoración a la Naturaleza, adoración al cielo, honra a héroes
y antepasados, adoración a la madre, adoración al padre, oraciones para los
muertos, la asociación mística de ciertas plantas y animales: todo esto y más
se incluye dentro del hinduismo. Y cada uno señala alguna época singular del
tiempo, con su conjunto de características o invasión de razas antiguamente
ajenas entre ellas. Todas se unen para formar un solo gran conjunto. Pero
todavía con visitas a lejanos santuarios, por medio del estudio de cierta
literatura de períodos claves y por medio de un riguroso seguimiento de rastros
especiales, es posible determinar algunas de las influencias que han
intervenido en su formación.
De
cuando en cuando en la historia un gran impulso de sistematización se ha
afanado en conseguir ensamblar parte, o todas, las creencias reconocidas en la
forma de una totalidad orgánica. Estos intentos resultaron, con mayor o menor
éxito, en la recopilación de libros conocidos como el Puranas, el poema épico denominado Ramayana y el más perfecto de todos: el Mahabharata. Cada uno coge una antigua norma que ha sido tal vez
transmitida oralmente durante siglos, y la registra por escrito, añadiéndole y
modificándola de tal modo que es actualizada según la visión del autor.
El Mahabharata
El
Mahabharata es el resultado del mayor
de los esfuerzos hechos para conservar en una forma colectiva todas las
creencias antiguas y tradiciones de la raza. El mismo nombre Mahabharata
muestra que el movimiento que culminó en la compilación de esta gran obra
estuvo respaldado por una conciencia viva de la unidad de el Bharata o pueblo
indio. Por esta razón se puede encontrar en esta obra un gran esfuerzo hecho
para presentar de una manera completa los ideales que se encuentran en el
organismo social, la religión, la historia antigua, la mitología y la ética del
pueblo indio.
Entonces,
si deseamos seguir la mitología india desde sus confusos orígenes a su perfecta
madurez a través de todas sus fases intermedias y multiformes, no tendremos una
mejor referencia que el Mahabharata. En
la India la mitología no es un simple sujeto de investigación y disquisición de
anticuarios; aquí todavía está presente influyendo en la vida de la gente como
un control. Y es esa mitología viviente que, pasando por las etapas de
representación de procesos cósmicos sucesivos y asumiendo entonces una forma
definitiva, se ha convertido en un factor poderoso en la vida cotidiana de la
gente —es esta mitología viviente la que ha encontrado sitio en la Mahabharata.
Debe
entenderse que es la mitología que ha dejado su huella más clara en el Mahabharata la que ha alcanzado una
forma totalmente desarrollada, y ejercido una potente influencia sobre la
sociedad india. Otros mitos han aparecido durante algún tiempo de una forma
imprecisa y luego se han desvanecido como el humo, dejando poco rastro; ellos
no han asumido una forma concreta en la memoria de la raza. Así es como
encontramos un dicho popular proveniente de Bengala que dice: «Lo que no se encuentra
en el Mahabharata no se encuentra en
la tierra de Bharata (India).» En el Mahabharata
encontramos por un lado las formas originales de la mitología y por otro
lado también sus formas completamente desarrolladas. Encontramos en esta
creación de la mentalidad india una completa revelación de esa misma
mentalidad.
En
la infancia de la mentalidad humana el hombre solía mezclar su propia fantasía
y sentimientos con los caminos de los pájaros y bestias, los distintos
fenómenos de la tierra y el agua, y los movimientos del Sol, la Luna, las
estrellas y los planetas, y el hombre contemplaba la totalidad del universo en
esta forma humanizada. En tiempos posteriores, cuando el hombre alcanzó la
mayor importancia ante sus propios ojos, la gloria de los mundos estelares
palidecieron frente a la grandeza de la humanidad.
En
este libro hemos tratado ambas etapas de la mitología, tanto la inicial como la
final. Por un lado, hemos ofrecido una perspectiva de las formas originales que
asumía la mitología después de pasar por la incierta indefinición de épocas
primitivas. Por otro lado, hemos relatado con más detalle las historias de la
época en la cual la mitología alcanzó su madurez.
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