Hemos
visto que Bhishma fue golpeado con heridas mortales en el décimo día de una
gran batalla. Éste fue el modo en que murió:
Hace
mucho, mucho tiempo, en la juventud de Bhishma, cuando como sucesor al reino él
había hecho la promesa de no casarse nunca, para que el trono fuera dejado a
los hijos de la reina pescadora, su padre había pronunciado sobre él una gran
bendición, diciendo que la muerte nunca le alcanzaría hasta que él diera
permiso. Por esta razón, para Bhishma la guerra había sido toda su vida un
juego. Y por ello, en la batalla de Kurukshetra, los días pasaban uno tras otro
sin una victoria decisiva. Bhishma creía que la causa de los Pandavas era justa
y que no podrían ser vencidos, y a pesar de ello luchaba con una habilidad y
una alegría sin igual. Constantemente, con su lluvia de flechas, derribaba todo
lo que se le opusiera. Tal como el Sol con sus rayos aspira las energías de
todas las cosas durante el verano, así cogía Bhishma las vidas de los guerreros
hostiles. Y los soldados, que lo enfrentaban sin esperanza y ni corazón, eran
incapaces de mirarle a él en esta gran batalla, ¡a él que parecía el mismo Sol
radiante en su propio esplendor! Así las cosas, pasó el noveno día de batalla y
cayó la noche, y los Pandavas y sus amigos se reunieron con Krishna para
celebrar un consejo de guerra. Entonces las reales necesidades de guerra luchaban
en sus mentes con los sentimientos de veneración y afecto con los cuales, desde
su misma infancia, Yudhishthira y sus hermanos miraban a Bhisbma. Además, ellos
repetían constantemente que mientras Bhishma permaneciera imbatido la victoria
no podría ser suya. Era necesario, por ello, matar a Bhishma y esto debía
necesariamente ser hecho por Arjuna, quien había prometido tiempo atrás, con
burla, que él traería al gran señor el medio para escapar de la vida. Sin
embargo, ¿cómo iba a hacerse? Ninguno de los presentes podía ofrecer una
insinuación. Bhishma era personalmente invencible. La misma muerte no podía
aproximarse a él sin permiso. ¿Quién, por tanto, era competente para matarlo?
De
repente Yudhishthira levantó su cabeza. «¡Ya lo tengo!», gritó. «Cuando nos
estábamos preparando para la guerra el gran señor dijo que, aunque no podía
luchar para nosotros, estaría dispuesto a damos consejo. ¡ Vayamos y
preguntémosle por qué medio el podría ser muerto! ¡No puede haber duda de que
él nos ayudará! »
La
idea era digna de los caballerosos consejeros, y quitándose armaduras y annas,
dejaron las tiendas y se dirigieron desarmados hacia el cuartel del general
kuru. Cálida y cariñosa fue la bienvenida que dio Bhishma a sus nietos cuando
entraron en su tienda, y ansiosamente les preguntó qué podía hacer por ellos.
Los
hermanos y Krishna se detuvieron malhumorados frente a él en una fila y se
pusieron serios. Finalmente, sin embargo, Yudhishthira rompió el silencio. «
¡Oh tú», exclamó, «cuyo arco está siempre en un circulo, dinos cómo podemos
matarte y proteger a nuestra tropa de la constante matanza! »
La
cara de Bhishma se encendió con repentina comprensión y luego se volvió grave.
«Vosotros necesitáis realmente matarme», dijo suavemente, «si queréis conseguir
la victoria en esta batalla. Mientras yo viva ésta no será vuestra. ¡No hay
nada que podáis hacer sino matarme tan pronto como pueda ser!»
«¡Pero
los medios!» dijo Yudhishthira. «¡Dinos los medios! ¡A nosotros nos parece que
el mismo Indra sería más fácil de destruir que tú!»
La respuesta de Bhishma
«Ya
veo, ya veo», dijo Bhishma pensativo y continuó: «Hay algunas personas con las
que nunca lucharé. Contra un hombre desarmado, contra el vulgar o contra uno
nacido como mujer, nunca cogeré las armas. Y estando protegido por uno de
éstos, cualquiera podría matarme fácilmente. Sin embargo, os advierto que sólo
por la mano de Krishna o de Arjuna puede ser disparada una flecha con la que
consentiría morir. »
Entonces
Arjuna, con su cara ardiendo de pena y vergüenza, estalló: «Oh, oh, ¿cómo
podría matarlo a él que ha sido mi único abuelo? Cuando yo era un niño jugando
subía a tus rodillas, oh Bhishma, y te llamaba “padre”. “¡No, no”; respondías,
“no soy tu padre, pequeño, sino el padre de tu padre!” ¡Oh deja que mis armas
se estropeen! Aunque la victoria o la muerte sean mías, ¿cómo puedo yo luchar
con él que ha sido esto para nosotros?»
Pero
Krishna recordó a Arjuna el deber eterno de la orden de caballeros: que aun sin
ningún rencor ellos debían luchar, proteger a sus súbditos y ofrecer
sacrificio. La muerte de Bhishma estaba ordenada desde antiguo a la mano de
Arjuna; y a pesar de esto él iría a la morada de los dioses. Y así,
tranquilizados y preparados para enfrentar la mañana, los príncipes
reverentemente saludaron a Bhishma y se retiraron de su presencia.
Todavía
antes del amanecer, el décimo día, la gran multitud estaba en movimiento. En la
misma vanguardia de las tropas de los Pandavas estaba el caballero Shikhandin,
mientras Bhima y Arjuna a derecha e izquierda eran los protectores de sus
ruedas. Y similarmente, en el frente kuru estaba el mismo Bhishma, protegido
por los hijos de Dhritarashtra.
La
energía de los Pandavas, inspirados como ahora estaban por cierta ilusión de
victoria, era inmensa, y ellos destrozaban despiadadamente a la tropas kuru.
Bhishma, el comandante, no soportaba esa visión. Su propio deber era la
protección de sus soldados y disparó una lluvia de flechas a la fuerza hostil.
En todas direcciones caían oficiales, soldados, elefantes y caballos bajo sus
poderosas flechas. Su arco parecía estar siempre en un circulo, y parecía a los
príncipes Pandavas el destructor mismo devorando al mundo. A pesar del coraje y
la violencia con la cual Bhima y Arjuna lo enfrentaban en todas partes, y
centrado todo su ataque y arremetida sobre Bhishma mismo, el viejo gran señor
tuvo éxito en destrozar a pedazos toda la división de Shikhandin. Entonces este
oficial, alterado por la furia, tuvo éxito en atravesar a Bhishma con no menos
de tres flechas en el centro de su pecho. Bhishma alzó la vista para vengarse,
pero viendo que el disparo provenía de Shikhandin, en cambio se sonrió, y dijo:
«¡Qué! ¿Shikhandini?» Y estas palabras fueron demasiado para el joven
caballero.
Shikhandin y Bhishma
«Lo
juro», gritó. «¡Yo te mataré! ¡Mira por última vez al mundo!» Y mientras
hablaba envió cinco flechas directas al corazón de Bhishma.
Entonces
tomando carrera como la misma muerte, Arjuna se abalanzó hacia adelante y
Shikhandin disparó otras cinco flechas a Bhishma. Y todos vieron que Bhishma se
rió y no respondió, pero Shikhandin, exaltado por la furia de la batalla, no se
dio cuenta. Y Arjuna como protector de sus ruedas sembraba muerte en la tropa
kuru en todos lados.
Pero
Bhishma, pensando en una cierta arma divina, se precipitó hacia Arjuna con ella
en sus manos. Pero Shikhandin se lanzó en medio, y Bhishma inmediatamente
apartó el arma. Entonces el gran señor cogió una flecha que era capaz de podar
una montaña y la arrojó como un rayo en llamas al carro de Arjuna; pero Arjuna
con la rapidez de un rayo puso en su arco cinco flechas y cortó el dardo en
cinco grandes fragmentos. Una y otra vez Shikhandin atacaba y el gran señor no
respondía, ni mirando ni disparando; pero Aijuna, apuntando con Gandiva, el
arco divino, disparó cientos de flechas y golpeó a Bhishma en sus partes
vitales. Y siempre que el viejo general disparaba, el príncipe cortaba el curso
de su flecha; y a las flechas que Arjuna le enviaba ya no podía escapar.
Entonces sonriendo se volvió a uno que estaba a su lado y dijo: «¡Estos dardos
que llegan hasta mí uno tras otro, como un mensajero de la cólera, no son de
Shikhandin! » Entonces cogió su espada y su escudo y saltó de su carro para
enfrentarse a Arjuna en combate individual. Pero en el momento en que él cogía
su escudo las flechas de Arjuna lo cortaron en mil pedazos. Y también su carro
fue acertado por los disparos, y por primera vez el poderoso hombre tembló.
Se
vio entonces como un torbellino en la marea de la batalla se cerraba por encima
y alrededor de Bhishma, y cuando otra vez hubo una abertura en la masa de
combatientes él fue visto, como un estandarte roto, caído en el suelo.
Después
se vio que, cubierto de flechas que lo atravesaban, su cuerpo no tocaba el
suelo. Y una naturaleza divina tomó posesión del gran arquero, yaciendo así
sobre esa espinosa cama. No permitió ni por un momento que sus sentidos se
alteraran. A su alrededor se oían voces celestiales. Una fresca lluvia calló
para refrescarlo, y él recordaba que éste no era un momento propicio para la
lucha del alma. Entonces descendieron mensajeros de la madre Ganges desde el
distante Himalaya, una bandada de cisnes que circulaba una y otra vez a su
alrededor, trayendo memorias celestiales. Y Bhishma, indiferente a las penas
del cuerpo, y teniendo a la muerte bajo su propio control, decidió quedarse en
su cama de flechas hasta que el Sol entrara otra vez en su senda boreal y se
abriera camino a la región de los dioses. Y la batalla se silenció, mientras
los príncipes de ambas casas se paraban alrededor de su amado tutor. Él,
dándoles una acogedora bienvenida, pidió una almohada. Entonces le trajeron
todo tipo de almohadas blandas y hermosas. Pero él las apartó por no ser
adecuadas a la cama de un héroe, y se volvió a Arjuna. Y Arjuna, tensando a
Gandiva, disparó tres flechas en la tierra para sostener la cabeza de Bhishma.
«Así debía dormir el héroe», dijo Bhishma, «en el campo de batalla. Aquí cuando
el Sol vuelva otra vez hacia el Norte, partiré de la vida, como un querido
amigo deja a otro. ¡Y ahora que la bendición y la paz esté con vosotros! ¡ Yo
paso mi tiempo adorando! »
Con
estas palabras puso a todos en marcha, y él, Bhishma, fue dejado solo para
pasar la noche, yaciendo en su cama de flechas.
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