El general
Thuti vivió cuando imperaba en Egipto la Decimoctava Dinastía.
Era uno de los mejores guerreros egipcios que había acompañado al rey Tutmés
III, el de las grandes conquistas. Se le consideraba hombre extraordinario, muy
inteligente y valeroso a pesar de su juventud.
En el campo de
batalla figuraba siempre al frente de sus tropas, por lo que los soldados le
seguían con gran entusiasmo. Decían que nadie podía ser comparado con él. Por
todo esto, el rey le dispensaba gran afecto y le permitía estar con él en su
palacio.
El monarca
supremo le debía varias de las más importantes victorias conseguidas por sus
ejércitos.
El general se
dio a conocer ante todos los cortesanos, por primera vez en todo su gran valor,
cuando era tan solo un simple oficial. Un día llegó hasta la corte un mensajero
de la ciudad de Joppe, situada en la región de T’hai, al lado de la
desembocadura del Nilo, que había decidido sublevarse contra el monarca
supremo. Llegaba el mensajero presuroso, jadeante, y pidió ser llevado en el
acto a presencia del faraón. Cuando llegó ante él, le dijo que el reyezuelo
asiático de Joppe había dejado de prestarle obediencia y se hallaba en franca
rebeldía.
Al oír tales
palabras, Tutmés montó en cólera y rápidamente decidió convocar a los más altos
dignatarios y cortesanos. Luego les hizo saber su propósito de destruir por
completo la ciudad, para lo cual necesitaba de alguien valeroso y decidido que
se pusiera al frente de su ejército.
Tras las
palabras del faraón, incluso los más expertos en el arte de la guerra se
quedaron en el más completo de los silencios, sin osar ofrecer sus servicios al
monarca, pues por un lado estaban temerosos ante el tono de voz de su faraón,
pero además conocían a la perfección lo inexpugnable que era Joppe así como la
extrema crueldad, el enorme valor y la pericia de su reyezuelo.
Los ojos de
Tutmpes, ante ese silencio, recorrieron el salón, indignados. Cuanto mas denso
era el silencio que invadía la estancia y pensando ya que nadie tendría la
osadía de presentarse para tan suicida misión, un desconocido oficial se
ofreció para llevar a cabo la operación, saliendo de entre el nutrido grupo de
cortesanos que asistían a la escena: era Thuti.
El rey, ante
las sorprendentes palabras de ese muchacho, le dijo que se acercara y le
expreso su sorpresa y hasta puso en duda su capacidad para realizar tamaña
empresa, pero el joven oficial insistió con tanto ahínco y perseverancia,
poniendo tanta emoción y brío en todas sus palabras, que el faraón acabó por
encomendarle la jefatura del ejército que debía ir contra la ciudad rebelde.
Tutti dispuso
grandes preparativos. Entre las muchas cosas que decidió que debía llevarse
había un gran saco de piel en el que introdujo un par de argollas para los pies
y otro par para las manos, así como cuatrocientas tinajas con cadenas, cuerdas
y collares.
Partieron
rápidamente y tras muchos días de marcha sin descansos, llegaron todos los
componentes del ejército cerca de Joppe. Antes de pensar en penetrar dentro de
la fortaleza, Thuti hizo enviar un mensaje dirigido al reyezuelo rebelde en el
que le comunicaba que se hallaba huyendo del faraón porque había pretendido
matarle, por lo que había decidido ir a Joppe a ofrecer sus servicios y los de
los soldados que le habían seguido.
El reyezuelo
de la ciudad, lleno de júbilo y profundamente alegre, pensando que todos esos
hombres le servirían como refuerzo en su lucha contra el faraón, le abrió las
puertas de la misma, le recibió con gran afecto y, tras una breve charla, le
introdujo en su propio palacio.
Una vez en el
interior de su residencia, le obsequió con una abundante y deliciosa comida.
Después de haber degustado todos esos sabrosos manjares, con el rey y la
totalidad de sus cortesanos, mientras se hallaban en una tranquila y relajada
charla durante la que hablaron entre otras cosas de su futura lucha contra el
enemigo, Thuti aprovechó un momento en que el monarca se hallaba totalmente
confiado para derribarle al suelo.
Le golpeó
repetidamente hasta dejarle sin conocimiento y, colocándole las argollas que
llevaba preparadas de antemano en las manos y pies, hizo que sus hombres le
metieran en el saco de piel.
A todo esto,
cuatrocientos de los soldados de Thuti habían conseguido ya introducirse hasta
el corazón de la ciudad metidos en el interior de tinajas, que otros de ellos,
caracterizados convenientemente de mercaderes, hicieron entrar sobre unas
carretas.
Una vez en la
plaza central de Joppe, salieron hombres de sus escondites y, aprovechando la
sorpresa general de los habitantes de la ciudad, se aprovecharon fácilmente de
ella.
En poco tiempo
y sin ninguna pérdida humana, consiguieron que los que se habían sublevado con
tanto ímpetu se rindieran fácilmente.
De regreso al
palacio real, Thuti fue recibido por el faraón con muestras de gran
agradecimiento, obteniendo de éste el nombramiento para lo sucesivo de general
en jefe de todas sus tropas.
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