Yudbishthira
preguntó a Markandeya si él había visto alguna vez u oído acerca de alguna dama
noble como la hija Draupadi.
Markandeya
respondió:
Había
un rey llamado el señor de los Caballos; era virtuoso, generoso, valiente y
bien amado. Estaba muy afligido por no tener niños. Por ello hizo grandes
penitencias y siguió las reglas de los ermitaños. Durante dieciocho años hizo
ofrendas diarias al Fuego, recitó mantras
en ruego a Savitri y comió frugalmente en la sexta hora. Finalmente Savitri
estuvo satisfecha y se reveló ante él como una forma invisible dentro del fuego
de sacrificio. «Estoy bien satisfecha», dijo, «con tu ascetismo, tus bien
seguidas penitencias, tu veneración.
Pídeme, gran rey, cualquiera sea el deseo que tú quieras.» «Diosa», dijo el
rey, «puedo tener niños dignos de mi raza, dado que los brahmanes me han dicho
que hay mucho mérito en tener niños. Si tú estás satisfecha conmigo, te pido
este deseo.» Savitri respondió: «Oh rey, conociendo tu deseo, he hablado ya con
Brahma que tú deberías tener hijos. Gracias a él tendrás una gloriosa hija. Tú
no debes hacer penitencias otra vez: éste es el obsequio del gran señor, quien
está muy satisfecho con tu devoción.» El rey se inclinó y rezó. «Que así sea»,
dijo, y Savitri desapareció. Poco después su reina tuvo una radiante niña con
ojos de loto. Dado que ella era el obsequio de la diosa Savitri, la esposa de
Brahma, ella fue llamada Savitri con toda la debida ceremonia y ella creció en
la gracia y el cariño como a la misma Shri. La gente pensaba en ella como en
una imagen dorada, diciendo: «Una diosa ha llegado entre nosotros.» Pero nadie
se atrevía a casarse con esa dama de los ojos de loto, dado el esplendor
radiante y el espíritu ardiente que estaban en ella intimidaban a todo pretendiente.
Un
día, después de sus rezos a los dioses, ella fue ante su padre con una ofrenda
de flores. Ella tocó sus pies y se paró a su lado con manos juntas. El rey
estaba triste y, viendo a su hija en edad de casarse sin ser pedida aún en
matrimonio, le dijo: «Mi hija, el momento de tu entrega ha llegado; sin
embargo, nadie te busca. Elige, pues, por ti misma un marido que sea tu igual.
Elige a quien tú quieras; yo reflexionaré y te entregaré a él, dado que un
padre que no entrega a su hija es deshonrado. Actúa por ello tú de forma que no
recibamos la censura de los dioses.»
Entonces
Savitri sumisamente se inclinó ante los pies de su padre y se marchó con sus
sirvientes. Montando en un carro real visitó los bosques de los sabios
ermitaños. Adorando los pies de esos reverenciados sabios, ella vagó por todos
los bosques hasta que encontró a su señor.
Un
día cuando su padre estaba sentado en sesión abierta, conversando con los
consejeros, Savitri volvió y, viendo a su padre sentado junto al rishi Narada,
se inclinó ante sus pies y le saludó. Entonces Narada dijo: «¿Por qué te
demoras en casar a tu niña, que está en edad de casarse?» El rey respondió:
«Fue por eso que ella se marchó, y ahora ella regresa. Escucha a quien ha
elegido ella para su marido.» Diciendo esto, se volvió a Savitri, ordenándole
todo lo que le había sucedido.
De
pie, con las manos unidas frente al rey y al sabio, ella respondió: «Había un
virtuoso rey de los shalwas, de nombre Dyumatsena. Él se volvió ciego; entonces un antiguo enemigo arrancó el reino de
sus manos, y él, con su esposa y una niña pequeña, se marcharon a los bosques,
donde practicó las austeridades debidas a la vida de ermitaño. El niño, su
hijo, creció en esa ermita del bosque. Él es digno de ser mi esposo, a él lo he
aceptado en mi corazón como señor.»
Entonces
Narada exclamó: «Gran error ha cometido Savitri al coger este muchacho para su
señor, cuyo nombre es Satyavan, aunque lo conozco bien y es excelente en todas
las buenas cualidades. Ya siendo niño le deleitaban los caballos y los modelaba
en arcilla o los dibujaba; por ello ha sido llamado Pintor de Caballos.»
El
rey preguntó: «j,Tiene este príncipe Satyavan inteligencia, compasión, coraje,
energía?» Narada respondió: «En energía es como el Sol, en sabiduría como
Brihaspati, valeroso como el rey de los dioses, compasión como la misma Tierra.
También es liberal, fiel y hermoso a la vista.» Entonces el rey preguntó otra
vez:
«Dime
ahora cuáles son sus defectos.» Narada respondió: «Tiene un defecto que supera
a todas sus virtudes, y ése es irremediable. Está destinado a morir dentro de
un año.»
El
rey se dirigió a su hija: «Elige, oh Savitri, hermosa niña, otro señor; ya has
oído las palabras de Narada.» Pero Savitri respondió: «La muerte puede venir en
un instante; una hija puede ser entregada sólo una vez; sólo una vez puede
decirse: “¡La entrego!” Sin duda, sea la vida larga o corta, sea virtuosa o
viciosa, he elegido mi marido por una sola vez. No elegiré dos veces. Una cosa
primero se siente en el corazón, luego se dice, luego se hace; mi mente es
testigo de esto.» Entonces Narada dijo al rey: «El corazón de tu hija es
inconmovible; no será apartada de su camino. Además nadie supera a Satyavan en
virtud; el matrimonio tiene mi aprobación.» El rey, con manos unidas, respondió:
«Lo que tú mandes será hecho.» Narada dijo otra vez: «Que la paz sea el
obsequio de Savitri. Yo iré por mi camino; estad bien con todos», y con esto
ascendió otra vez al cielo.
En
un feliz día el rey Señor de los Caballos, con Savitn, viajó a la ermita de
Dyumatsena. Entrando a pie, encontró al sabio real sentado en contemplación
bajo un noble árbol, el rey lo veneró debidamente, con obsequios apropiados
para los hombre santos, y anunció el propósito de su visita. Dyumatsena
respondió: «Pero ¿cómo tu hija, delicadamente criada, podría llevar esta dura
vida en el bosque con nosotros, practicando austeridad siguiendo las reglas de
los ermitaños?» El rey respondió: «No deberías decir esas palabras, dado que mi
hija sabe, como yo, que la felicidad y la pena vienen y se van, y nadie dura.
No deberías desatender mi oferta.» Se hicieron los preparativos adecuados y en
presencia de los sabios de doble nacimiento de las ermitas de los bosques,
Savitri fue dada a Satyavan. Cuando su padre había partido ella puso a un lado
sus joyas y se vistió con cortezas y ropas marrones. Ella encantó a todos con
su amabilidad y abnegación, su generosidad y dulce hablar. Pero las palabras de
Narada estaban siempre presentes en su cabeza.
Con
el tiempo el momento señalado para
la muerte de Satyavan llegó; cuando le quedaban sólo cuatro días de vida
Savitri ayunó día y noche, observando la penitencia de las «Tres Noches». El
tercer día Savítri estaba mareada y débil, y ella pasó la última infeliz noche
con miserables reflexiones acerca de la próxima muerte de su marido. Por la
mañana ella cumplió con los acostumbrados ritos y fue a presentarse ante los
brahmanes y ante el padre y la madre de su marido, y ellos, tratando de
ayudarla, rezaron para que ella nunca fuera una viuda.
Satyavan
se marchó a los bosques con el hacha en la mano, sin sospechar nada, para traer
a casa madera para el fuego de sacrificios. Savitri pidió ir con él, y él lo
consintió, si sus padres también lo permitían. Ella les rogó dulcemente que lo
permitieran, diciendo que no soportaba quedarse y que deseaba enormemente ver
la floración de los árboles. Dyumatsena le dio permiso, diciendo:
«Desde
que Savitri ha sido entregada a mí por su padre para ser mi nuera, no recuerdo
que me haya pedido nada. Ahora, por ello, dejad que su ruego sea concedido.
Pero no dificultes», dijo, «la tarea sagrada de Satyavan.»
Entonces
Savitri partió con su señor, aparentando sonreír, pero con el corazón
apesadumbrado; dado que, recordando las palabras de Narada, ella se lo
imaginaba ya muerto. Con la mitad de su corazón se lamentaba, expectante de su
final; con la otra mitad de su corazón respondía con sonrisas, al pasar juntos
arroyos sagrados e inmensos árboles. Al rato él comenzó a trabajar, y al
golpear con el hacha las ramas de un poderoso árbol se sintió mal y se mareó, y
fue hasta su esposa quejándose de que su cabeza era torturada por un dolor
agudo y que dormiría un momento. Savitri se sentó sobre el suelo y puso la
cabeza de él sobre su regazo; ése era el momento acordado para su muerte.
Inmediatamente Savitri vio una deidad con una radiante y sonrosada cara, de
ojos negros y rojos y terrible a la vista; llevaba una cuerda en su mano. Se
detuvo y miró a Satyavan. Entonces Saviiri se levantó y le preguntó
humildemente quién era y qué quería. «Soy Yama, Señor de la Muerte», respondió,
«y he venido a buscar a Satyavan, cuyo lapso de vida se ha terminado.» Diciendo
esto, Yama arrancó el alma del cuerpo de Satyavan, atado con la cuerda y
totalmente indefenso; con ello partió al Sur, dejando el cuerpo frío y sin
vida.
Savitri
le seguía de cerca, pero Yama dijo: «Desistid, oh Savitri. Vuelve a hacer los
ritos funerarios de tu esposo. No te acerques más.» Pero ella respondió:
«Adonde mi señor sea llevado o vaya por su propia voluntad, lo seguiré; ésta es
la última ley. El camino está abierto a mí debido a mi obediencia y virtud.
Mira, el sabio ha dicho que la amistad tiene siete pasos. Descansando en la
amistad así contraída, yo te diré algo más. Tú has ordenado seguir otras reglas
que las debidas a una esposa; tú quieres hacer una viuda de mí, sin seguir la
regla doméstica. Pero las cuatro reglas son para aquellos que no han seguido su
propósito, verdadero mérito religioso. Es diferente conmigo, dado que yo he
alcanzado la verdad sólo cumpliendo los deberes de una esposa. No es necesario
hacerme una viuda.» Yama respondió: «Dices bien y bien me has agradado. Pide un
deseo, cualquier cosa sea lo que quieras, excepto la vida de tu marido.» Ella
pidió que Dyumatsena recobrara su vista y salud, y Yama lo concedió. Sin
embargo, Savitri no regresaría, diciendo que ella aún seguiría a su señor y,
además, que la amistad con la virtud siempre debe dar buenos frutos. Yama admitió la verdad de esto y le otorgó
otro deseo; ella pidió que su padre recobrara el reino. Yama dio su promesa de
que sería hecho y ordenó a Savitri que retomara. Todavía ella se negó, y habló
del deber del grande y el bueno, de proteger y ayudar a los débiles con su
ayuda. Entonces Yama le concedió un tercer deseo: que su padre tuviera cien
hijos. Todavía Savitri persistía. «Tú eres llamado el señor de la Justicia»,
dijo, «y los hombres siempre confían en el justo; dado que es sólo la bondad de
corazón la que inspira confianza a todas las criaturas.» Cuando Yama le ofreció
otro deseo, salvo y excepto la vida de Satyavan, Savitri pidió cien hijos
nacidos de ella y Satyavan. Yama respondió: «Tú obtendrás, oh señora, cien
hijos, famosos y poderosos, dándote gran goce. Pero tú has llegado demasiado
lejos; ahora te pido que regreses.» Pero otra vez ella pidió al justo: «Es el
justo», dijo, «quien soporta a la tierra con su vida austera y protege todo.»
Otra vez agradado por las palabras de Savitri, garantizó otro deseo. Pero
Savitri respondió: «Oh tú que confieres honor, qué no has concedido ya que
pueda suceder sin la unión con mi marido; por ello pido su vida junto con todos
los otros deseos. Sin él no estoy sino muerta, sin él ni siquiera deseo la
felicidad. Tú me has dado cien hijos y te llevas a mi señor, sin el cual no
puedo vivir. Te pido su vida, que tus palabras sean cumplidas.»
Entonces
Yama cedió y le devolvió a Satyavan, prometiéndole prosperidad y vida por
cuatro siglos, y descendientes que serían todos reyes. Concediendo todo lo que
Savitri pidió, el señor de los ancestros siguió su camino. Entonces Savitri
volvió adonde se encontraba el cuerpo de Satyavan y alzó su cabeza sobre su
regazo; le vio volver a la vida como uno que regresa de una estancia en una
tierra lejana. «He donnido demasiado», dijo, «¿por qué no me has despertado?
¿Dónde está ese ser oscuro que me hubiese llevado?» Savitri respondió: «Has
dormido mucho tiempo. Yama se ha marchado por su camino. Te has recobrado;
levántate, si puedes, dado que ya está cayendo la noche.»
Entonces
los dos regresaron, caminando a través de la espesa noche a lo largo de los
senderos del bosque.
Mientras
tanto Dyumatsena y su esposa y todos los sabios estaban afligidos. Sin embargo,
los brahmanes tenían buenas esperanzas, dado que ellos juzgaban que la virtud
de Savitri podía ayudar aún en contra del destino, y ellos calmaron al rey. Más
aún, Dyumatsena repentinamente recuperaba su vista, y todos tomaron esto por un
presagio de buena suerte, preanunciando la salvación de Satyavan. Entonces
Savitri y Satyavan volvieron a través de la oscura noche y encontraron a los
brahmanes y al rey sentados junto al fuego. Cálida fue su bienvenida y agudas
sus preguntas; entonces Savitri relató todo lo que había sucedido, y todos la
felicitaron; después, y dado que era tarde, todos fueron a sus propias moradas.
El
día siguiente al amanecer vinieron embajadores de Shalwa para decir que el
usurpador había sido muerto, y el pueblo invitaba a Dyumatsena a regresar y ser
otra vez su rey. Él volvió a Shalwa y vivió mucho tiempo; y tuvo cien hijos.
Savitri y Satyavan también tuvieron los cien hijos concedidos por Yama. Así fue
como Savitri con su sola bondad levantó de una condición pobre a la más alta
fortuna a ella, a sus padres, a su señor y a todos los que descendieron de
ellos.
«Y»,
dijo Markandeya a Yudhishthira, «aun siendo tan pequeña Draupadi salvará a
todos los Pandavas.»
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