El fundamento histórico
La historia de Buda,
puede decirse, no es un mito. Es verdad que es posible desenredar de la leyenda
de Buda, como de la historia de Cristo, un núcleo de hechos históricos. Para
hacer esto, y para claramente exponer su propia enseñanza, ha habido un gran
esfuerzo de erudición oriental durante el último medio siglo. Aquí, sin
embargo, nos referiremos a la totalidad de la historia mítica de Buda como es
relatada en varios trabajos que no son, estrictamente hablando, históricos,
pero tienen verdadero y distintivo valor propio tanto espiritual como
literario. Pero antes de proceder a dar a conocer el mito de Buda, será útil
resumir brevemente su núcleo histórico tanto como podemos determinarlo, y hacer
cierto relato de las doctrinas de Buda.
La vida de Buda
Hacia
el siglo y antes de Cristo los invasores arios de la India habían ya avanzado
más allá de Panjab bien dentro de las planicies, y se establecieron en pueblos
y pequeños reinos a lo largo del Ganges. Sólo una de las tribus arias, los
shakyas, se estableció en Kapilavastu, unas cien millas al nordeste de la
ciudad de Benarés y treinta o cuarenta millas al sur del Himalaya. Ellos eran
agricultores, cuya supervivencia dependía principalmente del arroz y el ganado.
El rajá de los shakyas era Suddhodana, quien se casó con dos hijas del rajá de
una tribu vecina, los koliyans. Ninguna tuvo hijos hasta que a los cuarenta y
cinco años (cerca del 563 a.C.) la mayor fue madre de un niño, muriendo ella
misma siete días después. El nombre de familia del niño era Gautarna, y
posteriormente se le dio el nombre de Siddhartha. Gautama se casó tempranamente
con su prima Yashodhara, la hija del rajá de Koli, y vivió felizmente con ella,
libre de preocupaciones por el cuidado o la necesidad. En su vigésimo noveno
año, como resultado de cuatro visiones —de edad, de enfermedad, de muerte y,
finalmente, de un retiro digno— o de alguna otra forma más normal, el problema
del sufrimiento se expuso ante él repentina e impresionantemente. Embargado por
la sensación de que toda felicidad era en realidad insegura, y con pena por los
sufrimientos de los otros, sintió un creciente desasosiego e insatisfacción con
la vanidad de la vida; y cuando, diez años después de su matrimonio, nació de
él un hijo, sólo sintió que había una atadura más que romper antes de que
pudiera dejar su protegido mundo para buscar una solución a los profundos problemas
de la vida y un camino para escapar del sufrimiento que parecía inevitablemente
asociado con ella.
La
misma noche, cuando todos dormían, dejó el palacio, cogiendo sólo su caballo y
atendido sólo por su cochero, Channa. Hubiera querido coger a su hijo en brazos
por última vez, pero, encontrándolo dormido con Yashodhara, temió despertar a
su madre, y entonces se marchó para siempre de todo lo que más había amado para
convertirse en un vagabundo sin hogar. ¡Realmente, es el peligro y la
privación, y no la seguridad y la felicidad, lo que resulta para el hombre un
aliciente para las acciones!
Gautama
se unió por turno a varios brahmanes ermitaños en Rajagriha en las colinas de
Vindhyan; luego, insatisfecho con sus enseñanzas, se esforzó haciendo
penitencias solitarias en el bosque, siguiendo los modos de los ascetas
brahmanes, para alcanzar poder sobrehumano y comprensión de las cosas. Pero
después de soportar las más severas privaciones y practicar automortificación
durante un largo período, no se encontró a sí mismo más cerca de la
iluminación, aunque adquirió gran reputación como santo. Entonces abandonó esa
vida y otra vez comenzó a tomar comida regularmente; sacrificó su reputación y
sus discípulos le abandonaron.
La tentación
En
este tiempo de soledad y fracaso llegó a él la gran tentación, simbólicamente
descrita como presentada a él por Mara, el malvado, en la forma de tentación
material y asalto. No derrotado, sin embargo, Gautama vagó por las orillas del
río Nairanjara y se sentó bajo un gomero, donde recibió una simple comida de
las manos de Sujata, hija de un poblador vecino, quien al principio lo
confundió con una deidad de la selva. Durante el día estuvo sentado allí,
todavía invadido por la duda y la tentación de volver a su casa. Pero al avanzar
el día su mente se aclaraba más y más, y finalmente sus dudas se desvanecieron,
y llegó a él una gran paz mientras el significado de todas las cosas se hizo
aparente. Así pasó el día y la noche hasta que hacia el amanecer llegó el
perfecto conocimiento: Gautama se convirtió en Buda, el iluminado.
Con
perfecta iluminación vino hacia Buda una sensación de gran aislamiento; ahora
¿podía ser posible compartir su sabiduría con hombres menos sabios, menos
ardientes que él?i,Era posible que pudiera persuadir a alguien de la verdad de
la doctrina de autosalvación a través del dominio de sí mismo y con amor, sin
ninguna dependencia sobre tales rituales o teologías como aquellas en las que
el hombre se apoya en todas partes y tiempos? Ese aislamiento llega a todos los
grandes líderes; pero el amor y la piedad por la humanidad decidió a Buda, ante
todos los peligros de malentendido o fracaso, a predicar toda la verdad que
había visto.
Buda
de acuerdo con esto se dirigió a Benarés para «poner en marcha la rueda de la ley»;
esto es, poner a rodar la rueda del carro de un imperio universal de verdad y
rectitud. Se estableció en el «Parque del Ciervo» cerca de Benarés y, aunque su
doctrina al principio no fue bien recibida, no tardó mucho en ser recibida por
sus antiguos discípulos y por muchos otros. Algunos se hicieron sus seguidores
personales; otros se convirtieron en discípulos laicos sin dejar su vida
hogareña. Entre los que aceptaron sus enseñanzas estuvieron su padre y madre,
su esposa e hijo. Después de un ministerio que duró cuarenta y cinco años,
durante el cual predicó la nueva doctrina en Kapilavastu y los estados vecinos,
y estableció una orden de monjes budistas, y también, aunque a disgusto, una
orden de religiosas, Buda falleció o entró en Nirvana (cerca del 483 a.C.)
rodeado de sus afligidos discípulos.
Las enseñanzas de Buda
Si
sabemos comparativamente poco de la vida de Buda, tenemos, por otra parte, un
confiable conocimiento de sus enseñanzas. Las concepciones de la personalidad
del mismo Buda realmente han cambiado, pero la sustancia de sus enseñanzas se
ha preservado intacta desde aproximadamente el 250 a.C, y hay una razón para
creer que los trabajos aceptados formalmente como canónicos incluyen la parte
esencial de su doctrina.
Es
necesario, en primer lugar, darse cuenta que aunque un reformador, y tal vez
desde el punto de vista de un sacerdote un hereje —si tal palabra puede usarse
en conexión con un sistema que permite absoluta libertad de especulación—, Buda
nació y fue criado y murió como un hindú. Comparativamente poco era original en
su sistema, ya sea de doctrina o ética, o calculado para privarlo del apoyo y
simpatía de los mejores entre los brahmanes, muchos de los cuales se
convirtieron en sus discípulos. El éxito de su sistema fue debido a varias
causas: la hermosa personalidad y dulce sensatez del mismo hombre, su coraje y
constante insistencia sobre unos pocos principios fundamentales, y la forma en
que hizo que su enseñanza fuera accesible a todos sin distinción de
aristocracia de nacimiento o intelecto.
La
idea de la no permanencia, de la inevitable conexión entre el dolor y la vida,
y de la vida con el deseo, la doctrina del renacimiento, del karma (todo hombre debe cosechar lo que
él mismo siembra) y una compleja y formal psicología —todo esto pertenece a la
atmósfera intelectual del propio tiempo de Buda—. En lo que difería más
profundamente con los brahmanes era en la negación del alma, de una entidad
duradera en el hombre separada de sus asociaciones temporales produciendo la
ilusión de una persona, el ego.
Esta
diferencia es más aparente que real, y encontramos en tiempos posteriores que
se volvió casi imposible distinguir entre el budista «vacío» y el brahmán
«mismo». Como característica distintiva de cada uno está la misma ausencia de
características; cada una es otra que Ser y otra que no-Ser. Incluso la palabra
«Nirvana» es común al budismo y al hinduismo, y la controversia se desplaza a
si Nirvana es o no es equivalente a la extinción. La pregunta es realmente
impropia, dado que el significado de Nirvana no es más que liberarse de las
trabas de la individualidad —dado que el espacio encerrado en la vasija
terrenal es liberado de su limitación y se convierte en uno con espacio
infinito cuando la vasija se rompe—. Si llamamos a este espacio infinito un
Vacío o un Lleno es más un asunto de temperamento que de hechos; lo que es
importante es darse cuenta de que las aparentes separaciones de cada porción de
él son temporales e irreales, y son la causa del dolor.
La
herejía del individualismo, entonces, es la gran desilusión que debe abandonar
el que se va a proponer ir en busca del camino de la salvación por el budismo.
El deseo de mantener esa ilusión, la propia individualidad, es la fuente de
todo el dolor y maldad en nuestra experiencia. La idea del alma o
individualidad es ilusoria, porque hay, de hecho, no un ser, sino sólo un
porvenir eterno. Aquellos libres de esas ilusiones pueden entrar en la senda
que lleva a la paz de conciencia, a la sabiduría, a Nirvana (liberación). Más
brevemente, este pasaje es resumido en el celebrado verso:
Para cesar todo pecado,
Para conseguir la virtud,
Para purificar el propio corazón,
Esa es la religión de los budas.
Pasemos a otro asunto. Ahora veamos qué
leyendas ha tejido la imaginación acerca de esta historia de El Iluminado.
Debemos comenzar con su larga vida previa hasta convertirse en un buda, y con
su posterior encamación en muchas formas, hasta que nació como el príncipe
Shakya de que hemos hablado.
Cómo Sumedha se convierte
en un elegido-buda
Hace
unas cien mil edades, un rico, culto y recto brahmán vivía en la gran ciudad de
Amara. Un día él se sentó y reflexionó sobre la miseria del renacimiento,
ancianidad y enfermedad, exclamando:
¡Hay, debe haber, una evasión!
¡Es imposible que no la haya!
¡Haré la búsqueda y encontraré el camino Que nos alivie de la
existencia!
Consecuentemente
se retiró al Himalaya y vivió en una choza de hojas, donde alcanzó gran
sabiduría. Mientras estaba en trance nació El-que-Superaba, Dipankara. Sucedió
que este buda iba avanzando en su camino cerca de donde vivía Sumedha, y unos
hombres estaban preparando una senda para que sus pies pisaran. Sumedha se unió
a este trabajo, y cuando el buda llegó se tumbó en el barro, diciéndose a sí
mismo:
Puedo evitarle el barro,
Grandes méritos se acumularán para mí.
Mientras
estaba allí tumbado la idea vino a su mente: «¿Por qué no me deshago ahora de
toda la maldad que hay en mí y entro a Nirvana? Pero no me dejéis hacerlo sólo;
mejor dejadme también algún día alcanzar la omnipotencia y transportar a una
multitud de seres a salvo hasta la lejana orilla con el barco de la doctrina
sobre el océano del renacimiento.»
Dipankara, quien todo lo sabía, se detuvo a
su lado y proclamó ante la multitud que en épocas posteriores él debía
convertirse en un buda, y nombró su lugar de nacimiento, su familia, sus
discípulos y su árbol. Ante esto la gente se alegró; pensando que, si no
alcanzaban Nirvana ahora, en otra vida, enseñados por este otro buda, podrían
otra vez tener una buena oportunidad para aprender la verdad, dado que la
doctrina de todos los budas es la misma. Toda la naturaleza enseñó entonces
símbolos y presagios en testimonio del compromiso y la dedicación de Sumedha:
cada árbol tenía un fruto, los ríos se quedaron quietos, una lluvia de flores
cayó del cielo, los fuegos del infierno se extinguieron. «No te vuelvas», dijo
Dipankara. «¡Continúa! ¡Avanza! Con toda seguridad sabemos esto; seguramente
serás un buda!» Sumedha estaba decidido entonces a cumplir con las condiciones
de un buda: perfección en las almas, en guardar los preceptos, en renunciación,
en sabiduría, en coraje, en paciencia, en verdad, en resolución, en buena
voluntad y en indiferencia. Comenzando, entonces, a cumplir con las condiciones
de la búsqueda, Sumedha volvió al bosque y vivió allí hasta que falleció.
Posteriormente
renació en incontables formas: como un hombre, como un deva como un animal, y en todas estas
formas se aferró al camino trazado, de modo que se dice que no existe una partícula
en la tierra en que Buda no hubiese sacrificado su vida por el bien de las
criaturas. La historia de estos renacimientos se da en el libro Jataka, en que se relatan quinientos
cincuenta nacimientos. A
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