Cuando
llegó a Dhritarashtra la noticia de que los Pandavas no habían sido, después de
todo, quemados en la casa de resma, sino que habían escapado y estaban ahora en
la corte de Drupada, aceptados en su familia y provistos de muchos y poderosos
amigos, el viejo rey no supo qué decir. Entonces llamó a su hijo Duryodhana y a
todos sus consejeros, y les hizo la pregunta de qué actitud tomar.
Todos
estuvieron de acuerdo con su inmediata llamada a Hastinapura, y alentaron a que
se enviaran felicitaciones por su huida. Pero Duryodhana tenía la opinión de
que, luego de eso, deberían proceder a deshacerse de ellos mediante una serie
de fraudes, dividiendo sus intereses y enfrentándolos unos a otros, y así al
fmal privarlos de todo recurso. Karna, en cambio, mantenía que ellos debían se
enfrentados en batalla. Valor contra valor, nobleza contra nobleza, dijo. Esos
hombres nunca podrían ser divididos. Un intento como ése sólo pondría en
ridículo a quien lo llevara adelante. En cambio, una lucha justa debería ser el
método de un soldado. Los Pandavas eran hombres, no eran dioses, y como hombres
pueden ser vencidos en la batalla.
Bhishma,
por otra parte, apoyado por Drona y Vidura, señaló que el derecho de los
Pandavas al reino paterno era cuando menos el mismo que el de Duryodhana. Por
eso, ellos deberían ser llamados y establecidos firmemente en la mitad del
reino. Tan fuerte era la insistencia de estos buenos hombres sobre ese punto de
vista, que Dhritarashtra no pudo hacer otra cosa que obedecer, y un embajador
fue enviado a la corte de Drupada, con obsequios para los príncipes, para
darles la enhorabuena por estar a salvo e invitarles a volver a la casa de sus
ancestros. Para entonces se habían hecho amigos y consejeros de los Pandavas,
no sólo Drupada, sino también los poderosos Krishna y su hermano Balarama, y
hasta que todos ellos no lo aconsejaron no aceptaron las proposiciones de
amistad hechas por su pariente Dhritarashtra. Al final, sin embargo, lo
hicieron, y llevando a Kunti, su madre, y a Draupadi, su reina, partieron para
la ciudad de Hastinapura..
El regreso de los Pandavas
Una
vez llegados allí y habiendo estado el suficiente tiempo como para estar
descansados, fueron convocados ante la presencia de Dhritarashtra, quien les
dijo que para evitar todo inconveniente posterior en la familia deseaba dividir
el reino y darles la mitad, asignando a ellos una cierta zona desierta para
residencia. Siempre había sido el hábito de estos príncipes aceptar con alegría
lo que les ofrecía el anciano soberano y con ello hacerlo lo mejor posible. Y
en esta ocasión no rompieron su regla. Sin ver defecto aparente en este regalo
de un árido desierto de monte para hogar, ellos rindieron homenaje a
Dhritarashtra y partieron para su nueva capital.
Una
vez allí, sin embargo, su energía no tuvo límites. Ofreciendo los sacrificios
de propiciación necesarios, midieron el suelo para la nueva ciudad y
procedieron a construirla, a fortificarla y a adornarla hasta que hubo sobre la
llanura la famosa Indraprastha, una residencia adecuada para los mismos dioses,
no digamos para emperadores, tal era su belleza y magnificencia. No conformes
con construir una ciudad, los hermanos se dedicaron a organizar sus dominios y
su administración, y sus súbditos, dándose cuenta de la sabiduría y de lo
beneficioso de estos nuevos gobernantes, se sintieron realmente felices de
haber quedado bajo su dominio. No había en este reino miseria causada por el
cobro de impuestos. El campesino obtenía fácilmente acceso a su soberano. Se
administraba justicia; se mantenía el orden; la paz y la prosperidad estaban
unidas en todos los lugares. En ese momento se sugirió a Yudhishthira que debía
celebrar un sacrificio de coronación, y la idea le sedujo. Sobre todos los
asuntos pidió consejo a sus ministros, pero hasta que no hubiera obtenido el de
Krishna, su nuevo y fiable amigo, no podría estar seguro del rumbo correcto. Él
estaba alertado de los muchos motivos —amabilidad, halagos, propio interés y
demás— que guiaban a los hombres a dar consejo, y en su mente no había más que
una sola alma que estaba fuera de ese tipo de influencias. El sacrificio de
coronación no era un rito para ser encarado livianamente. Significaba el
establecimiento de un rey que actuara como soberano supremo sobre todos los
otros soberanos. Para hacer esto era necesario poner juntos a una inmensa
multitud de soberanos tributarios, y era bien sabido que en esa gran reunión de
señores feudales se esconden inmensos peligros. Esas reuniones son oportunas
para los orígenes de las revoluciones. Por tanto, era de incumbencia de quien
ofrecía el sacrificio pensar bien sobre el estado de las cosas y considerar
claramente lo que estaba abordando. Si tenía éxito, podía esperar ser
considerado como el supremo soberano de todo el imperio para toda la vida. Pero
el menor paso en falso podía resultar en un supremo desastre, arrojándolo del
trono e incluso trayendo una guerra civil.
El consejo de Krishna
Incluso,
Yudhishthira había pensado que, mientras otros le habían aconsejado alegremente
llevar adelante el sacrificio, Krishna podía señalarle la línea de pensamiento
que debía guiar a un monarca al enfrentarse cara a cara con tan seria
iniciativa. Punto por punto discutió con él el estado de la política de los
reinos rivales y las posibilidades de estabilidad en el país en general. Así le
permitió ver qué guerras debían desarrollarse y cuáles áreas debían primero ser
sojuzgadas antes que el sacrificio imperial pudiera ser ofrecido. Pero Krishna
alentó a Yudhishthira, no menos calurosamente de lo que lo habían hecho sus
propios ministros, acerca de su capacidad personal y la condición apropiada del
propio reino y su gobierno para la orgullosa posición que él deseaba hacer
suya. Tampoco sospechó Yudhishthira, o alguno de sus hermanos, que ese
festival, además de establecerlos a ellos en la soberanía suprema, estaba
destinado a su vez a revelar ante los ojos de todos los hombres, y no sólo ante
los pocos de confianza que ya lo sabían, la grandeza y poder del mismo Krishna,
quien en realidad no era rey pero sólo porque él estaba muy por encima de todos
los reyes terrenales.
Habiendo
tomado consejo de su más poderoso consejero, Yudhishthira procedió a ocuparse
de todos .los detalles, y cuando todas las instrucciones estuvieron dadas
anunció su intención de celebrar la fiesta de coronación. Aun después de esto
los preparativos para el sacrificio llevaron un largo tiempo, pero finalmente
todo estuvo listo y se enviaron invitaciones en todas direcciones, y reyes y
héroes comenzaron a llegar. Y allí había uno, llamado Narada, que tenía íntima
percepción y, estando en la reunión y viendo al señor Krishna como su verdadero
centro, se llenó de pavor, y mientras los otros sólo veían brillo y festividad
él era todo reverencia y se mantenía sentado mirando, perdido en la oración.
Ahora
cuando el último día del sacrificio había llegado y el agua sagrada estaba por
ser rociada sobre la cabeza de Yudhishthira, Bhishma, como cabeza de ambas
casas reales, sugirió que por una cuestión de cortesía a los invitados debía
homenajearse primero a cada uno por turno, de acuerdo con su rango y
precedencia. Y agregó el anciano abuelo, mientras sus ojos miraban con cariño
la cara de Krishna, a él primero que nadie, como la encamación de Dios, dejad
que como jefe le sean dados estos honores reales. Y consintiéndolo Krishna
mismo, los honores le fueron dados.
La disputa por la
precedencia
Pero
había alguien en la asamblea de reyes que guardaba rencor por la precedencia
dada a Krishna entre los soberanos, como si él también fuera un monarca
gobernante. Y este invitado, de nombre Shishupala, estalló en amargos reproches
contra Bhishma y Yudhishthira por lo que consideraba como un insulto hecho a
los vasallos que tributaban al poner ante ellos uno que no podía presentar
ninguna reivindicación para la precedencia por derecho de independencia, o
larga alianza, o edad, o parentesco. ¿Era Krishna, preguntó, el mayor de los
presentes? ¿Cómo podía impulsarse tal reivindicación cuando Vasudev, su propio
padre, tenía mayor derecho? ¿Era él valorado como maestro y profesor? Aquí
estaba Drona el brahmán, que había sido tutor de todos los príncipes reales. O
¿era que los Pandavas le habían dado precedencia por su valor como aliado en
tiempos de guerra? Si así era, allí estaba Dmpada, que era el que más lo
merecía; dado que él era el padre de Draupadi, su reina, y nadie podía estar
más ligado a ellos que él. Pero si eran el amor y la veneración los que habían
guiado la oferta, entonces seguramente el viejo Bhishma, su pariente, el lazo
entre dos linajes, tenía más derecho.
Ante
estas palabras de Shishupala, un cierto número de invitados comenzó a
manifestar desacuerdo con el sacrificio y su señor, y se hizo evidente que era
Shishupala el líder de la facción que podía evitar el adecuado cumplimiento de
la ceremonia. Si un sacrificio real no se llevaba a un adecuado término el
hecho podía provocar gran desastre al reino y sus súbditos. Por ello
Yudhishthira mostró gran ansiedad e hizo todo lo que pudo para conciliar al
enojado rey. Él, sin embargo, como un niño consentido, o como un hombre severo
y duro, se negó por todos los medios a ser apaciguado. Viendo esto Yudhishthira
miró hacia Bhishma en busca de consejo. Bhishma, sin embargo, no se esmeró en
calmar al enojado rey. Sonrientemente desestimó la gravedad de Yudhishthira.
«¡Espera», dijo, «oh rey, hasta que el señor Krishna se dé cuenta del asunto!
¿Puede el perro matar al león? Realmente este rey se parece mucho a un león,
dado que el león es estimulado a actuar, y entonces nosotros veremos lo que
veremos.»
Pero
Shishupala oyó las palabras dichas por Bhishma y, profundamente irritado por la
comparación con un perro, se dirigió al venerable estadista con palabras que
eran abiertamente insultantes y desenfrenadas. Le llamó viejo réprobo, que
siempre parloteaba de moralidad y, como ellos podían oír, incluso llenaba de
horror a sus propios amigos y aliados, haciendo caer sobre sus cabezas alguna
sentencia olvidando la dignidad debida a su propio e igual rango. Bhishma, sin
embargo, no mostró excitación. De pie allí tranquilamente, alzó su mano
pidiendo silencio y tan pronto como este se estableció habló al enojado Bhima,
hermano de Yudhishthira, cuyos ojos enrojecidos mostraban que consideraba las
palabras dichas a su abuelo como un desafío a él mismo.
La historia de Bhishma
«Tranquilízate,
oh Bhima», dijo Bhishma, «y escucha la historia de este mismo Shishupala. Él
nació de linaje regio, teniendo tres ojos y cuatro brazos, y no bien nació
rebuznó como un asno. Y su padre y madre, estando asustados por estos augurios,
se habían decidido a abandonar al niño, cuando oyeron una voz que les hablaba
desde el aire diciendo: “No temáis nada; quered a este niño. Su momento aún no
ha llegado. Ya ha nacido alguien que lo matará con armas cuando llegue su fm.
Antes de esto será tan afortunado como bien considerado.” Entonces la reina, su
madre, reconfortada por estas palabras, tomó coraje y preguntó: “¿Quién es el
que matará a mi hijo?”
Y
la voz respondió: “Aquel sobre cuyo regazo el niño estará sentado cuando su
tercer ojo desaparezca y sus dos brazos sobrantes se calgan.”
Después
de esto, el rey y la reina de Chedi hicieron juntos unas visitas oficiales, y
dondequiera que ellos iban pedían al rey que los hospedaba en ese momento que
cogiera al niño en sus brazos. Pero en ningún sitio perdió los brazos sobrantes
ni desapareció su tercer ojo.
Entonces,
desconcertados, volvieron a su ciudad y a su palacio. Y cuando habían estado en
su hogar durante un tiempo fue a visitarlos el príncipe Krishna y su hijo
mayor. Y ellos comenzaron a jugar con el niño. Pero cuando Krishna lo cogió en
su regazo, entonces el tercer ojo del niño se atrofió lentamente y desapareció,
y los dos brazos extraños se marchitaron. Entonces la reina de los chedis supo
que éste era el destinado a matar a su hijo, y cayendo sobre sus rodillas,
dijo: “¡Oh señor, concédeme un deseo!”
Y
el señor Krishna contestó: “¡Habla!”
Y
ella dijo: “Prométeme que cuando mi hijo te ofenda lo perdonarás.”
Y
élcontestó: “Sí, aunque me ofenda cien veces, cien veces le perdonaré.”
Ése
es Shishupala —continuó Bhishma— quien aún ahora, abusando de la compasión del
señor, os induce a vosotros a la batalla. En realidad él es una porción de
energía que el Todopoderoso podría reabsorber ahora mismo dentro de sí. Por eso
es que él provoca su propia destrucción ocasiona tanto enojo y ruge como un
tigre ante nosotros, sin preocuparse por las consecuencias. »
El
enojo de Shishupala había aumentado más y más durante el discurso de Bhishma, y
cuando terminó sacudió su espada amenazadoramente y dijo: «¡No sabes que estás
vivo en este momento sólo por mi amabilidad y la de estos otros reyes?»
«Da
igual si esto es así o no», contestó Bhishma con gran altanería y calma. «Sabe
que tengo poca estima a todos los reyes de la Tierra. Tanto si yo soy muerto
como una bestia del campo o quemado hasta la muerte en un incendio en el
bosque, cualquiera sea la consecuencia, aquí pongo mi pie sobre la cabeza de
todos vosotros. Aquí ante nosotros se encuentra el Señor. A él he orado. ¡Deja
que entre en conflicto con él sólo quien desea una muerte rápida.; ese puede
incluso emplazarse en la batalla —el de oscuro color, que es quien maneja el
disco y la maza— y, cayendo, entrará y se confundirá con el cuerpo de su dios!»
La muerte de Shishupala
Al
terminar las solemnes palabras de Bhishma todos los presentes involuntariamente
volvieron sus ojos a Krishna. Él se encontraba absorto, mirando tranquilamente
hacia el furioso Shishupata, como uno cuya mente podría estar emplazando las
armas celestiales en su ayuda. Y cuando Shishupala rió en su cara, él
simplemente dijo: «¡La copa de las fechorías, oh pecador, ahora está llena! » Y
al hablar el encendido disco se alzó desde atrás de él y, pasando sobre el
círculo de reyes, bajó sobre el casco de Shishupala y lo atravesó clavándose de
la cabeza a los pies. Entonces se adelantó el alma de este malvado, como si
hubiese sido una masa de llamas, y, siguiendo su propio camino, se inclinó y se
derritió hasta desaparecer dentro de los pies del mismo Krishna. Tal como
Bhishma había dicho, cayendo, entró y se confundió en el cuerpo de ese dios.
Así
terminó Shishupala, que había pecado hasta ciento una veces y había sido
perdonado. Porque incluso los enemigos del Señor se salvan pensando
exclusivamente en él.
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