La leyenda según San Finnen
Hacia la primera mitad del siglo VI de nuestra era, llegó a la región
del Ulster un monje cristiano de nombre San Finnen, discípulo de San Patricio,
con la misión catequizadora de fundar un monasterio en las proximidades de
Mag-bile (hoy Moville), en el condado de Doen. Con el propósito de recaudar
fondos para su cometido, un día fue, acompañado de varios acólitos, a visitar a
un rico señor que vivía no lejos del Loch Ness, en la misma localidad. Sin
embargo, ante su sorpresa, el caballero le negó a los clérigos la entrada en su
fortaleza, alegando que no eran bienvenidos a ella.
Así, pues, para conseguir que el hacendado retirara su prohibición,
San Finnen recurrió a un medio que la ley no escrita de la antigua Erín ponía a
disposición de los pobres y los débiles cuando debían oponerse a una injusticia
y carecían de recursos para hacerlo: se instaló frente a las puertas del
castillo y comenzó un ayuno que prolongaría hasta que el caballero aceptara su
presencia, o hasta su propia muerte.
Fueron tres los días en que el monje debió ayunar frente a la puerta
de la fortaleza, antes que el poderoso y severo hacendado se aplacara y lo
dejara entrar en el castillo; allí, el clérigo pudo comprobar lo que ya había
sospechado al prohibírsele la entrada: las creencias del señor del castillo
"no eran buenas", es decir que no era cristiano. La decisión de
Finnen acerca de fundar su monasterio se fortaleció: en la Irlanda del siglo VI
todavía existían paganos.
A la mañana siguiente, una vez terminada la celebración del oficio
dominical, el sermón y la misa, el caballero invitó a su mesa a San Finnen y
algunos de sus acólitos, ocasión que el monje aprovechó para preguntarle:
—¿Quién eres?
—Soy hombre del Ulster y mi nombre es Tuan, hijo de Carrell —respondió
su anfitrión—; mi padre era hijo de Muredach Munderc, y él me dejó este
desierto como legado póstumo. Pero también hubo un tiempo en que me llamaron
Tuan McStarn, hijo de él y su esposa Sera. Starn, mi padre, era hermano de
Partholan.
—Si eres realmente quien dices ser, hijo de Sera, entonces seguramente
podrás contarnos la verdadera historia de Erín o, al menos, lo que ha sucedido
en la Isla Esmeralda desde la época de Partholan, tu tío paterno —dijo Finnen,
agregando a continuación—: No aceptaremos de ti alimento alguno hasta que no
nos hayas relatado esas viejas historias que ansiamos conocer.
—Me resultará difícil hablar —respondió el señor feudal— sin haber
tenido antes ocasión de meditar profundamente acerca de la palabra y las
acciones de ese Dios que nos has mencionado en tu sermón. —A lo que el clérigo
respondió:
—No debes tener reparo alguno, pues El sabe comprender las actitudes
de los hombres; cuéntanos tus propias aventuras, como así también los otros
acontecimientos que hayan tenido lugar en esta tierra de Erín.
Tuan McCarrell contempló largamente a su huésped, hizo señas a su
servidor para que le sirviera otra copa de mead1 y comenzó su
relato.
Historia de
la primitiva Erín, según Tuan McCarrell
La llegada de Partholan
—Hasta este preciso momento —inició el caballero su relato—Erín ha
sufrido cinco invasiones, ya que nadie había llegado a sus costas antes del
Diluvio, y nadie lo hizo, sino hasta mil más dos años después de él,2
fecha en que Partholan vino a establecerse en Irlanda. Esto sucedió poco tiempo
después de la muerte de mis padres, mientras yo me encontraba viviendo con él,
razón por la que yo también arribé a estas tierras, acompañados ambos por dos
docenas de hombres fuertes y aguerridos, cada uno de los cuales venía con su
mujer, aunque ninguno de ellos se destacaba por su inteligencia.
Según d'Arbois de Jubainville, "...la familia de Partholan, que
los más antiguos documentos irlandeses sitúan al principio de la historia
mítica de su país, es idéntica a la 'raza de plata' que describe Hesíodo en Los
trabajos y los días y, al igual que ellos, se distingue por su
ineptitud...".
—Así vivimos en Erín hasta que llegamos a sumar dos mil y quinientos
hombres de la misma raza y otras tantas mujeres —continuó Tuan McCarrell—,
época en que se desencadenó una plaga mortal que los aniquiló por completo,
dejando a un solo sobreviviente, porque es sabido que nunca sobreviene una
mortandad total sin que al menos una persona escape de ella. Y quiso mi
malhadado sino que ese sobreviviente fuese yo.
"Aquéllos fueron tiempos que me gustaría verdaderamente erradicar
de mi memoria; durante muchos años interminables recorrí Erín de cueva en cueva
y de ruina en ruina, para protegerme de los lobos, y a lo largo de todo ese
tiempo la senilidad y la decrepitud fueron minando mi espíritu y mi cuerpo,
hasta que ya no podía casi caminar y me alimentaba sólo de hierbas y agua de
los arroyos, rogando a los cielos que me concedieran el descanso eterno".
Las tribus de Nemed
—Fue entonces cuando Nemed, hijo de Agroman, tomó posesión de Irlanda.
Desde lo alto del acantilado lo vi desembarcar, alto y esbelto como un dios,
pero me las arreglé para no dejarme ver por ellos. Mi propia decrepitud me
ofendía y me aterraba; mis cabellos, mi barba y mis uñas habían crecido
desmesuradamente; estaba macilento, desnutrido y desnudo, agobiado por la
miseria y el sufrimiento.
"Los vigilé desde los riscos durante muchos días, hasta que una
noche me dormí y a la mañana siguiente desperté convertido en un joven y
poderoso ciervo. Como por arte de magia había recobrado mi lozanía y la alegría
de vivir, y las manifesté componiendo versos y canciones sobre la llegada de
Nemed y de su raza, como así también sobre la increíble metamorfosis que yo
mismo acababa de experimentar.
"Mi nueva forma animal, pujante y vigorosa, me permitió
convertirme en el jefe de todos los rebaños de ciervos de Erín. Siguiera el
camino que siguiese, cientos de ciervos marchaban a mi lado, sirviéndome de
séquito, de compañía y de protección a la vez. Así fue mi vida en los tiempos
de Nemed.
"Treinta y dos eran las
naves en que los descendientes de Agroman zarparan hacia Irlanda, con una
dotación de treinta almas cada una de ellas, pero todas menos una se
extraviaron a lo largo del año y medio que insumió la travesía, y sus
tripulaciones perecieron por obra del hambre y la sed, o a causa de los
naufragios.
"Finalmente, sólo fueron diez los nemedianos que
desembarcaron en la Isla Esmeralda: el propio Nemed, su esposa Hyfah, cuatro
hombres y cuatro mujeres, pero en poco tiempo su número creció hasta que
llegaron a ser cuatro mil treinta hombres y otras tantas mujeres en el momento
en que todos murieron.
"No obstante, estos seguidores de Nemed tuvieron fortuna en Erín;
ellos y sus descendientes talaron miles de árboles y desbrozaron muchos montes,
para crear llanuras y prados en que hacer crecer sus cultivos. Y fue el mismo
Nemed quien construyó el primer palacio de Erín, que más tarde se llamaría
Emain Macha.
Por desgracia, los nemedianos pronto entraron en guerra con los
formaré que aún subsistían, y las dos facciones se enzarzaron en cuatro
titánicas batallas, que diezmaron a sus huestes".
Mientras Nemed condujo a sus hombres a la batalla, sus seguidores
salieron triunfantes de ellas, pero tras su muerte, los formaré los
sojuzgaron, cobrando de ellos tributo cada primero de noviembre, durante la
fiesta de Samhain.3 El tributo consistía en las dos terceras partes de los niños nemedianos nacidos el año
anterior, más una porción igual de las cosechas y de la leche recolectadas.
Después de soportar este sistema durante varios años, los nemedianos se
rebelaron y se alzaron en armas contra sus expoliadores, logrando reducirlos a
su fortaleza de la isla de Tory, aguas arriba del río Shannonn. Sin embargo,
esto significó para la tribu de Nemed el sacrificio de su principal héroe
Fergus y todos sus seguidores menos treinta, que fueron los únicos que lograron
sobrevivir a la batalla.
—Durante aquel tiempo yo había caído nuevamente en la senilidad; me
encontraba ya al borde de mis fuerzas vitales, cuando una noche, encontrándome
en la boca de mi caverna, y en plena vigilia, sentí que mi cuerpo cambiaba,
transformándose lentamente en el de un ágil y vigoroso jabalí. Tan grande fue
mi emoción, que no pude menos que expresar en forma de versos mi alegría por la
metamorfosis. Mi poderosa voz era imponente y majestuosa y poma de manifiesto
toda mi alegría de vivir.
"Y así me convertí en rey de los rebaños de jabalíes de toda
Irlanda, cuyas praderas y bosques recorrí a placer, aunque sin perder la
costumbre de regresar a los alrededores de mi casa, como cada vez que me sentía
viejo y decrépito nuevamente. Porque debéis saber —continuó el caballero— que
todas mis metamorfosis se produjeron aquí, en el Ulster, y por eso siempre
volvía cuando presentía que se aproximaba una nueva transformación".
Detnion, hijo de Stariath
El siguiente grupo en establecerse en la isla fue el de Demion, hijo
de Stariath, a quien acompañaban tres contingentes de hombres de más allá de
los mares: los fir-bolg, los fir-domnann y los fir gallian.4
Los fir-bolg pronto se destacaron entre los recién llegados,
convirtiéndose en el grupo dominante. Como regentes, realizaron una serie de
cambios significativos, entre los cuales el más importante fue, quizás, el de
dividir a Erín en cinco grandes reinos, Ulster, Munster, Leinster, Connaught y
Meath. Su gobernante más famoso fue Eochi McErc, a quien la leyenda atribuye la
redacción del primer código legal completo de Erín y la restauración de la
monarquía, atribuyéndole el carácter de "deber sagrado". El mismo
Eochi contaba también con la aquiescencia de los dioses, gracias a lo cual
Irlanda disfrutó de abundantes cosechas y fecundas pariciones durante todos los
años de su reinado.
—Pero todo ciclo termina y éste no fue una excepción —continuó
diciendo Tuan McCarrell—, así que nuevamente caí en la ancianidad y la
decrepitud. Mi espíritu estaba triste y mi cuerpo se negaba a realizar las
cosas de que antes era capaz, como la de desenterrar las mejores raíces
y masticar las sabrosas bellotas que antes me sabían a cerezas.
"Vivía una vida solitaria, recluido en cavernas húmedas y
sombrías, ocultas en riscos poco frecuentados, recordando las formas que había
tenido anteriormente, hasta que llegó el momento de dirigirme nuevamente hacia
mi antigua casa: la hora de una nueva metamorfosis estaba próxima.
"Una vez en el Ulster, ayuné durante tres días con sus noches,
como lo había hecho en todas mis transmutaciones anteriores —recordó el anciano
guerrero— y, tras aquel ayuno que me dejó al límite de mis fuerzas, me convertí
en una enorme y soberbia águila marina, dentro de cuyo cuerpo mi espíritu se
sintió nuevamente alegre y lleno de vida. Otra vez fui capaz de todo: volví a
experimentar la curiosidad y recobré el carácter activo, y mis nuevas alas me
dieron la posibilidad de recorrer a la velocidad del pensamiento todos los
cielos de Erín, manteniéndome al tanto de todo lo que sucedía en la Isla
Esmeralda.
"Ayer había sido ciervo y jabalí... había formado parte y reinado
sobre rebaños enteros de venados y cerdos salvajes... hoy recorría
majestuosamente los cielos irlandeses, tan cerca del cielo y de Dios como jamás
lograrían estarlo las tropas nemedianas que reptaban y se esforzaban allá
abajo, en las anfractuosidades de la tierra, dominadas por los demonios y los
fantasmas de su pasado...".
Beothach y los tuatha de Danann
"En mi nueva personalidad alada pude ver cómo las huestes de
Beothach, hijo de Iarbonell, el profeta, descendían de los cielos para
reemplazar, por la fuerza de las armas y las artes mágicas, a los fir-bolg en
el gobierno de la Isla Esmeralda —continuó luego el señor del castillo—. De Iarbonell y su hijo dilecto descienden los tuatha de Dannan, dioses
y falsos dioses, a quienes, como es sabido, se remonta el origen de todos los
sabios que en Irlanda han sido.
"De estos invencibles y poderosos colonos y guerreros —continuó
el narrador—, cuyos conocimientos y su ciencia superior sólo pueden ser
explicados por su origen celestial, nacieron los tuatha de Dannan.6
"Tan pronto como llegaron —recordó Tuan—, los hijos de la diosa
Dana entraron en conflicto, tanto con los fir-bolg, a los que confinaron
al territorio de Connaught, luego de derrotarlos rápidamente gracias a sus
armas de hierro, como con los formaré, con quienes firmaron una tregua
armada.
"Nada de aquello me sorprendió —afirmó el hombre que había sido
águila—; la victoria de la llanura de Mag Tured era esperada por todos aquellos
que conocían las tres herramientas mágicas que los tuatha trajeron
consigo a Erín: la lanza infalible de Lug, que jamás fallaba un golpe, la
espada de Nuadha, capaz de traspasar cualquier escudo, y el gran caldero
de Dagda, en el cual el hechicero sumergía a los muertos de su
ejército, resucitándolos inmediatamente.
"Pero la tregua con los formoré se transformaría en un
perro que muerde la mano de su amo —sentenció Tuan McCarrell—. Nuadha, quien
había quedado manco a causa de una herida sufrida en una batalla con los fir-bolg,
debió renunciar al trono, obligado por una ley tuatha no escrita,
que exigía para esa función un hombre sin defectos físicos; en su lugar, y en
un intento de reconciliación, el Consejo tuatha ofreció el cargo a
Bress, cuyo padre había sido un noble formoré de nombre Elatha y su
madre una princesa tuatha".
Al darse cuenta de que habían transcurrido varias horas de narración
ininterrumpida, Tuan McCarrell silenció acá su relato para agasajar a sus
huéspedes con una opípara cena, tras lo cual todos se retiraron a sus
habitaciones, con la promesa, por parte del dueño de casa, de continuar la
historia al día siguiente.
—Pronto la avaricia de Bress comenzó a expoliar a los tuatha —recomenzó
Tuan McCarrell su relato por la mañana, tal como había prometido—, a tal punto
que el bardo Coirbre lo satirizó con tanta dureza que la ira del rey le provocó
un sarpullido tan virulento que lo desfiguró tanto o más que a Nuadha la
pérdida de su brazo. Pero Bress, aun en contra de la ley, no transigió en dejar
el trono, y los tuatha de Dannan comenzaron a intrigar en secreto contra
él, reuniendo armas y preparando sus herramientas mágicas para derrocarlo.
"Siete años invirtieron en sus preparativos —aclaró Tuan—, tiempo
durante el cual el druida—médico Cyan, en asociación con Scatagh, la diosa-herrera, restauró la mano fallante de Nuadha, reemplazándola por una
extremidad de plata con la que podía desempeñarse y luchar aún mejor que con el
original. Con el apoyo de esta prótesis, Nuadha, "el de la Mano de
Plata", como se lo llamó, pudo reclamar —y recuperar— su posición en el
auténtico trono de los tuatha.
"Sin embargo, en contra de todo lo previsible, Nuadha no
permaneció en el trono largo tiempo: tan pronto como llegó a Tara (morada de la
diosa Dana y capital del reino), abdicó intempestivamente en favor de un nuevo
héroe, quien asumió el trono de Erín y contrajo así el compromiso de conducir a
los tuatha a la victoria. El nombre de este nuevo rey —agregó el
narrador— era Lugh, hijo del druida Cyan y su esposa Eithné, irónicamente, hija
de Balor, antiguo rey de los formoré".
Cabe destacar aquí que la identidad del nuevo rey había sido
celosamente mantenida en secreto, porque su abuelo Balor había recibido una vez
una profecía según la cual uno de sus nietos lo mataría y, en previsión de
ello, pretendía asesinar a la mayor cantidad de aspirantes posibles.
—Sin embargo, cuando Lugh llegó a la adolescencia, ya convertido en un
guerrero hecho y derecho —reveló Tuan—, su padre le contó su herencia y lo
envió a buscar fortuna a la corte del rey Nuadha. Pero, una vez en Tara, Lugh
tuvo ciertas dificultades para poder entrar en palacio, ya que el guardián de
la entrada le informó que, para poder ingresar, debería tener un oficio o una
habilidad específica que resultara útil para la corte. El muchacho le preguntó
entonces, sucesivamente, si tenían un herrero, un orfebre, un carpintero, un
músico, un poeta, un druida, o un guerrero, a lo cual el soldado fue
respondiendo que tenían al menos uno, hasta que, finalmente, Lugh preguntó:
"¿Y tenéis a alguien capaz de cumplir todas estas funciones a la
vez?". Ante lo cual, impresionado, el guardia le permitió el acceso.
"Poco después, cuando Lugh llegó al salón del trono, su noble
figura impresionó de tal forma a Nuadha que, a los pocos días, le cedía su
lugar como rey de Tara.
"Una vez instalado sólidamente en el trono, Lugh se reunió
nuevamente con su padre y ambos se dispusieron a planear la futura lucha contra
los formoré; el anciano druida no sólo se encargaba de diseñar nuevas e
invencibles armas mágicas, sino que impuso diversos encantamientos druídicos a
los guerreros enemigos, provocándoles severos trastornos físicos, como
impedirles orinar o hacer que sus alimentos se llenaran de gusanos.
"Con estos recursos mágicos a su favor —explicó Tuan—, no es de
extrañar que los acontecimientos se precipitaran, y pronto los tuatha y
los formaré se encontraron frente a frente para la batalla final,
curiosamente en el mismo lugar en que los primeros habían vencido a los fir-bolg:
la pradera de Mag Tured.
"Tal como sucede invariablemente en las batallas legendarias, el
choque fue apocalíptico y la matanza tremenda para ambas partes, hasta que
Lugh, quien recorría el campo de batalla alentando a sus tropas, se encontró
frente a frente con su abuelo materno: el rey Balog, jefe supremo de los formaré.
"La imagen de Balor era terrorífica —describió el narrador—,
bañado de la cabeza a los pies en sangre propia y ajena y con una enorme cabeza
en el centro de la cual centelleaba un mortífero ojo único, cuyo párpado era
tan pesado que hacían falta cuatro hombres para levantarlo: donde quiera que
dirigía su mirada, los hombres morían entre convulsiones; tal como Lugh lo
había previsto, el resultado de la batalla dependía de la destrucción de aquel
ojo fatídico.
"Consciente de su propia responsabilidad y arriesgando su propia
vida, Lugh emitió un poderoso grito de guerra para atraer la atención de Balor,
de modo que éste y sus cuatro levantadores de párpado tuvieran que volverse
hacia él; mientras lo hacían, el joven rey levantaba con los pies la lanza
mágica llamada ghalad bolg,9 que salió disparada con tanta
fuerza que, después de atravesar de parte a parte el ojo y la cabeza de Balor,
mató a varios cientos de guerreros formaré que se encontraban a sus espaldas.
"Aquél fue el fin de la batalla de Mag Tured —sentenció Tuan
McCarrell—; las hordas formaré abandonaron el campo de batalla presas
del pánico y se exiliaron de Erín, para nunca más volver.
"Siempre en mi papel de águila— evocó luego el señor feudal—,
pude presenciar, años más tarde, el desembarco de los milesios, quienes
ingresaron a la Isla Esmeralda por un lugar llamado Ihbhear Sceine,
supuestamente procedentes de Iberia".
El caso es que los nuevos invasores, marchando bajo el mando del guerrero-druida-bardo
Amhairghin, llegaron hasta las puertas mismas de Tara, exigiendo la rendición
de los tuatha de Dannan; éstos, intentando ganar tiempo, pidieron a los goidels
que se retiraran a sus naves y navegaran hasta "más allá de la novena
ola a partir de la orilla", tras lo cual, al regresar
Amhairghin a Tara, la ciudad le sería entregada sin condiciones.
—Así lo hicieron los invasores —explicó Tuan— pero, una vez que se
encontraron en el mar, los magos de los tuatha desencadenaron un fuerte
viento de tierra que, con la violencia de un huracán, les impidió el regreso a
Erín durante largo tiempo. Finalmente, comprendiendo que habían sido engañados,
los hechiceros goidels, con Amhairghin a la cabeza, conjuraron el
hechizo y regresaron a Tara, pero sólo para encontrar la ciudad vacía, sin
rastros de los tuatha de Dannan, que habían desaparecido
misteriosamente.
"Nunca se supo a ciencia cierta el paradero de los tuatha, y
yo conservé mi forma de águila hasta el momento en que, acurrucado en el hueco
de un árbol, ayuné durante nueve días —reinició el relato Tuan McCarrell,
después de un descanso reparador— y desperté al décimo transformado en salmón.
A partir de ese momento, el río y el mar fueron mi hogar, y en el agua me sentí
de nuevo bien, activo y satisfecho. Sin embargo, Dios, mi protector, decidió un
día que ese dichoso destino debía llegar a su fin y me hizo caer en la red de
uno de los pescadores de Carrell, por entonces rey de este país.
"Recuerdo ese día como si fuera hoy —comentó el señor-guerrero—;
el pescador me llevó a la mujer de Carrell, quien me asó en su parrilla y me
comió entero, de tal forma que, en poco tiempo, me encontré en su vientre.
Recuerdo perfectamente el tiempo que pasé en su estómago, escuchando las
conversaciones sostenidas en la casa, y los acontecimientos que por entonces se
desarrollaban en Erín.
"Pero el proceso siguió su
curso, y a los nueve meses salí al mundo y poco después empecé a hablar como
hace la gente; pero la gran diferencia era que yo conocía todo cuanto había
sucedido en Irlanda desde sus mismos comienzos. Fui profeta y, poco tiempo
después de que San Patricio comenzara a difundir la fe cristiana en Erín, fui
bautizado como Tuan, hijo de Carrell, y creí en el Creador del mundo,
omnipotente y omnipresente Rey de toda la creación".
Tuan guardó silencio y sus oyentes le agradecieron sinceramente que
les hubiera relatado su historia, que era, a su vez, la historia de Irlanda. Al
término del emotivo y enriquecedor relato, Finnen y los demás clérigos
permanecieron en el castillo durante una semana más, durante la cual
aprovecharon para conversar individualmente con él, cada uno de ellos ansioso
por conocer distintos pormenores de su narración. Al igual que San Patricio
algunos años antes, los monjes se mostraban ansiosos de formular todas las
preguntas que planteaba la antigua historia no escrita de Erín y que Tuan
McCarrell era el único que podía responder.
Después de San Patricio, fue San Colombano quien se entrevistó con
Tuan y éste le contó las mismas cosas; más tarde aún, cuando relató a Finnen
las historias que hemos contado aquí, el clérigo se encontraba rodeado por gran
cantidad de testigos, novicios del monasterio, todos ellos de origen irlandés.
Esto asegura la verosimilitud del relato, que, posteriormente, fue manuscrito a
partir de las relaciones de varios de esos testigos presenciales de la
narración de Tuan McCarrell.
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