El segundo sufrimiento de Sita
Entonces
Rama gobernó Ayodhya durante diez mil años, y llegó el momento en que Sita
había concebido. Rama le preguntó si ella tenía algún deseo, y respondió que
deseaba visitar las ermitas de los sabios junto al Ganges, y Rama dijo: «Que
así sea», y la visita fue fijada para la mañana.
La
misma noche sucedió que Rama estaba conversando con sus consejeros y amigos, y
les preguntó: «¿Qué dicen los ciudadanos y los hombres de este país a cerca de
Sita y mis hermanos y Kaikeyi?» Y uno contestó que ellos frecuentemente
hablaban de la gran victoria de Rama sobre Ravana. Pero Rama presionó para
obtener informes más concretos, y un consejero respondió: «La gente realmente
habla de vuestras grande acciones y vuestra alianza con los osos, los monos y
rakshasas: pero ellos murmuran a cerca de que vos habéis traído a Sita, a pesar
de que ella fue tocada por Ravana y vivió largo tiempo en su ciudad de Lanka. A
pesar de todo eso, dicen, todavía la reconocéis; ahora nosotros, también,
pasaremos por alto las malas conductas de nuestras esposas, dado que los súbditos
siempre siguen las costumbres de sus reyes. Así, oh rey, son las
conversaciones.»
Entonces
el corazón de Rama se abatió y despidió a los consejeros, mandando llamas a sus
hermanos, y ellos vinieron y se pararon junto a él con las manos unidas y tocaron
sus pies. Pero ellos vieron que él estaba con el corazón apesadumbrado y que
sus ojos estaban llenos de lágrimas; esperaron ansiosos a que hablara. Entonces
Rama les contó lo que le habían dicho. «Estoy deprimido por estas calumnias»,
dijo, «dado que yo soy de una familia ilustre, y Sita no es de nacimiento menos
noble. Y Sita, para probar su inocencia, se sometió a ordalías por el fuego
ante todos vosotros, y el Fuego y el Viento y todos los dioses la declararon
inmaculada. Mi corazón sabe que ella es inocente. Pero la censura del pueblo me
ha destrozado: la mala fama es enfermedad para uno como yo, y es preferible la
muerte a esta desgracia. Por ello, Lakshmana, no hagas preguntas; en cambio
llévate a Sita contigo mañana a la ermita de Valmiki junto al Ganges, como
cumpliendo el deseo que ella manifestó hoy; y por mi vida y mis armas, no
busquéis hacerme cambiar de idea, yo os consideraré mis enemigos.» Y los ojos
de Rama se llenaron de lágrimas y se fue a su propio cuarto suspirando como un
elefante herido.
La
siguiente mañana Lakshamana trajo un buen carro y se dirigió a Sita, diciendo:
«Rama me ha ordenado que te lleve a las ermitas junto al Ganges de acuerdo con
tu voluntad.» Entonces, Sita, llevando costosos regalos, montó en el carro
ansiosamente. Al segundo día llegaron a la orilla del Ganges, cuya agua se
lleva todo pecado; pero Lakshmana pasó y lloró desesperadamente. Entonces Sita
le preguntó por qué lloraba. «¿Debido», dijo ella, «a que hace dos días que no
ves a Rama? Él es más querido a mí que la misma vida, pero no estoy tan triste
como tú. Llévame a través del río pasa visitar a los ermitaños que están allí y
regalarles mis regalos, y entonces regresaremos: realmente, yo estoy ansiosa
por ver a mi señor otra vez, cuyos ojos son como pétalos de loto, el pecho de
león, el mejor de los hombres.» Entonces Lakshmana envió por barqueros, y
cruzaron el río. Cuando estaban al otro lado, Lakshmana se pasó junto a Sita
con las manos juntas y le pidió que le perdonara y no le juzgara culpable,
diciendo: «Esto es un asunto demasiado doloroso para las palabras, de modo que
te contaré abiertamente que Rama ahora renuncia a ti, puesto que los ciudadanos
han hablado en contra tuya; él me ha ordenado que te deje aquí, como en
satisfacción de tu propio deseo. Pero no te apenes, dado que yo bien sé que tú
eres inocente, y tú podrás vivir con Valmiki, el amigo de nuestro padre.
¡Recuerda siempre a Rama y sirve a los dioses, así podrás ser bendecida!»
Entonces Sita se desvaneció; pero volvió en sí y protestó amargamente: «¡Ay de
mí! Debo haber pecado mucho en una vida pasada para ser así separada de mi
señor, aun siendo inocente. Oh Lakshmana, antiguamente no me resultaba
miserable vivir en el bosque, dado que yo podía ser sirviente de Rama. Pero
¿cómo puedo vivir allí sola ahora? Y ¿qué respuesta puedo dar a aquellos que me
preguntan qué pecado he cometido para ser desterrada así? Preferiría ser
ahogada en estas aguas, pero yo no podría traer la destrucción a la raza de mi
señor. Haz lo que Rama te ha ordenado, pero llévale este mensaje mío: “Tú
sabes, oh Rama, que yo estoy inmaculada y soy inmensamente devota a ti.
Entiendo que es por evitar la mala fama que renuncias a mí, y es mi deber
servirte incluso en esto. Un marido es el dios de una esposa, su amigo y su guru. Yo no sufro por lo que me
acontece, sino porque la gente ha hablado con maldad de mí.” Ve y di estas
cosas a Rama.» Entonces Lakshmana cruzó otra vez el río y fue a Ayodhya; pero
Sita fue de aquí para allá sin refugio y comenzó a llorar en voz alta. Entonces
la encontraron los hijos de Valmiki, y Valmiki fue hasta la vera del río y la
consoló, y la llevó a la ermita y la entregó a las esposas de los ermitaños
para que la abrigaran con cariño.
Lakshmana
encontró a su hermano sumergido en gran pena con sus ojos llenos de lágrimas;
él también estaba apenado, y tocó sus pies y se pasó con las manos unidas,
diciéndole: «Oh señor, he hecho todo lo que me has ordenado y he dejado esa
incomparable señora en la ermita de Valmiki. No deberías apenaste, dado que tal
es el trabajo del tiempo, que a su paso los sabios no se lamentan. Donde hay
crecimiento hay caída; donde hay prosperidad hay también ruina; donde hay
nacimiento debe haber también muerte. Por ello, el apego a la esposa, o hijos,
o amigos, o riquezas es equivocado, dado que finalmente la separación es
segura. No deberías dar lugar a tu pena delante del pueblo, si no ellos te
culparán otra vez».
Entonces
Rama se calmó y agradeció las palabras y amor de Lakshmana; le mandó a buscar a
los sacerdotes y consejeros quienes esperaban, y se ocupó así mismo otra vez
con los deberes del Estado. Pero nadie había venido ese día por ningún asunto,
dado que en los tiempos de Rama no había pobreza ni enfermedad y nadie buscaba
desagravios. Pero al marcharse Lakshmana vio un perro que esperaba junto a la
puerta y ladraba, y le preguntó cuál era su asunto. El perro contestó: «Yo
quisiera contárselo directamente a Rama, que es el refugio de todas las
criaturas, y proclama “No temáis nada” a todas ellas.» Entonces Lakshmana volvió
hasta Rama y le informó, y Rama mandó llevas el perro hasta él. Pero el perro
no quería entrar, diciendo: «Nosotros somos los peor nacidos y no podemos
entrar en las casas de los dioses o reyes o brahmanes.» Entonces Lakshmana
llevó su mensaje a Rama; pero él otra vez le envió en busca del perro y le dio
permiso para entrar, a quien esperaba en la puerta.
La justicia de Rama
El
perro entró y se sentó frente a Rama, y rogó su verdad y pidió su perdón; Rama
preguntó: «¿Qué puedo hacer por vos? ¡Hablad sin miedo!» Entonces el perro
relató cómo un cierto brahmán mendigo había golpeado sin causa, y Rama mandó a
buscar al brahmán, y éste vino y preguntó qué quería Rama de él. Entonces Rama
razonó con él, diciendo: «Oh doblemente nacido, vos habéis herido a este perro,
quien no os había herido. Mira, el enojo es la peor de las pasiones, es como
una afilada daga y roba toda virtud. Mayor es la maldad que puede ser traída
por falta de autocontrol que por la espada, o una serpiente, o un enemigo
implacable.» El brahmán contestó: «Yo había estado buscando almas y estaba
cansado y enojado, y este perro no se iba, aunque yo se lo pedía. Pero, oh rey,
soy culpable de error, y vos deberíais castigarme, y así podré escapar del
temor al infierno.»
Rama
consideró cuál podía ser un castigo adecuado; pero el perro solicitó: «Nombrad
a este brahmán cabeza de familia.» Entonces Rama le honró y le hizo marchar
montado sobre un elefante; ante esto los consejeros estaban asombrados. A ellos
Rama les dijo: «Vosotros no entendéis este asunto; el perro en cambio sí sabe
lo que significa.» Entonces el perro dirigido por Rama explicó: «Yo fui una vez
cabeza de familia, y serví a dioses y brahmanes, alimentaba a los sirvientes
antes de tomar mi comida, yo era amable y benevolente y aun así he caído en
este estado lamentable. Oh rey, este brahmán es cruel e impaciente por
naturaleza, y entonces él fallará en sus deberes de cabeza de familia y caerá
en el infierno.» Entonces Rama reflexionó acerca de las palabras del perro,
pero éste se marchó y se recogió a sí mismo en penitencia en Benarés.
En
otra oportunidad vino un brahmán a las puertas del palacio sosteniendo el
cuerpo muerto de su hijo, y gimiendo: «Oh mi hijo, tú no tenias sino catorce
años de edad, y yo no sé qué pecado he cometido por el cual te has muerto;
nunca he mentido, o herido a un animal, o hecho algún otro pecado. Debe ser por
alguna otra razón que te has ido al reino de Yama. Realmente, debe ser que el
rey ha pecado, si no esas cosas no podrían suceder. Por ello, oh rey, dadle a
él otra vez la vida; o, si no, ¡ni esposa y yo moriremos aquí a tus puertas,
como aquellos que no tienen rey.»
Entonces
Rama reunió un consejo de ocho jefes brahmanes, y Narada cogió la palabra y
explicó a Rama cuál había sido la causa de la muerte prematura del niño. Le
numeró cuatro épocas. «Y ahora, oh rey, la época Kali ha comenzado ya, dado que
un shudra ha comenzado a practicar penitencias en el reino, y por esta causa el
niño ha muerto. Desentrañad este asunto y señalad esas malas acciones, de modo
que la virtud de vuestros súbditos pueda aumentar y este niño pueda ser
restituido a la vida.»
Entonces Rama ordenó preservar el cuerpo del
niño en aceite dulce, pensó en el carro autoconducido Pushpaka y éste supo de
sus pensamientos y vino directamente hacia él. Entonces Rama montó en el carro
y buscó en cada punto cardinal; pero no encontró pecado en el Oeste ni en el
Norte, y el Este estaba claro como el cristal. Sólo en el Sur, junto a una
charca sagrada, encontró a un yogui haciendo el pino practicando la más severa
de las disciplinas, y Rama le preguntó: «Oh vos bendito y devoto, ¿quién eres
tú, cuál tu color y qué buscas conseguir, el cielo o alguna otra cosa?» Y el
yogui contestó: «Oh gran Rama, yo soy de los shudras, y es por el cielo que
hago esta penitencia.» Entonces Rama sacó la espada y cortó la cabeza del
yogui, y los dioses hicieron llover flores y agradecieron la acción; pero el
yogui shudra alcanzó la morada de los celestiales. Ahora Rama pidió a los
dioses: «Si estáis conformes conmigo, restituid la vida al hijo del brahmán y
así cumpliréis mi promesa.» Ellos lo aseguraron y Rama volvió a Ayodhya.
Mientras
tanto Sita, viviendo en la ermita de Valmíki, dio a luz a dos hijos, y ellos se
llamaron Kusha y Lava; crecieron en la ermita del bosque y Valmiki les enseñó
sabiduría, y él hizo este libro del Ramayana
en shiokas y les dio habilidad
para la recitación.
Los hijos de Rama
En
esos días Rama preparaba un sacrificio de caballo, dejando en libertad a un
caballo azabache con marcas de suerte para que pudiera deambular a donde
quisiera, y Lakshmana lo siguió. Entonces él invitó a todos los osos y los
monos, y a Vibhishana y a reyes extranjeros, y a los rishis y otros ermitaños
de cerca y lejos, a estas presentes en la ceremonia final. Y durante el año en
que el caballo deambuló regaló incalculables riquezas; sin embargo, los tesoros
de Rama no fueron disminuidos de forma alguna. ¡Nunca antes hubo un Ashwamedha así en el mundo!
Kusha
y Lava fueron con Valmiki a la ceremonia, y Valmiki les dijo que recitaran el Ramayana en todas partes, y si alguno
les preguntaba, que se presentaran a sí mismos como discípulos de Valmiki. Así
fueron ellos por ahí, cantando las acciones de Rama; Rama oyó hablar de ellos,
y convocó una gran asamblea de brahmanes y todo tipo de gramáticos, artistas y
músicos, y delante de ellos cantaron los niños ermitaños. Sus canciones eran
maravillosas y deliciosas, y nadie se cansaba de oírlas; en cambio, todos
devoraban a los niños con los ojos y murmuraban: «¡Son tan parecidos a Rama
como una burbuja se parece a otra!» Cuando Rama les fue a entregar las
riquezas, ellos le dijeron: «Vivimos en el bosque, ¿de qué nos serviría el
dinero?» Y cuando él les preguntó quién había compuesto esa canción, ellos
contestaron: «Valmiki, que es nuestro maestro. Y, oh rey, si la historia de
vuestras proezas os deleita, escuchadla toda durante el ocio.»
Entonces
Rama escuchó la historia día tras día, y por ella supo que Kusha y Lava eran
hijos de Sita. Entonces Rama mencionó el nombre de Sita frente a la asamblea, y
envió un mensajero para preguntar a los ermitaños si ellos garantizarían su
fidelidad y preguntarle a ella misma si quería dar prueba de su inocencia otra
vez. «Pregúntale», dijo, «si ella juraría delante de la gente para asegurar su
propia pureza y la mía.» Los ermitaños enviaron el mensaje de que ella iría, y
Rama se alegró de ello, asignando el día siguiente para tomar el juramento.
Cuando
el momento acordado había llegado, y todos estuvieron sentados en la asamblea,
inmóviles como montañas, Valmiki se adelantó y Sita le siguió con la mirada
baja, las manos unidas y lágrimas que le caían por el rostro, y se alzó un
grito de bienvenida y un murmullo en la asamblea cuando ellos vieron a Sita
siguiendo a Valmiki así, como los vedas seguían a Brahma. Entonces Valmiki
habló frente a la gente y dijo a Rama: «Oh hijo de Dasharatha, aunque Sita es
pura y sigue la senda de la rectitud, tú renunciaste a ella junto a mi ermita
debido a la censura de la gente. Permite ahora que ella dé testimonio de su
pureza. Y, oh Rama, yo mismo, que persigo la verdad, os digo que estos niños
mellizos son vuestros hijos. También juro delante de ti que si algún pecado se
encontrara en Sita yo renunciaré al fruto de todas las austeridades que he
practicado por muchos miles de años. » Entonces Rama, viendo a Sita de pie
frente a la asamblea como una diosa, con las manos unidas, replicó: «Oh gran
hombre, tú eres cada virtud, y tus palabras me convencen de la pureza de Sita.
Yo reconozco a estos hermanos Kusha y Lava como mis hijos. Pero Sita debe dar
testimonio ella misma, por el bien de aquellos que han venido hasta aquí a ser
testigos de su confesión.»
Sita es llevada de vuelta por la Tierra
Entonces
allí soplaba un dulce, fresco, fragante aire, un divino céfiro tal como solía
soplar sólo en la época dorada, y el pueblo estaba asombrado de que este aire
soplara también en la segunda época. Pero Sita, con la mirada baja y sus palmas
juntas, dijo: «Yo no he pensado nunca en nadie que no sea Rama ni siquiera en
mi corazón: como esto es verdad, la diosa de la tierra puede ser mi protección.
Yo he orado siempre con la mente y el cuerpo y las palabras por el bienestar de
Rama, y por esto yo pido a Vasundhara que me reciba.»
Entonces
un trono celestial surgió desde adentro de la tierra, originado en la cabeza de
poderosas nagas y cubierto de brillantes joyas; y la
Tierra estiró sus brazos hacia afuera y dio la bienvenida a Sita y la
estableció en el trono, y el trono se hundió otra vez. Ante ello los dioses
gritaron pidiendo por Sita, y todos los seres de la tierra y el cielo se
llenaron de asombro y expectativa, dado que un único lugar y en un solo momento
se tragara todo el universo de una vez.
Pero
Rama se sentó golpeado y apenado con la cabeza colgando, y sobrecogido por la
pena y el enojo por la desaparición de Sita delante de sus ojos, y hubiese
destruido a la misma Tierra para que ella le devolviese a Sita. Pero Brahma
dijo: «Oh Rama de firmes votos, no deberías apenarte; mejor recuerda que tu
cabeza es esencialmente divina y piensa en ti como siendo Vishnu. Sita no tiene
pecado y es pura, y por su virtud ella se ha ido a la morada de las nagas; pero tú estarás con ella en el
cielo. Escucha ahora el final de la historia de Valmiki, y tú sabrás tu futura
historia», y con esto Brahma y los dioses volvieron a su propio sitio, y Rama
fijó la mañana para oír el Uttara Kanda.
Los últimos días de Rama
Pero
ahora Rama tenía el corazón apesadumbrado, y el mundo entero parecía vacío sin
Sita, por lo que no podía tener paz. Dio a los monos, a los reyes y a los
ermitaños regalos, y les hizo retomar a sus propios hogares; hizo una imagen
dorada de Sita para compartir con ella el desarrollo de los ritos sagrados, y
mil años pasaron, mientras todos las cosas prosperaban en el reino de Ayodhya.
Entonces Kaushalya y Kaikeyi murieron, y se unieron al rey Dasharatha en el
cielo. Bharata reinó en Kekaya, y Satrughna fue rey de Madhu, mientras que los
hijos de Lakshmana fundaron reinos propios.
Con
el tiempo vino al palacio de Rama el poderoso yogui Tiempo, y Rama le honró. Se
nombró a sí mismo Tiempo, procreado por Narayana en Maya, y le recordó a Rama
toda su propia bondad y todo lo que él había alcanzado en el cielo y en la
tierra. «Oh señor del Mundo», dijo, «tú has nacido en la tierra para la
destrucción del rakshasa de los Diez Cuellos y te has comprometido a vivir en
la tierra por once mil años. Ahora culmina ese período y el gran señor me ha
enviado para deciros: ¿Reinarás aún más tiempo sobre los hombres o regresarás
al señorío de los dioses?» Entonces Rama rezó al yogui y dijo que él estaba en
lo cierto, y si por él fuera volvería a su propio sitio.
Pero
Lakshmana se había marchado ya de su casa e ido a las orillas del Sarayu a
practicar grandes austeridades, y allí los dioses hicieron llover flores sobre
él, e Indra lo levantó de la tierra y lo regresó a su propia ciudad, de modo
que todos los dioses, viendo la cuarta parte de Vishnu regresando a ellos, se
alegraron y comenzaron a adorarlo. Entonces Rama seguiría la misma senda, y
buscó a su hermano Bharata para ser rey de Ayodhya, pero él se negó y dijo que
establecería a los hijos del rey, Kusha y Lava, en Kosala norte y sur; Rama lo
concedió y ellos fueron instituidos en el trono y gobernaron sobre las nuevas
ciudades de Kushavati y Sravanti; pero Ayodhya se vaciaría del todo de gente,
dado que el pueblo en su totalidad seguiría a Rama cuando él se marchara.
Noticias de estos asuntos llegaron a Satrughna también, y él estableció a sus
dos hijos en el trono de Mathura y se apresuró a regresar adonde se encontraba
Rama. Oyendo que Rama se marchaba, los monos, nacidos de los dioses, fueron a
Ayodhya a verlo, y Sugriva dijo: «Yo he establecido a Angada sobre el trono de
Kishkindha y te seguiré. »
Entonces
Rama consintió el deseo de todos los monos de seguirle, pero a Hanuman le dijo:
«Ya se ha determinado que tú vivirás para siempre: sé feliz en la tierra tanto
como la historia sobre mí perdure.» A Jambavan y a algunos otros Rama concedió
vida hasta el fm de la época de Kali, y a otros osos y monos les dio libertad
para seguirle. A Vibhishana le dio buenos consejos acerca de cómo gobernar y le
dijo que siempre adorara a Jagannatha, señor del mundo.
Al
día siguiente Vashishtha preparó todos los ritos debidos a aquellos que se
marchan al otro mundo, y todos los hombres que siguieron a Rama y los brahmanes
partieron para Sarayu. Hasta allí se dirigieron Bharata, Lakshmana y Satrughna
y sus esposas, y los consejeros y sirvientes, y toda la gente de Ayodhya, con
las bestias y pájaros y la menor cosa que respiraba, y los osos y rakshasas y
monos siguieron a Rama con los corazones felices.
Cuando
llegaron a Sarayu, Brahma, el gran señor, llegó hasta allí con el pueblo divino
y cien mil carros divinos, y el viento del cielo sopló y llovieron flores desde
el cielo sobre la tierra. Entonces Brahma dijo a Rama: «¡Ay de mí, oh Vishnu!
Entra, con tus hermanos, otra vez de cualquier forma que tú quieras, sé el
refugio de todas las criaturas, y más allá del ámbito del pensamiento o las
palabras, desconocido por cualquiera, sálvate Maya.» Entonces Vishnu entró al
cielo en su propia forma, con sus hermanos, y todos los dioses se inclinaron
ante él y se alegraron. Entonces dijo Vishnu al gran señor: «Os concierne
encontrar el sitio apropiado a toda esta gente que me ha seguido por amor,
renunciando a sí mismos por mi bien.» Entonces Brahma designó sitios en los
cielos para todos aquellos que habían seguido a Rama, y los osos y los monos
asumieron sus formas divinas, siguiendo la forma de aquellos que los habían
procreado. Entonces todos los seres allí reunidos entraron en las aguas del
Sarayu, alcanzando el estado divino, y Brahma y los dioses regresaron a su
propia morada.
Así termina el Ramayana,
venerado por Brahma y hecho por Valmiki. Aquel que no tenga hijos
conseguirá un hijo aun leyendo un verso del estado de las cosas de Rama. Todo
pecado se limpia en aquellos que lo leen o lo oyen leer. Aquel que recita el Ramayana tendrá ricos regalos de vacas y
oro. Vivirá mucho tiempo el que lea el Ramayana,
y será honrado, con sus hijos y nietos, en este mundo y en el cielo.
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