Entonces
Drona, viendo que sus alumnos habían completado su educación, solicitó a
Dhritarashtra, el rey, permiso para llevar a cabo un torneo, en que todos
tendrían una oportunidad de exhibir su habilidad. La petición fue aceptada
inmediatamente, y comenzó la preparación para la gran ocasión. Se eligió el
terreno, y los ciudadanos fueron reunidos mediante proclamas para estar
presentes en las ofrendas de sacrificios para su consagración en un día
propicio. Las palestras fueron niveladas y equipadas, y un gran salón fue
construido para las reinas y sus damas, mientras que tiendas y tribunas se
ubicaron para los espectadores en puntos estratégicos.
Y
cuando el día señalado para el torneo llegó el rey cogió su sitio, rodeado de
sus ministros y precedido de Bhishma y los anteriores tutores de los príncipes.
Entonces Gandhari, la madre de Duryodhana, y Kunti, la madre de los Pandavas,
con ricos vestidos y joyas y atendidas por sus séquitos, cogieron los sitios
que habían sido reservados para ellas. Y nobles, brahmanes y ciudadanos dejaron
la ciudad y se acercaron apresuradamente al lugar, hasta que por el sonido de
tambores y trompetas y el clamor de las voces la gran reunión pareció un
agitado océano.
Finalmente
Drona entró a la palestra, con sus blancos cabellos y vestido de blanco,
luciendo como la misma Luna apareciendo en un cielo sin nubes, mientras que
junto a él su hijo Ashvatthaman parecía una estrella acompañante.
A
continuación se celebraron ceremonias de propiciación, y entonces, cuando se
extinguió el canto de los himnos védicos, fueron traídas las armas, se oyó el
resonar de las trompetas y los príncipes entraron en procesión encabezados por
Yudhishthira.
Entonces
comenzó el más maravilloso despliegue de habilidades. La lluvia de flechas era
tan densa y constante que pocos espectadores podían sostener sus cabezas
erguidas sin alterarse, y la puntería de los poderosos arqueros era tan segura
que ni una sola flecha perdió su blanco. Cada una, con el nombre de su dueño
grabado, fue encontrada en el preciso blanco a que había sido disparada. Luego
saltaron sobre el lomo de vigorosos caballos, y saltando y corriendo,
volviéndose a un lado y a otro, continuaron disparando a los blancos. Entonces
los caballos fueron dejados y cambiados por carros, y conduciendo dentro y
fuera, haciendo carreras. volviéndose, frenando a sus corceles o
apresurándoles, según demandaba la ocasión, los combatientes continuaron
exponiendo su agilidad, su precisión y sus recursos.
Luego
saltando de los carros, y cogiendo cada hombre su espada y escudo, los
príncipes comenzaron a esgrimir su habilidad con las espadas. Entonces, como
dos grandes montañas y sedientos de batalla, Bhima y Duryodhana salieron a la
arena, con la porra en sus manos, para un combate individual.
Tonificándose,
y reuniendo toda su fuerza, los dos guerreros dieron un poderoso rugido y
comenzaron a correr a toda velocidad de la forma usual, a derecha e izquierda,
circunvalando la palestra, hasta que llegó el momento del choque y el ataque
mímico, en que cada uno procuraría vencer a su oponente apelando a su mayor
destreza. Y el brillo de la batalla era tal en los dos príncipes que la enorme
asamblea allí reunida se contagió y se dividió según sus simpatías, algunos por
Bhima, otros por Duryodhana, hasta que Drona vio que era necesario parar la
contienda, dado que de no haberlo hecho ésta hubiera degenerado en una pelea
real.
Entonces
el mismo maestro entró a la palestra y silenciando la música por un instante,
con una voz como la de un trueno de tormenta, presentó a Arjuna, su más adorado
discípulo. La real Kunti, madre de los Pandavas, fue arrebatada de placer ante
la aclamación que recibía su hijo, y hasta que ésta no se hubo aquietado un
poco éste no pudo comenzar a exponer su destreza con las armas. Pero tal era el
poder y brillantez de Arjuna que pareció como si con un arma hubiera creado
fuego, con otra agua, con una tercera montañas y como si con una cuarta todas
éstas se hubieran hecho desaparecer. De repente él parecía alto y otra vez
bajo. De repente él aparecía luchando con espada y maza, de pie en la pértiga o
en la yunta de su carro; luego en un momento sería visto sobre el carro y en
otro instante estaba luchando en el campo. Y con sus flechas acertaba todo tipo
de blancos. Ahora, como por un solo disparo, soltó cinco flechas en la boca de
un verraco de hierro giratorio. Otra vez descargó veintiuna flechas en el
agujero de un cuerno de vaca que se balanceaba de un sitio a otro pendiendo de
la cuerda de la que colgaba. Así mostró su habilidad en el uso de la espada, el
arco y la maza, caminando en círculos alrededor de la palestra.
La entrada de Karna
Justo
cuando la exhibición de Arjuna estaba terminando se oyó un gran ruido que venía
desde la puerta como si un nuevo combatiente estuviese a punto de comenzar en
la palestra. La asamblea entera se dio vuelta como un solo hombre, y Duryodhana
con sus cien hermanos se pararon precipitadamente y se detuvieron con las armas
apuntadas, mientras Drona estaba en el medio de los cinco príncipes Pandavas
como la Luna en medio de una constelación de cinco estrellas.
Entonces,
entró el héroe Karna, centro de todas las miradas, magnífico con sus armas y su
hombría. Y lejos, en la tribuna de las reinas, la real Kunti tembló por volver
a ver al hijo que había abandonado largo tiempo atrás, temiendo revelar su
nacimiento divino. Dado que, cosa que nadie sabía, el mismo Sol había sido el
padre de Karna, y Kunti, convertida más tarde en madre de los Pandavas, había
sido su madre.
Ahora
él era realmente digno de ser observado. ¿No era él en realidad una emanación
del ardiente y brillante Sol? Sus proporciones lo hacían como un gran
acantilado. De hermosa figura, poseía innumerables atributos. Era de estatura
alta, como una palmera dorada, e, imbuido del vigor de la juventud, era incluso
capaz de dar muerte a un león. Inclinándose respetuosamente ante su maestro, se
volvió hacia Arjuna, y como quien desafía, declaró que había venido a superar
la actuación que acababan de observar. Una conmoción atravesó la gran
audiencia, y Duryodhana mostró abiertamente su agrado. ¡Pero, ay de mí! El
principesco Arjuna enrojeció de furia y desprecio. Entonces, con autorización
de Drona, el poderoso Kama, deleitándose al pensar en la batalla, cumplió su
palabra e hizo todo lo que Arjuna había hecho antes que él. Y cuando su
despliegue de habilidad terminó fue abrazado y aclamado por todos los hijos de
Dhritarashtra, y Duryodhana le preguntó qué podía hacer por él. «¡Oh príncipe»,
dijo Kama en respuesta, «sólo tengo un deseo, y es entablar lucha con Arjuna!»
Arjuna, mientras tanto, enardecido por el resentimiento por lo que consideraba
un insulto a su persona, dijo tranquilamente a Kama: «¡El día llegará, oh Kama,
en que te mate!»
«¡Habla
en flechas», respondió clamorosamente Karna, «que con flechas este mismo día
haré volar tu cabeza delante de tu mismo maestro! »
Karna y Arjuna
Entonces
desafiado à outrance, Arjuna avanzó y tomó su sitio para el combate individual.
Y Kama así mismo avanzó y se paró enfrentándosele.
Arjuna
era el hijo de Indra, tal como Karna había nacido del Sol, y mientras los
héroes se enfrentaban el uno al otro, los espectadores se dieron cuenta de que
Arjuna estaba cubierto por la sombra de las nubes, que sobre él se extendía el
arco iris, el arco de Indra, y que bandadas de gansos salvajes, volando sobre
su cabeza daban un aspecto risueño al cielo. Pero Karna permaneció iluminado
por los rayos del Sol. Y Duryodhana se aproximó a Karna, mientras Bhishma y
Drona se mantuvieron cerca de Arjuna. Arriba en la tribuna real se oyó gemir y
caer a una mujer.
Entonces
el maestro de ceremonias avanzó y clamó la estirpe y títulos de Arjuna, una
estirpe y títulos que eran por todos conocidos. Y habiendo hecho esto, esperó
desafiando al caballero rival a mostrar un linaje similar, dado que los hijos
de los reyes no pueden luchar con hombres de inferior origen.
Ante
estas palabras Karna palideció y su cara se transformó por la emoción
contenida. Pero Duryodhana, ansioso por ver a Arjuna derrotado, exclamó: «¡Si
Arjuna sólo quiere luchar con un rey, déjame ya mismo entronizar a Karna como
rey de Anga!»
Como
por arte de magia, los sacerdotes se adelantaron cantando; un trono de oro fue
traído; arroz, flores y el agua sagrada fueron ofrendados, y sobre la cabeza de
Karna fue alzado el paraguas real, mientras colas de yak ondeaban a su
alrededor en cada lado. Luego, entre los vivas de la multitud, Karna y
Duryoclhana se abrazaron y se juraron amistad eterna.
En
ese mismo momento, inclinado y temblando por su vejez y debilidad, pobremente
vestido, y sosteniéndose sobre un bastón, se vio entrar un anciano a la
palestra. Y todos los presentes lo reconocieron como Adhiratha, uno de los
aurigas de la servidumbre real. Pero cuando la mirada de Kama lo encontró
rápidamente dejó su trono y fue y se inclinó ante el anciano hombre que
descansaba sobre su bastón, y tocó sus pies con esa cabeza que aún estaba
húmeda con el agua sagrada de la coronación. Adhiratha abrazó a Karna y lloró
de orgullo por haber sido Kama hecho rey, llamándole hijo.
Bhima,
de pie entre los héroes Pandavas, rió fuertemente mofándose. «¡Qué! ¿Qué héroe
es éste?», dijo. «Parece, señor, que el látigo es tu verdadera arma. ¿Cómo
puede ser rey quien es hijo de un cochero?»
Los
labios de Karna temblaron, pero por única respuesta juntó sus brazos y alzó su
vista al Sol. Pero Duryodhana montó en cólera, y dijo: « ¡El linaje de los
héroes es siempre desconocido! ¿Qué importa de dónde ha venido un hombre
valiente? ¿Quién pregunta por el origen de un río? ¿Un tigre como éste ha
nacido alguna vez de sirvientes? Pero aunque esto fuera así, él es mi amigo, y
bien merece ser el rey del mundo entero. ¡Dejadle a él, quien no tiene ninguna
objeción que hacer, arquear el arco que Karna arquea!»
Fuertes
aplausos de aprobación estallaron entre los espectadores, pero el Sol cayó.
Entonces Duryodhana, cogiendo a Karna por la mano, lo condujo fuera de la arena
iluminada por lámparas. Y los hermanos Pandavas, acompañados por Bhishma y
Drona, volvieron a sus respectivos lugares. Sólo a Yudhishthira le perturbaba
la idea de que nadie podía vencer a Karna. Y Kunti, la reina-madre, habiendo
reconocido a su hijo, apreciaba la idea de que después de todo él era rey de
Anga.
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