Notas sobre Daksha y Shiva
Sucede
constantemente en la historia de la literatura india que una nueva ola de
teología se convierte en la ocasión para recapitular una teoría más vieja del
origen del universo. Este hecho es una suerte para los estudiosos posteriores,
dado que sin ello no tendríamos una clave en la mayor parte de los casos para
las concepciones antiguas. En ese orden, debemos entenderlo, está la historia
de Daksha. Los promulgadores de las visiones arias y sánscritas establecieron
que Brahma había sido, nablando vagamente, el creador de los mundos. Pero entre
aquellos para los cuales él era sagrado creció, debemos recordarlo, la
filosofía de la maldad inherente y dualidad de la existencia material. Y con el
perfeccionamiento de esta historia se hizo popular el nombre de un nuevo dios,
Shiva o Mahadeva, personificando la iluminación espiritual. Ahora, ¿qué papel
pueden haber desempeñado, en la evolución del cosmos, estas diferentes
divinidades? Éste era un mundo en que el bien traía la maldad, y la maldad
traía el bien, y el bien sin el mal era una mera contradicción de términos.
¿Cómo, entonces, podía ser hecho el Gran Dios responsable por algo tan
desastroso? Lisa y llanamente, no podía ser culpado.
Por
ello se elaboró el mito de que Brahma había primero creado cuatro jóvenes
hermosos para ser los progenitores de la humanidad, y que ellos se habían
sentado en las orillas del lago Manasa rovara para rezar. Repentinamente se les
acercó Shiva en la forma de un gran cisne —el prototipo de los Paramahamsa, o
cisne supremo, el representante de un alma emancipada— que nadaba de acá y para
allá, advirtiéndoles que el mundo a su alrededor era una ilusión y una
esclavitud, y que su única forma de escapar estaba en negarse a convertirse en
padres. Los jóvenes oyeron y comprendieron, y, sumergidos en meditación,
permanecieron en las orillas del lago divino, inservibles para cualquier
propósito del mundo. Entonces Brahma creó a los ocho señores de la creación,
los Prajapatis, y fueron ellos quienes hicieron el desorden que es llamado este
mundo.
La
historia de las ideas es tal vez la única historia que puede ser seguida
claramente en la India, pero ésta puede ser trazada con una claridad
maravillosa. En este punto de la historia de Brahma, en que crea a los
Prajapatis, en una historia cuyo claro objetivo es mostrar el papel jugado por
Shiva en el proceso de creación, es obvio que estamos tirando repentinamente
por la borda la totalidad de una más antigua cosmogonía. El hecho recíproco, de
que los dioses de esa mitología se están encontrando por primera vez con una
nueva serie de concepciones más espirituales y más éticas de las que les han
sido familiares hasta aquí, es igualmente indiscutible según prosigue la
historia. Uno de los nuevos Prajapatis tiene una convicción establecida
—suficientemente incongruente en una nueva creación, pero natural en el caso de
gran señorío—: que él mismo es Señor Supremo de los hombres y los dioses, y es
muy lamentable para su desilusión y disgusto ver su rango y sus pretensiones
ignoradas por ese dios que es conocido como Shiva o Mahadeva. En el mero hecho
de la inmediatez de la ofensa dada, y en lo inesperado del desaire, tenemos una
indicación adicional de que estamos tratando con la introducción de un nuevo
dios al panteón hindú. Él será hecho miembro de su circulo familiar por un
ardid que es al mismo tiempo antiguo y eternamente nuevo. El jefe
Prajapati-Daksha tenía una hija llamada Sati, que es la misma encarnación de la
piedad y la devoción femeninas. El alma entera de esta dama es entregada en
secreto a la adoración y amor al Gran Dios. En ese momento ella es la última
hija soltera de su padre, y el momento para que sea pedida en matrimonio y
compromiso no puede demorarse mucho más. Se anuncia por ello que el swayamvara —la ceremonia de elección de
su propio marido realizada por la hija de un rey— ha de celebrarse y las
invitaciones son emitidas a todos los dioses y príncipes elegibles. Sólo Shiva
no es invitado, y es a Shiva a quien el corazón de Sati está entregado
irrevocablemente. Entrando en el pabellón donde se realiza la elección nupcial,
por ello, con la guirnalda matrimonial en la mano, Sati hace una suprema
apelación: «¡Si soy realmente Sati», exclamó, lanzando la guirnalda al aire,
«entonces tú, Shiva, recibe mi guirnalda!» E inmediatamente él estaba allí en el
medio de todos ellos con su guimalda alrededor del cuello. La historia del
posterior desarrollo de las hostilidades ya ha sido relatada.
Antigua
como es ahora la historia de la boda de la hija del más viejo Señor de la
Creación con el recién llegado entre los dioses, está claro que en este momento
Daksha era ya tan viejo que el origen de su cabeza de cabra ya había sido
olvidado, y parecía requerir explicación por el inundo del momento en que se
aceptó a Shiva. Para una época anterior al nacimiento del budismo puede haber
sido suficientemente familiar, pero la predicación de esta fe a lo largo y a lo
ancho de la India debe, para este momento, haber educado a la gente a demandar
atributos morales y espirituales en sus deidades en lugar de una mera
desordenada colección de poderes cósmicos, y así entrenados, ellos volvieron,
parecería, a la concepción de Daksha como algo de cuyo significado se habían
olvidado.
Sugestiones de mitos
anteriores
Señales
de algo aún más antiguo serán vistas en el próximo acto de este drama sagrado,
cuando Shiva. vencido por la pena, avanza a zancadas por la tierra, destruyendo
todo, soportando el cuerpo de la muerta Sati sobre su espalda. El suelo se
seca, las plantas por tanto también y las cosechas se malogran. lbda la naturaleza
tiembla bajo la pena del Gran Dios. Entonces Vishnu, para salvar a la
humanidad, va detrás de Shiva y, tirando violentamente su disco una y otra vez,
corta en pedazos el cuerpo de Sati, hasta que el Gran Dios, consciente de que
el peso ha desaparecido, se re-tira solo a Kailas para sumirse una vez más en
su eterna meditación. Pero el cuerpo de Sati ha sido cortado en cincuenta y dos
pedazos, y dondequiera que un fragmento tocara la tierra un santuario de la
madre-adorada se establecía, y Shiva mismo brillaba ante él suplicante como un
guardián de ese sitio.
Toda
esta historia trae otra vez a nosotros vivamente la búsqueda de Persefone por
Demetrio, la gran diosa, ese hermoso mito griego del invierno nórdico; pero en
los cincuenta y dos trozos del cuerpo de Sati recordamos irresistiblemente los
setenta y dos fragmentos de otro cuerpo muerto, el de Osiris, que fue buscado
por lsis y encontrado en el ciprés en Byblos. El año más viejo se dijo que
había sido uno de dos estaciones, o setenta y dos semanas. De modo que el
cuerpo de Osiris podría tal vez significar el año entero, dividido en sus más
calculables unidades. En la historia más moderna nos encontramos ocupándonos
otra vez de un número característico de semanas del año. Los fragmentos del
cuerpo de Sati son cincuenta y dos. ¿Representa ella, entonces, alguna antigua
personificación que puede haber sido la raíz histórica de nuestro actual
recuento?
De
un modo general, como sabernos, las diosas son muy anteriores a los dioses, y
es interesante ver que en el mito más antiguo de Egipto es la mujer la que es
activa, la mujer que busca y se lleva el cuerpo de un hombre. La comparativa
modernidad de la historia de Shiva y Sati es vista, entre otras cosas, en el
hecho de que su esposo busca, encuentra y acarrea a la esposa.
Uma
Satí
vuelve a nacer corno hija de la gran montaña Himalaya, cuando su nombre era
Urna, siendo su nombre familiar Haimavati en su nacimiento; otro nombre que
ella tenía era Parvati, hija de la montaña. Su hermana mayor era el río Ganga.
Desde su niñez Urna fue devota a Shiva, y ella se marchaba furtivamente por la
noche para ofrecer flores y frutos y encender luces ante la columna (monolito).
Un deva, también, un día predijo que ella se convertiría en esposa de un gran
dios. Esto despertó el orgullo de su padre, por lo que estaba ansioso por que
ella se comprometiera en matrimonio; pero nada podía hacerse, dado que Shiva
permanecía inmerso en profunda contemplación, inconsciente de todo lo que
sucedía, estando toda su actividad volcada a su interior. Urna se convirtió en
su sirviente y atendía todos sus requerimientos, pero no podía distraerle de la
práctica de austeridades o despertar su amor.
Por
esa época un terrible demonio llamado Taraka atacaba repetidamente a los dioses
y al mundo, cambiando todas las estaciones y destruyendo sacrificios; no podían
los dioses vencerlo, dado que en una época pasada había conseguido su poder del
mismo Brahma practicando austeridades. Los dioses, entonces, fueron hasta
Brahma y le rogaron su ayuda. Éste explicó que no sería adecuado que él actuara
en contra del demonio, a quien él mismo había dado poderes; pero prometió que
un hijo nacería de Shiva y Parvati, que llevaría a los dioses a la victoria.
El
jefe de los dioses, hidra, se dirigió a Kamadeva, o Deseo, el dios del Amor, y
le explicó la necesidad de su colaboración. Deseo acordó prestar su ayuda y
partió con su esposa, Pasión, y su compañero la Primavera a la montaña donde
habitaba Shiva. En esa estación los árboles estaban dando nuevas flores, la nieve
se había ido y los pájaros y las bestias se estaban apareando; sólo Shiva
permanecía inmóvil en su sueño.
Incluso
Deseo estaba desalentado hasta que tomó nuevo coraje ante la vista del amor de
Urna. Eligió un momento en que Shiva comenzó a relajar su concentración y en
que Parvati se aproximó para adorarlo; apuntó con su arco y estaba a punto de
disparar cuando el Gran Dios lo vio y disparó un rayo de fuego desde su tercer
ojo, consumiendo totalmente a Deseo. Shiva partió dejando a Pasión inconsciente,
y Parvati fue llevada por su padre. Desde ese momento Manga, «Sin Cuerpo», ha
sido uno de los nombres de Kamadeva, dado que él no fue muerto, y mientras
Pasión lamentaba la perdida de su señor una voz le dijo: «Tu amante no está
perdido para siempre; cuando Shiva se case con Urna restituirá el cuerpo de
Amor a su alma, un regalo de boda para su joven esposa.»
Parvati
reprobó su inútil belleza, dado que ¿de qué sirve ser bella, si ningún amante
ama esa belleza? Ella se convirtió en una sannyasini,
una anacoreta, y estando lejos de toda joya, con el cabello despeinado y un
vestido de ermitaña hecho de corteza, ella se retiró a una montaña solitaria y
pasó su vida meditando en Shiva y practicando austeridades tales como las que
son apreciadas por él. Un día un joven brahmán la visitó, dándole
felicitaciones por la constancia de su devoción, pero le preguntó por qué razón
perdía su vida en autonegación cuando ella tenía juventud y belleza y todo lo
que su corazón podía desear. Ella contó su historia y dijo que desde que Deseo
estaba muerto no vio otra forma de conseguir la aprobación de Shiva que su
devoción. El joven intentó disuadir a Parvati de desear a Shiva, contándole las
terribles historias de sus desfavorables acciones: cómo él llevaba una
serpiente venenosa y una sangrienta piel de elefante, cómo él vivía en suelos
crematorios, cómo él cabalgaba sobre un toro y era de nacimiento pobre y
desconocido. Parvati se enojó y defendió a su señor, declarando finalmente que
su amor no podría ser cambiado por lo que él dijera, ya fuera verdadero o
falso. Entonces el joven brahmán tiró su disfraz y se reveló como el mismo
Shiva, y le dio a ella su amor. Parvati volvió a casa a contar a su padre su
feliz fortuna, y los arreglos preliminares de la boda fueron hechos en la
debida forma. Finalmente llegó el día, tanto Shiva y su novia estaban listos, y
el primero, acompañado por Brahma y Visimu, entró en la ciudad del Himalaya en
procesión triunfal, montando a través de las calles hundido hasta los tobillos
en flores esparcidas, y Shiva se llevó a su joven esposa a Kaila; sin embargo,
antes restituyó el cuerpo de Deseo a su solitaria esposa.
Durante
muchos años Shiva y Parvati vivieron con felicidad en su paraíso del Himalaya;
pero finalmente el dios Fuego apareció como un mensajero de los dioses y
reprochó a Shiva que él no había tenido un hijo para salvar a los dioses del
sufrimiento. Shiva confirió el fértil germen al Fuego. quien lo llevó y
finalmente lo entregó al Ganges. que lo preservó hasta que las seis Pléyades
vinieron a la bañarse en sus aguas al amanecer. Lo pusieron en una cesta de
juncos, donde se convirtió en e! niño-dios Kumara, el futuro dios de la guerra.
Entonces Shiva y Parvati lo encontraron y lo llevaron a Kailas, donde pasó su
feliz niñez. Cuando se había convertido en un joven fuerte los dioses
requirieron su ayuda, y Shiva le envió como su general para liderar su ejército
contra Taraka. Él conquistó y mató al demonio, y restauró la paz en el cielo y
la Tierra.
El
segundo hijo de Shiva y Parvati fue Ganesha, él es el dios de la sabiduría y el
liberador de obstáculos. Un día la orgullosa madre, en un descuidado momento,
pidió al planeta Saturno que vigilara a su niño: su funesta mirada redujo la
cabeza del niño a cenizas. Parvati pidió consejo a Brahma, y él le dijo que
reemplazara la cabeza con la primera que ella pudiera encontrar: ésta fue la de
un elefante.
Los juegos de Uma
Mahadeva
se sentó un día sobre una montaña sagrada del Himalaya sumergido en profunda y
ardua contemplación. Alrededor de él estaban los deliciosos y floridos bosques,
superpoblados de pájaros y bestias, ninfas y espíritus. El Gran Dios se sentó
en una pérgola donde flores celestiales se abrían y resplandecían con luz
radiante; el aroma a sándalo y el sonido de música celestial se sentía en todas
partes. Más allá de todo lo que se dice estaba la belleza de la montaña,
radiante con la gloria de la penitencia del Gran Dios, haciendo eco con el
zumbido de las abejas. Toda la estación estaba allí presente, todas las
criaturas y poderes residían allí con sus mentes firmemente puestas en yoga, en concenitrados pensamientos.
Mahadeva
tenía sobre su lomo una piel de tigre y una piel de león sobre las espaldas. Su
cordón sagrado era una terrible serpiente. Su barba era verde; sus cabellos
colgaban en mechas enmarañadas. Los rishis se inclinaron hasta el suelo en
adoración; por esta visión maravillosa ellos eran purificados de todo pecado.
Entonces vino Urna, hija de Himalaya, esposa de Shiva, seguida de sus
sirvientes espirituales. Ella iba vestida corno su señor, e hizo las mismas
reverencias. La tinaja que ella sostenía estaba llena de agua de cada tirtha, y las damas de los ríos sagrados
la seguían. Flores brotaban y perfumes se esparcían a cada lado según ella se
iba aproximando. Entonces Urna, con una boca sonriente, con humor juguetón,
cubrió los ojos de Mahadeva, poniendo sus amorosas manos sobre ellos desde
atrás.
Inmediatamente
decayó la vida en el universo, el Sol palideció y los seres vivos se
acobardaron de temor. Entonces la oscuridad desapareció otra vez, dado que
brilló un ojo encendido en la frente de Shiva, un tercer ojo como un segundo
sol. Entonces encendiendo una llama procedente de ese ojo el Himalaya fue
quemado con todos sus bosques, y las manada de ciervos y otras bestias
corrieron precipitadamente hasta el trono de Mahadeva para pedirle su
protección, haciendo que el poder del Gran Dios irradiara con extraño brillo.
El fuego mientras tanto ardió hasta el mismo cielo, cubriendo los cuatro puntos
cardinales como la totalmente destructora conflagración de un fin de eón. En un
momento se consumieron las montañas, con sus rocas, sus picos y radiantes
hierbas. Entonces la hija del Himalaya, viendo a su padre así destruido, se
adelantó y se detuvo frente al Gran Dios con sus manos juntas en plegaria.
Mahadeva, viendo a Urna apenada, lanzó miradas benignas sobre la montaña, e
inmediatamente el Himalaya fue restituido a su estado inicial antes del fuego.
Todos los árboles dieron sus tiores, y los pájaros y bestias se alegraron.
Después
Urna con manos unidas dijo a su señor: «Oh, tú el sagrado, señor de criaturas»,
dijo, «te ruego que resuelvas mi duda. ¿Por qué ha aparecido este tercer ojo
tuyo? ¿Por qué ha sido quemada la montaña y todos sus bosques? ¿Por qué has
restítuído ahora la montaña a su estado original después de destruirla?»
Mahadeva
respondió: «Inmaculada dama, dado que tú cubriste mis ojos en un juego
irreflexivo, yo creé un tercer ojo para proteger a todas las criaturas, pero la
energía encendida a partir de él destruyó la montaña. Por tu bien he rehecho
todo el Himalaya otra vez.»
Shiva pescando
Sucedió
un día que Shiva se sentó cori Parvati en Kailas exponiendo a ella el texto
sagrado de los Vedar. Estaba
explicando un punto muy complicado cuando alzó la vista y vio que Parvati
estaba manifiestamente pensando en otra cosa, y cuando le pidió que repitiera
el texto ella no podía, dado que, de hecho, ho había estado escuchando. Shiva
estaba muy enojado, y dijo: «Muy bien, está claro que tú no eres una esposa
apropiada para un yogui; tú nacerás sobre la Tierra como la esposa de un
pescador, donde no escucharás ningún texto sagrado.» Inmediatamente Parvati
desapareció y Shiva se sentó a practicar uno de sus más profundos
pensarnieritos. Pero no podía concentrarse; continuaba pensando en Parvati y
sintiéndose muy incómodo. Finalmente se dijo a sí mismo: «Me temo que he estado
demasiado intempestivo, y ciertamente Parvati no debería estar abajo en la
Tierra como la mujer de un pescador; ella es mi esposa.» Mandó buscar a su
sirviente Nandi y le ordenó que adquiriera la forma de un terrible tiburón y
molestara a los pobres pescadores, rompiendo sus redes y haciendo naufragar sus
embarcaciones.
Parvati
había sido encontrada en la costa por el jefe de los pescadores y la adoptó
como una hija. Ella creció para convertirse en una muy hermosa y amable niña.
Todos los jóvenes pescadores deseaban casarse con ella. Para ese momento las
acciones del tiburón se habían vuelto totalmente intolerables; de modo que el
jefe de los pescadores anunció que entregaría a su hija adoptiva en matriinonio
a quienquiera que cogiera al gran tiburón. Éste fue el momento previsto por
Shiva; él asumió la forma de un apuesto pescador y, apareciendo como una visita
que venía de Madura, se ofreció a cazar el tiburón y por ello tiró primero de
la red. Los pescadores estaban muy agradecidos de deshacerse de su enemigo, y
la hija del jefe de los pescadores fue dada en matrimonio al joven de Madura,
para gran disgusto de sus anteriores pretendientes. Pero Shiva adquirió ahora
su propia forma y, ofreciendo su bendición al padre adoptivo de Parvati, partió
con ella otra vez a Kailas. Parvati pensó que realmente ella debía ser más
atenta, pero Shiva estaba tan agradecido de tener a Parvati otra vez con él que
se sintió completamente en paz y totalmente dispuesto para sentarse y retomar
sus sueños interrumpidos.
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