Otra de las leyendas clásicas que se hicieron populares en los vetustos
tiempos míticos, fue la de Ifis y Anaxáreta. El primero era un muchacho joven y
lleno de vida que cometió el error de enamorarse de la segunda. Anaxáreta
despreció siempre a Ifis y rechazó, con insistencia, toda pretensión de
transformarse en amante del muchacho.
Ambos jóvenes eran chipriotas y, Anaxáreta tenía por antepasados a
importantes personajes históricos, tales como Teucro, considerado como el
fundador de Salamina de Chipre. La joven era tan orgullosa, que no sólo hacía
oídos sordos a los ruegos de su abnegado admirador, sino que también se
mofaba de él en cuantas ocasiones se le presentaban.
Un aciago día, el muchacho, perdida ya toda esperanza de ser, no ya
aceptado por Anaxáreta, sino escuchado, tomó una radical determinación y se
ahorcó en el dintel de la puerta misma de la casa en la que su despreciativa
amada moraba. Más, se da el caso, que no por ello sintió la joven chipriota dolor
o misericordia algunos; antes al contrario, los relatos del luctuoso suceso
explican que Anaxáreta dio muestras de una sorprendente pasividad ante la
aparatosa muerte de quien había sido su más contumaz pretendiente. Como si la
muchacha tuviera el corazón de piedra, exclamaban sus conciudanos.
Tanto es así que, al pasar el entierro del joven Ifis, la muchacha
contemplaba el cortejo desde su ventana con toda tranquilidad. Entonces, Venus
—la diosa del amor—, irritada ante la frialdad, y la ausencia de sentimientos, de
que hacía gala Anaxáreta, convirtió a ésta en una estatua de piedra.
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