El
nacimiento del guerrero Karna había sido peculiar. Teniendo al Sol por padre,
él había nacido de Kunti, o Pritha, la madre de los Pandavas, antes de su boda,
y ella había rogado que el niño, si realmente era hijo de un dios, naciera con
aros naturales en las orejas y escudo también natural como símbolo de su
inmortalidad. Y esto ocurrió así; y estas cosas fueron los símbolos de que no
podía ser muerto por enemigo mortal. Y Kunti, yendo con su criada, colocó al
niño al final de la noche en una caja hecha de mimbre, llorando amargamente, y
lo botaron con muchas tiernas despedidas sobre la corriente del río.
Y
llevado por las olas, y con los símbolos de su origen divino, el bebé llegó a
la ciudad de Champa, en el Ganges, y allí fue encontrado por Adiratha el
cochero y su esposa, Radha, y ellos lo recogieron y lo adoptaron como su hijo
mayor. Los años pasaron y Adiratha dejó Champa para ir a Hastinapura; entonces
Karna creció entre los discípulos de Drona y contrajo amistad con Duryodhana y
se convirtió en rival de Arjuna. Todos los hijos de Pntha habían tenido dioses
por padres, y el padre de Arjuna era Indra. E Indra, viendo que Kama llevaba
armadura y aros en las orejas que eran naturales, se preocupó por la protección
de Arjuna, dado que se había dispuesto en la naturaleza de las cosas que uno de
estos dos debía matar al otro.
Se
supo que en el momento en que hacía sus rezos matinales al Sol, Karna no podía
negar nada a un mendigo, si éste se lo pedía. Por ello, Indra un día, cogiendo
la forma de un brahmán, se presentó ante él a esta hora y audazmente le pidió
su armadura y aros.
Pero
Karna no iba a perder fácilmente sus símbolos de invencibilidad. Y sonriendo
dijo una y otra vez al brahmán que estas cosas eran parte de sí mismo. Por
ello, era imposible para él deshacerse de ellos. Pero el suplicante brahmán se
negaba a darse por satisfecho con cualquier otro deseo que se le concediese,
entonces Karna se volvió de repente hacia él y le dijo: «¡Indra, te conozco!
¡Desde el primer momento te he reconocido! ¡Dame algo a cambio y tendrás mi
armadura y aros! »
Indra
respondió: «Excepto el rayo, pídeme lo que quieras!»
Entonces
dijo Kama: «¡Un dardo invencible! ¡A cambio te daré mi armadura y aros! »
El aro de la muerte
Indra
contestó: «iHecho! Te daré, oh Karna, este dardo llamado Vasava. Es incapaz de
confundir el blanco, y lanzado por mí regresa a mi mano para matar cientos de
enemigos. Arrojado por ti, sin embargo, matará sólo a un poderoso enemigo. ¡Y
si, enloquecido de enojo, disparas este arco, mientras todavía quedan otras armas
o mientras tu vida no esté en peligro mortal, rebotará y caerá sobre ti mismo!»
Entonces,
cogiendo el dardo, Karna, sin pensarlo dos veces, comenzó a cortar su propia
armadura natural y su propios aros vivientes, y los entregó al brahmán. E
hidra, cogiéndolos, ascendió al cielo con una sonrisa. Y se corrió la noticia
en todas partes de que Karna no era más invencible. Pero nadie sabía nada
acerca de la flecha de la muerte que él atesoraba, para ser usada una vez
contra un enemigo mortal.
La misión de Krishna
Sucedió
antes del estallido de las hostilidades que Krishna había ido personalmente a
Hastinapura para ver si era posible persuadir a Dhritarashtra de restituir la
paz en Indraprastha pacíficamente y así evitar la guerra. Encontrando, sin
embargo, que este plan no podía ser llevado a cabo, y dejando ya la capital
kuru, él aún intentó una estratagema para evitar la contienda fratricida.
Llevando a Kama a un lado, privadamente le contó el secreto de su nacimiento y
le rogó que anunciara al mundo entero que era hijo de Pritha y, por tanto, el
hermano mayor del mismo Yudhishthira; no sólo un príncipe por derecho de sangre
tan espléndido como los mismos Pandavas, sino además, si la verdad se sabía, su
actual líder y soberano.
Kama
escuchó con su cortesía habitual, no poco conmovido por la pena. Él conocía
desde hacía mucho tiempo su propio origen: que Pritha, la madre de los
Pandavas, había sido su madre y el Sol su padre, y también sabía que ella lo
había abandonado y lo había dejado en el río junto al cual había nacido. Pero
no podía olvidar todo el amor y devoción de padres que realmente le habían dado
el cochero y su esposa. Tampoco podía olvidar que ellos no tenían otro hijo, y
que si los dejaba nadie quedaría para hacer sus ofrendas ancestrales. Además,
se había casado en la casta de los cocheros y sus niños y nietos eran todos de
ese rango. ¿Cómo podía, sin un mero deseo por el imperio, apartar su corazón de
tan dulces lazos? Por encima de todo estaba la gratitud que debía a Duryodhana.
Debido a su confianza y heroica amistad había disfrutado de un reino durante
trece años sin preocupaciones. Su único deseo en la vida había sido el derecho
a un enfrentamiento cara a cara con Arjuna, y era indudablemente el
conocimiento de esto lo que había impulsado a Duryodhana a declarar la guerra.
¿Iba a retirarse ahora? Sería una traición a su amigo.
Por
sobre todas las cosas era importante que Krishna no contara a nadie el secreto
de esta conversación. Si Yudhishthira se enteraba de que su sitio era por
derecho de Kama, seguramente no querría retenerlo para él. Y si la soberanía de
los Pandavas caía en manos de Karna, él no podría hacer nada sino entregarla a
Duryodhana. Era mejor, por ello, para ambas partes que el secreto se mantuviera
como si nunca hubiera sido contado, y que él actuara como hubiese actuado si
nunca hubiera sido revelado.
Así
que, arrastrado por la corriente de su propia melancolía a un humor de
profecía, el hijo del cochero dijo: «Ah, ¿por qué me tientas? ¿No he visto yo
en una visión a Yudhishthira entrando con sus hermanos, todos de blanco, en un
majestuoso salón? Esto no es una batalla sino un gran sacrificio de armas que
está por celebrar, y Krishna mismo será su elevado sacerdote. Cuando Drona y
Bhishma sean vencidos, entonces este sacrificio se suspenderá durante un
intervalo. Cuando yo sea herido por Arjuna comenzará el fin, y cuando
Duryodhana sea muerto por Bhima todo concluirá. Ésta es la gran ofrenda del
hijo de Dhritarashtra. ¡No dejes que se frustre! ¡Mejor déjanos morir por armas
nobles allí en el campo sagrado de Kurukshetra! » Permaneciendo callado por
unos momentos, Kama alzó otra vez su vista y sonrió, y entonces, con las
palabras: « ¡Después de la muerte nos encontramos otra vez!», se despidió
silenciosamente de Krishna, y apeándose de su carro subió en el suyo propio y
fue llevado en silencio de vuelta a Hastinapura.
Pritha y Karna
Pero
Krishna no era la única persona que podía ver la importancia de Karna para la
causa kuru. Fue a la mañana siguiente, junto al río, cuando acababa sus
oraciones luego del baño, cuando Karna, al volverse, se encontró
sorpresivamente con la anciana Pritha, la madre de los Pandavas, esperando
detrás de él. Viviendo en la casa de Dhritarashtra, y oyendo constantemente
preparaciones de guerra contra sus propios hijos, se le había ocurrido a su
distraído corazón que si ella podía inducir al aliado de Duryodhana a luchar en
el otro bando, en lugar de en su contra, podría incrementar inmensamente las
posibilidades de victoria para ellos.
Karna
estaba de pie con las armas en alto, mirando al Este, cuando ella se colocó
detrás de él y esperó temblorosa en su sombra, pareciendo un loto marchito,
hasta que fmalmente se volvió. Karna estaba sorprendido por el encuentro, pero
controlándose a sí mismo se inclinó gravemente y dijo: «Yo, oh señora, soy
Karna, el hijo de Adiratha el cochero. ¡Dime qué puedo hacer por ti! »
La
pequeña y anciana mujer, a pesar de su dignidad real, se estremeció por estas
palabras. «¡No, no!», exclamó ansiosa. «¡Tú eres mi propio hijo, y no el hijo
de un cochero. ¡Oh, reconcfiiate con los Pandavas! ¡Te lo suplico, no te
comprometas en una guerra contra ellos!» Y mientras ella hablaba una voz vino
desde el mismo Sol diciendo: «¡Escucha, oh Karna, la palabras de tu madre!»
Pero
el corazón de Kama era fiel a la rectitud, y ni siquiera los dioses podían
desviarlo de ella. Él no vacilaba ahora, aun suplicándolo su madre y padre a un
mismo tiempo.
«¡Ay
de mí, mi madre!», dijo. «¡,Cómo podría ahora pedirme obediencia quien me
abandonó tan tranquilamente cuando era un bebé para dejarme morir? Ni siquiera,
oh mi madre, puedo abandonar a Duryodhana, a quien debo todo lo que tengo. Sin
embargo, prometo una cosa: sólo lucharé con Arjuna. ¡El número de tus hijos
será siempre cinco, ya sea conmigo y sin Arjuna, o con Arjuna y yo muerto!»
Entonces
Pritha abrazó a Karna, cuya fortaleza permaneció impasible. «Recuerda», dijo,
«me has hecho la promesa de salvación de cuatro de tus hermanos. ¡Recuerda esta
promesa en el calor de la batalla!» Y dándole su bendición, desapareció
silenciosamente.
Karna lidera la multitud
Quince
días de batalla habían pasado, finalizando con la muerte del anciano Drona, y
antes del amanecer del decimosexto día Duryodhana y sus oficiales se reunieron
y nombraron a Kama comandante en jefe de la multitud kuru. Ésta era una guerra
en la que la victoria dependía de la matanza del comando rival, y ahora que
había perdido dos generales Duryodhana no podía dejarse tentar por el desánimo
sobre todo pensando que el triunfo era esencial. Con cada gran derrota la
muerte se deslizaba más y más cerca a él, y realmente pensaba que ahora la
comandancia de Kama era su última apuesta, por lo que todo dependía de su
éxito. Bhishma podía haber actuado con indebida imparcialidad hacia los hombres
que él había amado de niños. Drona podía haber tenido secreta ternura hacia sus
discípulos favoritos. Pero toda la vida de Karna se había orientado simplemente
hacia un final de combate contra Arjuna hasta la muerte. Aquí había uno que
bajo ningún concepto evadiría la rigurosa prueba. Y Karna, de verdad, estaba
repitiendo el juramento de la destrucción de los Pandavas cuando cogió su sitio
en la batalla. Ningún hombre puede ver claramente en el futuro, y ahora él
había olvidado completamente la visión que había tenido, quedando el evento
oculto como para cualquier otro. Sólo podía creer, como Arjuna, que él, y sólo
él, estaba destinado a triunfar. El decimosexto día de la batalla comenzó y
pasó. Karna había organizado a los kurus en la forma de un gran pájaro, y
Arjuna había dispuesto a los Pandavas para oponerse a ellos en forma de Luna
creciente. Pero aunque lo buscó ardientemente todo ese día a lo largo y a lo
ancho del campo de batalla, Karna no fue capaz de encontrar a Arjuna cara a
cara. Entonces cayó la noche y los dos ejércitos descansaron.
Al
amanecer de la siguiente mañana Karna buscó a Duryodhana. Éste, declaró, sería
el gran día del destino. Al caer la noche, sin lugar a dudas, los Pandavas
dormirían entre los muertos y Duryodhana sería el indiscutido monarca de la
Tierra. Él sólo debía recapitular los puntos de superioridad de cada bando. Y
entonces procedió a relatar al rey las armas divinas que él y Arjuna poseían.
Si Arjuna tenía a Gandiva, él tenía a Vijaya. Con respecto a sus arcos ellos no
eran desiguales. Era cierto que los carcajs de Arjuna eran inextinguibles, pero
Karna podía ser abastecido con un suministro de flechas tan abundante que esto
no contaría como una ventaja. Finalmente, Arjuna tenía al mismo Krishna por
cochero. Y Karna pidió tener a un cierto rey que era famoso en todo el mundo
por sus conocimientos de caballos. Esto fue rápidamente dispuesto y, con un rey
de auriga, Karna salió a dirigir la batalla el día destinado.
De
aquí para allá corría Karna ese día en el campo, constantemente buscando el
encuentro mortífero. Pero aunque encontró a cada uno de los Pandavas,
teniéndolos a su merced, y tal vez recordando su promesa a Pritha, les permitía
partir, él y Arjuna no se encontraron. No fue hasta después del mediodía cuando
Arjuna, tensando su arco y lanzando una flecha, mató a Vrishasena, el hijo de
su rival, mientras Karna, aunque a la vista, estaba aún demasiado lejos para
intervenir. Al ver esto, lleno de cólera y pena, Karna avanzó en su carro hacia
Arjuna, pareciendo al venir el oleaje del mar y disparando flechas como
torrentes de lluvia a derecha e izquierda. Detrás de él ondeaba su estandarte
con su mecanismo de cuerda de elefante. Sus corceles eran blancos y su coche
estaba cubierto de filas de blancas campanas. Su figura se recortaba contra el
cielo con todo el esplendor del mismo arco iris. Ante el sonido de Vijaya, su
gran arco de cuerdas, todas las cosas se rompían y huían aterrorizadas. Siguió,
con su auriga real, al sitio en que Arjuna esperaba el ataque. «¡Tranquilízate!
¡Tranquilízate!», murmuró Krishna al Pandava: «¡Ahora, realmente, tienes
necesidad de tu anna divina!»
La lucha suprema
Un
momento después los dos héroes, que se parecían tanto el uno al otro en persona
e importancia, como elefantes enojados, como toros furiosos, se enfrentaban en
combate mortal. Y todos los espectadores contuvieron su aliento, y por un
momento la batalla misma se mantuvo silenciosa, mientras involuntariamente en
toda las mentes surgió la pregunta de quién de estos dos resultaría el
vencedor. Karna era como un poste lanzado por los Kurus, y Arjuna por los
Pandavas. Fue sólo por un momento, y entonces en ambos lados en el aire sonaron
trompetas y tambores y aclamaciones, todo sonaba para dar coraje a uno u otro
de los combatientes.
Ferozmente
se desafiaron el uno al otro y ferozmente se encontraron en la lucha. Y se dijo
que inclusp sus estandartes cayeron uno sobre otro y se unieron en la lucha.
Cada
uno de los héroes, lloviendo flechas sobre el otro, oscureció todo el cielo. Y
cada uno desconcertó las armas del otro con las suyas. Arma contra arma se
asestaban golpes uno a otro, pero dado que no eran mortales ninguno parecía
dolerse. Entonces las flechas de Arjuna cubrieron el carro de Karna de la misma
forma en que una bandada de pájaros oscurece el cielo al volar al nido. Pero
cada uno de esos disparos fue desviado por una flecha de Karna. Entonces Arjuna
disparó un dardo de fuego. Y al hacer esto él mismo estuvo iluminado por la
llama, y las prendas de los soldados a su alrededor estuvieron en peligro de
incendiarse. Pero incluso esa flecha fue apagada por Karna disparando una de
agua.
Entonces
Gandiva descargaba flechas como navajas, flechas como lunas crecientes, flechas
como manos unidas y como orejas de verraco. Y éstas atravesaban brazos y
piernas, al carruaje y al estandarte de Karna. Entonces Karna en su momento
recordó risueñamente el arma divina Bhargava, y con ella cortó las flechas de
Arjuna y comenzó a amedrentar a toda la multitud Pandava. El hijo del cochero
estaba en el medio haciendo llover innumerables dardos, con toda la belleza de
una nube de tormenta descargando lluvia. Y, estimulados por los disparos de los
que estaban a su alrededor, ambos pusieron energía redoblada.
De
repente la cuerda de Gandiva se rompió con un fuerte ruido, y Kama descargó sus
flechas con suave sucesión, cogiendo ventaja en el intervalo así dado. Para ese
momento la tropa kuru, pensando que la victoria era ya de ellos, comenzó a dar
vivas y a gritar. Esto sólo provocó más energía en Arjuna, que consiguió herir
a Kama una y otra vez. Entonces Kama disparó cinco flecha doradas que eran en
realidad cinco poderosas serpientes, seguidoras de Ashwasena, a cuya madre
había matado Arjuna. Y estas flechas pasaron cada una por el blanco y hubiesen vuelto
a la mano de Karna que las había lanzado. Entonces Arjuna disparó hacia ellas y
las cortó en pedazos en el camino, y observó que ellas habían sido serpientes.
Y su cólera se encendió de tal forma que gritó enojado y atravesó tan
profundamente a Karna con sus dardos que el hijo del cochero tembló de dolor.
En ese momento todos los kurus abandonaron a su líder y huyeron, pronunciando
un gemido de derrota. Pero Karna, cuando se vio solo, no sintió miedo o
amargura y se lanzó alegremente sobre su enemigo.
Ahora
la poderosa serpiente Ashwasena, viendo el punto a que la contienda había
llegado, y deseando gratificar su propio odio sobre Arjuna, entró en el carcaj
de Karna. Y él, ansioso a cualquier costa por prevalecer sobre su enemigo, y
sin advertir que Ashwasena se había metido entre sus dardos, puso su corazón
sobre una particular flecha que había puesto en su carcaj para el disparo
fatal.
Entonces
su cochero dijo: «Esta flecha, oh Kama, no tendrá éxito. Busca otra que lo
decapite!» Pero el guerrero respondió altaneramente: «Karna nunca cambia su
flecha. ¡No busques manchar el honor de un soldado! »
Habiendo
dicho estas palabras, apuntó con su arco y lanzó esa flecha que había adorado
para este fin durante muchos años. Y ésta hizo una línea recta en el firmamento
y se dirigió hacia Arjuna a través del aire.
Pero
Krishna, entendiendo la naturaleza de la flecha. presionó su pie hacia abajo de
modo que el carro de Arjuna se hundió un codo en la tierra. Los caballos
también cayeron de rodillas, y la flecha arrancó la diadema de Arjuna pero no
dañó a su persona.
Entones
la flecha volvió a la mano de Karna y dijo en voz baja: «¡Lánzame una vez más y
mataré a tu enemigo!»
Pero
Karna contestó: «No, Kama no conquista de esa forma. ¡Nunca usaré la misma
flecha dos veces!»
Entonces,
habiendo llegado la hora de su muerte, la tierra misma comenzó a tragarse las
ruedas dci carro de Karna, y el hijo del cochero, tambaleándose de dolor y
cansancio, cogió otra arma divina. Pero Arjuna, viendo esto se adelantó y la
desplazó con otra; y cuando Karna comenzó a encordar su arco de cuerdas, sin
saber que tenía cien preparados, la facilidad con que reemplazó la cuerda rota
le pareció magia a su enemigo.
En
este momento la tierra se tragó completamente una de las medas del carro de Kama,
y él gritó: «¡En nombre del honor, deja de disparar mientras levanto mi carro!»
Pero
Arjuna respondió: «¿Dónde estaba el honor, oh Karna, cuando nuestra reina fue
insultada’?», y no paró siquiera un instante.
Entonces
Karna disparÓ una flecha que atravesó a Arjuna e hizo tambalear y caer al arco
Gandiva. Tomando ventaja de la oportunidad, Karna saltó de su carro y se
esforzó sin ayuda a extraer la rueda. Mientras hacía esto. Arjuna.
recobrándose, apuntó una afilada flecha y derribó el estandarte de su enemigo,
ese espléndido estandarte forjado en oro y con la cuerda de elefante. Al ver la
bandera de su comandante caer los kurus que miraban fueron presa de la
desesperación y un fuerte grito de fracaso se alzó en el aire. Entonces,
dándose prisa para estar antes que Kama, Arjuna volvió a su sitio en el carro y
cogió suavemente a Anjaiika, la mayor de todas las flechas, y, poniéndola sobre
Gandiva, la disparó directamente a la garganta de su enemigo, y la cabeza de
Karna se desprendió con el golpe. Los rayos del Sol naciente iluminaron esa
hermosa cara mientras caía y se posaba, como un loto de mil pétalos, sobre la
tierra teñida de sangre. Y los Pandavas estallaron en gritos de victoria. Y
Duryodhana lloraba por el hijo del cochero, diciendo: «¡Oh, Karna!» ¡Oh,
Karna!» Y cuando Karna cayó los ríos se detuvieron, el Sol palideció, las
montañas con sus bosques comenzaron a temblar y todas las criaturas sintieron
dolor; pero las cosas nocivas y los habitantes de la noche se llenaron de
júbilo.
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