miércoles, 13 de diciembre de 2017

San Andrés de Teixido

El santuario de San Andrés de Teixido está en el
«cabo del mundo», en el lugar más apartado de
todos los caminos, allí donde acaba toda tierra
habitada y al pie de la sierra que termina en el Cabo
Ortegal. Los habitantes de los alrededores son la-
briegos que viven a la orilla del mar y no andan
nunca por ella. Los acantilados del violento declive
y las rocosidades que afloran de las aguas no per-
miten la navegación en aquella bravísima costa, y
ningún barco, por pequeño que sea, se ve en sus
proximidades. Los caminos que conducían a Tei-
xido eran ásperos y peligrosos antes de que hubiese
carretera.
No obstante, es necesario que todo hombre nacido
de mujer haga, por lo menos una vez en la vida, la
peregrinación a San Andrés de Teixido. El que no
la haga durante su vida, tendrá que hacerla después
de muerto.

Los peregrinos que se dirigían hacia allí por
aquellos difíciles caminos llevaban una piedra cada
uno, cuanto más pesada mejor, para dejar en los
amilladoiros, que se hallan a uno y otro lado de la
ruta, y al comenzar a bajar la cuesta, encontraban
culebras, sapos, ranas, escarabajos y otras saban-
dijas que seguían la misma dirección. Había que
tener cuidado de no pisarlos ni hacerles daño,
porque eran las almas de los que en vida no habían

hehco la peregrinación y la cumplían entonces bajo 
aquellas formas.
¿Cuál fue el origen de semejante deber piadoso
que a todos obliga? Pues fue lo siguiente:
El apóstol San Andrés estaba muy triste de ver las
ingentes multitudes que de todos los rincones del
mundo, de todas las naciones de la cristiandad,
hasta de ignoradas provincias de la Etiopia y de la
Tartaria, incluso de la remota India, venían a visitar
el sepulcro de su compañero y coapóstol, el señor
Santiago, sin que los detuvieran distancias, trabajos
ni penalidades de ningún género, mientras que su
santuario, propicio a todos los milagros, estaba
siempre solo y abandonado, sin que nadie acudiese
a él.
Este olvido y esta soledad le causaban una in-
mensa pena; tanto, que no hacía más que pensar en
ello y vagar por los caminos lamentando en lo
profundo de su corazón los desdenes de los devotos.
En una de sus solitarias caminatas se encontró
de pronto con Jesucristo, que venía por el mismo
camino. El señor, con su bondad siempre misericor-
diosa, le preguntó por qué estaba tan triste. San
Andrés aprovechó la ocasión y le respondió:
—Maestro: estoy triste porque, mientras todos
van a visitar a tu discípulo Santiago, viniendo de
los cuatro extremos de la Tierra y pasando por ello
mil apuros y sinsabores, nadie viene a mi santuario,
el cual está siempre vacío, como si yo siempre
fuese menos fiel discípulo tuyo y menos celoso del bien de los hombres.
Nuestro Señor, compadecido de su discípulo, le dijo:
—Bien dices, Andrés, que no eres ni has de ser menos que Santiago. De hoy en adelante te prometo que nadie entrará en el cielo sin que haya visitado
tu santuario a lo menos una vez en la vida, y el que
no lo haya hecho de vivo, tendrá que hacerlo de
muerto.
Y así fue. Por eso desde entonces se dice:

A San Andrés de Teixido
vai de morto o que non vai de vivo.

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