miércoles, 13 de diciembre de 2017

La fuente de la Xana

Por los años 790 a 800 de nuestra era reinaba en
la pequeña monarquía asturiana Mauregato, rey
inepto y holgazán, que se había comprometido con
los musulmanes a entregarles cien doncellas cada
año para desposarse con ellas. No servia, según el
regio criterio, cualquier joven asturiana, con ser
todas muy lindas, sino que, queriendo asombrar a
los árabes con las extraordinarias bellezas de su
reino, se elegían las más hermosas mujeres que
encontraban en sus dominios.
Para su cumplimiento, encargó a un numeroso
grupo de guerreros que recorrieran las ciudades y
aldeas, apoderándose de grado o a viva fuerza, si se
oponían, de cuantas jóvenes hermosas encontraran,
para que, llevadas ante la presencia del Rey, eli-
giera éste las cien más hermosas destinadas a los
harenes musulmanes.
Llegaron los guerreros buscadores de jóvenes a
Illés (actual Aviles). Alojáronse en la primera casa
que encontraron a la entrada del pueblo, donde
habitaba un matrimonio con una bellísima hija lla-
mada Galinda. La madre, que salió a abrir, se
alarmó al ver a los soldados, pensando que vendrían
por su hija para pagar el vergonzoso tributo; pero
los soldados la tranquilizaron fingiendo que iban a
cumplir otra misión del Rey y que al día siguiente
emprenderían de nuevo su camino, sin darle más

molestias que las de su alojamiento.

 Pensó la madre, de todos modos, ocultar a
 su hermosa hija,para que aquellos soldados no 
pudieran contem-plaría. Pero Galinda, que 
había ido a la fuente poragua, entró cantando 
en su casa, sin sospechar la
presencia de aquellos guerreros. La doncella, que
era muy inteligente, procuró atraerse la simpatía de
los forasteros, cantándoles bellas canciones y eje-
cutando primorosas danzas ante ellos, que la con-
templaban extasiados. Por último, la joven les
ofreció bailar una danza que sólo debía ejecutarse en
el campo y a la luz de la luna, y aquella misma
noche, a petición de los soldados, salieron de la
casa dispuestos a presenciar la misteriosa danza.
Galinda se alejó del grupo, con el pretexto de elegir
sitio para bailar, y, una vez separada de ellos,
corrió hasta una fuente, pretendiendo esconderse
junto a ella. Allí oyó una voz dulce y melodiosa,
que le decía: «Si quieres ser tú mi xana, vivirás días
dichosos». La joven preguntó; «¿Qué debo hacer
para convertirme en xana?». Y oyó de nuevo: «Bebe
un sorbo de mi agua y te verás libre de los soldados
del Rey y acabarás con el tributo».
Galinda se arrodilló junto a la fuente y apro-
ximó sus labios a las aguas, sorbiéndolas con ansie-
dad, y vio que las aguas se separaban para recibirla
en su seno.
Los soldados, desorientados, empezaron a buscar
a Galinda, repitiendo su nombre a grandes gritos,
que resonaban por las montañas, sin que nadie más
que el lejano eco les contestara. Después de bus-
carla hasta muy avanzada la noche, viendo que no
la encontraban, se volvieron a casa a descansar y
esperar a que fuera de día. Apenas empezaba a
amanecer, se levantaron los soldados y salieron 
dispuestos a buscarla de nuevo. Al llegar a una
fuente, oyeron un melodioso canto y se ocultaron
para observar mejor. Desde allí vieron a Galinda,
que se había transformado en una maravillosa xana
de belleza sobrenatural, que al borde de la fuente
peinaba sus largos y sedosos cabellos rubios con un
peine de oro.
Los soldados salieron de su escondite, queriendo
sorprenderla y apoderarse de ella; pero la xana los
miró fijamente con sus ojos verdes, y al instante se
convirtieron en carneros, que pastaban por aquellas
praderas, en torno a la fuente.
Pasaban los días, y eí Rey estaba impaciente
porque sus soldados no volvían, y mandó nuevas
tropas para que fuesen a indagar lo que les había
ocurrido. Llegaron a Illés las nuevas fuerzas y bus-
caron por todas partes a los soldados del Rey. Al
llegar a la fuente, vieron a una xana que estaba
hilando, con su rueca y su huso, blanquísimos copos
de lana, y rodeada de un rebaño de corderos. Se
acercaron a ella, y al mirarlos con fijeza, se convir-
tieron también en borregos, con los que se aumentó
el rebaño de la xana.
El Rey empezaba a alarmarse por la tardanza de
los segundos guerreros enviados y la carencia abso-
luta de noticias suyas. Seguro ya de que algo ocurría,
mandó reunir las fuerzas que en su guarnición le
quedaban, y al frente de ellas marchó sobre Illés,
dispuesto a castigar con saña a aquel pueblo, que
probablemente se había opuesto a sus mandatos.
Cuando llegó al lugar, tuvo noticia de la misteriosa
desaparición de los soldados en la famosa fuente, y,
apresurado, se encaminó hacia ella, encontrando
allí a una muchacha de deslumbrante belleza que
tendía al sol sus madejas de lana, mientras que los
rebaños pastaban a su alrededor la jugosa y fresca
hierba de aquellas praderas. El Rey se dirigió a
ella, preguntándole, autoritario:
—Xana, ¿dónde están mis soldados?
—¿Qué soldados, señor?
—Los que yo mandé aquí para recoger a las
doncellas.
—Los soldados que tú enviaste, señor, no eran
soldados, sino corderos.
El Rey, enfurecido, contestó:
—Repito que eran soldados como estos que
vienen detrás de mí.
La xana contestó burlona:
—También son corderos, y puedes ser el pastor.
El Rey volvió la cabeza y encontró que le seguía
un rebaño numeroso de corderos, que balaban, y,
aterrado, contempló que sus ricos trajes de armadura
se habían convertido en las pobres vestiduras de un
pastor, sin más atributos que un zurrón y un cayado
en su mano rugosa y quemada por los aires y el sol.
Con voz temblorosa, suplicó humildemente a
xana que desencantara a sus soldados y que a él le
volviera a su regia figura, a cambio de lo que ella
quisiera.
La xana le respondió que tenía en su mano elegir
entre tener un ejército de soldados y un rebaño de
carneros, pues si no renunciaba al tributo de las
cien doncellas, no desencantaría a sus guerreros y
seguiría aumentando su rebaño con cuantos sol-
dados aparecieran en busca de doncellas asturianas.
El Rey le prometió romper el pacto con los moros
y le dio palabra de no volver a tomar a ninguna
joven. Y al momento todos los corderos y carneros
se convirtieron de nuevo en soldados y el Rey
volvió a recobrar su figura, y con todo el ejército
recuperado regresó a Pravia, donde tenia su cuartel
general.
Desde palacio mandó un mensaje a los musul-
manes refiriendo el hecho y rompiendo el pacto,
ante la imposibilidad de cumplirlo por la negativa
de la xana.
Desde entonces no volvieron los soldados a re-
coger nuevas doncellas, gracias a la bella Galinda,
que perpetuó su memoria en Avilés.

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