Ra, el Único
Creador, se hacía visible a todo el pueblo de Egipto bajo la forma del disco
solar, pero también era conocido bajo muchas otras.
Era capaz de
aparecer como un hombre coronado, como un halcón o bien como un hombre con
cabeza de halcón y de la misma manera, como el escarabajo pelotero empuja las
bolas de excrementos, los egipcios representaban a Ra como un escarabajo que
empujaba el Sol a través del cielo.
En unas
cavernas profundas debajo de la tierra se escondían otros sesenta y cinco
formas de Ra; seres misteriosos de cuerpo momificado y con la cabeza de pájaro,
serpiente, plumas o flores.
Los nombres de
Ra eran tan numerosos como sus formas: era el Radiante, el Oculto, el Renovador
de la Tierra ,
el Viento de las Almas, el Ensalzado, pero había un nombre del Dios Sol que,
desde el principio de los tiempos, nunca jamás había sido pronunciado.
Llegar a conocer
ese nombre secreto de Ra significaba mucho. Nada más y nada menos que tener el
poder por encima de él y sobre todo el mundo que había creado.
Isis se
deleitaba por poseerlo. Había soñado que un día tendría un hijo maravilloso con
cabeza de halcón, que se llamaría Horus. Ella deseaba el trono de Ra para darlo
a su propio hijo.
Isis era la Señora de la Magia , mucho más sabia que
millones de hombres, pero conocía perfectamente que no existía absolutamente
nada en toda la creación con el poder suficiente para poder dañar a su Creador.
La única cosa posible era poner el propio poder de Ra contra él mismo y
finalmente, tras mucho pensarlo, Isis concebió un plan cruel y astuto.
Todos los
días, el dios Sol visitaba su reino, y lo hacía acompañado de un nutrido grupo
de espíritus y divinidades menores, pero Ra se iba haciendo cada vez más viejo.
La vista y las piernas le empezaban a flaquear y también estaba empezando a
perder un poco la cabeza.
Una mañana,
Isis se mezcló con un grupo de divinidades menores y siguió la comitiva del Rey
de los Dioses. Observó con cuidado la cara de Ra, hasta que vio que la saliva
le goteaba como un terrón.
Tras
asegurarse bien de que nadie la estaba observando, recogió con una pala el
trozo de tierra y se lo llevó. Entonces, Isis mezcló la tierra con la saliva de
Ra para hacer arcilla y con ella modeló una serpiente de aspecto maléfico.
Durante todas las horas de oscuridad, fue susurrando encantamientos a la
serpiente de arcilla, que reposaba sin vida en sus manos. Después, la astuta
diosa la llevó hasta un cruce de camino que el dios siempre tomaba. Escondió a
la serpiente en medio de la alta hierba y regresó rápidamente a palacio.
A la mañana
siguiente Ra salió a pasear por su reino y, como de costumbre, fue acompañado
de su séquito de espíritus y divinidades menores que se arremolinaban detrás de
él.
Cuando se
acercaba al cruce, los encantamientos de Isis empezaron a hacer efecto y la
serpiente se estremeció de vida. En el instante en que el dios Sol pasó, le
mordió en el tobillo y acto seguido volvió a convertirse en un montón de
tierra. Tras el mordisco, Ra lanzó un grito que pudo oírse por toda la
creación.
-He sido
herido por alguna cosa mortal –dijo Ra con un hilo de voz-. Me lo dice el
corazón, a pesar de que mis ojos son por completo incapaces de verlo. Sea lo
que sea, no lo he hecho yo, Señor de la Creación. Estoy
totalmente convencido de que ninguno de vosotros me habría hecho una cosa tan
terrible, ¡pero sabed que nunca había sufrido tanto! ¿Cómo puede haberme sucedido
esto a mí? Yo soy el Creador Único, el hijo del abismo acuoso. Soy el dios de
los mil nombres, pero mi nombre más secreto fue pronunciado una única vez,
antes del principio de los tiempos. Y fue precisamente escondido en el interior
de mi cuerpo para que nadie nunca lo pudiera saber ni me pudiera lanzar
encantamientos. Y, sin embargo, mientras paseaba por mi reino, alguna cosa me
ha herido y ahora el corazón me quema y las piernas no paran de temblar. ¡Id a
buscar a la Enéada !
¡Haced venid a mis hijos! Entienden de magia y su sabiduría penetra el cielo.
Los mensajeros
marcharon a toda prisa a buscar a los dioses, y de los cuatro pilares del mundo
vino la Enéada :
Shu y Tefenet, Geb y Nut, Seth y Osiris, Isis y Neftis. Los enviados
recorrieron cielo y tierra y el abismo acuoso para reunir a todas las
divinidades creadas por Ra.
De los
pantanos vinieron Heket, el de cabeza de rana; Wadjet, la diosa cobra, y el
temible dios Sobek, con su cabeza de cocodrilo. De los desiertos llegaron el
feroz Selkis, la diosa escorpión; Anubis, el chacal, guardián de los muertos, y
también Nekhbet, la diosa del buitre.
De las
ciudades situadas en el Norte vinieron la guerrera Neith; la bondadosa Bastet,
con cabeza de gato; la feroz Sekhmet, con cabeza de léon, y Path, el dios de
los oficios.
De las
ciudades del Sur llegaron Onuris, el cazador de vino, y el dios Khnum, el de
cabeza de cordero. Todos habían sido llamados al lado de Ra.
Dioses y
diosas se reunieron alrededor del dios Sol, llorando y gimiendo, de miedo a que
pudiera llegar a morir. Isis estaba de pie en medio de todos, dándose golpes en
el pecho y haciendo ver que estaba tan angustiada y perpleja como todas las
demás divinidades.
-Padre de
todos –dijo poniendo gran dolor en el tono de voz-, ¿qué te ha sucedido? ¿Acaso
te ha mordido una serpiente? ¿Alguna criatura miserable ha osado atacar a su
Creador? Pocos dioses se pueden comparar a mí por su sabiduría y además soy la Señora de la Magia. Si me dejas
ayudarte estoy más que convencida que podré sanar todos tus males.
Ra agradeció
profundamente estas palabras de Isis y les contó detalladamente lo que le había
sucedido.
-Ahora estoy
más frío que el agua y más caliente que el fuego- se lamentó el dios Sol-. Los
ojos se me oscurecen. No puedo ver el cielo y tengo el cuerpo lleno de sudor
por la fiebre.
-Ahora
deberías decirme tu nombre completo –dijo la astuta Isis-. Así lo podré
utilizar para mis encantamientos. Sin esto, ni el más grande de los magos te
podrá ayudar.
-Soy el
creador del cielo y la tierra –dijo Ra-. He hecho las alturas y las
profundidades, he fijado horizontes al Este y al Oeste. Al alba, me elevo a
Khepri, el escarabajo, y navego por el cielo en la Barca de Millones de Años.
Al mediodía luzco en los cielos como Ra, y al anochecer, soy Ra-Atum, en el sol
poniente.
-Todo esto ya
lo sabemos –dijo Isis-. Si de verdad deseas que encuentre un encantamiento para
sacarte el veneno, tendré que hacer uso de tu nombre más secreto. Menciona por
una vez tu nombre y vive.
-El nombre
secreto me fue dado para que pudiera vivir de forma tranquila –gimió Ra- y para
que no tuviera que temer a ninguna criatura viviente. ¿Cómo quieres que lo
devele?
Isis no dijo
nada y se arrodilló al lado del dios, cuyo sufrimiento iba en aumento. Cuando
se le hizo insoportable, Ra ordenó a los demás dioses que se apartasen y
después, le dijo su nombre secreto a Isis.
-Ahora el
poder del nombre secreto ha pasado de mi corazón al tuyo –dijo Ra
cansadamente-. Con el tiempo lo podrás revelar a tu hijo, ¡pero adviértele que
nunca traicione el secreto!.
Isis dijo que
sí con la cabeza y se puso a recitar un poderoso encantamiento que consiguió
expulsar todo el veneno del cuerpo de Ra; pasado poco tiempo el dios Sol se
levantó más fuerte que antes y regresó a la Barca de Millones de Años para proceder a sus
diarios paseos durante los cuales contempló todo cuanto había salido de su
mano.
Isis, habiendo
conseguido aquello que más ambicionaba en el mundo, gritó de alegría debido a
que su plan había sido todo un éxito. Ahora tenía el convencimiento de que un
día su hijo Horus se sentaría en el trono de Egipto y ostentaría el poder de
Ra.
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