Hathor, hija
de Ra, tenía muchas formas. Podía ser una vaca o un gato y se aparecía a los
recién nacidos bajo la forma de siete maravillosas damas para predecirles el
futuro.
Hathor, bajo
su apariencia humana, era la más encantadora y alegre de las diosas, pero
cuando asumía el papel del Ojo del Sol también podía llegar a ser la más cruel
y feroz. Era la protectora de los dioses, pero, cuando se enfadaba, hasta los
dioses le tenían miedo. Las inscripciones de los templos y una leyenda escrita
en Egipto hacia el siglo I después de Cristo hablan de una época siniestra,
cuando Hathor abandonó su país y decidió vivir en Nubia.
El Ojo del Sol
tenía celos de los demás dioses y diosas creados por Ra. Por este motivo
mantuvo una fuerte riña con su padre y como consecuencia decidió marcharse al
Sur para vagar por los desiertos remotos de Nubia. La airada diosa abandonó su
forma humana y adoptó la de un gato salvaje o la de una leona furiosa. Vivía de
la caza y mataba a toda criatura que osara acercársele.
Egipto estaba
desolado, porque, sin la bella Hathor, las sonrisas y el amor se volvieron
mustios y la vida no daba ninguna alegría. El dios Sol ocultó su rostro
afligido y la oscuridad cubrió la tierra. Nadie le podía consolar de la pérdida
de su adorada hija, y lo peor de todo era que, sin el poder de su ojo, Ra
estaba a merced de sus enemigos. Las tinieblas estrechaban sus anillas
alrededor de la luz y el caos amenazaba el orden.
-¿Quién me
devolverá a Hathor? –preguntaba Ra-, pero los dioses permanecían en silencio.
El Ojo del Sol tenía el poder de la vida y la muerte sobre todos los seres, y
los dioses tenían miedo de acercársele.
Entonces Ra llamó
a Thot, el más sabio de los dioses, y le ordenó que fuera a Nubia y que
convenciese a Hathor para que regresase a Egipto.
Thot obedeció
al Rey de los Dioses con el corazón encogido. Estaba convencido que, si Hathor
le reconocía, lo mataría antes de dejarle hablar. Con este pensamiento, se
transformó en un humilde mandril. Después se arrastró poco a poco por el
desierto de Nubia, siguiendo el rastro sanguinolento de la diosa.
Cuando la hubo
encontrado, Hathor tenía la forma de gato salvaje y estaba sentada en una roca
lamiéndose el pelaje. Thot se le acercó a cuatro patas y dando golpes de cabeza
en el suelo.
-¡Salud, hija
del Sol! –dijo humildemente.
Hathor se
encogió y resopló, pero al ver que solo se trataba de un mandril, se paró y no
se le lanzó encima.
-Graciosa
deidad –dijo Thot con voz temblorosa-. ¿Puede una mona humilde osar hablar
contigo?
-Hablar y
muere –gruñó el gato salvaje a la vez que enseñaba las garras. El mandril se
encogió y besó el suelo murmurando:
-Oh, poderosa,
si decides matarme, no puedo yo impedirlo, pero recuerda la historia de la
madre buitre y la madre gata.
-¿Qué
historia? –preguntó Hathor.
-Escúchame, mi
señora –dijo Thot con astucia-, y te la contaré.
El gato
salvaje se sentó y de nuevo empezó a limpiarse. Parecía que no hacía caso del
mandril, pero Thot sabía que si intentaba huir sentiría sus garras de
inmediato. Así pues, empezó la historia:
“Había una vez
un buitre hembra que hizo un nido en una palmera e incubó sus huevos hasta que
de ellos nacieron cuatro preciosos pollitos. En el mismo instante en que
salieron de las cáscaras, los pollinos pidieron comida, pero la madre tenía
miedo de abandonar el río a causa del gato salvaje que vivía cerca de allí. La
gata también había tenido cuatro gatitos y a su vez estaba atemorizada de
dejarlos por culpa del buitre.
Los pollitos y
los gatitos gritaban con tanta desesperación a causa del hambre que pronto se
reunieron las madres y concertaron una tregua. El buitre y la gata salvaje
juraron solemnemente por Ra que ninguna atacaría a las crías de la otra.
Entonces la madre buitre se sintió suficientemente segura para ir volando en
busca de carroña y la madre gata se atrevió a ir de caza.
Durante unas
semanas todo iba bien y los pollitos y gatitos se hacían mayores. Los pequeños
buitres pronto empezaron a jugar por toda la montaña. Un día, mientras la madre
buitre daba vueltas sobre el desierto, el más atrevido de sus pollitos salió
volando del nido. Sus alas no estaban todavía bien fuertes y, tras un corto
vuelo, se posó en la cima de la montaña donde jugaban los gatitos y comió un
poco de su alimento.
Sin pensárselo
dos veces, la madre gata atacó al pequeño buitre y lo hirió.
-Ve a buscarte
la comida –se quejó el gato salvaje.
El pequeño
buitre intentó batir las alas, pero vio que no podía volar.
-No podré
regresar al nido –dijo-, pero has roto el juramento y Ra me vengará.
Cuando la
madre buitre regresó al nido con el pico lleno de carroña, vio que uno de sus
pollitos había desaparecido y le vio muerto en la otra montaña.
“Así que el
gato ha roto su juramento”, pensó el buitre. “No tardaré en vengarme”.
Cuando el gato
salvaje volvió a salir de caza, el buitre se lanzó en picada sobre los gatitos.
Los mató y se los llevó a su propio nido, para que sirviesen de alimento a sus
pollitos.
Cuando la
madre gata volvió con su presa fue incapaz de encontrar sus gatitos. Los buscó
por toda la montaña, mientras, iba lanzando desgarradores maullidos. Lo único
que pudo hallar fueron unos cuantos mechones de pelo sanguinolento y comprendió
rápidamente que el buitre había matado a sus gatitos. Entonces pidió venganza a
Ra.
-¡Oh gran
dios, que juzgas a los justos y malvados, el buitre ha roto el juramento
sagrado y ha matado a mis hijos! ¡Escúchame, Ra, y castiga a la perjura!
El dios Sol
escuchó su ruego y se enojó porque se hubiera roto un juramento hecho en su
ombre. Como el buitre se había tomado la venganza por su cuenta y había matado
a los gatitos, Ra ordenó a un mensajero para que dispusiera el castigo
adecuado.
A la mañana
siguiente cuando el buitre volaba por encima del desierto buscando comida, vio
a un cazador solitario que estaba cocinando una pierna en una hoguera. El
buitre se lanzó en picado, le arrancó la pata con sus garras y se la llevó
triunfante al nido. La dejó caer sobre los pollitos hambrientos, pero sucedió
que todavía llevaba unas cuantas brasas encendidas pegadas debajo. Tan pronto
como las brasas tocaron las ramitas y la hierba seca, el nido se encendió. Los
tres pollitos murieron quemados sin que la madre, que daba vueltas por encima
pudiera hacer nada para evitarlo. El gato salvaje corrió hasta donde estaba y
le chilló al buitre:
-Por Ra, que
tú mataste a mis gatitos, pero ahora tus crías han muerto. ¡Ya estoy vengada!
Es decir,
señora mía –concluyó Thot-, que las dos madres habían roto el juramento y ambas
fueron castigadas por ello. Ra, quien todo lo oye y todo lo ve, castiga todos
los crímenes. Glorifica a Ra, que da la vida a todas las cosas y el rostro
resplandeciente del cual lleva alegría a toda la tierra.”
La diosa se
quedó sentada pensando sobre la historia y recordando a su padre justo y
poderoso. Thot vio su oportunidad y se le acercó más:
-Señora, te
traigo comida divina del palacio del dios Sol. Hierbas prodigiosas que dan
salud y alegría a cualquiera que las prueba.
Le alargó un
ramo de hierbas con la pata, y su dulce fragancia tentó finalmente al gato
salvaje a roerlas. Cuado se hubo tragado el alimento divino, el humor de Hathor
había cambiado. Toda su cólera había desaparecido y escuchó con docilidad a
Thot.
-Estas hierbas
se han hecho en Egipto –dijo Thot-, la tierra que surgió de las aguas del Nun,
el lugar que el Creador formó para los dioses y para los hombres, la casa de
Ra, tu padre amado, y de Shu, tu querido hermano.
Mientras había
rondado por el desierto, Hathor había olvidado su tierra y a su familia, pero
las palabras de Thot se lo devolvieron todo a su memoria. Pensó en su padre y
en su hermano y recordó todos los templos donde los hombres la habían adorado
como a la más grande de las diosas. De pronto, Hathor se sintió inundada de
añoranza por Egipto y sus lágrimas cayeron abundantes.
Thot la vio
llorar un rato y después le dijo con ternura:
-Oh señora,
ahora te afliges por la tierra, pero piensa en el mar de lágrimas que han
derramado por ti los que están en Egipto. Sin ti, los templos están vacíos y
silenciosos. Sin ti, no hay música ni baile, no hay risas ni alegría. Sin ti,
jóvenes y viejos se desesperan. Pero si decides regresar, las arpas y los
tambores, los laúdes y todos los instrumentos volverán a sonar. Egipto bailará.
Egipto cantará, las Dos Tierras se alegrarán como nunca en la vida. Ven
conmigo, regresa a casa y de camino hacia el Norte, te contaré otra historia.
Había una vez un halcón, un buitre y un coco. Un día se encontraron…
Thot dio un
paso hacia delante, confiando que Hathor le seguiría, pero de pronto la diosa
se dio cuenta que durante todo ese rato, el mandril había intentado animarla a
regresar a Egipto.
Le dio rabia
que la hubiese hecho llorar y, con un terrible grito, se convirtió en una
enorme leona. Su piel tenía el color de la sangre y rugía y humeaba como una
llama viva. Su rostro brillaba más que el disco solar y su apariencia feroz
hizo estremecerse a Thot. Se puso a saltar como una langosta y a temblar como
una rana. La saludó como si fuera el mismo Sol:
-¡Oh,
poderosa, ten piedad! ¡En nombre de Ra te pido que me perdones la vida!
¡Graciosa divinidad, antes de atacar, escucha la historia de los dos buitres!
La cólera de
Hathor se fue calmando un poco y como sentía curiosidad por saber la historia,
se volvió a convertir en un gato salvaje. Thot, entonces, se apresuró a empezar
la narración:
“Hubo una vez
dos buitres que vivían entre los montes del desierto. Un día el primero de los
buitres se jactaba:
-Mis ojos son
más vivos que los tuyos y mi vista es más afilada. Ninguna otra criatura con
alas tiene un don como el mío.
-¿Y cuál es
este don? –preguntó el segundo buitre.
-De día o de
noche puedo ver los límites de la
Tierra –contestó el primero-. Encima de todo el cielo o
dentro del océano, puedo ver lo que allí pasa.
-Quizá si tus
ojos sean más vivos que los míos y que tu vista supere a la mía –reconoció el
otro buitre-, pero mis orejas son más vivas que las tuyas y mi oído supera al
tuyo. Puedo oír cualquier ruido que se produzca tanto en la tierra, como en el
mar o en el cielo.
Los dos
pájaros pasaron muchos días discutiendo sobre quién poseía el don más preciado,
pero una mañana, mientras estaban en la rama de un gran árbol muerto, el segundo
se puso a reír:
-¿De qué te
ríes? –le preguntó el primero.
-Río de cómo
un cazador puede convertirse rápidamente en cazado –dijo el segundo buitre. Y
añadió-: Un pájaro en el otro lado del río me está contando lo que acaba de
ver. Tú serías incapaz de oírlo a esta distancia. Ha visto cómo una lagartija
cazaba y se comía una mosca. Un momento después, una serpiente atrapaba y se
tragaba a la lagartija y, acto seguido, la serpiente era agarrada por un halcón
hambriento. Resulta que pesaba demasiado y el halcón y la serpiente han caído
al mar. Si tienes tan buena vista como has afirmado, dime qué les ha ocurrido a
partir de aquí.
El primer
buitre levantó su cabeza calva y dirigió su mirada hacia las costas del mar
lejano.
-Un pez se ha
tragado al halcón con la serpiente aún cogida entre sus garras. Y ahora un pez
más grande se ha comido al primero –el buitre permaneció en silencio un rato y
luego continuó-: Y ahora el pez grande se ha acercado demasiado a la playa y un
león lo ha sacado del agua de un golpe de zarpa. Se lo está comiendo… ¡Ah!
El primero de
los buitres se mostró muy revolucionado:
-¡Un animal
fantástico mitad águila mitad león se ha lanzado sobre el león y se lo lleva a
su nido!
-¿Estás
seguro? ¿Puede ser cierto? –preguntó el segundo pájaro.
-Si no me
crees, acompáñame a su nido –dijo el primer buitre- y podrás comprobarlo por ti
mismo.
Y los dos
buitres emprendieron el vuelo y cruzaron los montes del desierto hasta llegar
cerca de la cueva de tan maravilloso animal.
Los dos pájaros
contemplaron cómo esa bestia se comía las últimas tiras de carne de los huesos
del león y acto seguido emprendieron el vuelo hacia un lugar que fuera más
seguro.
-Todo cuanto
hemos visto muestra el poder de Ra en acción en el mundo –empezó el primero de
los buitres-. Ni la mente de una mosca se le escapa al dios Sol, y los que
matan mueren. La violencia se paga con violencia. Y lo sorprendente del caso es
que nada le ha pasado a este último animal, a pesar de que se ha comido al
león.
-Debe ser
porque es el mensajero de Ra –respondió el segundo buitre-. El dios Sol le ha
dado el poder de la vida y la muerte sobre todas las criaturas. No hay nada más
fuerte que él a excepción de la justicia de Ra.
Es decir,
señora, que es tu propio padre quien da bien por bien y mal por mal –concluyó
Thot-. Y él te ha llenado de su poder. Eres el Ojo del Sol, su vengador”.
El corazón de
Hathor empezó a batir de alegría y se volvió a sentir orgullosa de ser la hija
del dios Sol.
-Para ya de
temblar, pues no pienso matarte –prometió el gato salvaje-. Tus palabras me han
embrujado, pero sé que no me quieres ningún mal. Me has quitado la pena y la
cólera que sentía.
-Señora, si
deseas seguirme –empezó a decir tímidamente Thot-, te conduciré hasta Egipto.
No son demasiados días de viaje a través de estas colinas.
-Pongámonos,
pues, en marcha en seguida –gruñó Hathor- y basta de charla.
El mandril
empezó el camino en dirección a Egipto, con el gato salvaje a unos pocos pasos
detrás de él. Por miedo a que se lo pensara de nuevo o que volviera a
encenderse de ira, Thot empezó una nueva historia:
“Había dos
chacales que vivían en el desierto y que eran los amigos más fieles. Cazaban
juntos, comían y bebían siempre juntos, y compartían la misma zona de sombra.
Un día que descansaban bajo las ramas de un árbol del desierto, vieron cómo un
león enfadado se acercaba hacia donde ellos estaban reposando. Los dos chacales
se quedaron bien quietos y dejaron que el león se viniera hacia ellos. Esto
desconcertó al animal y rugió:
-¿Es que acaso
vuestras piernas están demasiado pesadas a causa de los años? ¿No habéis visto
cómo me acercaba? Y siendo así, ¿cómo es que no habéis emprendido rápidamente
la huida?
-Señor león
–contestaron los chacales-, sí hemos visto cómo venías lleno de furia hacia
nuestra posición, pero hemos tomado la decisión de no huir. Al fin y al cabo
nos hubieras atrapado igual y creímos que no tenía ningún sentido que nos
cansáramos antes de que nos comieras.
Como a los
poderosos la verdad no les ofende, al león le hizo mucha gracia la respuesta
fría y tranquila y dejó libres a los dos compañeros.
No te he
contado más que la verdad de cuanto sucedió –añadió Thot-, y, ahora que me has
perdonado la vida, podemos ir hacia Egipto juntos y yo prometo protegerte.”
-¿Qué tú me
protegerás? El Ojo del Sol no necesita la protección que pueda proporcionarle
un mandril.
-A veces el
débil puede salvar al fuerte –contestó Thot-. Recuerda la historia del león y
el ratón.
“Había una vez
un león que vivía en los montes del desierto. Era tan grande y fiero que todos
los animales le tenían miedo. Pero un día se encontró por casualidad a una
pantera tendida en el suelo, más muerta que viva. El animal tenía la piel
destrozada y el cuerpo lleno de profundos cortes que sangraban. El león estaba
muy sorprendido, pues siempre había pensado que él era el único suficientemente
fuerte como para vencer a una pantera.
-¿Qué ha
pasado? –preguntó-. ¿Quién te ha hecho esto?
-El hombre
–suspiró la pantera-. No hay nadie tan astuto. ¡Procura no caer nunca en sus
manos!
El león nunca
había oído hablar de la existencia de una bestia llamada Hombre, pero le
enojaba que una criatura pudiera causar unas heridas tan crueles únicamente
para divertirse. Entonces pensó que iría a la caza del hombre y se dirigió en
la dirección de donde había venido la pantera. Cuando ya llevaba una hora
andando, el león se encontró con una mula y un caballo unidos por un yugo, con
trozos de metales que les hacían daño a las tiernas bocas.
-¿Quién os ha
hecho esto? –quiso saber el león.
-El Hombre,
nuestro amo –respondió el caballo.
-Así pues, ¿el
Hombre es más fuerte que vosotros dos?
-Señor león
–dijo a su vez la mula-, no hay nadie más astuto que el Hombre, ¡cuídate de no
caer jamás en sus manos!
El león se
enfadó de nuevo y estuvo más decidido que nunca a encontrar y matar a esta
criatura tan cruel denominada Hombre. Continuó su camino y pronto encontró un
buey y una vaca atados con una cuerda. Les habían serrado los cuernos y tenían
la nariz atravesada por anillas de metal. Cuando el león les preguntó quién les
había hecho eso, recibió la misma respuesta:
-El Hombre,
nuestro amo. No existe nadie más astuto que él. ¡Procura no caer en sus manos!
El león
reemprendió el camino y la próxima cosa que vio fue a un enorme oso acercándose
pesadamente hacia él. Cuando lo tuvo cerca, el león se dio cuenta que le
faltaban las garras y también los dientes.
-¿Quién ha
osado hacerte esto? –le preguntó-. No es posible que el Hombre sea más fuerte
que tú.
-Es cierto
–gimió el oso-, porque el Hombre es más astuto. Yo capturé al Hombre y le
obligué a que me sirviera, pero él me dijo: “Amo, tienes las garras tan largas
que seguro te resulta difícil coger la comida y tienes los dientes tan largos
que te costará meterte los alimentos en la boca. Deja que te corte las uñas y
los dientes y te aseguro que podrás comer el doble.” Yo le creí y dejé que lo
hiciera, pero en lugar de lo que me había prometido me arrancó las garras y me
limó los dientes. Entonces ya no tuvo miedo de mí. Me tiró arena en los ojos y
se alejó lanzando sonoras y enormes carcajadas.
Habiendo oído
esto, el león se enfureció más que nunca y continuó su camino hasta que se
encontró con otro león cuya pata estaba atrapada en el tronco de una palmera.
-¿Qué te ha
pasado? –preguntó el primer león-. ¿Quién ha sido capaz de hacerte una cosa
así?
-El Hombre
–gruñó el segundo león-. ¡Ten mucho cuidado! ¡Nunca te fíes de él! El Hombre es
malo por naturaleza. Le convertí en mi criado y le pregunté cuál era el trabajo
que sabía hacer, pues daba la sensación de que era una criatura muy débil. Me
respondió que sabía hacer un amuleto que me daría vida inmortal. “Sígueme”, me
dijo, “y convertiré este árbol en amuleto. ¡Haz exactamente lo que te diré y
vivirás eternamente!” Y vine con él hasta esta palmera y él serró una grieta en
el tronco y la abrió con una palanca. Me dijo que metiera la pata en ella y,
cuando lo hube hecho, la rendija se cerró y la pata me quedó así atrapada.
Luego el Hombre me tiró arena en los ojos y se fue riendo. Y ya lo ves, ahora
tendré que quedarme aquí hasta que me muera de hambre.
Entonces el
primer león lanzó un reto con un gran rugido.
-¡Hombre! ¡No
te dejaré de perseguir hasta que te haya hecho padecer todos los males que has
causado a todas estas criaturas!
Continuó
avanzando a grandes saltos hasta que vio a un ratón en el camino. Fue a
levantar un agudo chillido y dijo:
-¡Oh, señor
león, no me aplastes, por favor! Conmigo no tienes ni para un solo mordisco;
apenas me encontrarás sabor alguno. Perdóname la vida y quizá un día te podré
devolver el favor. Si ahora me perdonas, te ayudaré cuando te halles en un mal
paso.
El león se
rió:
-¿Qué puede
hacer un minúsculo e insignificante ratón para ayudar al más fuerte de los
animales? Además, nadie tiene el poder de hacerme daño.
-Señor león, a
veces sucede que el débil puede ayudar al fuerte –insistió el ratón y pronunció
un solemne juramento de amistad. El león lo encontró divertido y, como era
verdad que no valía la pena comerse a un ratón, lo dejó escapar.
Pero sucedió
que el Hombre había oído los rugidos del león y le preparó unas trampas. Excavó
un agujero, encima extendió una red de cuerdas resistentes y lo tapó todo con
hierbas. Esa tarde, el león, mientras perseguía al Hombre, se acercó al lugar y
cayó en la trampa, quedando atrapado en la red. Durante varias horas estuvo
intentando librarse de ella, pero le resultó imposible. A media noche el león
quedó agotado y ya solo le quedaba esperar al alba para que el Hombre viniera a
matarle. De pronto oyó un susurro en su oreja:
-Señor león,
¿te acuerdas de mí? Soy el ratón a quien gentilmente perdonaste la vida. ¿Qué
cosa en este mundo existe más bonita que la de corresponder a una buena acción
con otra?
El ratón
empezó a roer las cuerdas. Trabajó hora tras hora para liberar al león y, justo
antes del amanecer, acabó de romper la última. El león se puso de pie de un
salto y se sacudió la red de encima. Con el ratón agarrado a su crin, salió del
agujero dando un gran salto y huyó lejos del Hombre, dirigiéndose a los montes
del desierto.
El destino le
había enseñado que incluso el ser más débil e insignificante puede ayudar al
más fuerte.”
Hathor
comprendió la moraleja de la historia de Thot y siguió al mandril con un nuevo
respeto, pero parecía no tener prisa en regresar a Egipto. Al llegar al límite
del desierto, se entretuvo bajo unas palmeras, sicomoros y algarrobos, para
probar algunos de sus frutos.
El mandril se
encaramó a los árboles con la esperanza de poder ver Egipto. Probó una fruta y
la encontró buena, pero recordó a la diosa que la fruta de los árboles de
Egipto era todavía muy buena, de manera que continuaron el viaje.
En el momento
de pasar la frontera, la gente de Egipto acudió en un gran número para rendir
honores a la diosa que regresaba. En El-Kab tomó forma de buitre y, en el
siguiente pueblo, la de una gacela, pero, al acercarse a Tebas, volvió a su
forma de gato salvaje. Antes de entrar en la ciudad se pararon para descansar.
Hathor se durmió y Thot se mantuvo vigilante.
Los enemigos
de Ra no estaban nada satisfechos de que el Ojo del Sol hubiera regresado a
Egipto. Protegida por la sombra de la noche, una serpiente del caos se arrastró
hasta la diosa dormida, con la intención de envenenarla y quitarle a Ra su
protectora.
Thot que se
mantenía en vigilia vio a la serpiente a punto de atacar y despertó rápidamente
a Hathor. El gato salvaje saltó sobre la serpiente y la partió en dos. Luego le
dio las gracias al mandril para haberla protegido y avisado y recordó la
historia del ratón que salvó al león.
A la mañana
siguiente entraron en Tebas y toda la ciudad enloqueció de alegría. Hathor
estaba tan contenta que se transformó en una bella y bondadosa mujer. Después
dejó que el mandril la condujese más al norte.
Ra se reunió
con su hija en la ciudad sagrada de Heliópolis y, cuando se abrazaron, el país
saltó de alegría. Entonces Thot volvió a tomar su forma normal y Hathor por fin
le reconoció. Se sentó al lado de ella en la fiesta y Ra le dio las gracias al
astuto Thot por haberle devuelto al Ojo de Sol.
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