En Egipto
vivía el poderoso Aziz, casado con la bella Zulaija.
Cierto día
llegó a él la noticia de que había entrado en la ciudad un joven hebreo llamado
Yusuf, de gran virtud y honradez. Ante este hecho, Aziz decidió adoptarle como
bajo y así se lo comunicó a su esposa, quien se mostró encantada ante tan
maravillosa idea.
Pero Yusuf era
de gran hermosura y Zulaija se enamoró de él. Por eso siempre procuraba estar a
su lado y atenta a la menor necesidad del joven y se complacía peinando sus
cabellos. Sin embargo, Yusuf no correspondía a su pasión, todo su pensamiento
lo tenía puesto en Dios.
Esto expresaba
a Zulaija, hasta el punto de que sus mejillas empezaron a palidecer y su cuerpo
languideció, solo pensaba en cómo lograría que el joven hebreo cediese a sus
deseos.
Cierto día en
que estaba, como de costumbre, pensativo, entró en su habitación su antigua
nodriza y le dijo que había un medio bien sencillo para que Yusuf ardiera en
amor hacia ella: que le hiciera fijarse bien en la hermosura de su rostro y en
la exquisita perfección de su cuerpo. Si la dejaba obrar a ella libremente,
pronto vería cumplidos sus más íntimos deseos.
Zulaija la
dejó hacer. Entonces la nodriza encargó a unos competentes albañiles que
hicieran una cámara con arreglo a sus indicaciones.
Después
encargó a un pintor que retratara con todo detalle las figuras de Yusuf y
Zulaija abrazándose.
Por último,
compró un magnífico lecho de oro, incrustado de perlas y piedras preciosas, y
lo colocó en el centro de la habitación, cubriéndolo con una maravillosa colcha
de seda llena de fantásticos dibujos. El suelo lo alfombró con un rico tapiz y
colgó de las paredes bellas cortinas de suave tejido.
Hechos estos
preparativos, se dirigió a la estancia donde se encontraba Zulaija y la atavió
espléndidamente. Coronó sus cabellos con una valiosa diadema y puso sobre su
cuerpo una delicada túnica. Así fueron hacia la cámara que antes había
preparado, y Zulaija se tendió en el lecho.
A
continuación, la nodriza fue en busca de Yusuf y le dijo que su señora le
necesitaba y le rogaba que fuese a su cámara. Yusuf le contestó que obedecería
al instante y se encaminó hacia donde se encontraba Zulaija.
Cuando llegó
ante la cámara, el joven comprendió los deseos de la egipcia y quiso volverse
pero ella, rápida como el pensamiento, fue hacia él y, cogiéndole de la mano,
le condujo hacia el lecho. Luego le alabó la belleza de su rostro, de sus ojos,
de sus cabellos, el delicioso aroma de su aliento.
Yusuf le
contestaba diciendo que toda esa belleza se convertiría en polvo cuando
muriera, y si entonces aspiraba su aliento, que tanto le agradaba ahora, huiría
asqueada ante el hedor que desprendería todo su cuerpo.
Cuando Zulaija
le preguntó a qué se debía que cuanto más se acercaba ella a él tanto más huía,
respondió el joven hebreo que de esa manera esperaba acercarse más a su Señor.
Zulaija siguió
insistiendo, pero la decisión de Yusuf era firme, y su propósito de no ofender
a su Dios, inquebrantable. Por eso, cuando vio una oportunidad para escapar, no
vaciló y corrió hacia la puerta. Pero Zulaija se agarró a su túnica y la
desgarró.
Y he aquí que
en ese momento acertó a pasar junto a la habitación Aziz, quien al ver a Yusuf
tan apenado y a Zulaija llorosa y mesándose los cabellos, entró en la cámara
para saber lo que sucedía. Entonces ella le dijo que su protegido hebreo, aquel
al que había favorecido con todo su cariño, había querido cometer con ella una
mala acción.
Al oír esto,
Aziz se dirigió hacia Yusuf y, afeándole su conducta, le preguntó cómo había
podido intentar tan reprochable acto. Entonces Yusuf, invocando a Dios, le
explicó la verdad del caso.
Aziz estaba
asombrado; su mirada iba de Yusuf a Zulaija, y de ésta al hebreo. Pero Yusuf se
acordó, de pronto, de que podía citar a un testigo en su favor. En la
habitación donde había tenido lugar aquella escena se encontraba un niño
pequeño en una cuna; este niño había sido adoptado por Zulaija, en vista de que
Dios no le concedía ningún hijo, y dormía siempre en su misma alcoba.
Yusuf elevó al
cielo su oración y pidió al Señor que le ayudara en su crítica situación.
Entonces Dios hizo bajar a la
Tierra a Gabriel -¡sobre él sea la paz!- y le dio la orden de
que hiciese hablar al niño para que declarase a favor de Yusuf.
Gabriel hizo
como el Señor le mandaba, y el niño empezó a hablar y dijo a Aziz que si la
túnica de Yusuf hubiera estado desgarrada por delante, Zulaija habría dicho la
verdad; pero que al estarlo por detrás, ella mentía, y el testimonio de Yusuf
era sincero.
Aziz comprobó
que cuanto había dicho el pequeño era totalmente cierto, entonces, dirigiéndose
a su mujer, le mandó que pidiera sincero perdón al muchacho hebreo.
Y sucedió que
a partir de aquel día empezó a divulgarse la noticia por todo Egipto,
principalmente entre las mujeres, que lo comentaban riendo y no podían
comprender cómo la mujer de Aziz había podido incurrir en tal extravío.
Zulaija se
enteró de todo y quiso demostrar a sus amigas cómo no tenía culpa de lo que
había ocurrido.
Así, pues, les
envió un mensaje invitándolas a merendar en su casa.
Cuando la
reunión estuvo formada, les dio naranjas con miel, y para que mondaran las
naranjas entregó a cada una un pequeño cuchillo.
Las damitas
empezaron su faena, y en ese instante Zulaija mandó que hicieran entrar en el
salón al joven Yusuf, al que antes había vestido y adornado con todo esmero.
Cuando sus
amigas vieron al bello hebreo, su admiración no tuvo límites. Tan absortas
estaban en contemplar su hermosura, que, en vez de cortar las naranjas,
cortaban sus propias manos, y era tal su atolondramiento que no sentían correr
la sangre ni el dolor que con el cuchillo
se producían.
Zulaija,
mientras, se reía de ellas, comentándoles que si por un momento que le habían
visto habían llegado al extremo de no percatarse de lo que hacían,
comprenderían que a ella, en siete años que llevaba junto a él, le hubiera
acontecido aquello que antes de conocer al joven les causara tanta extrañeza.
Pero incluso
después de lo sucedido Zulaija seguía deseando castigar a Yusuf por su
desprecio. Para ello fue a ver al rey Rayan ibn al Salid, con el que tenía gran
influencia, y logró que le permitiera encarcelar al hebreo.
Cuando pasó
algún tiempo, ante la represión de Aziz por su conducta, Zulaija se arrepintió
y desde entonces no podía conciliar el sueño, y solo estaba contenta al hablar
de Yusuf.
Se cuenta,
acerca de las mujeres que vieron al bello mancebo, que murieron siete de ellas
por su amor.
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