“EN EL NOMBRE
DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO, UN SOLO DIOS. AMÉN.”
Este es el
discurso pronunciado por San Anastasio, obispo de la isla de Turquía. En él
exalta y alaba la grandeza del arcángel San Miguel y se cuenta el gran milagro
realizado en favor de Santa Eufemia y las dos historias maravillosas que se
deben leer el doceavo día del mes de Paoni. Que sea con nosotros la intercesión
del arcángel San Miguel y con el humilde copista. Amén.
Reinando el
gran rey Honrius, había un emir llamado Aristarco, que tenía por mujer a
Eufemia. Aristarco y Eufemia eran fieles devotos de la ley de Dios; cumplían
con todos los preceptos de la caridad, de la fe y de la modestia.
Habían
recibido el bautismo de San Juan Crisóstomo (“Boca de Oro”). En sus devociones
entraban con particular efecto la del arcángel San Miguel, celebrada por ellos
todos los días 12 de cada mes; la de la Virgen
María , que celebraban el día 21 de todos los meses, y el
Nacimiento de Nuestro Señor el Mesías, celebrada el 29 de cada mes. Aristarco
era como un vaso de elección, hombre puro que ni por un momento flaqueaba en su
devoción y en su entrega a los deberes y a las prácticas religiosas. Así
sucedió que el Señor, queriendo premiar su vida santa, lo llevó a su seno.
Cayó enfermo
Aristarco de mortal dolencia. Sabiendo que el fin de sus días estaba próximo,
llamó a su esposa y, afirmando su fe en Cristo, le declaró, una vez más, que el
mejor camino de salvación era la práctica de las buenas obras, exhortándola a
que siguiese la vida hasta entonces llevada y que no dejase de rogar al
arcángel San Miguel, para que los protegiese en esta vida y los condujese con
ventura a la dicha eterna.
La buena mujer
afirmó que seguiría los consejos de su marido y le pidió que le dejase una
imagen del santo arcángel para colocarla en la habitación y para que la
defendiera contra las asechanzas de Satán, ya que la mujer sin marido es
semejante a un cuerpo sin alma. Aristarco tuvo gran alegría por ello y mandó
llamar a un habilísimo pintor, el cual ejecutó una imagen perfecta del
arcángel, ornándola con una capa de oro y guarneciéndola de piedras preciosas.
Cuando el emir vio la imagen, sintió una gran alegría y mandó llamar a su
mujer, a la cual dijo:
-Tu deseo ha
sido cumplido, he aquí una bella y rica imagen del santo arcángel Miguel.
La mujer lloró
de alegría y pidió a su marido que la encomendase al Jefe de las Milicias
celestiales para que la protegiera. Aristarco, elevando sus ojos al cielo, rogó
ardientemente al arcángel que protegiera a su esposa contra todos los peligros
y asechanzas del malo. Cuando Eufemia, la bendita, oyó la plegaria, se alegró
grandemente y se afirmó en su fe en el Mesías y en el arcángel San Miguel.
Desde aquel
momento sabía que tenía una firme defensa contra las asechanzas del demonio.
Poco tiempo después, Aristarco murió santamente y su cuerpo fue enterrado en la
iglesia.
Eufemia no
dejó ni un día de practicar el bien, de ejercer todas las obras de
misericordia. Pero Satán, siempre vigilante, no quiso perder la ocasión de
conquistar a una sierva del Señor. Tomó un día la apariencia de una virgen
consagrada al Señor e hizo que otros dos demonios, bajo la misma figura, lo
acompañasen. Llegaron a la puerta de la casa de Eufemia, llamaron y a la
sirvienta que les abrió le dijeron que tres religiosas, enteradas de la fama de
santidad de la dueña de la casa, deseaban visitarla.
Cuando supo
Eufemia quiénes eran las visitantes, salió ella misma a recibirlas con toda
amabilidad y cortesía. Cuando las vio, las hizo entrar en la casa, pues
mostraban un aire de modestia y humildad admirable. Las llevó a la habitación
en donde había colocado la imagen del arcángel San Miguel que le hiciera pintar
su marido. Eufemia dijo a Satán, sin saber quién era en realidad:
-¡Oh hermana!,
entra aquí para pedir la bendición del santo Arcángel, cuya figura aquí se
muestra. Desde que murió mi esposo nadie ha entrado en esta habitación, salvo
yo.
Y Satán le
contestó:
-Mal has
hecho, mujer. En cualquier sitio en donde no haya un hombre no habrá bendición.
Si quieres ser grata a Dios, yo te daré un buen consejo: toma de nuevo a un
hombre en matrimonio. Yo conozco a un gran emir, el mayor de todos los que
rodean al rey Honorio. Tiene por hombre Heraclio. Es yerno mío y ha enviudado
hace poco tiempo. De parte de él vengo a solicitarte en matrimonio, y aquí te
traigo estos presentes para que veas cuán grande es su magnificencia y generosidad.
Y mostró a
Eufemia una gran cantidad de joyas que brillaban maravillosamente. Mas estas
joyas eran para apariencia, ilusión y no realidad. Eufemia contestó:
-He de pedir
consejo a mi intendente. Él no me abandona ni por un momento.
Entonces, la
falsa religiosa mostró un gran escándalo y le dijo:
-¡Oh hermana!,
tus palabras son mentirosas. Acabas de decirme que desde que murió tu esposo no
ha entrado hombre alguno en tu habitación, y ahora afirmas que tu intendente no
te deja ni de noche ni de día. La
Escritura dice que aquel que observa la ley, pero falta a una
sola letra de ella, será responsable como si hubiera violado todas las leyes.
Dios detesta y condena a los mentirosos.
Pero Eufemia,
sonriendo, contestó:
-Tú me has
propuesto un nuevo matrimonio con un hombre rico y generoso. Y en tus manos he
visto brillar joyas resplandecientes. Pero ni por todas las riquezas del mundo
querría faltar a la memoria de Aristarco. Mi cuerpo jamás será tocado por
varón, y cuando yo entregue mi espíritu al Señor, aparecerá limpio y sin
mancha. En cuanto a mi intendente, no debes escandalizarte. No es de este
mundo, aunque su poder sea grande. Conoce los pensamientos de los hombres y
acude en socorro de aquel que lo invoca con fe y pensamiento puro.
Satán pidió entonces
que le mostrase a su consejero. Pero Eufemia dijo:
-Antes de
concederte lo que pides has de orar. Dirige tu mirada al Este y pide a Dios que
te perdone por haber pensado mal de mi guardián. Cuando hayas hecho eso,
entonces te mostraré a mi guardián.
Satán
contestó:
-Aquellos que
mi invistieron con este hábito religioso me enseñaron a no elevar las manos
para rezar sino en mi monasterio, y a no aceptar ni comida ni bebida en mesa de
laicos.
-¡Ah! –
exclamó Eufemia-, tú acabas de reprocharme una supuesta falta contra la ley, y
sin embargo tú olvidas que el Señor ha dicho: “En cualquier casa en donde
entréis decid: Que la paz sea con los habitantes de esta casa. Y si hay alguien
digno de recibir vuestro saludo, recaerá sobre él, y en caso contrario volverá
sobre vosotros”. También ordena que e rece por todos los caminos, en todos los
lugares.
Y con estas y
otras razones, confundió a Satán.
Éste, viendo
que Eufemia lo había vencido, cambió súbitamente de aspecto, transformándose en
una quimera espantosa. Entonces, Eufemia, comprendiendo que se trataba de una
asechanza del demonio, exclamó:
-¡Oh arcángel
Miguel, que gobiernas las milicias del cielo, ven en mi ayuda! ¡Tú, a quien mi
marido Aristarco me confió antes de morir!
Satán, cuando
oyó la invocación al Arcángel, tuvo miedo y cambió nuevamente de aspecto,
tomando la forma de un negro barbudo, con los ojos inyectados de sangre y con
una espada desnuda en la mano. Eufemia se estremeció de espanto; entró
corriendo en su habitación y tomó la imagen de San Miguel y, apretándola contra
su echo, invocó de nuevo al arcángel. Satán no pudo penetrar tras ella, pues lo
impedía la gloria de San Miguel. Satán estalló en orgullosas amenazas:
-¡Yo soy aquel
que acecha al hombre desde que fue creado, para dominarlo con mi poder! ¡Ahora
me has dominado, Miguel; pero espero mi venganza!
Y a Eufemia le
dijo que volvería el día 12 del mes de Paoni.
-Ese día
Miguel, con todas las milicias celestiales, estará delante del trono del Señor
para pedirle que haga subir las aguas de los ríos, para que haga descender la
lluvia y el rocío sobre los campos. Durante tres días y tres noches permaneceré
prosternada ante Dios.
-En ese
momento yo vendré aquí. Romperé esa tabla en mil pedazos sobre tu cabeza. ¡Y
así conocerás cuán grande es mi poder! –replicó Satán.
Eufemia, con
la imagen en la mano, amenazó a Satán, saliendo éste corriendo de la casa.
Desde aquel
día Eufemia extremó sus devociones, pidiendo a San Miguel que no la abandonase.
Se aproximaba la fiesta del Arcángel y Eufemia preparó cuidadosamente las
ofrendas y todo aquello que era necesario para celebrar dignamente la
festividad. Día era señalado para ella, y por eso esperaba vivamente la
llegada. El día 12 del mes de Paoni, la bendita mujer, desde la alborada, se
hincó de rodillas y comenzó a orar devotamente.
De pronto
Satán se apareció bajo la forma de un ángel inmenso, con largas alas
extendidas. Iba ceñido por un resplandeciente cinturón de oro y sobre su cabeza
llevaba una diadema de fulgurantes piedras preciosas. En la mano llevaba un
cetro de oro que no tenía encima la cruz de Cristo. Eufemia se estremeció de
miedo. Satán le dijo las siguientes palabras:
-¡Que la paz
sea contigo, mujer bendita de Dios y de sus ángeles! Bendita seas, pues tus
ofrendas y sacrificios han llegado hasta el Señor. Él me ha envidado a ti para
aconsejarte y guiarte en lo que tienes que hacer. Obedéceme como si fuera él
mismo, pues escrito está que la obediencia es mejor que los sacrificios.
La piadosa
mujer se inclinó y dijo:
-Presta estoy
a oír la orden de mi Señor.
Satán,
entonces, comenzó así:
-Durante mucho
tiempo has hecho grandes sacrificios y has gastado todo tu caudal en hacer
buenas obras en memoria de tu marido Aristarco, más éste, por su santa vida y
muerte, ha sido acogido en el seno del Señor. Tú, con tu piadosa vida, excitas
la envidia de Satán, el cual puede tentarte, como hizo con Job, el santo
paciente. Satán puede arruinar tu casa, como hizo con Job. Tu marido murió sin
dejar descendencia. Tú has de contraer nuevo matrimonio. Y Arius ha de ser tu
esposo, un señor lleno de riquezas.
Eufemia
comprendió que era Satán el que le hablaba. Y decididamente contestó:
-¿En qué libro
ha ordenado Dios que no se hagan limosnas, que se abandonen las buenas obras?
¿Dónde ha dicho el Señor que la mujer ha de casar con dos hombres? Todo libro
que venga de Dios ha de aconsejar la pureza de alma, la castidad, el abandono
de los bienes materiales, el desprecio al mundo, la caridad hacia los pobres y
los miserables. En cambio tú me ordenas lo contrario. Dice el sabio Salomón que
las tortolillas y las cornejas no toman mas que un marido. Si eso hacen los
pájaros mudos y sin inteligencia y conservan puras sus almas, ¿qué hará una
criatura racional, que Dios ha creado a su imagen y semejanza? Yo no tomaré
otro marido ni abandonaré todas las obras de caridad que realizo en nombre de
Dios y del arcángel San Miguel. Dime de dónde vienes y cuál es tu nombre.
Satán
contestó:
-Yo soy el
arcángel San Miguel, al cual rezas con tanta devoción. Arrodíllate ante mí,
pues Dios me ha enviado.
Eufemia
contestó:
-Cuando Satán
se apareció a Jesucristo y se fue a prosternar ante Jesús el Mesías, éste
exclamó: “¡Atrás, Satán!”.
Satán
protestó:
-¿Cómo Satán
habría tomado esta magnífica apariencia con que yo me he presentado ante ti?
Satán fue expulsado del cielo por su orgullo y Dios me encargó que yo tomase su
puesto.
Pero Eufemia
no se dejó engañar y le preguntó que si, como decía, era el arcángel, dónde
estaba la cruz que debía llevar en su espada, pues en la imagen que tenía así
lo había visto.
Satán dijo que
eso era una invención del pintor, ya que no todos los ángeles llevan la cruz en
sus espadas. Eufemia contestó:
-Si el rey
envía a un sitio a uno de los soldados, ¿no llevará el enviado el sello de su
señor? Pues, de lo contrario, no podrá justificar debidamente que es un enviado
y no un traidor que quiere introducirse con falsas palabras, y la persona a
quien se dirige no lo recibirá ni atenderá las órdenes que lleva. Si tú eres un
enviado de Dios, déjame que traiga el retrato del Arcángel.
Al oír cuanto
había dicho, Satán comprendió que había sido vencido, una vez más, por la
virtuosa Eufemia y se puso a rugir como un león y gritó con grandes voces. Se
lanzó contra la desdichada Eufemia y, agarrándola por la garganta, le dijo con
voz tenebrosa:
-Hoy no te me
escapas. Desde hace mucho tiempo estoy en acecho, noche y día, para lograr
vencerte; mas hoy ya no te valdrá Miguel.
Eufemia,
viéndose en atroz peligro de muerte, invocó fervorosamente al arcángel,
pidiéndole socorro en tan angustioso trance. Y en aquel mismo momento San
Miguel se apareció, revestido de toda su gloria.
La habitación
se iluminó con una resplandeciente luz y Satán, temeroso, cayó de rodillas,
pidiendo perdón al arcángel y suplicándole que no le maltratara.
-¡Jamás
–decía- volveré a entrar en un sitio en donde se encuentre tu nombre y tu
imagen!
El arcángel lo
tenía bien agarrado en su mano, como si fuera un pajarillo, y al fin lo dejó
escapar. Después, volviéndose a Eufemia, le dijo:
-Tranquilízate
y confía en mí. Desde este momento nada podrá Satán contra ti. Yo soy el
arcángel San Miguel, a quien tanta devoción has tenido desde tu infancia. Las
ofrendas y las buenas obras que has realizado en mi nombre han subido hasta el
trono del Señor y han sido acogidas con benevolencia. Acaba los preparativos
para esta fiesta y disponlo todo bien, pues éste es el último verano que
pasarás en la Tierra. Cuando
acabe el estío, vendré a buscarte con los escuadrones angélicos y te llevaré
hasta el seno del Señor.
Y dichas estas
palabras, se elevó en los aires, rodeado de una gran gloria.
Eufemia quedó
arrodillada dirigiendo la mirada al arcángel. Cuando éste desapareció en el
cielo, se levantó y fue al obispo Anthimos y le relató todo lo ocurrido. El
obispo tuvo una gran alegría al oírla y alabó al arcángel San Miguel.
Eufemia le
pidió que asistiera a un gran banquete en honor del Arcángel, acompañado del
pueblo. Una vez terminadas las ceremonias, Eufemia regresó a su casa para
disponerlo todo. Cuando llegaron el obispo con muchos señores y mucha gente,
Eufemia les abrió de par en par las puertas de su casa y los introdujo en una
hermosa cámara, en donde estaban dispuestas las mesas para el banquete.
En el centro,
sobre una silla de marfil y oro, estaba la imagen del arcángel, ante la cual se
arrodillaron todos. Después Eufemia abrió las cajas de sus riquezas y las
ofreció todas al obispo para obras de caridad, en nombre del arcángel, que
aquel mismo día pediría a Dios que le permitiera bajar a buscar a la buena
mujer. El obispo llevó consigo todos los bienes de Eufemia. Ésta, por la tarde,
dio libertad a todas sus esclavas negras. Su mansión se llenó de un perfume
exquisito. Después se volvió hacia Oriente. Santa Eufemia se dirigió al obispo,
que había vuelto después de llevar las riquezas a su palacio, y le dijo:
-¡Oh, padre
mío!, yo te suplico, en nombre de Dios, que reces por mí al Señor, a fin de que
me presente ante Él en un momento propicio. Cercana está la hora de mi muerte.
He aquí que detrás de mi está el arcángel San Miguel, con todas sus celestiales
milicias.
El obispo
empezó a entonar sus plegarias. Santa Eufemia pidió que se le trajese su imagen
del arcángel y cuando la tuvo ante ella, le invocó.
Entonces todos
pudieron ver que se abría el cielo y aparecía el arcángel San Miguel,
resplandeciente como el Sol. Sus miembros parecían brillar como el cobre
batido. En su mano tenía una trompeta y estaba encima de un carro que tenía la
forma de una barca; su mano izquierda blandía una espada, en cuyo pomo se veía la Santa Cruz. Estaba revestido
con hábitos magníficos.
Todos cayeron
de rodillas, mientras el arcángel desplegaba su manto luminoso, en el que
recibió el alma de Santa Eufemia, que en aquel mismo momento murió.
Un concierto
de armoniosas voces se oía. Las palabras que se escucharon eran éstas: “El
Señor conoce la vía de los justos y de los pruso. Ellos son los que heredarán
los bienes eternos.”
Así murió
Santa Eufemia.
Fue enterrada
en la iglesia, en el mismo sepulcro de su marido. Cuando quisieron recoger la
imagen de San Miguel, vieron que había desaparecido. Pero al día siguiente,
cuando entraron en la iglesia, vieron que la tabla estaba en el altar mayor,
suspendida en el aire.
Todos se arrodillaron, entonando el Kyrie Eleison. Se
extendió la nueva del prodigio y de todos los puntos vinieron gentes que adoran
al arcángel.
Su imagen obra
muchos milagros.
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