Un hombre y una mujer. Ella da a luz unos cuantos niños, una canasta llena.
El hombre dice:
—Mujer mía, ya no me convienes.
Su mujer, entonces, se pone en camino. Anda, anda, anda, hasta que encuentra un pájaro grande que la aguardaba escondido. Llega la mujer; el pájaro dice:
Llora, llora, udeyandeya;
llora, udeyandeya.
Dame a comer un niño,
a comer, udeyandeya.
Llora, udeyandeya.
Ella le da un niño; el pájaro se lo come, y va a esconderse más lejos, para aguardarla. Y dice:
Llora, llora, udeyandeya;
llora, udeyandeya.
Dame a comer un niño,
a comer, udeyandeya.
Llora, udeyandeya.
Le da otro hijo; se lo come, y va a esconderse más adelante en el camino. Y dice:
Llora, llora, udeyandeya;
llora, udeyandeya.
Dame a comer un niño,
a comer, udeyandeya.
Llora, udeyandeya.
Ella dice:
—Tómalo tú mismo y cómelo.
El pájaro lo toma y se lo come. Todos los niños corren la misma suerte. El Pájaro va a esconderse más adelante y dice:
¿Adónde vas tú, mujer?
¿Adónde vas, udeyandeya?
Llora, udeyandeya.
Ven aquí que te coma, udeyandeya.
Se apodera de ella y se la come. Muerta la mujer, la canasta sigue su camino por sí sola. El pájaro se esconde más adelante para esperarla. Y dice:
Canasta, ¿adónde vas?
¿Adónde vas, udeyandeya?
Llora, udeyandeya.
Ven aquí que te coma, udeyandeya.
Llora, udeyandeya.
Se apodera de ella y se la come. La canasta le desgarra las entrañas. La canasta sale, echa a correr y llega a la aldea.
Entonces dice:
—La mujer ha muerto; los niños, también.
Se acabó.
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