Al Anchanchu, lo pintan como un viejecito enano, barrigón, calvo, de cabeza grande y desproporcionada al cuerpo; con rostro socarrón, y dotado de una sonrisa fascinadora. Dicen que viste telas recamadas de oro y que lleva en la cabeza un sombrero de plata de copa baja y ancha falda; que mora en las cuevas, en el fondo de los ríos y en edificios ruinosos y abandonados; allí donde las gentes no aproximan sino rara vez, o residen solo por cortas temporadas.
El Anchanchu atrae a sus víctimas con sus salamerías, y las recibe regocijado y ansioso; y cuando adormecido se halla el huesped con tanto halago, castiga su incauta confianza dándole muerte, o inoculándole en el cuerpo una grave enfermedad. Lo suponen, cuando se hace visible, tan amable y meloso, que engaña al hombre más avisado y mundano con su astucia y sagacidad. Personifican en él la deslealtad, la perfidia, la refinada perversidad y la lúgubre ironía. El Anchanchu es una deidad siniestra, que sonríe siempre y sonriendo prepara y causa los mayores daños; lleva la desolación a los hogares y destruye los edificios y campos sembrados. Huid de él, aconsejan, porque la dicha que brinda no es cierta, porque su trato cortés y afable, es la red con la que apresará a su víctima.
Cuando transita por los caminos, produce huracanes y remolinos de viento, por eso el indio asustado ante estos fenómenos atmosféricos, se para y exclama: «pasa, pasa Anchanchu; no me hagas ningún mal, porque el Mallcu me ampara».
La hacienda, casa, o cualquier otro fundo donde mueren los propietarios con alguna frecuencia, la suponen habitada por el Anchanchu, que en la noche, durante el sueño, les ha chupado la sangre o introducido alguna enfermedad, a cuya consecuencia se deben esas muertes.
El indio rara vez se atreve a pernoctar cerca a los ríos o en casas deshabitadas, por temor a esta terrible deidad, cuyo nombre excusa aún pronunciarlo y se limita a decir: Yankhanihua, tiene maligno, o Sajjranihua, que significa lo mismo. Con las denominaciones Yantiha y Sajjra, designan indistintamente a los espíritus maléficos.
Cuando un terreno se derrumba o sufre frecuentes denudaciones, lo atribuyen al Anchanchu, que posesionándose de su interior, produce aquellos desperfectos telúricos.
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