Érase un hombre que tenía una hija guapa, y veía que todos los jóvenes se enamoraban de ella a causa de su hermosura.
Dos jóvenes rivales se presentan un día, van al encuentro de la joven y le dicen:
—A ti venimos.
Ella les pregunta:
—¿Qué quieren de mí?
Ellos responden:
—Hemos venido a ti porque te queremos.
La joven se levanta, va a buscar a su padre y le dice:
—Mira, dos jóvenes han venido a mí.
El padre se levanta, sale, va en busca de los mozos y les pregunta:
—¿Qué desean, hijos míos, que vienen a buscarme?
Ellos responden:
—Somos rivales, y nos hemos acercado a tu hija porque la queremos por mujer.
El padre escucha esas palabras y repone:
—Vayan esta noche a dormir a sus casas, y vuelvan mañana; verán quién ha de recibir a mi hija por mujer.
Los jóvenes obedecen a estas palabras y regresan a sus casas a dormir. Pero al siguiente día, en cuanto amanece, se levantan, vuelven a casa del padre y le dicen:
—Bueno, henos aquí, como dijiste ayer; hemos venido a buscarte.
El padre lo escucha y les dice:
—Quédense y espérenme, porque voy al mercado a comprar una pieza de tela; cuando la traiga oirán lo que les diré.
Los jóvenes obedecen las palabras del padre, y esperan mientras él se levanta, toma el dinero y va al mercado. Llega al lugar donde vendían las telas, compra una pieza y regresa adonde estaban los jóvenes. Y allí, llama a su hija y, con ella presente, les dice:
—Hijos míos, ustedes son dos, y yo no tengo más que una hija. ¿A cuál he de dársela? ¿Y a cuál he de negársela? Aquí tienen una pieza de tela; la cortaré en dos, y el primero que acabe de hacer un vestido será el marido de mi hija.
Los jóvenes cortan los vestidos y se apresuran a coserlos, en tanto que el padre los mira. Entonces llama a su hija al sitio en que estaban los pretendientes, y, en cuanto llega, toma el hilo y se lo da, diciendo:
—Aquí tienes el hilo, anúdalo y dáselo a estos. Obediente a su padre, toma el hilo y se sienta al lado de ellos.
Pero la joven era astuta, y ni su padre ni los jóvenes lo sabían.
Ya se había decidido por uno de los dos. El padre se va, entra en su casa y espera a que los jóvenes hayan cosido los vestidos, diciéndose. «El que concluya primero será el marido de mi hija».
La joven comienza a anudar el hilo, y los pretendientes toman agujas y se ponen a coser. Pero la joven era astuta. Anuda hebras cortas para el que amaba, y para el que no amaba, hebras largas. Ellos cosen, y ella anuda el hilo. Sin embargo, a mediodía, ve que no han concluido de coser; continúa anudando el hilo y ellos cosen. A las tres de la tarde, el joven que tenía las hebras cortas había concluido de coser; pero el que tenía las hebras largas no había acabado aún.
Cuando el padre de la joven se levanta y viene a buscar a los mozos, les dice:
—Han estado cosiendo hasta ahora, y el vestido está sin concluir.
Uno de ellos se levanta, toma el vestido y dice al padre:
—Padre mío, aquí tienes mi tarea concluida.
La del otro no estaba terminada. El padre los mira y ellos lo miran. Al fin les dice:
—Hijos míos, cuando vinieron los dos a pedirme mi hija única no tenía preferencia por ninguno. Por eso traje una pieza de tela, la corté, se la di y llamé a mi hija para anudar las hebras, diciendo: Háganme estos vestidos. Empezaron a trabajar y les dije: El que primero concluya el vestido será el marido de mi hija.
¿Han comprendido?
Los jóvenes responden:
—Padre, comprendemos lo que nos dices. Es esto: el hombre que ha terminado el vestido debe ser el marido de tu hija, y el que no lo ha terminado no será su marido.
La joven astuta decidió la contienda de los dos jóvenes. El padre no sabía que su hija, al anudar el hilo, hacia hebras cortas para el hombre que amaba, ni que las hacia largas para el que no amaba. No sabía que su hija hubiese escogido el marido. El padre había razonado de este modo: «Si el hombre que ha terminado de coser se lleva a mi hija, trabajará bien y la mantendrá; pero el que no haya concluido de coser, ¿trabajará bien y podrá mantenerla si se casa con ella?».
Entonces los dos jóvenes se levantan y se van a su pueblo; pero el que había concluido el vestido, se lleva a la joven por mujer.
Con esto, se acaba la historia de la joven astuta que he oído contar.
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