Cuando los fantú se dirigían desde el interior a la costa marítima, las gentes que moraban en las selvas intentaron detenerlos, y los fantú tuvieron que abrirse camino. Los exploradores que les precedían en la marcha iban guiados por un cazador famoso, llamado Ansah. Este hombre siempre iba acompañado de un perro.
Un día, estando de guardia, el perro lo llevó hasta una palmera, derribada por un elefante que había abierto un agujero en el tronco con los colmillos para beber la savia. Ansah observó que la savia fluía del agujero, y, temiendo probarla en su persona, por sí era veneno, dio un poco al perro. Al siguiente día, en vista de que el perro no tenía novedad, bebió un poco de savia. Encontró tan agradable la bebida, que se tragó cuanta pudo, hasta caer borracho perdido. Estuvo sin conocimiento un día entero, con gran espanto de los fantú y de su rey, que lo creían muerto. Al recobrar el sentido llenó un jarro de licor y, ofreciéndoselo al rey, le describió sus efectos y la manera como lo habían obtenido. El rey probó el vino de palma, y le gustó tanto, que bebió hasta caer sin conocimiento. Al verlo, su pueblo lo creyó envenenado, se arrojó sobre el infortunado cazador y lo mató, sin darle tiempo para explicarse. Cuando el rey se despertó y supo lo ocurrido se entristeció mucho y mandó dar muerte inmediatamente a los que habían matado a Ansah. En recuerdo suyo ordenó que el vino de palma se llamase en adelante Ansah.
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