Las hojas de la coca (Erythroxilon peruvianum), son las que sirven a los hechiceros para efectuar gran parte de sus sortilegios y augures, desempeñando entre los indios el mismo papel que los naipes entre los blancos, en casos semejantes. Por medio de la coca que arrojan sobre un tendido preparado para el objeto, descubren los robos y las cosas reservadas.
El hombre que desea saber las infidencias las acciones ignoradas y aun las intenciones de su esposa o concubina, o estas las de aquél, ocurren al hechicero, quien después de muchos ruegos y dádivas, les da un atado de coca preparado de antemano, para que de cualquier modo pongan en contacto con el cuerpo de la persona, cuyos secretos tratan de sorprender. Realizada la instrucción, devuelven el atado al brujo quien en presencia del interesado o interesados hace ciertas ceremonias y bruscamente sacude el atado, desparramando las hojas de coca por el suelo, y por la situación en que se han colocado ellas, hace sus conjeturas, o da sus respuestas.
Para tener noticias de un ausente, de su salud, o del estado en que se hallan sus negocios, derrama la coca sobre sus vestidos o especies que ha usado, extendidos en el suelo. El requisito exigido por el brujo es que la acción de la coca se efectúe sobre alguna cosa que pertenezca o haya recibido el calor continuo del cuerpo de la persona, materia del brujerío; por cuyo motivo prefieren para ese objeto su ropa vieja, no lavada; porque, creen que encierra muchos secretos y posee la cualidad atribuída de trasmitir al que la ha envejecido, cual conductor eléctrico, y hacerle soportar cuánto bueno y malo se hace en ella, o descubrir al que investiga lo que desea saber. En la ropa, dicen, que se aparta y queda algo del espíritu de quien se la ha puesto, que permanece en comunicación mental y directa con éste, de lo que no se da cuenta el individuo. La vida, según la creencia indígena, se reduce al constante desgaste del ente que anima el cuerpo que va abandonándolo, ya en una u otra forma, ya rápida o lenta, hasta que llega la muerte, que para el indio no es sino el desprendimiento del último resto del ser de una persona, que va a reunirse con las demás partes esparcidas en el espacio, que nunca dejaron de estar en relación, ni desvinculadas las unas de las otras, para volver a reintegrarse en el mismo todo incorpóreo y compacto. A este ser, se llama ajayu, que equivale a la idea del alma.
La coca mascada sirve de amuleto para determinados brujeríos y también se emplea para ofrendarla a los ídolos y huacas. Asimismo, la usan en los viajes como preservativo contra el hambre, la sed y el cansancio; para respirar sin fatiga al subir las cuestas y en las cumbres, de enrarecida atmósfera.
Echando el zumo de la coca con saliva en la palma de la mano, tendiendo los dedos mayores de ella, conforme cae por ellos, predicen y juzgan el suceso que se consulta, si será malo o bueno.
La coca se pone amarga en la boca, cuando tiene que acaecer una desgracia a quien la mastica, a su familia, o salir mal en la comisión que se le encomienda.
Encontrar en un montoncito de coca o entre varios, una hoja doble, es para tener dinero.
Probablemente legada por los españoles, es la costumbre de hacer presagios por la forma de arder de la vela que se enciende, ya sea a la imagen de un santo o para alumbrarse en la noche. Cuando la llama flamea mucho y el pábilo se encorva, sin hacer ceniza y su cebo se chorrea, es señal de mal augurio, y de bueno si arde recta y apacible, cubriéndose el pábilo de ceniza blanca. En ambos casos aconsejan no permitir que se consuma toda la vela, sin quedar un pedazo de cabo en el asiento, a fin de que no se reagrave la desgracia en el primer caso y en el segundo, se produzca un efecto contrario al deseado.
También acomodan en un pequeño plato cubierto de sebo tres mechas y hacen sus presagios por el movimiento de las luces o combinando el flameo de éstas.
La luz de la vela o mecha que está ardiendo se oscurece de un momento a otro sin causal ostensible que la motive, cuando el alma de alguna persona de la casa, que debe morir, se coloca entre la luz y la vista de los espectadores.
La llama flamea a saltos cuando alguno de los presentes tiene que viajar.
No debe permitirse que ardan tres velas, a la vez, en una habitación, porque es de mal agüero. En todo, el número tres es antipático al indio.
El que quiere causar daño, enciende la vela por la parte del asiento y la coloca volcada de abajo para arriba, dedicándosela y haciendo votos porque se verifique en alguien lo que persigue.
Es característico en el indio la idea de que cualquiera cosa usada en sentido contrario al habitual, se convierte en maleficio o amuleto, según las circunstancias. Es así cómo suponen que se puede dañar aún con la misma Misa, a lo que llaman misjayaña, en sentido de aniquilar con la Misa, celebrando con el misal acomodado cabizbajo en un atril y sirviéndose el clérigo el vino en el hueco que tiene el cáliz en su asiento y con los ornamentos puestos al revés.
Su espíritu suspicaz y profundamente pesimista, de todo duda y en todo supone más posible el mal que el bien. Parece que los ojos del indio no tuvieran vista sino para percibir el lado obscuro de las cosas, y su corazón sensibilidad, sólo para sentir las penas. Comprende más presto los proyectos siniestros que los alegres o benéficos. Camina en el mundo lleno de decepciones y poseído de un terrible miedo. En cada paso que da teme encontrarse con un enemigo que le dañe, o con alguien que gratuitamente le perjudique en sus intereses, y en cada acto que ejecuta por propia voluntad espera siempre un resultado desfavorable. La duda y el miedo entraban su libre albedrio, de tal manera que, imposibilitan a que se desenvuelva su ser en toda su plenitud; la duda y el miedo han carcomido las raíces de su voluntad. Debido a ello es que tenga mayor confianza en los consejos del brujo, que en su impulso propio. La fe en lo maravilloso es signo de la debilidad y atraso intelectual de una raza. Se busca al hechicero cuando no se comprende lo que se ha de hacer, ni se cuenta con el valor del esfuerzo propio. Tal sucede en esta raza infeliz. La tristeza de la pobre existencia de sus componentes, se refleja aún en la mustia fisonomía de ellos, en la miserable condición en la que viven, y en su candidez para acatar los sortilegios o hechizos, para dejarse conducir sumisos por quienes se creen dispensadores de lo sobrenatural.
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