Hace mucho tiempo, mucho tiempo, muchachas y muchachos estaban una tarde jugando. Jugaban fuera del pueblo; no estaban en el interior. Jugando se hallaban, cuando uno de ellos dice:
—¡Pulunguane! ¡Pulunguane! —balando como Pulunguane:
¡Ao-o-o-o-o!, y haciéndoles huir.
Corrían los de delante, en mayor número; seguían otros detrás, y el último de todos, el que hacía el Pulunguane, los seguía y corría tras ellos. Así corrían mucho, corrían hacia adelante, nunca volvían atrás.
Fueron a vivir en Chaengane y levantaron un pueblo de cara al Oeste, en Molhoare. Se enriquecieron mucho; los montones de sus detritus eran altísimos, parecían montañas.
Cuando los batlhoaros fueron de caza, los encontraron y les preguntaron:
—¿Quiénes son y de dónde vienen?
Respondieron:
—Somos bachoengs.
—¿Cuándo llegaron aquí?
—Cuando éramos niños.
Entonces los batlhoaros fueron a casa de los bachoengs para decírselo a sus padres; pero el sol se lo impidió: no pudieron verlos. En el país no había agua: la sed les impidió ir a verlos.
Pero fueron los batlhoaros quienes los encontraron, porque se refrescaban con melón silvestre. En cuanto a los batlhapings, no emplean el melón silvestre; morirían si bebiesen el zumo.
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