En el comienzo, Dios quiso probar el corazón del hombre y el de la mujer. Llevó al hombre aparte, le entregó un cuchillo y le dijo:
—Escucha: esta noche, cuando se duerma, córtale el cuello a tu mujer.
Llevó también a la mujer aparte, le entregó un cuchillo y le dijo:
—Escucha: esta noche, cuando se duerma, córtale el cuello a tu hombre.
—Está bien.
Entonces el hombre se retira muy triste, pensando: «¡Cortar el cuello a mi mujer, a mi hermana! Es imposible. No lo haré nunca». Arroja el cuchillo al río, proponiéndose decir que lo ha perdido.
Y la mujer también se retira. Llegada la noche, toma el cuchillo y va a matar al hombre que dormía, cuando Dios reaparece:
—¡Miserable! —le dice—. Puesto que tienes tan mal corazón, no volverás a tocar hierro en la vida. Tu sitio está en el campo y en el hogar. Y tú —dice al hombre—, por ser bueno, has merecido ser el amo y manejar las armas.
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