Un joven tenía una hermana. Un día la hermana pidió que la acompañase a un estero, a donde iba para lavar la ropa. Le daba miedo ir sola.
—Acompaña a tu hermana —dijo la madre al joven.
—Bueno —respondió.
Y se fue con la muchacha.
Llegados al estero, el hermano se sentó a cierta distancia, mientras la hermana lavaba. Como se había quedado totalmente desnuda, el hermano sintió deseos de acostarse con ella, y el deseo lo llenó de vergüenza.
Regresaron a la casa y el joven cayó enfermo, de resultas del esfuerzo que hacía para resistir el deseo. Estuvo a punto de morir.
Su padre inquirió la causa del mal.
—El daño está en el vientre —dijo—. El día que acompañé a mi hermana al estero, la deseé, y siento gran vergüenza.
—¿Es sólo eso? —exclamó el padre—. En tal caso, poco es.
Llamó a su hija:
—Tu hermano —le dijo— está enfermo de ganas de acostarse contigo…
La joven objetó que el deseo de su hermano le daba vergüenza.
—Si no se acuesta contigo —dijo el padre—, morirá seguramente.
—Bueno —respondió ella—. Consiento.
Cierran la puerta de la cabaña. El hermano posee a la hermana, y se cura.
Por eso, una mujer no debe dejarse ver desnuda de ningún hombre. Quien la viese, sentirá deseo de acostarse con ella. Para evitarlo, todo el mundo va vestido.
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