jueves, 28 de febrero de 2019

Ingratitud

Una serpiente mordió a un hombre, cuyas gentes se echaron a buscarla para darle muerte; pero la serpiente huyó en demanda de un escondite.

  La fugitiva encuentra a un hombre que desbrozaba un campo, y le dice:

  —A ti acudo, escóndeme.

  —Bueno —dice el hombre—, vete a ese árbol, entra en él y escondete.

  —¡En el árbol! —exclamó la serpiente—. ¡Eso no sería esconderme!

  —Entonces —dice el hombre—, refúgiate en esa termitera.

  Pero la serpiente:

  —Tampoco ahí estaría escondida.

  —Entonces —dice el hombre—, ¿dónde ponerte?

  —Abre la boca —dice la serpiente—, me meteré en ella y así estaré bien escondida.

  —No, no, no —exclamó el hombre—; porque me devolverías mal por bien.

  —No, no; ningún daño te haré.

  —Entonces, sea —dice el labrador—. Entra en mi boca y escóndete.

  Abre la boca y la serpiente entra. Apenas entró, llegaron sus perseguidores, lo registraron todo, pero no la vieron, y regresaron a su casa.

  —Bueno —dice entonces el hombre—, ya puedes salir, que se han marchado.

  —¿Salir yo? —responde la serpiente—. Tú estás loco, infeliz. ¡Cómo! ¿He de salir para que tú comas a gusto el alcuzcuz y bebas agua? En pago del bien que me has hecho, consiento en no tocarte el corazón ni los intestinos, pero me comeré el alcuzcuz que tú comas y me beberé el agua que bebas. Eso me basta.

  —Y añade—: No; no salgo.

  Oído esto, el hombre se lamenta y comienza a hinchársele el vientre. Vuelve llorando a su casa; sus mujeres y sus hijos lo rodean, y le preguntan:

  —¿Qué te ha ocurrido?

  Les responde:

  —Llevo una serpiente en el vientre; por el bien que le he hecho, me devuelve el mal.

  Entonces todos empiezan a lamentarse. Llorando estaban, cuando una garza que pasaba por allí se posa a su lado y les pregunta:

  —¿Por qué lloran?

  Las mujeres responden:

  —Llorando porque nuestro marido lleva una serpiente en el estómago.

  —¿No es más que eso? —dice la garza—. El remedio es fácil.

  Pero —añade— el agradecimiento es carga pesada, y preveo que si les presto un servicio me lo pagarán con ingratitud.

  —¡No, no! —dice el hombre—. Te aseguro que no seré ingrato.

  —Bueno —dice la garza—, abre la boca.

  El hombre abre la boca y la garza introduce en ella una pata.

  La serpiente, al sentir rebullirse una cosa, piensa: «Sin duda es el alcuzcuz». Abre la boca, pero lo que penetra en ella es la pata de la garza. La garza tira suavemente, a tiempo que se remonta en el aire; cuando ha subido bastante, deja caer la serpiente; que se mata del golpe.

  Entonces, la garza desciende, y dice al hombre:

  —Recompénsame con dos pollos.

  El hombre dice:

  —¡Ya tengo uno! —y echa mano a la garza, añadiendo—: Sólo me falta buscar el otro.

  La garza dice:

  —Lo había previsto.

  —¡Qué me importa! —responde el hombre. Y abre el gallinero, mete dentro a la garza y cierra la puerta, diciendo—: Voy a buscar el segundo pollo, y cuando lo tenga, les cortaré el pescuezo a los dos.

  Y salió.

  La mujer dice entonces:

  —No puedo admitir esta ingratitud.

  Se levanta, abre la puerta del gallinero, y dice al pájaro:

  —¡Vuela!

  La garza sale del gallinero; pero, antes de marcharse, le salta los ojos a la mujer, y remonta el vuelo.

  ¿Quién fue más ingrato: la serpiente, el hombre o la garza?

  Los tres han contribuido por igual al infortunio de la mujer.

  Se ha terminado.

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