Un día, el elefante encuentra en su camino a la musaraña.
—¡Ten cuidado! —grita la musaraña.
—Yo soy el más grande, y tú eres quien ha de tener cuidado —replica el coloso.
—¡Maldito seas! —responde con furor la musaraña—. ¡Qué las hierbas altas te rajen las patas!
—¡Y así te mueras tú, cuando cruces un camino! —replica el otro, despachurrándola con su ancha pezuña.
Pero se han cumplido las dos maldiciones. Desde aquel día, el elefante se hiere cuando corre por las hierbas altas, y la musaraña encuentra la muerte al cruzar los caminos.
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