Una vez varias jóvenes salieron de su casa muy de mañana con el propósito de recoger arcilla roja. Entre ellas iba la hija de un jefe: muchacha muy linda. Recogida la arcilla, pensaron regresar a casa, cuando una de ellas propuso que se bañaran en una balsa grande que allí había. A todas les gustó, se metieron en el agua y se divirtieron un buen rato. Al fin se vistieron y se encaminaron a su casa.
Cuando llevaban recorrida cierta distancia, la hija del jefe advirtió que se le había olvidado uno de los adornos que se había quitado para bañarse. Entonces pidió a su prima que volviese con ella a buscarlo. La prima se negó. Se dirigió a otra de las muchachas, después a otra; pero todas se negaron a desandar el camino.
Se vio obligada a volver sola a la balsa, mientras las otras regresaban a la casa.
Al llegar a la balsa, un caníbal gigantesco y pavoroso, que tenía un solo pie, se acercó a ella, la agarró y la metió en un saco.
De puro espanto, la joven se estuvo quieta. Entonces el caníbal la llevó por diferentes lugares, haciéndola cantar por su cuenta.
Y la llamaba su pájaro. Al llegar a una aldea pedía de comer, y cuando se lo daban, decía: «Canta, pájaro». Pero nunca quería abrir el saco, para que no se supiese qué clase de pájaro tenía.
Cuando las jóvenes regresaron a la casa dijeron al jefe que su hija había entrado en la pubertad; y entonces, como vio que elegían una para llevarla a una choza, el jefe creyó lo que le dijeron. Mató un buey muy grande y dijo al pueblo que iban a comérselo. Aquel día las gentes comieron buey cebado y estuvieron muy alegres. Los mozos tomaron la carne y salieron del pueblo para comer.
El caníbal llegó en aquel mismo momento, ignorando que el padre de la joven fuese jefe del lugar. Dijo a los jóvenes que si le daban de comer haría que el pájaro cantase para ellos. Le dieron de su comida y dijo: «Canta pájaro».
Entre los jóvenes se hallaba el hermano de la muchacha, y pensó que el pájaro cantaba como su hermana; pero le dio miedo pedir al caníbal que se lo enseñase. Entonces le aconsejó que fuese a la aldea donde estaba la gente, y le dijo que en tal día abundaba la carne.
Entonces el caníbal fue a la aldea e hizo cantar al pájaro.
El jefe deseó mucho verlo; pero el caníbal se negó a abrir el saco.
El jefe le ofreció un buey por el pájaro; pero el caníbal rehusó la oferta. Entonces el jefe creó un plan. Pidió al caníbal que fuese a buscar un poco de agua, y le dijo que le daría muchos bueyes cuando volviese. El caníbal dijo que iría, si le prometían no abrir el saco en su ausencia. Todos le prometieron no tocarlo. Para traer el agua le dieron un jarro rajado, de modo que estuviese ausente mucho tiempo. En cuanto se perdió de vista, el jefe abrió el saco y extrajo a su hija. Al pronto no podía creer que fuese ella, porque suponía que estaba observando la reclusión impuesta a las muchachas cuando llegan a la pubertad. Pero al saber que las otras muchachas lo habían engañado, declaró que debían morir todas, y las mataron. Entonces metieron en el saco sapos y culebras y lo cerraron.
Cuando el caníbal regresó se quejó del jarro rajado; le dieron mucha carne para contentarlo. Tomó el saco y se fue. Ignoraba lo ocurrido en su ausencia. Al acercarse a su casa gritó a su mujer:
—Date prisa a cocer esto.
Envió en busca de los otros caníbales para que acudiesen al festín, y llegaron, esperando encontrar un majar agradable. Los hizo esperar un poco para que tuviesen buen apetito. Entonces abrió el saco, creyendo sacar a la joven; pero sólo encontró sapos y culebras. Los otros caníbales se enfurecieron tanto que lo mataron y se deleitaron con su carne.
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