Amady Si, intérprete del puesto de Koyah, nos lo ha contado.
Hay en el Bundu una aldea que llaman Debu. Cerca de la aldea pasa el río Falemé. Se forma allí una fosa de un kilómetro de largo. Ningún barco puede pasarlo, ni siquiera las piraguas pequeñas, porque los guinnaru las rompen todas. En cuanto a sacar allí agua, no hay ni que pensarlo.
A los guinnaru del agua que acechan el paso de la gente, se les conoce con el nombre de «munu». Tienen, poco más o menos la apariencia de seres humanos. Son de diferentes colores: negros como nosotros, rojos como ustedes, y también amarillos o verdes.
Hombres y mujeres llevan el cabello largo, como las mujeres de los tratantes sirios. No tienen pulgares en las manos. Una vez capturaron uno de ellos y lo llevaron a Bakel. El comandante del puesto, que se llamaba Pinel, guardó el guinnaru durante mes y medio, y muchas personas lo vieron, pero al cabo de este tiempo el guinnaru murió.
Junto a la fosa de que he hablado, se encontraba un lugan, perteneciente a Umar Fano, indígena de Debu. Todas las noches los guinnaru iban a robarle mijo. El dueño del lugan pensó:
«Mañana he de ver yo mismo quién me roba el mijo por la noche».
Abrió en el suelo un hoyo de cincuenta centímetros de hondura, y de una longitud un poco mayor que la de un cuerpo, y encima puso un pequeño techado de paja, de modo que no pudiesen verlo. Llegada la noche, fue a tenderse en este escondite.
Hacia la medianoche, los munus salieron del agua y comenzaron a recolectar mijo. Cuando Umar vio que los saqueadores parecían seres humanos, dejó a un lado el fusil, resuelto a no hacerles fuego.
Pero, aprovechándose de que una de las jóvenes de la banda pasaba al alcance de la mano, la agarró por un pie y la sujetó, a pesar de sus gritos. Los otros munus huyeron y se arrojaron precipitadamente al agua. Después de amarrar a su cautiva, Umar se la llevó a su casa, sin que ella opusiese gran resistencia.
Umar la retuvo en su cabaña como mujer. Trabajaba con buen ánimo, y hacía lo que él mandaba. Pero no hablaba a nadie, ni siquiera a su marido. En casa, ni comía ni bebía. Concibió un hijo de su marido.
Por entonces, un vecino fue a ver a Umar Fano:
—¡Cómo! —le dijo—. ¿Guardas contigo una mujer que no habla, ni bebe, ni come? Yo, en tu lugar, la devolvería a donde la encontré.
—Mañana mismo lo hago —declaró Umar.
A la noche siguiente, en efecto, la llevó al borde del Falemé:
—¿De qué sitio del río saliste? Indícamelo.
Ella señaló con el dedo un punto del río. Entonces, Umar le tomó la mano, entraron juntos en el agua, y cuando le llegaba a la rodilla, le dijo:
—Regresa a tu lugar de origen.
La munu continuó avanzando lentamente hasta que el agua le llegó al pecho. Entonces volviéndose a Umar:
—Mala suerte tienes —le dijo.
—¿Por qué?
—Me has tenido dos años en tu casa y durante ese tiempo te he servido de mujer. Después te has enojado conmigo. Debes suponer, sin embargo, que si me he quedado a tu lado todo ese tiempo, era porque no me desagradabas. Ahora, que llevo en mí un hijo tuyo, me abandonas. Si me hubieses guardado hasta el nacimiento del niño, entonces habría empezado a hablar contigo y te habría enseñado muchas cosas. Ahora, por tu impaciencia, todo ha concluido. ¡Adiós!
Desapareció, y el hombre retornó a su choza. No volvió a verla. Ni la verá nunca.
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