Un día, el gallo y el elefante apostaron sobre cuál de los dos sería más comilón. Al siguiente día, desde el alba, los dos adversarios se reúnen en el sitio fijado. Al mediodía, el elefante, ahíto, se duerme; al despertarse, pasadas unas horas, se sorprende mucho al ver que el gallo no cesa de comer. Vuelve a pastar el elefante, pero no tarda en hartarse; se retira, dejando a su antagonista picotear a más y mejor entre las hierbas. Al ponerse el sol, el gallo se encarama en el lomo del elefante, que ya dormitaba.
El elefante se despierta, exasperado por el picoteo que no deja de atormentarlo.
—¿Qué haces ahí? —pregunta el gallo.
—Nada —responde este—. Me como los insectos que encuentro en tu piel.
Espantado de tal voracidad, el elefante se da a la fuga.
Eso mismo hace todavía hoy, siempre que canta el gallo.
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