En otro tiempo sólo había dunu en el país de las hienas, y los hombres ignoraban su uso.
Un día un hombre llamado Siramaka oyó un sonido de tamtam agradable a sus oídos. De manera que resolvió apropiarse el instrumento que producía tal sonido.
Se dirigió al lugar donde había oído resonar el dunu, y así llegó al pueblo de las hienas.
Las fieras se apoderaron de él y lo amarraron para impedir que se escapase. Resolvieron ofrecerlo en sacrificio a su dunu, que emitía un sonido tan potente como para oírlo desde Bamako cuando lo batían en Bogandé.
Durante la noche, Siramaka acertó a desgastar las ligaduras que le paralizaban los brazos, se apoderó del dunu y huyó con él.
Antes que las hienas se percatasen del robo, ya estaba de regreso en su pueblo y comenzó a batir el dunu, cuyo sonido atrajo una muchedumbre de curiosos.
Desde entonces los hombres han poseído dunus, cuyo uso se ha perpetuado
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