Huari, llamaban los antiguos kollas a un cuadrúpedo semejante a la llama, probablemente el Macrauchenia ya extinguido, y lo tenían por su dios totémico, representante del vigor y de la fuerza de la raza. Le erigieron templos en diversas partes y su imagen esculpida en piedra era objeto de culto muy solemne.
Al Huari lo consideraban como coetáneo del dios Huirakhocha, viviendo en la época en que las divinidades habitaban la tierra junto con los primeros hombres, a quienes se les llamaba huari-hakes gentes del huari, o sea descendientes de éste.
Los adoratorios del Huari se conocían con la denominación de Huari-uillcas y dos hubieron muy celebrados; una en la ribera del lago Titicaca, en el lugar que hoy ocupa el pueblo de Huarina y otro cerca al lago Poopó, donde después se fundó el pueblo Real de Huari. Las huacas que en ambos parajes existían, como en otros muchos sitios del altiplano, fueron destruídas por los misioneros quedando como recuerdo únicamente el nombre de la divinidad aplicado al lugar.
Se ha dado en confundir el huari con la huikcuña, la que es distinta de aquel. La huikcuña se la ha conocido siempre con este nombre y, además, con los de sayrakha y saalla. El de huari parece que se le dió posteriormente.
También acostumbran llamarlo Huari-uillca, sin tener en cuenta que la palabra uillca tiene distintas acepciones. Antiguamente llamaban uillca al sol y a los adoratorios que se le dedicaban, o se dedicaban a otros ídolos como el huari. Después se denominó uillca al sacerdote. En este sentido se expresa el anónimo autor de la Relación de las costumbres de los naturales del Perú, denominando uillcas y yanauillcas a los prelados y sacerdotes[10]. Existe además una yerba dedicada al sol que se llama uillca. Los brujos la emplean como purgante, con objeto después del efecto, de que la persona o que ha sufrido algún robo se duerma y en sueños descubra al ladrón, o este se presente por su propia voluntad, durante ese acto, a restituir lo robado. Dicen los naturales que este dón dió a la yerba el sol.
[10] Tres relaciones de antigüedades peruanas, publicadas por Marcos Jiménez de la Espada. Pag. 103.
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