Sucedió una vez que una hiena se encontró un hueso; lo toma, y se lo lleva en las fauces.
Como ese día la Luna brillaba con hermosa luz, el agua estaba en calma; la hiena suelta el hueso al ver la Luna en el agua y quiere apoderarse de ella, pensando que era carne. Hunde la cabeza en el agua hasta más arriba de las orejas y no encuentra nada. El agua se agita y se enturbia. La hiena vuelve a la orilla y se queda quieta. El agua se aclara. La hiena da un salto, y trata de hacer presa, creyendo apoderarse de la Luna, que le parece carne porque la ve brillar en el agua; sólo coge un poco de agua, que se le escurre de las fauces, y se enturbia nuevamente. La hiena se retira a la orilla.
Llega otra hiena, se apodera del hueso, y se va, dándole tranquilamente la espalda a la otra. Por fin amanece, y la Luna se atenúa con la luz del día. La hiena fracasa.
Vuelve otro día, hasta que el lugar donde nada encuentra está todo pisoteado.
Entonces, rieron mucho a costa de la hiena, viéndola correr continuamente al agua, morderla, y escurrírsele el agua de las fauces, y volver una y otra vez sin alcanzar nada. Para reírse de un hombre, se dice: «Eres como la hiena que tiró el hueso y no logró nada, porque veía la Luna en el agua».
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