Había una gallina que tenía la costumbre de bajar diariamente a la orilla del río a recoger desperdicios de comida. Un día, un cocodrilo se le acerca y la amenaza con comérsela. Entonces la gallina grita:
—¡Oh, hermano! ¡No hagas tal!
El cocodrilo se sorprendió y se turbó tanto de ese grito, que se retiró, creyendo que podían muy bien ser hermanos. Volvió otro día a la orilla, resuelto a comerse la gallina. Pero esta gritó de nuevo:
—¡Oh, hermano! ¡No hagas tal!
—¡Maldita gallina! —gruñe el cocodrilo, que la dejó marcharse otra vez—. ¿Cómo hemos de ser hermanos? Ella vive en tierra y yo en agua.
Entonces el cocodrilo decidió ir a ver a Nzambé para interrogarlo y resolver la cuestión. Se pone en camino. No se había alejado mucho cuando se encontró a su amigo el lagarto.
—Mbambi —le dice—, estoy muy preocupado. Todos los días, una hermosa gallina, muy gorda, llega a la orilla del río para comer. Todos los días, cuando quiero apoderarme de ella y llevarla a mi escondrijo para comérmela, me asusta llamándome hermano. No puedo continuar así más tiempo, y voy en busca de Nzambé para que hablemos.
—Tonto, idiota —dice Mbambi—; no hagas eso, saldrías perdiendo y descubrirías tu ignorancia. ¿No sabes que los patos viven en el agua, y ponen huevos, y que lo mismo hacen las tortugas? Yo también pongo huevos. La gallina los pone, y tú también, mi estúpido amigo. En ese sentido, todos nosotros somos hermanos.
Por esta razón el cocodrilo no se come a la gallina.
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